La década de los 50 termina con el Plan de Estabilización (1959) y sus primeras consecuencias. El plan
comenzó implementando un fuerte descenso al gasto público y aumentando los
impuestos; eso sí, acompañado el proceso de una tímida reforma fiscal.
Aquél Plan de los primeros tecnócratas fue aprobado a
regañadientes, explicaba recientemente Jordi Maluquer en un análisis del
proceso.
No estaba bien visto por la Vieja Guardia este plan restrictivo,
pero los primeros resultados colocaron una sonrisa en El Pardo: se recortó el
déficit, el aparato empresarial del Estado comenzó a pasar a manos privadas y
el Banco de España dejó de generar inflación. Se devaluó la peseta y se
liberalizó el comercio, abriéndose un rendija a la inversión extranjera.
El empleo fue el damnificado inmediato, pero sólo con el
shock inicial que fue de alcance general: subida de precios y congelación de
salarios, amén del inicio del éxodo de trabajadores a Europa pero aún lejos del
“Vente a Alemania, Pepe” de Pedro
Lazaga, Alfredo Landa y Tina Sáinz de los comienzos de lo 70, cuando era un
hecho habitual.
En fin, otro agujero al cinturón. Pero en 1964 ya estábamos
al nivel de 1935 y la industria, primero, y los servicios, después, comenzaron
a absorber fuerza laboral del campo, éxodo urbano incluido, que posibilitó una
mínima reforma agraria silenciosa, explicaba José Carlos Herrán, continuación
de la iniciada durante la II República (que esa es otra; pero no corresponde a
este Post).
Como el Turismo
era la fuente de entrada de divisas más visible, se fio todo al objetivo de
crecer -y cuanto más, mejor- en oferta y demanda. Obsesionados por la cantidad,
nos pusimos el mundo por montera: nada de criterios selectivos ni análisis
económico. Todo el monte costero era orégano turístico.
En 1962 se crea la Dirección
General de Empresas y Actividades Turísticas (a la que llegaría Pedro, don
Pedro, Zaragoza en octubre de 1969) que planificó y comenzó a trabajar con un préstamo
de 200 millones de pesetas, a los que se agregó un crédito de 100.000 dólares
aportados por la ICA para la propaganda turística de España en Estados Unidos,
que no era precisamente el mercado más interesante; pero eran los fondos que
llegaban y con ellos a currar.
Lo mejor de la DGAET de los años 60 es que alumbró el Estatuto Ordenador de las Empresas y
Actividades Turísticas -por Ley del 8 de julio de 1963- y la Ley de Centros y Zonas de Interés Turístico
Nacional (28.12.1963).
Manuel Fraga
había llegado al Ministerio de Información y Turismo: 1963. El trabajo venía de
su antecesor, pero él lo agilizó y lo llevó a cabo. La ordenación y la
coordinación del Turismo queda perfectamente delimitada por el Estatuto y el
interés turístico se fijaba en zonas. Habíamos lanzado la oferta: ¡tonto el último!
Existía, recordemos, una vía financiera a través de la
‘célebre’ Póliza de Turismo, pero era cada vez más exigua: no había mucha
voluntad de cobrarla y menos de pagarla. Al final, en 1964 se integró en el Impuesto
de Tráfico de Empresas (ITE) y hubo una regularidad en su cobro -sin
que figurara como tal- pero sus fondos se confundían en el general y no iban en
exclusiva a Turismo. Total, que este impuesto desapareció (1985), sustituido
por el IVA, y de la Póliza de Turismo ya nunca más se supo.
En los 60, la política turística siguió centrada en el
control de los precios. Por un lado, los hoteleros; con normativa específica en
1962, 1963, 1966, 1967 y 1969. Por otro lado, para el menú turístico y del plato
combinado turístico, de los que ya nos ocupamos en un post: Circulares núm.
15 y 29, de 31 de julio de 1963 y 30 de junio de 1964. Y como se desmandaba la
cosa, se recordó en 1965, 1969 y 1970.
La legislación turística en los 60 fue muy abundante, “Zapatones” por medio: Requisitos mínimos
en infraestructura para alojamientos turísticos, Libro de Reclamaciones,
titulaciones para desempeñar tareas directivas en hoteles y normativas sobre sanidad,
seguridad y habitabilidad en apartamentos. También se crean infinidad de
premios: que si embellecimiento turístico de pueblos, que si fotografía
turística y que si todo lo que pudiera tener apellido turístico; porque hubo
premios para todo el imaginario posible, estimulando la noble competencia.
Se recupera el Crédito
hotelero, se crea el Registro de
Denominaciones Geoturísticas (que aparece en otro de mis Post al respectode la marca Costa Blanca), se articula el régimen de reservas hoteleras y
se ordenan tanto el trabajo para la Industria hotelera como la oferta turística.
También se crea la Escuela
Oficial de Turismo y se reglamentan los centros no oficiales de Enseñanzas
Turísticas.
Pero lo más sonado, para mí, es que conscientes de cómo está
el parque en los municipios turísticos y las dificultades de financiación, desde
el Ministerio se fundamenta que se concedan
créditos a las Corporaciones Locales de zonas turísticas para la realización de
las llamadas Obras de Interés Turístico.
El objetivo fundamental de la etapa que hoy nos ocupa, la década
de los 60, fue el de alcanzar el máximo grado de desarrollo turístico. El
turismo de masas se tomó como la garantía de estabilidad del fenómeno turístico
y de la entrada de divisas, que el clarísimo objetivo de todo el proceso.
Y se invitó a los españoles a sumarse, en masa, al turismo.
Y se aprovechó el tirón de la novedad, la televisión (con emisiones regulares desde
1966), para poner en marcha un programa: Conozca Usted España que pretendía
incitar a descubrir esta maravillosa España. Porque, en el fondo, lo de los extranjeros
y las divisas estaba muy bien, pero hacía falta elementos patrios,
celtibéricos, para “evitar excesos”.
Le leí a Rafael Abella (“La
vida cotidiana bajo el régimen de Franco”; Temas de Hoy, 1996) que el
obispo de Ibiza, fray Antonio Cardona,
era beligerante contra los turistas extranjeros a los que llamaba “indeseables”
por su “indecoroso proceder en las playas, bares y vías públicas”. Y a
ellas -¡pobrecitas ellas!-, a las turistas, les dedicaba sus más encendidas
palabras: “Nadie se explica por qué se autoriza aquí la estancia de féminas
extranjeras, corrompidas, corruptoras, que, sin cartilla ni reconocimiento
médico -¡ahí duele!-, vienen para ser lazo de perdición física y moral
de nuestra inexperta juventud…”. Y a los primeros ‘hippies” ibicencos también
dedica el fraile su homilía: “ni tampoco sabe nadie como pueden tolerarse
ciertos individuos carentes de medios de vida, de los cuales dice la voz
pública que viven exclusivamente del vicio que facilitan y propagan
descaradamente…”. Y nos quejamos de don Pablo Barrachina que quiso sustituir
el cartel de Benidorm por otro que pusiera Gomorra.
El 16 de octubre de 1969 el almirante Carrero Blanco, vicepresidente del gobierno de entonces, le pidió a
Franco la cabeza de Fraga. Paul Preston
señala incluso el argumento: “porque en
aras de un turismo de alpargata, se protege en los clubs play-voy el estreaptesse”.
(literal)
No hay comentarios:
Publicar un comentario