Volvía yo de Alicante, de una de esas entrevistas de trabajo
en la que vas a releer el currículum -porque todo gira sobre los mismo y bien
clarito que queda que mi inglés no pasa de la barra de un bar- y terminan con
un “muy interesante y profesional, ya nos
pondremos en contacto con Ud.” que es como decirte que no (pues previamente se supone que se habían leído el C.V. y sabían
de mis capacidades y hasta de la pinta que arrastro, por la foto), cuando tuve
que repostar ya muy cerca de Benidorm y, de paso, mercar algo para la cena. En
la pescadería había huevas de sepia (pocas, pero las había. Que no siempre las
hay); que bien hechas es un manjar de… por lo menos, cardenales.
Y “mi contraria”,
que me acompañaba, pide. “Hale, medio
kilito bien puesto”, le dice el mozo de la Pescadería. Y eso que coges el
paquetito y por mucho envoltorio que lleva, como que aquello no pesa medio
kilo. No sé, nunca he reparado en sopesar, a mano suspensoria, medio kilo (ni
kilo entero), pero que, efectivamente, aquello no podía pesar medio kilo. Y en
eso que le dices al pescadero que te lo vuelva a pesar… y -¡Oh, prodigio!- los
dígitos de la balanza supuestamente electrónica marcan 386 gramos. La cara del
chico es de incredulidad. Los vuelve a pesar, y 375 gramos. Se dirige a la
balanza de al lado, y 411 gramos. Repite la operación, y 395 gramos. Volvemos a
la primera, y 385 gramos… Con esa pesada y el ticket pertinente saqué las
huevas de sepia de allí mientras el pescadero juraba, y el primer ticket lo
decía, que “al principio” pesaba 515 gramos.
Lo hicimos constar en atención al cliente y…
No es que dude, pero a partir de ahora me voy a tener que ir
de compras (ahora que parece que voy a tener muuuuuucho tiempo libre) con una balanza analítica bajo el brazo… aunque no sé como le afectará el
traqueteo del paseo a su precisión.
Esto es un lío; echo de menos al zabazoque (el señor del zoco)… y aprovecho para recomendar el libro
de Pedo Chalmeta que cuenta estas
cosas: “El ‘señor del zoco’ en España.
Edades Media y Moderna. Contribución al estudio de la Historia del Mercado”
(Inst. Hispano-árabe de Cultura; 1973). ¿Quién controla ahora la cosa del peso?,
¿es que ha vuelto la sisa[1]?...
Yo recuerdo haber oído a mi padre, en casa, lo de los ediles
romanos, magistrados que eran para las cuestiones de la “mensurae” (medidas) donde
entraba la “pondera” (pesos) y la “capacitas” (capacidad) en virtud, por
ejemplo, de la Lex Cornelia de falsis (esto ya lo he visto en Intenet, y Lex
Cornelia había para casi todo: injurias, sicarios, venenos, traición… ¡Jodó con
la Lex Cornelia!). No voy a pedir lo mismo para los ediles de ahora: apañaos
íbamos.
Y también recuerdo lo del almotacén[2] (palabro árabe que entró en el castellano), o alamín (tal que almotacén); lo del fiel del rastro y hasta lo del Fielato
(que también tenía funciones de los actuales veterinarios de sanidad pública)… Personajes investidos de autoridad que
comprobaban, ¡¡¡y vigilaban!!!, el ajuste exacto de los pesos y medidas. Y
actuaban de oficio, a instancias de cualquiera. Vamos, a instancias de mí mismo
el mismísimo jueves pasado con lo de las huevas de sepia.
El almotacén -además- comprobaba el peso y calidad de la
moneda del cliente. Yo iba a pagar con tarjeta.
Hoy echo de menos la institución del Peso Real (s. XVIII) y aquella Ley
de Pesos y Medidas que aunque se parió en 1849… no entró en servicio hasta
1880… España es así.
Ahora es el Ministerio
de Fomento el que controla la cosa, y los
establecimientos están obligados a lucir en sus básculas las pegatinas
reglamentarias de que han pasado la inspección correspondiente (la “ITV” de las básculas), que tiene vigencia por dos años. Son las Comunidades Autónomas las que deben
velar por ello.
FACUA, en 2010, hizo un estudio y denunció que el
36% de las balanzas de los establecimientos no ofrecen un peso correcto y el
47% ofrece no exhibía el sello preceptivo, con lo que no se sabe en qué
siglo fueron verificadas.
Yo no me fijé en si la balanza que el jueves mesuró las
huevas de sepia tenía sello o no; pero lo que sí que se es que el peso que
marcó no se correspondía con la realidad: en el pesito de casa (que se usa de
uvas a peras) marcaron las huevas 383
gramos… pero estaban de película. Ana las prepara que no vean; hasta dos
botellines de Grimberger optimo bruno les entraron… Es que la cebada -y la
miel- del viejo condado de Gâtinais, en el valle de Loing (afluente del Sena), y
el espíritu de San Norberto obran
milagros.
Por esta vez pase, por San Norberto, pero exijamos que las
balanzas que nos pesan las cosas estén también en condiciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario