En marzo de 2005 para un
Seminario de Geografía Histórica me marqué estos párrafos que levantaron su
polémica. De la prospección arqueológica del sábado último he rescatado buena
parte de ellos…
Algunos
hombres del Renacimiento,
satisfechos de sus vivencias culturales, determinaron que entre el apogeo
cultural en que vivían y la Antigüedad clásica -Grecia y Roma- había
existido un tiempo oscuro e intermedio que se caracterizaba por una
absoluta falta de cultura. Y no les interesó. En el apogeo del Romanticismo (siglo XIX) se empezó a
mostrar interés y atracción por aquél tiempo intermedio y oscuro que llamaron Edad Media, y comenzaron a estudiarla.
En
el 711 llegaban los moros que se
asentaron por aquí hasta 1492 (o 1609, que mantengo yo). Y aquí empieza la
curioso porque que por aquellos días -la mayor parte de la Edad Media-
musulmanes y cristianos convivieron en paz. Esencialmente, sostienen Ubieta y Roglà, por dos motivos: porque los cristianos carecían de economía,
riqueza y fuerza militar y porque la
religión lo presidía todo y nadie estaba por contradecir el Corán (el Catecismo cristiano es del Siglo XII). Así las cosas, la península se islamizó y no se arabizó:
se convertían aquellos hispanogodos al islamismo por un “quítame allá esas pajas” con el arrianismo y porque llegó un tal Malik ibn Anas (La Almoata; Siglo VIII) y lo puso en bandeja: basaban su fe en el
Corán, en la palabra del Profeta y en el “no
sé” que es lo mismo que nuestro más reciente y célebre “doctores tiene la Iglesia” para las
cosas complejas en las que no se sabe que responder. Y funcionó. Pero por
encima de todo estaba el parné, maldito parné, y el sexo, como refleja una crónica
de Ahmed Arrazi (siglo X) advirtiendo
a Damasco de que “los cristianos se convierten al islamismo para huir de la justicia, no
pagar tributos o pretender casarse con diversas mujeres al mismo tiempo”.
Y como quiera que aquellos primeros invasores no estaban por la labor dura del
Islam, dejaron que los cristianos del momento -incluso los mozárabes- tuvieran organización jurídica, política y eclesiástica
propia de acuerdo con la tradición visigoda. Hasta Abderramán II les organizó el Concilio
de Córdoba (851).
Con
los años la cosa cambió un poco -en algunos momentos, bastante- pero siempre
muy lejos de lo que explicó alguno del nacional-catolicismo. Los musulmanes en
tierras cristianas -los mudéjares-
si bien no tuvieron estatuto jurídico propio hasta bien entrado el XV, lo
pasaron bastante peor, pues se les obligó a bautizarse y se les adjudicó, finalmente,
el despectivo de “moriscos”, aunque hasta el XV tuvieran universidad propia y
reconocimiento.
Todo
esto hay que reseñarlo y dejarlo claro porque la Reconquista, como tal, no
empieza hasta el Siglo XI, a propuesta del Reino de Pamplona y en plan cruzada:
el Papa Alejandro II convoca -1063-
la primera contra Barbastro (Huesca,
en el corazón del Somontano) que llena la España norteña y cristiana de
centroeuropeos ávidos de gloria y religiosidad... y, naturalmente, un buen botín).
A raíz del éxito del experimento español el Papa Urbano II predicó y consiguió en 1095 la Iª Cruzada a Tierra
Santa.
Los
cruzados Europeos -mírense algunos los apellidos- estuvieron por aquí, luchando
contra el infiel, desde 1064 (Barbastro)
hasta 1340 (El Salado), pasando por Toledo (1085) o la celebérrima de Las Navas de Tolosa (1214), que también
fue Cruzada.
La
cosa fue dura, miserable y lenta: la toma de Granada se inicia en 1292 y termina
en 1492, ¡¡200 años después!! Mientras les duró el oro a los granadinos.
Y
fue lenta, en general la Reconquista, porque la cosa de la orografía era
determinante para invasores (desde el Sur) e invadidos (en el Norte). Los
entonces despoblados, inhóspitos y
salvajes valles del Miño y del Duero iniciaban una frontera natural, por el
Atlántico, que completaban las Bardenas,
ahora desérticas y entonces desiertas y sólo habitadas por especies pinchosas y
pastos bajos) y los claros desiertos peninsulares de La Violada y Los Monegros,
para terminar en la hostil llanada
leridana, hasta las cordilleras
costero-catalanas cercanas al Mediterráneo. Esta orografía fue una barrera natural para unos y otros durante siglos.
Sólo
la cuenca media del Ebro -la Bardulia
romana- y la costa catalana eran proclives a la invasión y por ello fueron
fortificadas por los de arriba, en torno al año 800, con profusas
construcciones que darían nombre a estos territorios: Castilla, en la cuenca media del Ebro, y Cataluña o tierra de castellanos (castlans) en
las cercanías costeras mediterráneas.
Imaginen
que las campañas militares se realizaban a través de las únicas rutas
practicables de por entonces -las calzadas
romanas conservadas por los visgodos- y como no existía la Intendencia, los ejércitos vivían de la
natural rapiña de cosechas y ganado. Y con el paisaje desértico y durísimo
antes descrito, por mucha vía romana que hibiera, hasta bien entrado el siglo XII no hubo nada desde Coria (Cáceres) a
Asturias (por la vía de la Plata), ni hasta Zaragoza donde tomaban la otra
vía romana paralela, al Cantábrico.
Y,
como dijimos, fueron los del reino de
Pamplona los que iniciaron la Reconquista temerosos de la cercanía de los moros y las continuas razzias de pillaje.
Mientras
hubo oro, oro del Sudán, aquí las cosas con al-Andalus funcionaban de perlas. Antes de los reinos de Taifas, que buenas parias pagaban, la cosa económica
estaba en el tráfico de esclavos eslavos
-que traían y comerciaban los judíos
viajando al amparo de las juderías de Praga,
Colonia y Barcelona con destino a las tierras del sur peninsular, dejando por
toda Europa un reguero de oro bendecido por la cristiandad de entonces. Abderramán III era sobrino-nieto de la
reina Toda de Navarra y el lío
nobiliario se enreda de forma taimada con nobles de un lado y de otro educados
y formados por “el enemigo” de turno;
luego no lo serían tanto.
Lo
único claro que tenían aquellos europeos, muy dados a venir a combatir al
infiel en cruzadas, era el nombre del país: España, que a finales del XII lo era para toda la península, si
bien antes (del XII) ese nombre sólo designaba a la que estaba en poder
musulmán, al-Andalus para los de abajo. El resto del territorio peninsular lo
componían Asturias, Pamplona, Castilla y Castlans. Si,
Castilla y Castlans (Cataluña), tierras de brega y fortuna militar. No olvidemos
que Luis de Camoens (1524-1580) lo deja muy claro al hablar de la península: “Hablad
de castellanos y portugueses, porque españoles somos todos”.
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