El qed de ayer era un “como queríamos demostrar/lo
que se quería demostrar” (del latín quod erat demonstradum) que en mis
tiempos de Universidad le teníamos que poner al catedrático de matemáticas don
Procopio Zoroa (con ese nombre, o catedrático de Mates o cura de censura)
cuando le resolvíamos una integral (y no de muy alto grado). Pues bien, uno de
mis colegas de tertulia aludidos ayer en mi post me cuenta lo de la señal de
socorro en las transmisiones telegráficas antes del SOS del código morse: cqd no
es lo mismo, Carlangas, que qed.
Pero vayamos, por ir, a “mi análisis” con moraleja de la política turística
de este país, que es de lo que tratan estos Post. El primer post analizaba de
1905 a 1928; este segundo arranca en ese 1928 (con un guiño a 1908) y llegará a
hasta que estalle la Guerra Civil.
Don Benigno había
puesto el testigo muy alto. Y personajes que ayer no cité, como el aragonés Basilio Paraíso, habían hecho más por
el turismo que todo el engranaje político-administrativo patrio de entonces (y
casi de ahora).
Los inicios fueron para Odiseos
del siglo XX que no les importara buscar la Cólquida del Turismo, pese a los
peligros desconocidos. Sabían dónde estaba el Vellocino de oro.
El Congreso de Turismo de Zaragoza (1908), al que ayer aludí
-por ejemplo-, se hizo atendiendo -¡agárrense los machos!- a la efemérides del
primer centenario de los Sitios de Zaragoza; rememorando la Guerra del francés.
Y salió. Y vivieron gabachos al congreso.
También fue don Basilio, como don Benigno, senador
vitalicio, por su entrega a cambio de nada. Y ese nada, que prologa estas
cuestiones, es lo que me mosquea.
Pero a lo que íbamos. El Patronato Nacional de Turismo primorriverista comenzó con ganas y
creó el Servicio de Crédito Hotelero,
el título de ‘Establecimiento Recomendado’ como señal de garantía hacia el
turista y la Red de Paradores y
Albergues de Carretera cuya primera realización fue el Parador de Gredos que
ahora anda de máxima actualidad porque, además de celebrar en 2018 sus 90 años,
en este parador se redactó la primera ponencia de la Constitución de 1978 -que
acaba de cumplir sus primeros 40 añitos-.
Y como ahora, también entonces estaban empeñados en luchar
contra la clandestinidad alojativa y los
abusos -y eran otros tiempos-. Para ello creó el PNT la Cámara Oficial Hostelera donde estaban
inscritos los alojamientos reglados; y los que no estaban eran ya ilegales. Y
por si fuera poco, se editó una Guía
Oficial de Alojamientos -y precios- para no llamarse a engaño y evitarse el
timo. Y ya puestos a innovar editando, el Libro
de Reclamaciones.
Las primeras “oficinas de turismo” se crearán en
esta época: siete en el extranjero -París, Londres, Múnich, Roma, Gibraltar,
Nueva York y Buenos Aires- y una, al menos, por provincia, como objetivo.
En materia de Turismo, la dictadura de Primo de Rivera se implicó. No olvidemos que por aquél entonces se
estaba vendiendo la idea del tren Transcontinental Norte-Sur que pretendía
vertebrar Europa de punta a punta y que estaba dispuesto a llegar hasta las
mismísimas Columnas de Hércules desde el Cabo Norte. Y mientras aquí
discutíamos, cosas de los Felices 20,
si las columnas estaban en Cádiz, o no, la fiebre de ese tren vertebrador se
enfrió y se congelaron los ánimos turísticos de los europeos por nosotros. Pero…
No obstante, por si llegaba ese vector, desde Fomento de la
Dictadura primorriverista se mejoraron los transportes -Circuito Nacional de Firmes Especiales
(carreteras asfaltadas; casi 3.000 km), red de ferrocarriles y material
ferroviario de nivel, apuesta por los puertos para cruceros e incipientes
aeropuertos- y se potenciaron las actividades deportivas como filón turístico:
entró el golf campando a sus anchas,
se popularizaron las regatas, avanzó
la hípica y las carreras de motos se convirtieron en un atractivo
de primera magnitud: dimos la bienvenida al turismo deportivo.
