Me dicen que el Condestable
Zaragoza se merecía un Post él sólo; no sólo una cita en el último, que fue
sobre Cuba. Cierto, pero… ¿Qué decir de más de lo ya expuesto por Ramón Lloréns Barber en su libro “El
Condestable Zaragoza. Francisco Zaragoza y Such. Crónica de la vida y del
heroísmo de un marino benidormense (Ayto. de Benidorm, 1988).
Bueno, decir… diré que para mí el libro de Lloréns (él
acentúa así su apellido) está documentadísimo, pero lo considero absolutamente
infumable. El libro me aburre soberanamente. La cuestión es cómo lo resuelve
Lloréns: se pasa el tiempo dando protagonismo a “el cronista/este cronista”… y,
servidor -el menda- no está para eso.
La documentación es soberbia, pero… He intentado hincarle el diente al libro en
varios cientos de miles de ocasiones… y en cuanto leo más de quinientas veces
lo de “el cronista/este cronista” en tan sólo cinco páginas, aborto la
intentona. Y si comienzo varias páginas después... lo mismo. Así es que el libro vuelve a la
estantería hasta la próxima, por ejemplo ésta.
Es que, verán: el que a la hermanita de 4 años del
condestable se le cayera un diente la noche de San Sulpicio estando en
conjunción Saturno con Alfa Centauro, me deja dormir; el que don Juan Thous
Carreras, el cacique-diputado local de finales del XIX (natural de Altea y afincado
en Benidorm -“el solitario de Lliriets”-)
sufriera achaques con su enfermedad digestiva crónica cuando el futuro
condestable iba para 14 años, pues me trae al pairo[1] (me deja indiferente).
En la Armada, el de condestable
es un empleo ya en desuso. Se creó en el siglo XVI para dirigir a las brigadas
de artillería. Se equiparaba entonces con la categoría de sargento que existía en
los Tercios. Hoy se les llama así a
todos los suboficiales de artillería
embarcada.
Lo de Francisco Zaragoza Such fue una heroicidad de un joven
de 23 años propia de aquella España de finales del XIX. Quiso el destino que lo
enviaran al Vizcaya y en aquél desigual combate una granada yankee por la
amura de babor se llevó la vida de un par de marinos, destrozó la pierna del
jefe de pieza y a él le desgarró el vientre y le hirió en el pecho. Y como
otros varios, pidió un trozo de la
bandera de combate para morir abrazado a ella. La bandera ya había sido hecha
trozos para tal menester con lo cual, imagínense la previsión del oficial al
mando para tan corta singladura entre la bocana de la bahía de Santiago de Cuba
y el bajío de la Bahía del Aserradero donde embarrancó para rendir el Vizcaya
y evitar más muertes inútiles ante la superioridad enemiga. El Vizcaya
explosionó ya varado (¿lo explosionaron antes de que pudiera reflotarlo el
enemigo?) y aún hoy hay quien dice que se ve desde tierra lo poco que queda de
él. No he ido a Cuba a comprobarlo.
Al final, el capellán del Vizcaya, Matías Biesa, fue capaz de recoger unos cuantos trocitos de aquella
bandera, los mismos que se habían entregado a los marineros gravemente heridos,
y hacerlos llegar a la Diputación de Vizcaya, quién la había entregado: “… tenemos
la satisfacción de asegurar a V.E. que fue defendida hasta el último momento
con heroísmo y entusiasmo sin par por todos los tripulantes del Vizcaya… y que
se utilizó para envolver los cuerpos y restañar la sangre de sus valerosos y
heroicos defensores.”.
Las banderas de combate son de grandes dimensiones; más de
seis metros de ancho, por lo general, y la consiguiente proporción de largo.
Vamos, que daba para mucho aquella bandera y 171 muertos en la dotación bien
merecieron algo de ella.
Aquella mañana del 3
julio de 1898 los buques de Cervera eran bastante buenos y la instrucción
de la marinería excelente (así se explica el comportamiento del condestable);
el cinturón blindado de los navíos de línea era superior al de los cruceros de
la época y su artillería era en piezas de gran calibre mejor que muchas
europeas, pero fallaban en las baterías medias, donde los americanos
destrozaron los cuatro barcos: los cañones de 140 mm, los más utilizados en el
combate, fallaron como escopetas de feria; no había distancia para el grueso
calibre y ahí fallamos. El Cristóbal
Colón (adquirido en Italia, clase “Giusseppe
Garibaldi”) entró en combate sin sus piezas principales; con dos vacíos a
proa y popa. No había dinero para armarlo; y aún así viajó desde España y entró
en combate. Siempre quijotes.
La grandeza y la miseria de aquellos 110 días de guerra, y
en particular la del combate donde murió el condestable Zaragoza está muy bien
expuesta en “La caída de España” (“The
Downfall of Sapin, Naval History of the Spanish-American War”) de Herbert W
Wilson. Recomendada; no cuenta nada de la concuñada de nadie.
No obstante, si gustan de la minuciosidad, el detalle no les
desvía de la cuestión y admiten el protagonismo de “el cronista/este cronista”,
el libro de Lloréns está a su disposición. Uno es que es muy primitivo, incluso
agreste y montaraz, y si quiere saber más, lo busca. Pero primero que le
cuenten lo del condestable y luego especulamos sobre si tuvo novia y le hacía tilín una prima, sobre de qué habló con
su primo bachiller en Benidorm aquella tarde de permiso y cómo se despidió de un
amigo, compañero de promoción, cuando en las Azores fue destinado al Vizcaya,
que eso es especular.
El 23 de abril de
1899 la Corporación Municipal de Benidorm homenajea al Héroe de Cuba dedicándole la calle en la que había nacido y ahora
volvía a residir su familia (su padre había sido práctico del Puerto de
Tarragona y a su jubilación, regresó a Benidorm). La calle de las Rocas/les
Roques pasó a llamarse “Condestable
Zaragoza”. Pero faltaban las 7’83
pesetas que costaba la placa, y su colocación, y hubo de esperar el
condestable a 1902 para ver esa
deferencia “A la memoria del heroico marino de esta Villa don Francisco Zaragoza y
Such, Condestable de la Armada, muerto gloriosamente en el combate de Santiago
de Cuba a bordo del acorazado Vizcaya… “. Ya hubiera querido estar bien
acorazado el Vizcaya, siendo un crucero, y que los González Hontoria de 140
mm, y la pólvora, hubieran funcionado bien.
La
placa de 1902 no es la actual, ¿por qué? Alguien se empeñó en roturarla
también en valencià y… La actual es de 1991… y está en castellano.
En 1924 un buque
guardapescas, por Real Orden, pasó a llevar su nombre: Condestable Zaragoza.
Participó en el Desembarco de Alhucemas y otras acciones de guerra en
Marruecos. Fue dado de baja en 1940. Volvió a navegar el Condestable Zaragoza en 1980 con el numeral A-66 en un buque-aljibe que se encargó
de avituallar los peñones de Vélez de la Gomera, Alhucemas, Alborán y las Islas
Chafarinas. En Benidorm y de Benidorm fue su bandera de combate, cómo no. En la
LOBA figura su baja en 2009. En 1981
el edificio del Cuartel de Alumnos de la Escuela de Tiro y Artillería Naval de
San Fernando (Cádiz) lleva también su nombre: Condestable Zaragoza.
[1]
"poner al pairo" o "pairar"
es una maniobra en la que mantenemos la embarcación estática con respecto al
fondo, si existe marea de arrastre implicaría mantenerlo cara a proa y con poca
superficie de velas para contrarrestar el impulso y así quedarse en la misma
posición.
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