Nada
más saber en junio de 2004 que se cortaba de cuajo el PHN (en lo que se refiere al Trasvase del Ebro) puse negro sobre
blanco esta columna que publicaron CANFALI y PORTADA. De este charco salí
bastante limpio, aunque con alguna salpicadura que en debates posteriores me
quisieron hacer pagar. Y arremetí contra Aragón. Hacía un par de meses que
asistí a un encuentro sobre Agua y Turismo y venía desbocado. Pero, de lo
escrito… no cambio ni una coma. Si recuerdan aquellos días del principio del
verano de 2004 verán que no desentonaba. Pero fue un charco que pisé… en junio
de 2004.
El Día
de la Infamia y el espíritu de La Bullonera
El Día de la Infamia.
Así calificaron los norteamericanos al día del ataque japonés a Pearl Harbour.
El Día de la Infamia.
Así califico yo al 18 de junio de 2004
cuando el Consejo de Ministros, presidido por la primera mujer que lo hace en
España -es su segunda vez-, deroga, por decreto-ley de artículo único, nueve
artículos del Capítulo III del PHN y los anexos que incluyen las actuaciones de
interés general y urgentes en las Cuencas Mediterráneas. ZP no ha querido ni
estar.
PHN 2001 – Gráfico de El País (2004) [Añadido para ilustrar este Post] |
La infamia es, también, lo de la nutria. Lo de la nutria me exaspera. Un argumento contrario al
trasvase esgrime que de llevarse a cabo 33 de las 110 presas prevista en el PHN
iríamos directos a la desaparición de esta especie “vulnerable”. Bien,
trabajemos en solucionar lo de esas 33 presas y la nutria a nadar. Y el agua a
dónde la necesitamos. Pero a fin de cuentas, aquí, lo que subyace es ese
nacionalismo talibán de siempre, cainita total, que persiste entre las regiones
de España. Durante los años de la Transición,
“La
Bullonera” canturreaba aquello de “quien quiera llevarse el agua y
el trabajo de Aragón, tendrá que vérselas primero con toda su población”.
Han pasado los años y es que estamos en las mismas: en Aragón sólo se percibe
el ceder agua como una agresión.
Y lo más grave es que culpan de sus males a la errónea,
incontrolada y absurda disposición socioeconómica de las regiones inmediatas
mediterráneas (Cataluña, Comunidad Valenciana y, hasta, Murcia) que “han apostado por el descontrol agrícola y
urbanístico a sabiendas de que son hídrico-dependientes”, mientras ellos -no
se culpan de nada- optaron por un sistema centralizante que concentró en
Zaragoza al 50% de la población y el 93% de la industria de un territorio
inmenso que se les ha ido despoblando poco a poco. Lo que es infamante es que
lo sostengan, incluso desde la Universidad de Zaragoza. Hace unos meses estuve
entre Sástago y Escatrón y para las gentes de allí lo más sencillo era irse a
Zaragoza (70 km) a tomar café.
Increíble. Si Christaller levantara la cabeza
hacia los meandros del río que dio nombre a estas tierras, se volvía loco. Eso
es centralidad.
Aragón,
agobiada por unas condiciones edáficas y climatológicas continentales e escasos
kilómetros de la bondad mediterránea, optó por potenciar Zaragoza. Les faltó
ese toque fenicio -comercial, ante todo- que impera por aquí y que ha hecho que
el espíritu emprendedor se lance a rentabilizar opciones. Cierto es que al
socaire del trasvase Tajo-Segura se concibiera un El Dorado citrícola que roturó hectáreas por doquier en el sur de
Alicante, y en Murcia, pero más cierto es que no se sigue en ello y que el
trasvase nunca trajo las cantidades prometidas.
Ahora, la cosa, era distinta. El PHN’01 trasvasaba agua,
construía embalses, reforestaba cuencas, mejoraba los regadíos, construía
algunas desaladoras estratégicas y ponía en marcha medidas ahorradoras. El PHN’01 tuvo el respaldo del Consejo
Nacional del Agua.
El Plan Borrell
del 93 tuvo el rechazo del Consejo
Nacional del Agua y sólo lo aprobó el Consejo de Ministros.
El
PHN’01 salió adelante con 69 votos a favor y 15 en contra
(Aragón, Baleares, Asturias, Andalucía, 3 organizaciones Ecologistas, 2
organizaciones agrarias, 4 expertos en hidrología y 2 usuarios de Andalucía).
También 1 abstención de una experta hidrogeológica. Entre los votos a favor destaco los de Rodríguez Ibarra, por
Extremadura, y Bono, por Castilla-La Mancha, además de las comunidades del PP y
los de la inmensa mayoría de los expertos hidrogeológicos. La enmienda a la
totalidad del PSOE, que fue rechazada, plateaba -entre otras cosas- un Banco de
Agua Público y triplicar el número de desaladoras que ya de por sí contemplaba
el PHN. La Ley de Aguas llegó a Ley
y está en marcha. Estaba...
De Murcia poco puedo opinar, pero de la Comunidad
Valenciana, que la vivo a diario, sí. Aquí se aplicó a rajatabla el Plan de Modernización de Regadíos y se
han puesto en marcha un sin fin de medidas que cuentan con la obsesiva
vigilancia de un técnico de prestigio, José
Ramón García Antón, obsesionado con el tema del agua por padecerlo desde su
etapa -al menos- de su responsabilidad para el Ayuntamiento de Benidorm y para
el Consorcio de la Marina Baixa. Pocos se acuerdan del Congreso Mundial del
Agua, de los elogios al sistema imperante y a la gestión en la comarca. Por eso
es infamante obviar a García Antón, a Mari-Àngels Ramón-Llin y a Gema Amor en
esa inmensa labor por colocarnos a la vanguardia del consumo racional de agua
en la agricultura (que consume más del 70% del agua).
Sabemos que a día de hoy distinguimos agua agrícola, agua urbano-industrial, agua de usos higiénicos y agua
de boca; y que esta última apenas representa el 1% del total. Pero el agua
la necesitamos para que funcionen nuestras ciudades y la estructura de
desarrollo de la cual vivimos. Sabemos todo eso y que los aragoneses no son
los guardianes del botijo.
Pero lo más infamante es que crean que otros crecen a costa
de ellos.
Los números, las cifras, están para ser interpretadas y
vistas. Vamos, lo de la botella medio llena o medio vacía. Mientras escribo, el
agua se sigue escapando y llegando al mar. En 2003 el Ebro, respetando un
caudal mínimo de sostenibilidad superior a los 300 m3/seg en su
desembocadura, tiró al mar el equivalente a 9’3 trasvases. Con los 100 m3/seg
que preveía el PHN serían más de 12. Y aquí estamos.
La
infamia es poner en un brete al sector turístico -en el
más amplio sentido de la palabra- con la amenaza de un precio exorbitado a sus
necesidades de agua. La infamia es mantener un no crezco porque no puedo, pero
tampoco dejo a los demás que lo hagan. La infamia es repescar el espíritu de La
Bullonera aireando el viejo estandarte del agua para el golf y la
urbanización turística, a sabiendas de que no es cierto.
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