Ni más, ni menos: 3
superlunas, 3, vamos a tener este verano.
El año pasado, recuerden, nos maravillamos con la superlunade junio y todo fueron alardes tipográficos en los diarios, minutos en
TV y radio y miles de descargas en Internet. Fue tal el hastío que no quise
entrar al trapo.
Pero este año es distinto.
A la superluna de ayer noche -que ha pasado super
desapercibida- 12 de junio le van a
seguir las superlunas del 10 de agosto
y del 9 de septiembre que, después
de un suelto de Ciencia-NASA ya no
nos van a pasar desapercibidas, especialmente la del 10 de agosto que será una extra-superluna porque esa noche la Luna y
la Tierra estarán sólo a 358.257 km de distancia, la más corta.
Lo de “superluna” es un palabro vulgar
astrológico -que no Astronómico, oiga, que es la Ciencia- que ha tomado
carrerilla para instalarse malamente en sociedad. Siempre se le ha llamado -por los Astrónomos- Luna de Perigeo, que es como se le debe
llamar.
Perigeo. ¿Y eso qué es?
En órbitas elípticas, llamamos perigeo al punto orbital más cercano al punto central; en este
caso, el planeta Tierra (Geo). Y,
llamamos apogeo al más alejado. En
el caso del Sol, el más cercano se
llama perihelio y el más alejado se llama afelio. En el caso de la
Luna hablamos de periselenio y aposelenio. En el caso genérico de los
astros hablamos de periastro
y apoastro, según sea el punto más cercano o el más lejano. Lo
podemos complicar con las galaxias (perigaláctico
y apogaláctico)
y hasta con los agujeros negros (perimelasma
y apomelasma;
e incluso perinigricon y aponigricon). Del “peri”y
del “apo”
no se nos libra ningún planeta de nuestro Sistema Solar y más allá, y, como detalle,
les señalaremos que para la Luna además del reseñado tenemos los de pericintio
y apocintio
y hasta los de perilunio y apolunio. Será por nombres y huir de
la imaginación. El punto de mayor o menor distancia en una órbita elíptica
respecto al centro (de masas) se llama ápside
(con “p”) y así tenemos el periápside (menor distancia) y el apoápside
(mayor distancia).
A lo que íbamos.
En la órbita terrestre que describe la Luna cuando llega al “peri”
resulta que está unos 50.000
kilómetros más cerca que cuando llega al “apo”… y por eso, por cercanía, nos
parece más grande, más gorda, más llena, más luminosa.
Y la del 10 de agosto
se llevará la palma (de vencedora) porque la veremos justo cuando cuándo atraviese
el momento del perigeo: extra-superluna.
Leo en Ciencia-NASA que “las lunas llenas ocurren cerca
del perigeo cada 13 meses y 18 días” por lo que hablar de superlunas
como algo extraordinario es una auténtica chorrada. Geoff Chester, del Observatorio Naval
de los EE.UU. cuenta en el reporte que “el año pasado hubo -otros- tres
perigeos consecutivos, pero sólo se informó ampliamente sobre uno de ellos”.
Vamos, que de tanto “estar en la Luna” se les pasaron a
los lunáticos los otros dos. Por eso nos adelantamos ahora, que ya ha pasado el
primero, y advertimos de los dos próximos: 10 de agosto y 9 de septiembre.
La Luna, recordemos,
es la responsable de las mareas y otras acciones sobre fluidos (sólo sobre cuerpos
de agua abiertos), pero sobre los seres humanos tiene poca o nula influencia. Hay un estudio para el Servicio Nacional de
Justicia Penal de los EEUU (NCJRS, de 1978) que desmiente que la Luna nos haga
más lunáticos, asesinos, chiflados, licántropos o provoque partos, y asegura
que “un
mosquito posándose nuestra piel ejerce una fuerza superior a la de la Luna”.
No te cuento si el mosquito, encima, va y te pica. Hay otro estudio de 1996, de Kelly, Totton y Curver que achaca a los Medios de Comunicación y al
folklore y a la tradición popular la perpetuación
de esos mitos carentes de realidad científica y estadística.
Hasta el momento la
única influencia demostrada a la Luna de forma científica es la influencia
sobre el sueño y en laboratorio. Resulta que los seres humanos respondemos a los ritmos geofísicos de la luna,
según la Universidad de Basilea
(Suiza): alrededor del periodo de Luna llena se tardan unos cinco minutos más
en conciliar el sueño y se duermen 20 minutos menos. Es que, según esa
investigación, el llamado ritmo circalunar del sueño es “una
reliquia de tiempos pasados”, de cuando la luna era responsable de la sincronización
de la conducta humana de nuestros muy antiguos antepasados… y donde hubo,
siempre queda. Pero eso sólo es medible en laboratorios, porque hoy en día la luz eléctrica enmascara esa influencia
lunar en el sueño. Es más, hasta han desmentido científicamente que los
estudios del doctor Eugen Jonas (un
piscólogo y astrónomo que dicen que fueron publicados en 1956) para su método de control de la natalidad en
función de que los ciclos menstruales
dependen de los ciclos lunares se corresponda exactamente con los ciclos
lunares. Sólo aparecen referencias en revistas de Astrología, aunque sin visos
de cientificidad se cumple en la mayoría de los casos, pero sin regla
estadística alguna.
En fin, que la Luna lunera, cascabelera, tiene su aquél,
pero nada más.
De todas formas, habrá que reconocerle a la Luna alguna
cosilla. Por ejemplo: la Luna de Cosecha/Luna del Vino (en torno al 23 de
septiembre en el Hemisferio Norte y al 21 de marzo en el Hemisferio Sur) es un
buen indicador para los agricultores y vendimiadores. Pero poco más de cierto.
No obstante, con el buen tiempo que tenemos -verano que es-
anote que -si se perdió la Luna de Perigeo de anoche (por ver cómo Holanda
convertía al anfitrión del Mundial 2014 en el más goleado, como hice yo) aún
nos quedan dos superlunas este verano: 10 de agosto y 9 de septiembre.
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