Este viernes no hubo tertulia, pero sí cafés (y copa -copas-
y puro; faltaría más). No había invitado ni estábamos en el Meliá, pero hicimos
nido. Y entramos con que si Andalucía, que si VOX, que si tapatín y que si tapatán
y terminamos con la política turística de este país. Somos así, no tenemos
remedio. Para cuando nos dimos cuenta se notaba que ya no estábamos en agosto,
que el sol ya se había acostado y que teníamos casa.
Y al llegar a casa, me puse a escribir esos detalles que no
salían en la improvisada tertulia pero que bullían en mi sesera. Y había que dejar meter baza a los otros y no
pretender siempre tener la razón a la vera.
A finales del XIX -todo tiene un principio- resulta que los
países punteros de Europa -Suiza, Francia e Italia- habían encontrado en el
Turismo una importante forma de entrada de divisas, que por aquellos días era
lo que más ansiaban los gobiernos: el papel moneda de los otros.
En España, un efímero presidente del Consejo de Ministros de
“Doña Virtudes” -la reina María Cristina Habsburgo-Lorena, regente- un tal Eugenio Montero Ríos, ordena, ante el
éxito de los otros países y sabiendo que aquí teníamos de todo aquello en
abundancia -aunque pésimamente conservado- la puesta en marcha de la Comisión Nacional para el Fomento de las
excursiones artísticas y de recreo del público extranjero; porque esto del primitivo
turismo se inventó para las excursiones artísticas y el recreo “del
público extranjero”; porque el nacional bastante tenía con llegar a
comer una vez al día, la mayoría, aunque todos ‘sabían’ de la importancia de
las cosas ‘de moros o romanos’. Ah, recordemos
que, al poco de esto que les cuento, a esto del turismo se le llamó la industria
de los forasteros… ya que la mentalidad del español de la época
consideraba una excentricidad eso
del viajar por recreo o placer (González Morales, doctor en Humanidades;
Estudios de Turismo 163-164, 2005). Pero la verdad es que sólo una minoría se
podía atrever.
Se creó la comisión y se encargó su financiación; aquí las
cosas se hacen bien. En aquellos días de 1905 sería el conde de Romanones, don
Álvaro de Figueroa, el que recibiría el encargo de disponerle a Comisión los
fondos necesarios para funcionar. (¡ja, ja, ja, ja!) Comenzó adscrita a Fomento…
lo que da idea de lo despistados que andábamos. ¿Dónde colocamos Turismo? Pues…
la cuestión es darle impulso, estímulo y promoción. Entonces, diccionario en
mano: ¡¡a Fomento!!
Lo primero que hizo la Comisión fue ordenar el
funcionamiento del hospedaje en España. Teníamos un completo Reglamento de
Viajeros (en diligencia), con el tema del alojamiento y la restauración resuelto;
pero era del siglo XVIII y ya los viajeros románticos ingleses nos habían contado
que era más bien deplorable. Y para colmo, estaba la boda del rey Alfonso XIII
(1906) y hubo que ingeniárselas en Madrid para tener alojamientos acordes al
nivel de los invitados.
También se implicó la Comisión en reglamentar el transporte
de viajeros. Y organizó dos congreso “internacionales” de Turismo (Zaragoza y
San Sebastián) y asistió a otros dos en el extranjero (Toulouse y Lisboa).
En junio de 1911 el gobierno de José Canalejas -liberal- da el carpetazo a la Comisión -por
inoperante; no tenía un real y mucho campo por arar- y crea la Comisaría Regia de Turismo y Cultura
Artística, adscrita a su persona; a la Presidencia del Consejo de Ministros.
El objetivo era conseguir más divisas; digooooo… más viajeros extranjeros y
divulgar la riqueza artística del país con el compromiso añadido de
conservarla. Canalejas tuvo un acierto mayestático: nombró comisario a Benigno de la Vega-Inclán, al que ahora
se le están promoviendo homenajes a tutiplén. Es de justicia.
Don Benigno era marqués y militar -y acaudalado hacendado-;
había estado viviendo, nada más despuntar el siglo XX, por París, Londres y
Berlín; tenía posibles y se había imbuido de la realidad de aquellas culturas
por el arte y “el turismo”. Nada más volver a España (1905) se empeñó en
recuperar la Casa de El Greco, en Toledo, a sus expensas; incluso en 1907
consiguió autorización gubernamental para comprar y crear el Museo del Greco. Y
lo sufragó. Incluso puso en marcha su Patronato.
