Querido Juan:
Lo de ayer no puede quedar en un simple comentario. Yo no es
que no crea en eso que tú -y muchos- llamáis “cambio climático”; yo lo
que no creo es en cómo lo cuentan.
Barcelona, Historias del Tiempo |
¿Qué hubiera dicho mi abuelo Juan -otro Juan; al que no
conocí- cuando los pozos de nieve de Mariola y otras sierras alicantinas y
murciana se quedaron sin materia prima que exportar por el puerto de Alicante?
Y, ¿qué hubiera dicho su abuelo, mi tatarabuelo, cuando el río Ebro se
congelaba incluso a su paso por Tortosa -la última, en 1891; 28 al 30 de
noviembre- instantes antes de desaguar? Mi abuelo José, por su parte, se acordaba,
la tenía siempre presente, la ola de calor de 1928. Y una publicación de
Barcelona de por aquellos días (la puedes encontrar en la interné) se llegó a publicar: Máxima al Sol: un pedo de grados que esparvera (vamos, que asusta);
la prensa satírica del momento planteaba construir chalets en el Polo Norte
para soportar la canícula. En agosto de 1896 se llegaron a sufrir en Sevilla
51ºC. Bueno, ya he contado que esa medición no debe ser buena porque el
termómetro estaba pegado a una pared junto a la Iglesia de la Anunciación y
otras cosas, pero en España aquél verano fue de órdago. “Climatología de España y Portugal”,
de Inocencio Font -Ediciones
Universidad de Salamanca, 2007- debiera ser libro de cabecera para alguno (es
fácil conseguirlo hasta en Google Libros)
Mira Juan, cuando Aníbal
Barka (de los Barka de toda la vida) cruzó los Alpes para plantear batalla a
Roma, los Alpes estaban de lo más transitable. El cuadro de William Tarner (de 1812) muestra unos
Alpes como los él los vio, y aquello fue propaganda de guerra psicológica:
quería asustar a los británicos porque Napoleón estaba en todo apogeo imperial
buscando sitios que conquistar. Estaba sufriendo la Pequeña Edad del Hielo y… pues pintó eso: hielo. Aníbal, debió
cruzar por la Llanura Padana, camino del Po,
por Savine-Corche o Larche, puertos más propicios a la travesía con aquella
impedimenta de elefantes que llevaba, y como no había ni caminos y el hambre
apretaba pues… lo pasaron mal y se desmoralizaron, pero el frío y la nieve… sólo
en la pintura de Turner.
Verano, 1816 - Anomalías térmicas Europa |
Mira, muchas veces se habla del Año sin Verano (1816),
pero eso lo hacemos los occidentales, porque los orientales cuentan lo del año
tórrido; por Occidente hizo mucho más frío del habitual en verano y en
Oriente se calfaban que no veas. El
caso es que la erupción del Tambora
(Isla de Sumbawa, Indonesia) en 1815 colocó una capa de cenizas en la atmósfera
y el Mínimo Solar de Dalton hizo el
resto para este lado del mapa, que no del otro.
Ah, el Tambora soltó mucho CO2… pero más sulfuros…
y contra estos nadie pía.
Lo del CO2 tiene cojones. Mi admirada Margaret Tathcher (uno es que no escarmienta y busca sus
referencias hacia la derecha) se acordó del sueco Arrhenius quien ya mentó la bicha al ver las chimeneas echando humo
por Estocolmo a finales del XVIII, y metió en cintura a los mineros del carbón
con el temor al CO2… ellos estaban acojonados con los muertos por las crisis
del smog
londinenese (muchos muertos)… y se inventó, la taimada química industrial
metida a Primer Ministro, el grupo de calentólogos de la University of East Anglia (UEA) -sólo era cuestión de meter pasta
gansa a un grupo de profesores británicos muy influenciados por las teorías de
la Revolución Verde-… y hasta el puñetero IPCC de la mano de Sir Crispin Tickell, eficaz aliado de la Dama
de Hierro para estos oscuros menesteres. Y como estas armas las carga
el diablo, pues tenemos ahora
vilipendiado al CO2… que es casi un santo. Si no, que se lo pregunten a los
invernaderos de medio mundo: por las noches un chute de CO2 y… luego necesitan
menos agua y producen más y mejor. Pero ya hemos puesto en la picota al CO2… y
haber quién nos lo baja de ahí sano y salvo.
Yo me lo leo casi todo lo que me permiten las 24 horas del
día. La Granite State Pool que realiza The Survey Center de la Universidad de New Hampshire (UNH) ha
publicado hace unos días un pequeño apéndice, dentro de la magna encuesta,
desarrollado por el profesor de Sociología Lawrence Hamilton y la profesora de
Geografía Mary Stampone, ambos de la UNH. Resulta que si preguntamos por la
creencia del factor humano como provocador del cambio climático en días muy
fríos o cálidos hay un 60% de probabilidad de que el encuestado responda que
sí, que si lo hacemos en un día climatológicamente agradable. Y en esos días agradable
un 40% de los encuestados tienden a cambiar de opinión respecto a la influencia
antrópica. Asín que… Ya sabes lo de
don Ramón de Campoamor: “En este mundo traidor, nada es verdad ni
mentira, todo es según el color con que se mira”.
Mira Juan, el clima va a su bola: variabilidad natural. Nosotros podemos meterle prisa, pero él
reacciona y, por mucho que queramos, el Sol
marca la pauta, y este viejo planeta, el nuestro, a base de rotación (sobre su eje), traslación (alrededor del sol), precesión (de orientación, en función
del sistema Tierra-Sol) y nutación
(oscilación del eje) va dando vueltas. Y luego está en Bamboleo de Chandler que complica más la cosa. Ya sabes, bamboleo, bambolea, que mi vida yo la prefiero
vivir así…
Yo, Juan, no es que no crea en eso que tú -y muchos más-
llamas (llamáis) “cambio climático”, es que creo con la visión que mis fuentes racionales
y científicas me dan. Y me río de los peces de colores.
Wenceslao
Fernández Flores dijo de cachondeo que Alicante era “la casa de la Primavera”. Y nos lo
hemos creído porque nos interesaba. Llovía aquél día, no tenía un paraguas a
mano, y al rato paró. Estaba molesto y era picarón. Para su cuento “El devorador de arroces” escribió
aquello de: “Ya sé dónde se refugia la Primavera cuando el invierno baja del norte
como un vikingo depredador para invadir Europa…” Y nos lo hemos creído:
en Alicante… porque aquí,
climatológicamente, no se vive mal. Más bien se vive de puta madre.
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