Sigo absorto
leyendo con máximo interés a Vicente
Sarrión en un texto de -y sobre- el Benidorm de aquellos felices sesenta
donde “el turismo se ha convertido hoy en día en un catalizador extraordinariamente
eficaz del desarrollo”. Fascinante.
En su Tesis de
Licenciatura sobre Benidorm -Benidorm, un núcleo turístico en expansión-
en la que analiza aquella población de 1962 anima a “aprovechar la oportunidad para
diversificar un poco la economía de la comarca, evitando la estrecha
dependencia respecto a una sola actividad turística”. Y se explica: “No
hay que olvidar que cualquier cambio en la coyuntura económica europea,
cualquier leve variación de la moda que pueda descubrir y popularizar nuevos
sectores turísticos en regiones de similares características (por ejemplo
Yugoslavia o Norte de África) pueden cortar bruscamente la expansión y provocar
una grave crisis”. Vamos, que en esto no hemos cambiado en 50 años,
aunque como admite el propio Sarrión en las conclusiones: “el peligro no parece inmediato y
ni siquiera se insinúa en el horizonte”. Lo que ha cambiado la película
en medio siglo.
Cuenta Sarrión
el proceso urbanizador y del Plan General, de aquél plan de 1956 (previsto para
1955) que resultó providencial, y sólo refleja mínimamente que a la alineación
de Levante, cosa de 1931 recuperada en 1955, le ha seguido un nuevo Plan “con
el que se intenta además resolver tres problemas fundamentales: el de
circulación que, sobre todo en verano por la gran afluencia de turistas llega a
ser agobiante, el de los aparcamientos y el de los espacios libres”.
Detecto que en aquellos días no se tenía conciencia de lo proverbial que
resultaría aquella planificación en constante evolución: el primer Plan General
de Ordenación Urbana de España para todo un término municipal.
Pero ya que
mentamos la bicha del PGOU, hay detalles fascinantes: “El turismo ha traído también
consigo una notable revalorización de amplios sectores de terrenos afectados
por la proliferación de instalaciones turísticas y por la urbanización
realizada a consecuencia de la expansión del núcleo urbano. La tierra ha
adquirido un extraordinario valor…”. Y claro, sale la contribución -hoy IBI, Impuesto de
Bienes Inmuebles- a la palestra: si en 1913 la de rústica significaba el 69%
del total, en 1962 sólo representa el 6%; la industrial (algún tejar) pasa del
16 al 8% y, como no, la urbana se
transforma del 13 al 85% pasando a ingresar el Ayuntamiento por este
concepto de 2.050 pesetas a 2.258.775 pesetas. Brutal.
Pero es que
Benidorm, en una década duplica su población: de 2.726 (1950) a 6.259
(1960) habitantes, con un asombroso crecimiento del 12% anual. Y todas las regiones de España están incluidas en este
crecimiento poblacional: Andalucía (24’5%), Valencia (24’3), Murcia (15’6),
Castilla La Nueva
(11’1), Castilla La Vieja
(7’1), Cataluña (6’8), Aragón (2’7)…
Por cierto, me
llama profundamente la atención el censo de extranjeros residentes de 1962. Son 95 en total y cita la nacionalidad de 68 de ellos: 32 alemanes, 19
marroquíes (algún miembro de la familia real), 9 antiguos colonos franceses de
Argelia y 8 ingleses.
Estamos en 1962
en un Benidorm cambiante. El turismo, explica Sarrión, “ha producido una transformación
en el paisaje agrario… en el secano muchas fincas se abandonan… la recolección se ha de efectuar en
plena época turística… hay necesidad de atender el turismo y
existe la posibilidad de encontrar un empleo más remunerador…”. Y
también en las actividades de la población. “Hasta 1950 Benidorm era un
municipio con una mayoría de labradores y de pescadores”. En 1962 censa
“255
personas dedicadas a la agricultura y 187 ‘marineros’ o pescadores”.
También apunta 1 minero. Le tengo
que preguntar a los veteranos del lugar quién podía ser el minero. Me llama la
atención que “la población económicamente activa está constituida por un 34% del
total de efectivos demográficos”, lo que me asusta. Y me asombra el
auge de la construcción: cifra en 769
el número de albañiles que trabajan en la localidad; más que camareros, 182. Completa el capítulo de las
actividades de la población señalando la presencia en el censo de “31
industriales, 14 herreros, 8 mosaistas[1], 2
ingenieros y 2 trabajadores de imprenta y cerámica”.
Analiza Sarrió,
como no, el problema del agua y su
abastecimiento que asegura resuelto en 1962 con una capacidad de “4.500.000 litros que
se estiman suficientes para cubrir las necesidades previsibles en un plazo
inmediato” que no sería para más de 4 días, y la situación del
alcantarillado que “se encuentra ya bastante adelantado. El desagüe final se proyecta
realizar en la vertiente oriental de Sierra Helada, que será cruzada mediante
un túnel. De este modo las playas no serán perjudicadas y, aunque a costa de un
elevado precio, podrán mantenerse limpias”. Conocía el sistema de
corrientes marinas en Sierra Helada mucho más que los ecoprogres talibanes de
Greenpeace en algún episodio vivido. Y estábamos en 1962.
Finalmente, explica
Sarrió cómo era aquél pueblecito del 62: “tres barrios principales: uno emplazado
sobre el montículo que entra en el mar era el centro de actividad de la
localidad y en él residían los patronos de pesca, los patrones de embarcación y
los marinos; otro, al Norte del anterior, denominado ‘El Calvario’, con
población predominantemente agrícola y campesina; el tercero, a orillas de la Playa de Poniente, el barrio
de los pescadores; cerca de él se encontraba el muelle pesquero donde varaban
las embarcaciones”. “En la actualidad el núcleo primitivo aparece rodeado por un
cordón casi continuo de construcciones modernas… diferentes a las del sector
antiguo… “. “Independientemente… ha aparecido un poblamiento
disperso de chalets y zonas residenciales autónomas. Una de las más importantes
y características es la constituida por un grupo de chalets denominado ‘La
colonia madrileña’… chalets bajos y uniformes…ha sido construida especialmente
para absorber al turismo madrileño de clase media y acomodada”. Uhm,
esto último tengo que corroborarlo; es la primera vez que lo leo -y transcribo-.
Y a pesar de
esto, me lo he pasado muy bien leyendo a don Vicente Sarrión Martínez que hoy
debe ser un venerable septuagenario…
[1] Dícese de quien se dedica
a la taracea o pintura de mosaicos; constructor o colocador de mosaicos
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