He tomado café hoy con un buen amigo con el que he comentado
lo de la foto Feijóo con el condenado Dorado… Y nos hemos reído de una que
tenemos de cuando yo fui “traficante”.
Naturalmente que no la adjunto porque mi amigo, llamémosle “A”, es un reputado
profesional en Alicante, y porque yo, “B”, no quiero andar por aquí subiendo
fotos de cariz personal delante de un coche viejo.
Y es que hubo un tiempo, breve lapso de tiempo -todo hay que
decirlo-, en que me convertí en “traficante”
de optalidones.
Y es que coincidió, todo hay que decirlo, que él, el amigo “A”,
vino a verme en aquellos días a mi aventura andaluza… y después de comer el
Olhäo (creo recordar que fue en un sitio muy típico que ahora mismo creo estar
viendo frente al Esteiro das Mortiñas, en el puerto de recreo), de vuelta a
casa, paramos en Vila Real de Santo Antonio a por optalidones. No era el primer
viaje, pero fue el último. Me trasladaron y no pude seguir con aquella
actividad que nada de adrenalina me reportó.
Aquello fue en el año 87.
En la Navidad de 1986 me dijeron que sabían de que había
optalidones de “fórmula pura” en
Portugal, y que si les podía conseguir alguna caja. Tampoco digamos a
quién/quienes.
Y tras las vacaciones, en enero, me planté en la mismísima
Plaza del Marqués de Pombal y pedí cuatro cajas. Me las vendieron, y me
advirtieron que no podía pasar las cuatro. Me acompañaba mi amigo de farras,
llamémosle “C”, que era “cosita”
aduanera y muy conocido a ambos lados de la frontera hídrica que suponía el
Guadiana. Se partió de risa cuando se lo dije… y ni los guardiñas, ni la Guardia Civil, nos dijeron nada. Pasé y envié por
valija las cuatro cajas, y en paz.
Pero es que a los pocos días me llaman y me pidieron más. Y
repetí la operación, pero aquí ya me advirtieron de que eso no era así; aunque,
no obstante, me dejaron pasar.
Y llegó una tercera llamada y un aumento de la cantidad y…
al final ya pasé el coche en el barcaza (entonces aún no había puente
internacional) y por sabia indicación del farmacéutico (nos habíamos hecho
amigos) en el inmenso hueco del filtro del aire del R-18 cabían hasta 10 cajas de aquellas y entre la Plaza del Marqués
de Pombal y la Plaza de la Laguna, Guadiana por medio, no hacía más de 6
kilómetros, luego no era problema circular con el filtro en el maletero y los
optalidones envueltos en papel de aluminio en el filtro del aire.
El cuarto viaje ya fue con mi amigo “A”. Había venido porque
eran Carnavales y teníamos un amigo común en Cádiz, “D”, y así nos hacíamos,
con “C” y en el mismo lote, Ayamonte, Isla Cristina, Huelva y Cádiz entre chirigotas
y fiesta, que en los cuatro sitios se lo pasan pipa.
Fue cuando hicimos la paradiña gastronómica portuguesa. Yo,
habitualmente iba a Monte Gordo y en su barrio de pescadores daba cuenta de lo
que hubiera, amarguiña y/o Beirao incluida/o. Y cargué los optalidones y nos
hicimos la foto. Bueno, tenemos otra foto en una barbería con el barbero a
punto de pasarnos “la piedra” de
alumbre (alumbre potásico) que servía para paliar la irritación de la piel tras
el paso de la navaja. Hoy lo veo como una guarrería; la de caras por las que
habría pasado aquella “piedra”
hedionda, recuerdo, a pesar de su tradicional poder desodorante.
Naturalmente que no pasó nada; y remití los optalidiones a
Madrid… sin lucro alguno por mi parte, ni en este ni en ningún otro viaje. No
sirvo para traficante.
En Cádiz, aquél año ganó un cuarteto que eran, imagínense, 3
y un maniquí: “El cuarteto siempre llama
dos veces”, que eran, creo, de Rota. El que hacía de Picador era muy bueno.
El teatro Falla estaba en obras y se celebró en otro sitio… pero como no tomé
optalidones, no me acuerdo del nombre. Lo debería buscar en Internet, pero lo
mismo da.
Total, que con aquél Carnaval terminó mi vida de “traficante”
de optalidones.
Yo no sabía nada del optalidón antes de aquél año; uno es
que era (y es) muy inocente. Yo lo más que sabía era de la centramina, que nunca probé, en aquellos noches preparando exámenes
de la Escuela de Ingenieros. “E”, el amigo “E”, le daba a todo, pero a mí con
un simple café me daba para 36 horas de hipermegactividad… que rompían un
simple sorbo de cerveza a la mañana siguiente. Y así me sigue funcionando el
café.
Bueno, “E” era la repera; se preparaba para ponerse a estudiar
chupando un cubito de sopicaldo Knorr (que estaba muy salado) al compás de una
tableta de cecrisina (que según yo
recuerdo -y he comprobado-) es ácido ascórbico (Vitamina C). Pues nada, con
eso, “E” se quedaba toda la noche despierto cuando no tenía a mano una
centramina o, que también le daba, una Biodramina
C. Incluso “E” buscaba con ahínco -y como un loco- pastillas de “Fósforo Ferrero”, que nunca
encontrábamos, y que creía era una fabulación y hoy sé que existieron. Él las
rodeaba de tal halo de excelencia que de haberlas encontrado no digo yo que no
me hubiera dado por probarlas.
Por aquellos andaluces días volvimos a la Terreta los cuatro
(mi amigo el médico, “A”; el funcionario “C”, que era de Alcoy; el amigo que
estaba en Cádiz, “D”; y yo, “B”) cantando aquello de “En las paredes han puesto un nombre que no lo puedo leer… porque lo han
puesto en Inglés”… que sonaba igual que el “Francisco Alegre”… y era lo que más nos acordábamos del Carnaval de
Cádiz…
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