Pero esa novedad ni la veía ni la percibía la mayoría de una
España agraria, con lo que tuvieron que recurrir a sacar a relucir las Fiestas
Populares que entraron con la mayor dignidad en el imaginario de los viajes de
turistas y aborígenes patrios: Fallas en Valencia, Semanas Santas por doquier,
Romerías a tutiplén; y las capitales (Turismo urbano) Madrid, Barcelona o San
Sebastián.
Todo esto se conseguía poner en marcha a base de préstamos bancarios con la esperanza de
que el “famosos” impuesto ferroviario propuesto -descontados los porcentajes
destinados al personal que lo cobraba, la partida al Instituto de Reeducación
Profesional, el fondo de reserva para atender los siniestros que se pudieran
producir (era un seguro de viaje y accidentes) y de la conveniente atención
monetaria a la empresa ferroviaria de turno- pudiera aportarles algo para
promocionar el turismo. Sí, les llegó algo; pero fue para atender los pagos de
los intereses de los préstamos. Hay varios estudios sobre este particular.
Una vez más, mucho y buen trabajo sin que los fondos
necesarios llegaran nunca y con los condes de Güell y de la Cimera, sucesores
en la dirección del PNT del Duque de Santa Elena, salieran del banco más que
para miccionar en vez de gestionar.
Es el sino de la política turística de esta país: los fondos
económicos que la hagan posible.
Y en esto que llegó la República (1931) -2ª República-, que
cesó de inmediato a la nobiliaria Junta del PNT y puso al frente del cotarro a Carlos Rodríguez Porrero, como director
general de Turismo. La nueva -y efímera, ya verán- Dirección General de Turismo comenzó su labor auditando la labor de
aquellos señores condes -y duque- y reorganizando la estructura de la nueva
institución. Al final, dictaminaron que había un exceso de personal y mucha
falta de financiación, pero que se había trabajado bien y el Patronato funcionaba.
Entonces -¡un detallazo!- le dieron carpetazo a la DGT (de
Turismo) y vuelta a la estructura de Patronato Nacional de Turismo -republicano;
eso sí- que aparecerá el 4 de diciembre de 1931, dependiendo de la
Subsecretaría de la Presidencia del Consejo de Ministros que, en principio, le
garantizaba acceso a fondos. Como siempre. Incluso se le dotó de nuevo
Reglamento que contemplaba el acceso al parné,
que nunca llegaba.
La etapa republicana del turismo fue tan convulsa como la
social, aunque se potenció la Red de
Paradores y Albergues de Carretera -hasta 15 en 1936-y se apoyó a los Sindicatos de Iniciativas y Turismo.
Los SIT tenían ya tradición en España (1908) y contaban con
el apoyo de los Tourings Clubs británicos y las Sociedades Alpinas
franco-suizas que deseaban la implantación del Turismo en España. Así, los SIT
desarrollaron entre 1931 y 1935 el inventario de posibilidades de su zona
(desde un pueblo a una comarca) en materia de explotación y promoción de la
actividad turística. En algunos casos se pusieron en marcha verdaderas iniciativas
dinamizadoras; pero es que estaba la iniciativa privada por en medio.
En este frente de trabajo del PNT republicano también
estaban las primeras publicaciones en prensa especializada, con aguerridos
periodistas que ser empecinaban en contar las ventajas y maravillas del
turismo.
Pero la crisis del 29 lo lastraba todo en los inicios de la
Década de los 30, aunque a España menos. Pero España y Europa se abocaban al
abismo de la confrontación y eso se notó en materia de Turismo. Si echamos la
vista a atrás, las expos del 29 trajeron a España 362.000 “turistas”. Se había
trabajado bien. Pero en la década de los 30 ni el clima económico europeo
estaba para mandarnos turistas, ni la calle en España estaba para recibirlos. Y
eso que el turismo ya se movía pero ya nunca alcanzamos la barrera de los
300.000 e íbamos bajando sesenta mil año hasta que estalló el conflicto.
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