Ayer celebré la Fiesta del Pilar en La Cava Aragonesa (hasta
tenía un altarcito, erizado de flores, en el Pasaje con La Pilarica). Francisco Javier no tardó un instante en recordarme lo de las Primeras Jornadas de los Arroces de Benidorm
(15 al 21 de Octubre) y la Oktoberfest que se montan (18 al 20),
sin el Theresienwiese (el Prado de
Teresa muniqués) en la Calle de Santo Domingo (del Coño, que la llaman -¡coño, tú por aquí!-) y en el pasaje que
va de ella a la Plaza de la Constitución (Plaza
del Calpí). Lo de los arroces está bien, porque en Alicante somos de
arroces -y no paellas-, y es un atractivo más de la ciudad. Lo de la fiesta
cervecera es una genialidad más… aunque la Oktoberfest oficial de 2012 fue del
22.09 al 07.10… y aquí empieza el 18.10.2012… pero es que en Benidorm, tenemos
“octava”. Es que hay otro Benidorm.
Y hay que descubrirlo también.
Antes, con los “enanos”
familiares me vi el acto oficial del Día de la Fiesta Nacional con todos
los avíos militares (un desfile de crisis, escasito). Y lo disfrutaron los “enanos”.
Bueno, en el Homenaje a la Bandera estuve solo; “La muerte no es el final” es solemnidad,
y los “enanos” aún estaban con sus
padres. Luego las madres descubrieron el sonido del salón y me los despacharon.
A mí, no como a George Brassens[1], la música militar me hace
marchar: Ganando Barlovento me
encandila y Los Voluntarios, a pesar
de ser Zarzuela, me gana.
Cuando casi al final salía en pantalla un soldado de la Nuba,
la banda de Guerra del Tabor de Regulares, que desfilaba blandiendo la porra,
al más “enano” de mis “enanos” (sobrinos nietos) le dio por
imitarle, payasete que es él. Al
final le dimos la mitad de un palo de fregona y se fue con la porra, que no a la porra.
Me acordé de la vieja historia que me contaba mi padre,
sobre la porra y otros dichos más… todos originados en los Tercios Viejos.
Y más, ahora que los lunes en La 1 me cuentan lo de Isabel, la reina del XV, y sale
bastante el Gran Capitán, aún entonces sólo Gonzalo (Fernández de Córdoba). Es el mismo que para Fernando de Aragón, en Italia, puso en
marcha los Tercios, la formidable
arma de guerra de los Ejércitos españoles (hasta Rocroi, 1643, o Felipe V,
1704, según se mire) que constituyó el
primer ejército moderno europeo, con protagonismo
máximo de la infantería, sin desdeñar los cuerpos auxiliares; vamos, como
hoy.
En su recuerdo, aún hoy la Infantería de Marina española (la más antigua del mundo, 27.02.1537… si no contamos la toma de
Sevilla con infantería embarcada en 1268) se configura en el Tercio de Armada, y la Legión tiene sus Tercios: 4 (Juan
de Austria, Alejandro Farnesio, Gran Capitán y Duque de Alba).
Aquellos Tercios,
en recuerdo de la organización de la Legión Tercia (y de la infantería hoplita
-siglo VIII a.C.-) que fue la que Roma envió a la península (o en 1/3 -un
tercio- de ella), en su estructura y en sus aventuras han dado mucho al acerbo
popular: desde “me importa un pito”, dicho del pífano de la unidad, el pito, que solía ser un muchacho que no
tenía el valor en combate de un veterano; “poner una pica en Flandes”, como
ejemplo de superar una gran dificultad como era de hacer llegar a los Países
Bajos material militar para los Tercios; “se armó la de San Quintín” (en
realidad, el día de San Lorenzo en las
inmediaciones de la población francesa de Saint-Quentin), por la batalla ganada
el 10 de agosto de 1577… o “mandar a la porra”.
Mandar
a la porra; esa es la mejor.
Ahora la porra sólo la llevan en las bandas
-de música- de guerra pero antes, en los Tercios, la porra -un robusto bastón con un
remate exagerado en un extremo y una pica de metal en el otro- lo portaba el sargento mayor que abría la marcha.
Cuando convenía parar la columna, el sargento mayor clavaba la porra
en tierra y el Tercio
paraba. La guardia, de inmediato, rodeaba la porra y el alférez, el portador de la bandera,
depositaba allí la enseña. Alrededor de la porra -y la bandera- se constituía
el campamento del Tercio.
Al estar allí, junto a la porra, la guardia formada y armada, a los arrestados también se les mandaba a la porra. De ahí lo de mandar a la porra.
Y en la porra permanecían hasta que de nuevo
se organizaba la marcha, momento en que el sargento mayor alzaba la porra
y el pito y el tambor, que también es tropa, comenzaban
a marcar el orden de levantar el campamento e iniciar la marcha.
A mis tres “enanos”
(3, 5 y 7 años) les ha encantado lo de la porra y, lo que más, mandar a la gente a la porra. Por disfrutar
hoy el corto desfile, y sólo por eso, no les he mandado a ella.
[1]
“La
mala reputación” (1952); 2ª estrofa: Cuando la fiesta nacional/ Yo me quedo en la
cama igual/Que la música militar/Nunca me supo levantar/En
el mundo pues no hay mayor pecado/Que el de no seguir al abanderado/No,
a la gente no gusta que/Uno tenga su propia fe/No, a la gente no
gusta que/Uno tenga su propia fe/Todos me muestran con el dedo/Salvo
los mancos, quiero y no puedo…
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