Don Benigno, en 1910, ante el desastre en que seguía sumida
la ciudad de Madrid en cuanto a hoteles, invitó al belga George Marquet a invertir en la capital -primero el Hotel Palace y
luego comprar el Ritz- para ponerla a nivel europeo. Y provocó el auge de los
hoteles por toda España.
A raíz de estas iniciativas, Canalejas le anima a
convertirse en comisario de su Comisaría. Y fue un acierto.
Y en la calle del Sacramento, en el entorno de la Plaza del
Cordón (Distrito Centro, Barrio Palacio), instaló la Comisaría y puso en marcha
el Museo del Turismo, que más que un museo como tal era una agencia de viajes
para incitar, mediante fotos, a visitar los grandes paisajes de España.
De las primeras actuaciones de don Benigno fue el recuperar
la Sinagoga del Tránsito (siglo XIV, Toledo). Luego se dedicó a la promoción de
España (Expo en Earl’s Court, Londres, o por los EEUU, siendo recibido por el
presidente Taft y por el que sería su sucesor, Woodrow Wilson, causando gran
impresión en ambos y en la prensa norteamericana) y las acciones en Andalucía
una vez que el gobierno de Eduardo Dato
le nombró senador vitalicio; era un chollo: avispado, emprendedor y se jugaba
sus propios cuartos.
No paraba: espoleado por el reconocimiento senatorial se
empeñó en recuperar la Alhambra y puso en marcha su Patronato; y comenzó la
recuperación de los Alcázares sevillanos, los jardines de Murillo, la Iglesia
del Salvador y calles y callejas sevillanas. Y en su haber hay que apuntar
también la Casa de Cervantes en Valladolid y el Museo Romántico en Madrid, que
es a donde fue a parar el conjunto del “Museo del Turismo”.
Y fue el responsable de las primeras publicaciones
turísticas de este país, de la idea de los refugios de montaña (Sierra Nevada y
Sierra de Gredos; paradores) y de recuperar el teatro romano de Mérida.
Ah, don Benigno desempeñaba su cargo de manera gratuita y a
su costa se hacían muchas de las obras iniciales. Con el tiempo, le llegó un
poco de pasta (que no basta más que en el caso de Gior). Un homenaje es poco.
No es de extrañar que con esa productividad -y a ese costo- Primo de Rivera -el siguiente en la línea del tiempo del poder- le dejara al
frente de la Comisaría donde continuó su labor hasta que en 1928 les dio por
eliminar la Comisaría regia, por su excesivo protagonismo -se llegó a decir-, se
le aparta (la edad de don Benigno contribuyó mucho a ellos) y se crea el Patronato Nacional de Turismo con el
objetivo no solo de atraer visitantes de allende nuestras fronteras sino de
estimular el turismo interior. Alberto
de Borbón y Castelví, duque de Santa Elena, fue su primer presidente. Y ya se sabe, duque es más que marqués; pero es
menos a la hora de hacer.
La novedad del Patronato fue que contó con partida presupuestaria
propia: un fondo para su financiación. La Comisaría llegó a contar con dinero
que le llegaba de Fomento, como inicialmente se había previsto, y de los
departamentos de Instrucción Pública y Bellas Artes; que llegaban cuando
llegaban: Para el nuevo fondo de financiación del nuevo organismo se pensó en
la creación de un impuesto sobre los
viajes en ferrocarril de personas y animales (ganado vivo) para tener una
asiduidad con el Patronato. Por lo pronto, y para que llegara el impuesto y se
materializara, un préstamos. ¡Olé, Olé y Olé! por el sistema financiero desde
el primer día.
La actividad del Patronato se centró en las Exposiciones
universales (1929) de Sevilla y Barcelona, la adecuación de infraestructura
hotelera, el tema del transporte, los congresos y la información sobre los
atractivos del país.
En resumen: las primeras políticas de Turismo en esta país
salieron de la mente -¡¡¡y del bolsillo!!!- de un particular. La Administración
siempre fue detrás.
Qed.
Nota: Qed, por si a alguno de los tertulianos de ayer el
humo le cegó las orejas… Y, mañana si me acuerdo, más.
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