Lo de escribir tratados sobre un tema -Turismo en esta caso-
es muy nuestro. En la anterior entrega lo dejamos con el tratado de Bermúdez
Cañete, y esta entrega la comenzamos con el tratado de José Herrero Anguita: “Estudio del Turismo y Proyecto para su
desarrollo en España mediante la creación de un Consejo Nacional y la
constitución de la Compañía Iberoamericana de Turismo”. El ‘escueto’ título
encerraba una buena explicación sobre el cómo forjar una industria turística
regulada por las instituciones en España. Y eso desembocó en la creación del Patronato Nacional de Turismo que
sustituiría, desde 1928, a la Comisión Regia, dependiendo directamente de la
Presidencia de Gobierno.
Por entonces era fácil escribir y publicar. Y aunque no lo
crean, ya en 1926 el turismo debía significar algo porque el cardenal Gomá y
Tomás, don Isidro, publicó un librito[1]
donde denunció la perversión “de las
diosas carnales” que venían a ser las “touristas”
con sus atuendos. Se reeditó varias veces. Y le leo a Pack que “el traje de baño hasta la rodilla
identificaba la virtud española”. Vamos, que poco más enseñarías aquellas
otras “diosas carnales”, pero el hambre era el hambre, ya que hablamos de
carne.
Dejo la carne y vuelvo al tema. El Patronato Nacional de
Turismo desarrolló la Red de Paradores
de Turismo y Albergues de Carretera, que se inició con el Parador de Gredos
(1928). El PNT creó el Libro de Reclamaciones, propició la
primera Guía de Hoteles de España y se aseguró de que con sus propuestas todas
las casonas, palacios y castillos (como el de Sigüenza) de renombre e interés no
terminaran en ruinas.
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PN Gredos: ayer, hoy y cartel de entonces |
Cuando llegó la II
República (1930)… cerró el patronato (por nido de nobles). Hasta entonces
había puesto marcha 15 paradores.
Al PNT cabe achacarle
incluso la creación de una línea de ayudas para construir hoteles (calcada de
la imperante en la Costa Azul francesa) que se centró en Sevilla (Exposición
Iberoamericana; 1929) y Barcelona (Exposición Internacional; 1929) y que fue el
antecedente del Crédito Hotelero
(marzo de 1942). El PNT abrió oficinas en las principales capitales europeas,
en Buenos Aires, en Nueva York y en ¡Gibraltar!
Como dije, el Gobierno de la República dio el carpetazo al
PNT y creó la Dirección General de
Turismo (DGT; 1930), dependiente del Ministerio del Interior, dejando al
PNT la gestión de la Red de Paradores. La DGT potenció las iniciativas locales
y buscó -y consiguió- una plaza en el Comité de Turismo de la Liga de las Naciones
con medidas tales como la eliminación de la necesidad de visado para turistas
de 11 países de Europa, Japón y Cuba; otro hecho sin precedentes.
Se estima, cuenta Pack -pues no hay cifras oficiales-, que
entre 1930 y 1935 nos visitaron unos 200.000 turistas internacionales/año con
un impacto de tan solo el 0’1% en el PIB. Menos da una piedra; ¡cierto! La
procedencia de aquellos turistas internacionales era principalmente Francia (48%),
Portugal (20%) y Reino Unido (10%). El 22% restante respondía a múltiples
nacionalidades de entre las que reseñaremos unos 3.500 norteamericanos cada
año. Los destinos: San Sebastián, Santander, S’Agaró, Tossa de Mar, Málaga,
Cádiz, Mallorca y Alicante. Mallorca llama la atención porque bien pronto se especializó
en británicos de la clase trabajadora a través de la Workers Travel Association
(WTA). Esta iniciativa de organizaciones populares y turismo la explica muybien Susan Barton.
Y llegó el verano de 1936 y estalló la guerra: todo al
traste.
Pero en la “zona nacional” siguió el turismo. En junio de
1938 se pusieron en marcha viajes turísticos (ya lo he contado en varios posts)
para que se pudiera “observar la
tranquilidad y el orden de la regiones recién conquistadas”. De esto se
encargó el Servicio Nacional de Turismo,
dirigido por Luís Antonio Botín que ya había organizado “el viaje” de Franco en el Dragon
Rapide. Ideó Botín cuatro Rutas de
Guerras de las que desarrolló dos (la del Norte y la de Andalucía) que bienexplica un buen trabajo de Elena Concejal.
Y la guerra terminó (1939).
Ahora, la falta de medios de transporte y la escasez de
alojamientos iban a poner en problemas la “recuperación
turística” de España que alguno vaticinaba. Pero estalló la guerra en
Europa: de nuevo, todo al traste.
Los “rebeldes” se habían estado preparando desde 1938: clasificación
de hoteles bajo parámetros de calidad y servicios, control oficial de precios
y normativas
varias. A Pack le llama la atención una recomendación oficial: “los espejeos tendrán que colgarse, en
atención a los visitantes extranjeros, a una altura conveniente para que la
utilicen personas de diversas estaturas”. La limpieza y la comida fueron
una obsesión normativa, especialmente el comer: se pide “evitar los guisos regionales con sus condimentos excesivamente fuertes
y desconocidos fuera de España”. Recomendaban “paella, cocido madrileño,
tortilla a la española y pescadito frito”. Hubo turistas y turismo durante la
IIGM,
especialmente “de carácter académico”.
En 1940, durante la IIGM, se aprobó el Plan Decenal de Resurgimiento
Nacional, volcado en el turismo y diseñado por el arquitecto Pedro
Muguruza, que atendió preferentemente a la recuperación de la infraestructura
hotelera. Una España devastada y casi en bancarrota, en una Europa en guerra, se
atreve a planificar el futuro turístico. Se inauguró la Escuela Profesional Hotelera (Madrid, 1942), de donde salieron los
primeros directores de hotel, y se reguló la actividad de las Agencias de Viajes.
Acabada la IIGM (1945) y una vez que Francia cerró
unilateralmente la frontera (04.03.1946), aislados de Europa, el Servicio
Nacional de Turismo, en la España del racionamiento, se puso a orquestar
iniciativas pro turismo. Francia reabrió la frontera (10.02.1948) y rápidamente
salieron los agentes turísticos a vender España y ante el desconcierto
internacional relajábamos las restricciones de viaje.
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ABC. 10.02.1948. Irún: Francia reabre la frontera. |
Pero ni turistas (que no estaban los tiempos para turismo)
ni dólares de Plan Marshall. Y una vez comprobado que no vendría ni un dólar
del plan norteamericano, los ministros de Comercio y Exteriores (Juan Antonio
Suances y Alberto Martín Artajo) apuestan por el turismo: España es “el baluarte defensor de los valores
cristianos y occidentales”. La premisa no convenció, pero las cuestiones
del “clima, precios y atractivo” -que también se esgrimían- hicieron el resto.
Algunos agentes de viajes europeos, especialmente británicos, vieron las
posibilidades y comenzaron a proponer España en sus proyectos.
Y tropezamos con la libra, el franco y hasta con el escudo.
[1]
Las modas y el lujo ante la ley cristiana, la sociedad y el arte. Ed. Rafael
Casuellas; Barcelona, 1926
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