En 1950 casi llegamos
a los 750.000 turistas. Hacía poco menos de cinco años que había terminado
la IIGM y poco más de una década que lo había hecho la nuestra.
Para mí la clave estuvo en las ganas de los europeos
(primero y de los propios españoles después) de olvidar la situación, en las
vacaciones pagadas (que venían de antes) y en el nuevo concepto del tiempo
libre que se enseñoreó de la Europa occidental. Luego entrarían en liza los
niveles de renta (europeos), el automóvil y el avión, la necesidad patria de conseguir
divisas y la continentalidad que llamamos ahora: la inmediatez a la Europa que
podía viajar.
Pero esto tuvo su proceso.
En 1938 existían ‘las
dos Españas’ y cada una tenía su ente de Turismo. Sí, estaríamos en guerra
pero la estructura de la Administración lo contemplaba. El Patronato Nacional de Turismo en la España republicana y el Servicio Nacional de Turismo en la
España sublevada; el primero, recordemos, adscrito a la Subsecretaría de la
Presidencia del Consejo de Ministros; el segundo, a la Subsecretaría de Prensa
y Propaganda, del Ministerio de la Gobernación, con el abogado y periodista Luis Antonio Bolín al frente. Y con él
apareció el Turismo del Frente Militar -las Rutas de Guerra-: se
llevaba allí a los corresponsales de prensa extranjeros (como cuento en unviejo post donde aludo al trabajo de Eva Concejal) y algunos invitados de
postín.
En Agosto del 39, con la guerra finalizada y la paz
estallada, por ley, los Servicios Nacionales -y el de Turismo era uno de ellos-
se transformaron en Direcciones Generales y ahí tenemos la segunda Dirección General de Turismo que
llegaría a durar 38 años como tal. Comenzó adscrita al Ministerio de la
Gobernación, pero al crearse el Ministerio de información y Turismo (1951) se
integró en él hasta su disolución (la del Ministerio) en 1977. A partir de 1977
al Turismo se le adjudicó una Secretaría de Estado, hasta 1982 en se suprimió
-también entre 2001 y 2003- para volver a ese rango en 1996; y hasta hoy, con
la excepción reseñada. Lo que nos lleva a colegir que la visión de la
importancia del turismo va por barrios.
Pero volvamos a los años 40 en que lo del turismo -y todo lo
demás- no fue moco de pavo[1].
La primera acción de ‘política turística’ se da en 1939,
un 8 de abril (a la semana del Parte), y es la de desarrollar el control sobre
los alojamientos hoteleros: habrían de disponer de permiso urbanístico especial
para su construcción, la categoría iría en función de los servicios, deberían
someterse a inspección administrativa, tener registro de clientes y precios
máximos y mínimos; sería el SNT, al poco DGT, quien autorizaría esos precios.
Aparecieron entonces las Juntas Locales de Turismo; y por encima de ellas, las Juntas
Provinciales de Turismo. La idea era seguir la estala de los Sindicatos
de Iniciativas y Turismo que desaparecieron en las refriegas
administrativas del reciente conflicto. Se reglamentó la publicidad turística,
se volvió a dar empuje al Crédito
Hotelero primorriverista buscando mejorar los hoteles sobre los que se
había implementado un pequeño impuesto -la Póliza
de Turismo- desde 1946 (y hasta 1964; de varios precios, en función de la
categoría del establecimiento). Vamos, que no es nuevo ese de “la tasa
turística versión años 40”.
Y en los años 40 la política turística planificó con ganas:
se reguló la actividad de las Agencias de Viajes, se dio máxima
representatividad al Sindicato Nacional
de Hostelería y Similares y se aprobó el Reglamento Nacional de Trabajo para la Industria Hotelera y de Cafés,
bares y Similares (1944); también se ordenó el transporte por carretera
(1949) y el INI puso en marcha la empresa Autotransporte Turístico Español
(ATESA) que en el 64 contó con la integración de Viajes Marsans (que también
tendría su Post) y estuvo operando hasta la privatización de la red del INI en
1980, abandonando el transporte de viajeros para centrarse en el alquiler de
vehículos, por lo que aún hoy es habitual ver las letras de ATESA en el lateral
de furgonetas y similares.
