Hace unos días podíamos leer en la prensa que aún a estas
alturas del siglo XXI “La Guardia Civil incauta 14.781 puroscaliqueños ilegales en Canals”. La noticia tiene su aquél porque desde 1998 tenemos una Ley de Liberalización del Mercado del Tabaco y al amparo de ésta
muchos agricultores dieron de alta su pequeño nombre para poder vender sus
propios puros caliqueños, una de esas delicias que atesora nuestra tierra.
Me sorprendió la noticia, pero poco.
Yo, a pesar de que andan por los estancos (en cajitas, mazos
y sueltos), alguna vez he tirado -y no ha mucho- de amigos valencianos (verdad,
Jesús) para hacerme con un mazo bien en Alboraya
(cosas del Tí Pep), Chella o Bolbaite. Tienen su aquél. Pero, la
verdad, últimamente, sólo de estanco.
Yo comencé a fumar cigarros mediante el fino hurto familiar:
primero a mi abuelo (fumaba Álvaro; Brevas
y Saludos)
y luego a mi padre (Coronas de La
Flor de Cano; J Cano) y especialmente mi tío Antonio, que lo mismo le daba a
una buena Farias (eso sí, de Alicante) que a un buen calibre de H. Upmann, o
sentenciaba con un 8-9-8 de Partagás.
Luego me independicé a base de “brevas”,
por lo general de Quintero, y, al poco, llegué a los toscanos. Me los podía permitir
y me los hacían llegar desde los camiones de una empresa de transportes…. conseguidos
como fueran. Sí, sí; me decían que mejor de mitad en mitad; pero me sabían a
poco. Eso del tabaco fermentado y torcido, de color oscuro y sabor profundo, me
encandilaba. Y cada vez me los conseguían más fuertes.
Y fumando toscanos (Avanti, Toscanelli, Antico, De Nobili,
Petri…) llegue a Xàtiva a hacerme
cargo de la emisora. Y allí, José Manuel,
me animó a probar los caliqueños. Haber, lo que se dice haber… sí que había
oído hablar de ellos, pero la clandestinidad de su consumo era un hándicap por
media España. Pero una vez en Xàtiva, en la Costera, al ladito de la Canal de
Navarrés (Enguera, Anna, Chella, Bolbaite, Navarrés, Quesa y Bicorp... ) que es
patria de los caliqueños, quién se podía resistir a tentar a la suerte.
De la emisora bajé a la dirección indicada. De Carlos
Sarthou a República Argentina. Y me planté en el Bar Huertas (¿existirá aún?; era ya un poco antiguo en los ochenta).
Un solo cliente, al final de la barra. Y yo, ni corto ni perezoso, le pido a
media voz al hombre que estaba detrás de la barra unos caliqueños. Se me puso como
una fiera. Sorprendido, y acojonao, me
fuí del bar. Y nada más salir, el señor que estaba al final de la barra hizo lo
propio y se me acercó. Se me presentó como oficial de la Guardia Civil, yo le
dije quién era, y me indicó que con él delante nadie me iba a vender un
caliqueño; que lo volviera a intentar, que Huertas era un buen tipo.
Aquél Guardia Civil, pocos años después, estuvo en la
comandancia de Alicante.
Esa misma tarde ya me fumé el primer caliqueño, vendido en
el Bar Huertas, que ya no sé si funcionará… como sí se que funciona Casa
la Abuela (pasé no ha mucho por una de sus mesas), o El
Margallonero, donde alguna noche dormí, y muchas más cené. ¡Qué buena
gente!
Y es que los caliqueños de entonces tenían el
morbo de lo prohibido… y veo que ahora también, y eso que ya hay muchas
empresas legales que los comercializan (Mediterranis,
El Cavaller, El Conqueridor, Canaleños,
Liberto Castelló -míticos, toda una
referencia-, Torres de Quart… que yo
haya probado) ahora ya con hojas y
tripas cacereñas de buen tabaco Burley,
pero con su fermentación, enrollado y
tostado del lugar, con reposo, para crear pequeñas obras de arte: una buena
rabasseta,
una corneta,
un pata
de elefante o un extra; entre los 10 y los 16
centímetros de puro placer: aroma de
cigarro y sabor en la garganta.
En fin, añoranza y nostalgia que ahora mismo me han
despertado el sano impulso de salir a pasear a “Putoperro de los Cojones”, el semoviente de la unidad familiar, y
dar cuenta d’una bona rabasseta, més torta que dreta…
No hay comentarios:
Publicar un comentario