La Monash Universityexiste; y hasta tiene su importancia. Su sede central está en Clayton (un
suburbio académico de Melbourne, Australia) y no sólo es una universidad
importante en la isla-continente, sino que tiene además sedes en Malasia y
Sudáfrica, incluso en Italia.
Dicho esto, apaga y vámonos porque… Los de la Monash
University han sido capaces de hacer un estudio respondiendo a la pregunta de
si ¿sería saludable beber el agua delluvia? Y resulta que como principal conclusión les sale que “Beber agua de lluvia tal y como nos cae del
cielo, sin tratar, es seguro para la salud”.
¡Bien!; ¡Cómo está el personal!
Yo recuerdo, de aquellos veranos en Lo Reche -cuando mi padre
preparaba oposiciones-, que los pocos días que llovía se recogía el agua de
lluvia para el aljibe. Los tejados tenían su canalización que llevaban el agua
hasta una mínima arqueta-partidor que bien la dirigía a una conducción que la
llevaba al huerto-jardín o bien llenaba el aljibe. Con meter un vaso de cristal
y ver la limpieza o turbidez del agua primera (el tejado debía de lavarse con
los primeros minutos de lluvia), determinabas el momento oportuno de proceder a
abrir la arqueta para el llenado del aljibe. Y aquél aljibe de Lo Reche, de la Casa
del Canal (porque el canal de Riegos de Levante pasaba por delante;
igual que la Casa de la Palmera tenía delante una palmera), era famoso por la
bondad y frescor de su agua, siempre de lluvia. Y nunca se estropeaba; salía
fresca y cristalina. Aquél aljibe se mimaba.
Por la Cañada Arróniz había otro aljibe para los animales.
Era abovedado y a pesar de la estructura de filtrado natural dispuesta desde
tiempos inmemoriales, había que dejar reposar el aljibe después de las lluvias.
Los arrastres eran importantes, pero al cabo de unos pocos días abrías aquella
especie de ventana, casi sobre la bóveda, y era como un laguito cristalino
adornado por los reflejos del sol que entraba por aquella puerta-vetana donde
una reverberación -que hacía efectos de eco- confería al lugar un toque mágico
que siempre rompía la frase aquella de ¡cuidado con caeros al aljibe! También
había pozos, pero esa es otra historia. Al final del verano se mandaba limpiar el
aljibe aquél de la arena y los limos arrastrados, preparándolo para el otoño.
Yo he pasado muchos veranos bebiendo agua del aljibe de la
Casa del Canal, siempre agua de lluvia. Yo he visto, además, como para la Casa del Parral (de uva Ohanes) se
construía un aljibe de aquellos; el mimo en el revestido, las capas de
enlucido, las friegas con vinagre del cemento ya seco y la limpieza final antes
de proceder a su llenado con agua de lluvia. Fue mi primera incursión al
subsuelo y me impresionó la delicadeza y asepsia con la que aquellos albañiles
realizaron aquél aljibe.
Tal vez por eso me ha sorprendido la noticia de la
investigación de los sesudos investigadores de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Departamento de Epidemiología
de la afamada universidad australiana.
¡Coño!, ¿es que no sabían estos australianos que la gente
almacenaba agua de lluvia desde las más primitivas civilizaciones? Luego las civilizaciones más adelantadas ya
disponían de cisternas individualizadas
y disponían sus casas para permitirse recoger y aprovechar la máxima cantidad
de agua de lluvia posible.
Es cierto que el “progreso” nos ha hecho olvidar la
existencia del agua pluvial almacenada, pero también es cierto de cada vez con
más frecuencia se vuelve a mirar a estos procesos. Hay países que ya disponen
de normativa y legislación propia sobre recogida y almacenamiento particular de
agua de lluvia y su uso.
El agua de lluvia es genial; por lo general es blanda (menos
de 1’3 mmol/l de Ca2+ y Mg2+; menos de la mitad que el
agua potable del grifo), ligeramente ácida (con pH entre 5 y 7’5), no tiene ni
olor ni sabor, y en cuanto a contaminación microbiana pues… depende del estado
limpieza del captador (tejado, o lo que sea).
Bueno, el que estos australianos efectuaran su estudio ha
servido para que la comunidad científica (que debía ser una de las pocas, por
urbanita, que no lo sabía) haya descubierto que el agua de lluvia es
extremadamente limpia en comparación con las otras posibles fuentes naturales
de aguas dulces, es gratuita y es sencilla de captar, almacenar y distribuir
(entonces lo hacíamos con un pozal hacia un pequeño depósito, tipo barrilete,
con grifo).
Lo bueno de los australianos es que han demostrado que “no
hay ninguna razón fundamental por la que no se pueda beber agua de lluvia”.
El único escollo sería hacerlo en las ciudades, por la
polución urbana. Las gotas de agua de lluvia son capaces de volver a bajarnos,
disueltos, muchos de los gases que tiramos a la atmósfera en forma de ácidos;
acidos carbónico, nitroso, nítrico y sulfúrico según se encuentren con el CO2,
el NOx y el SO2. En fin, que para las ciudades la cosa se
nos complica un poco que es, imagino, lo que quisieron demostrar estos chicos
de la Monash.
Lo único malo es que este trabajo es de 2009… y más de uno/unalo ha descubierto en 2014.
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