Orgánicamente teníamos en la década de los 40 todo el
panorama turístico reglamentado, pero aquella España, reconozcámoslo, era un
desastre. Yo no estaba ni en proyecto, pero he estudiado y leído que, por lo
menos, era la España de la cartilla de racionamiento y de malos caminos y
peores carreteras con alguna gasolinera que más bien podía tener restringido o
en mínimos el servicio. La España de la autarquía que en materia de Turismo
estaba peor que en la penosa década anterior.
Contrariamente a la muy extendida idea, la Guerra Civil no
dejó muy maltrechas las infraestructuras, fábricas y ciudades; pero los daños suponían
un pesado tributo para un país técnicamente atrasado. Una cuestión clave fue la
anulación de la moneda emitida por el Gobierno de la República una vez
terminada la guerra. Eso fue un varapalo económico sin precedentes -de
hecatombe económica lo calificaba el historiador Pedro Voltes Bou- para media
España -pequeños ahorradores y empresarios que quedaron ‘al otro lado’- pero la
cuestión que lo determinó, más que un supuesto odio a todo lo republicano, fue
la tremenda inflación que soportaban la moneda y la economías republicanas,
cifrada en unos inasumibles 1.041 puntos (Antonio de Miguel) que hubieran
hundido la economía de la “nueva” España.
Era aquella España de los años cuarenta una España de
postguerra donde la miseria campaba por sus fueron y unos tintes
autogestionarios intentaban pretendían color -azul Mahón- a la economía: el
nivel de la maltrecha renta per cápita que teníamos en 1935 no se recuperaría
hasta 1953; y no es juego de cifras. Y eso, unido al boicot internacional
-aislamiento y repudio internacional- será determinante. Recordemos que en 1946
hubo una condena internacional a España (Resolución 39), retirada de
embajadores y unos pocos años de aislamiento económico y político (cuatro,
porque fue revocado en febrero de 1950 por la Asamblea General; Resolución 386)[2] que,
gracias a la Guerra Fría, EEUU rompió en 1953 con las Acuerdos. Pero España no
recibió ninguna ayuda del Plan Marshall, ni fue admitida en la OTAN.
Bueno, pues pese a ello y con todo lo que caía en España y
Europa, en 1946 registramos 83.568 turistas y en 1947 nos superamos hasta los
136.779 turistas. Hay datos de todos loa años de esa década y las sucesivas.
Pero bueno, a lo que vamos. Había mimbres y se habían
inventado una tasa hotelera: Póliza de Turismo… que sus raquíticos ingresos
generó.
[1]
El origen de este modismo proviene de la España del siglo XIX, cuando era común
y extendido el uso de relojes de bolsillo, que los rufianes se dedicaban a
robar. Para robarlos más fácilmente, los ladrones separaban la esfera del reloj
de la cadena a la que iban sujetos, que estaba a su vez fijada a un botón en
las ropas de sus víctimas. La cadena quedaba entonces colgando, pero sin reloj.
Estos ladrones llamaban "pavo" a sus víctimas, siendo el
"moco" la cadena sin valor que dejaban colgando de sus ropas,
haciendo alusión a la membrana flácida que posee el mencionado animal sobre su
pico. Una vez robado, la cadena era "moco de pavo", es decir, algo
que colgaba sin valor. De ahí que cuando se dice que algo "no es moco de
pavo", quiere decir que no se trata de algo sin valor, sino de algo
importante.
[2]
En enero de 1950, el periódico estadounidense The New York Times publicó una
carta del secretario de estado Dean Acheson en la que admite que la resolución
39 ha sido un fracaso, mencionando que el gobierno estadounidense estaba en
disposición de apoyar una resolución que terminara con esta situación.
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