Mikel
de Epalza (1938-2008), doctor en árabe medieval, fue (es) uno de los
arabistas más prestigiosos de este país. La Universidad de Alicante fue el
último centro en el que impartió su cátedra (1979-2007), después de pasar por
las Universidades de Barcelona, Lyon, Túnez, Argel, Orán, Comillas (Madrid) y
Madrid (Autónoma). Ingresó en la Compañía de Jesús (1954) y se licenció en
Filosofía Eclesiástica, Filosofía y Letras, Filología Semítica (doctorándose en
árabe) y Teología Católica; cuatro, que son cuatro y un doctorado. Después se centró
en investigar los temas árabes del Medioevo peninsular. Tradujo el Corán al
catalán y estudió a Turmeda y a los moriscos, antes y después de la expulsión.
Fue un experto en Islamología, como
llamó a “la disciplina dedicada al
conocimiento del Islam como religión, cultura e historia”. En 1977,
coincidiendo con su llegada a la Autónoma de Madrid, abandonó a los Jesuítas, y
en 1978 recalará en Alicante, donde accederá a cátedra de esa Universidad para
el curso siguiente.
En 1982 llegó a la Universidad de Alicante María Jesús Rubiera (1942-2009),
especialista mundial en literatura de al-Andalus, catedrática, también, de
estudios árabes e islámicos. Compusieron un brillante equipo que terminó en
matrimonio hasta que un accidente de tráfico acabó con el arabista. Ambos
consiguieron con “Els noms arabs de Benidorm i la seua comarca” el Premi “Ciutat de Benidorm” d’Investigació, 1984.
En su trabajo destacan que “La Marina Baixa es un ejemplo del
diálogo amoroso entre el hispano-árabe y la tierra” o que “la
historia árabe de La Marina Baixa fue feliz, y… los pueblos felices no tienen
historia”.
Se sintieron, con este trabajo, “un poco como violadores al
desgarrar el secreto de una historia tan bien guardada a través de la toponimia”,
aunque advertían que esta labor “no se acaba nunca, quedan muchos nombres aún
por descifrar” porque nuestra toponimia arranca “del dialecto hispano-árabe
distinto de la lengua árabe común” y porque es notoria la falta de más
estudios de la fonética de los arabismo del catalán. Mikel de Epalza se decantó
por el catalán.
Rubiera y De Epalza señalan que “nuestra toponimia
(comarcana) arranca con nombres que no serán árabes en origen, pero se han
arabizado”. Y ahí está la clave de todo.
Así, comienzan por analizar Canfali, el cerro Canfali, el promontorio rocoso que emerge en el
centro de la bahía, como empujado por las dos playas, y sobre el que se asentó
la primera población. Y llegan a la conclusión de que al término latino “can”
(cantil) se unió el árabe “fali”
desde “jalïy” y así Canfali es la “peña adelantada” entre
dos arenales, lo que responde, insisten, “a
su realidad geográfica”.
Y sobre el Canfali nacerá la población de Benidorm.
Aceptan, con reparos, la propuesta de Gaspar Juan Escolano (1560-1619) sobre “Benidorm” como “Beni Darhim” traducido como (el
lugar de) “Los hijos de Därhïm”, pero indican que no todos los “Beni” tienen ese sentido, porque muchos
tuvieron su origen en “Binna” (peña).
Y explican su reparo a Escolano: “la evolución normal de Därhïm al valenciano
no sería Dorm, sino Darfen, Darfin o Darfí”.
Y al respecto de la salida de Carme Barceló (1942-) sobre que no es Beni Darhim sino Beni
Durayhim, replican ellos que Durayhim
evolucionaría a “Dorofen o Dorefin” y no estaríamos en el nombre
actual.
Proponen Rubiera y De Epalza un “Duarim” para que
lleguemos a Benidorm, “pero este topónimo no existe”.
Reconocen que así
llegamos a un callejón sin salida (“un
atzucat”, en catalán).
Para Rubiera y De Eplaza “el topónimo Benidorm es una excepción
a las reglas de la evolución fonética del dialecto hispano-árabe al valenciano”.
Sólo está documentado “el lloc de Benidorm” a partir de 1325; no aparece en El Llibre del Repartiment.
Pero hay una pista: las
posesiones del rey Jaime I en el Tratado de Almizrra, según la crónica real
del propio Rey: “E nos haguesem Catalla e Biar, e Releu, e Sexona e Alarch, e Finestrat
e Torres e Polop en la Mola que es prop de Aques, e de Altea e Tormo quis
encerraba dins les termens”.
Y aquí encontramos las actuales localidades de Castalla, Biar, Relleu (Releu), Xixona/Jijona (Sexona), Sella
(posiblemente, donde se ubica la actual partida de l’Arc; por Alarch), Finestrat, un punto en la desembocadura
del río Torres (cerca de Villajoyosa) llamado Torres, Polop (en la montaña que hay cerca de Aguas de Busot, Aques en la
crónica), Altea y… Tormo.
Este “Tormo” les
parece a la pareja de filólogos “enigmático” y se preguntan: “¿este
Tormo no podría ser el Dorm de Benidorm?”.
Y analizan la palabra “Tormo” basándose en Joan Corominas (1905-1997): Tormo
significa “peña aislada”, “peña aislada a modo de hito o mojón”
y que como topónimo está ampliamente documentado: el Tormo Gros de la Sierra de
Albaida, el Tormo (Cantal Gros) de Carcagente/Carcaixent, la Font del Tormo en
Tavernes, etc.
Y geográficamente, señalan, “Benidorm podría ser un tormo… un
canfali”. Y concluyen: “el nombre de Benidorm sería la peña aislada
o tormo, descripción de peñón rocoso, promontorio aislado entre los arenales y
el mar”. Y aportan la descripción del profesor Quereda Sala, geógrafo,
que había publicado, acabando los 70, su tesis sobre la comarca: “El cerro (de Benidorm) forma casi una
península y presenta al mar costas y excavaciones que las olas aumentan
progresivamente, dejando sin base masas considerables que caen al agua”.
Y como colofón, explican la evolución fonética entre Tormo (Torms)
y Benidorm: “Nuestra explicación es que Benidorm se conoció como Tormo en época
árabe, como un ejemplo más de aquellos topónimos románicos fosilizados. Después
de la conquista se le añadió un ‘Beni’ delante”. Los conquistadores,
explican, “no sabían lo que significaba ‘Beni’… y cuando se habían encontrado en
poblaciones moriscas con un ‘Beni’ pensaron que significaba ‘los del tal lugar’”…
y se lo aplicaron a Tormo/Torms.
Así, “Benidorm sería,
según nuestra hipótesis, un arabismo falso creado por los conquistadores”.
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