Lo del post de ayer, un “quico”,
dice mi padre que es una “clarea de vino”,
una de las muchas “clareas” que sobre el vino recoge la historia del hombre.
Vamos: clarear, añadirle algo al vino; hacerlo clarear.
Y hacer clarear a un vino antiguo, blanco o tinto, lo hacía
cualquier cosa. Ahora, que a un vino blanco de garrafón del siglo XX añadirle
un amarillo limón granizado no es clarear nada, pero como” clarea de vino”
parece que va a quedar este “quico”.
Y para clareas de vino, nadie mejor que el Maese
Robert, conocido también como Ruperto
de Nola, cocinero del rey Fernando de Nápoles (siglo XV), y su “Llibre
de Coch”.
A ver quién discute con el viejo catedrático, Es más, me ha
recordado el Encuentro de la Cocina del Renacimiento al que asistimos años
atrás en Medina del Campo, Valladolid.
Allí, en un anexo llamado “Verano” ofrecían bebidas frías como
el “agua de sandía”, la “aloja-aloxa” (variante fermentada del hidromiel), el “zurracapote”, la “garnacha” (que prohibieron siglos atrás por adulterada) y el “hipocrás-hypocrás-ypocrás”. Luego nos enteramos
que el “zurracapote” es moderno, de
los años cincuenta; como el “rebujito”
es casi de ahora mismo. Todas aquellas bebidas, salvo el “agua de sandía”, eran las típicas bebidas invernales, pero ahora
enfriadas. No descubrimos nada; nos dijeron que todas ellas, por llevar vino,
eran ancestrales antepasados (¿?) de la sangría… Y nos vinimos sin piar.
¿Para qué? En fin, una experiencia más, pero probé el hipocrás.
Sí, papá, me he acordado.
De eso y de más.
Porque al poco -en verano-, cierto es, me encontré con el Hypocrás en una aldea de Yeste, al pie
del Cerrico de las Mentiras, a 1.800
metros, donde entre pistas forestales un paisano anunciaba: “Aquí,
Hipocrás; según la receta de 1.529”. Y la verdad es que bien frío, como
estaba, fue reparador. Y vuelta al “Llibre
de Coch” que cuenta como se hacía el hipocrás.
Es más, allí estaba Juan Lavier, un
manchego de tomo y lomo, que mezclaba lances del capitán Alatriste con el paisaje
del Calar de la Sima y las gentes
que en El Arguellite y Los Praos habíamos visto, y hablamos del hipocrás y la “garnacha” que era, me explicó, un sucedáneo que se hacía, me dijo,
con “aguapié”[1]
que, nos contó, se conseguía añadiendo agua caliente a los restos de haber
pisado el vino y volviéndolos a pisar; incluso prensándolos. Aquello se
prestaba a tanta adulteración que en siglo XVI ya se prohibió la venta de “garnacha”. Y el hipocrás funcionó.
La verdad es que frío está bien. La receta, aunque hay quien
dice que viene del mismísimo Hipócrates,
es, al parecer, del siglo XVI: “canela
cinco partes, clavo tres partes, jengibre una parte. La mitad del vino ha de
ser blanco y la mitad tinto. Y para una
azumbre[2]
seis onzas[3]
de azúcar, mezclarlo todo y echarlo en una ollica vidriada. Y darle un hervor,
cuando alcance el hervor no más, y colarlo tantas veces hasta que salga claro”.
Y claro estaba; y frío, muy frío. Se tomaba también en invierno, caliente. Pero
es que en verano, la sierra de Yeste exige de frío hasta que cae el sol.
Juan Lavier, Juanín, un profesor de instituto que vive su
tierra manchega como nadie y que en su juventud lució la camisola (así la llama
él) del Castilla, me contaba que aún hubo una época, tras la Guerra Civil, en
que se apuntaban al hipocrás propiedades
afrodisíacas si se hacía con “clavos de
giroflé”… y “clou de giroflé” es el
nombre francés del clavo de olor o ¡girofle!, los botones florales del Syzygium aromaticum… Y explicaba: “tuvo que pasar por la feria de Albacete al
final de la Guerra un charlatán que así lo tradujo y hubo un tiempo que la
gente notaba los ‘efectos’ de aquél hipocrás afrodisíaco”. Y nos reímos.
Escribieno esto me he decidido: ¡Juanín, que este año vuelvo
a la feria (7 al 17 de septiembre)!; voy el primer fin de semana, que aún se
deja sentir Lorenzo, a pegarle al hipocrás… y a los “chimes” que dice Paco. Algún forrico
caerá; ¡queda dicho!
Por cierto que pensando en eso de las “clareas de vino” que nos trajo a esto, yo también me quedo con la “limonada del Bierzo” y, tirando para la terreta, la “mentideta”: café licor y
granizado de limón a partes iguales. Y hasta un “marianito” burgalés. El limón
granizado es que pega bien con todo.
Y lo digo por el “quico”
que he probado esta mañana… y está bien. Veremos de noche.
[1] En Francia, piquette; en Alemania, Tresterwein,; en Italia, vinello. Era la bebida de los pobres.
[2] Antigua
medida de volumen equivalente a algo más de 2 litros: 2’05 litros. Una azumbre
tenía 4 cuartillos. 8 azumbres formaban una cántara (16’40 litros). En
Castilla, una cántara equivalía a una arroba.
[3] Una onza
castellana equivalía a 28’75 gramos; las onzas de dividían en 16 adarmes (1’79
gramos)
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