Al de Medina Sidonia, contábamos ayer, lo que más le dolía
más eran las almadrabas perdidas, pero fue prudente. Pero hubo combates, y en
los combates de tanteo (23 de julio al 6 de agosto, en una sucesión de
temporales) los barcos ingleses de Lord Howard
demostraron su capacidad de hostigar a La
Felicísima… tanto, tanto, que el 26
de julio estábamos ya sin munición. Y fueron a por las tropas a Calais (pero estaban aún en Dunquerque). Pero es que el rebelde
holandés Justino de Nassau también
jugaba esta partida y hostigaba los puertos donde debían embarcar los Tercios.
Y en las costas de los Países Bajos comenzaron a embarrancar navíos, atacarnos
con brulotes[1] y
desperdigarse la flota en medio de marejadas y temporales.
Ruta de la Empresa de Inglaterra |
La Felicísima, cabría explicar con fundamento militar del siglo
XXI, en realidad no era más que un
convoy protegido: 25 barcos de guerra daban protección a 92 grandes cargueros
alquilados para el transporte de soldados, artillería, avíos, caballería,
logística y pertrechos. Una vez en tierra aquello era una máquina militar, pero
era un elefante en la cacharrería del mar.
José Luis Casado Soto[2],
cuando cuenta lo de La Armada de 1588 -citando a I.A. Thompson-, lo deja bien
claro: “durante las escaramuzas a distancia que tuvieron lugar a lo largo del
tránsito del Canal (de la Mancha) frente a Plymouth (31-VIII), Portland Bill
(2-VIII) y la Isla de Wight (3 y 4-VIII), las armadas enfrentadas no se
infligieron daños significativos… la batalla naval de Gravelinas (8-VIII)
tampoco permitió una victoria clara de ninguna de las fuerzas en conflicto”.
El 9 de agosto les sorprendió una de las más grandes-grandes tormentas que
empujó el convoy naval hacia los bancos de arena de Zelanda. Pero de golpe cesó la tormenta y la Gran Armada se reagrupó y siguió rumbo bordeando el este de Inglaterra.
Ya sabiendo que era imposible el desembarco, por tres veces
más los barcos españoles buscaron el
combate que los ingleses rehusaron. El 11 de agosto ya estaban a la altura
de Escocia y los británicos dejaron de seguirles “debido a una fuerte incidencia de
tifus en sus barcos”[3];
que ellos no iban a ser menos. Así que, de los 117 barcos españoles que operaron en el Canal, “tres
se perdieron por accidente (embarrancados), fue hundida la nao “María Juan”,
2 galeones portugueses emprendieron el regreso muy afectados y se envió un
patache a dar noticias”. El 20 de agosto alcanzaban el paralelo 60 un total
de 110 barcos españoles tras haber
tirado por la borda las caballerías y encontrarse casi sin agua ni comida. Un
desastre de planificación.
Y al poco se quedaron sin agua y empezaron los brotes de
escorbuto; incluso de tifus. Y, en seguida, sintieron los rigores de las
latitudes altas europeas: el frío y la nieve se unieron al cortejo.
Todos los naufragios, perfectamente identificados |
¿Y qué pasó entonces? Pues que se sucedieron 41 días de temporales y bajas temperaturas…
que les tuvieron en vilo como juguetes
de las olas y se perdieron 28 barcos en dolorosos naufragios contra las
costas del Oeste de Irlanda; naves mercantes de cascos endebles (principalmente
las urcas[4]).
Santander y Laredo recibieron al grueso de La
Felicísima a partir del 21 de
septiembre… en medio de fuertes galernas… y Pasajes, y Gijón… y
hasta finales de noviembre siguieron llegando barcos en medio de temporales.
Incluso un año después apareció otro que había sido arrastrado fuera de las
rutas de entonces.
Hay que hacer constar que desde 1570 “el tiempo se había vuelto loco”, aunque “los periódicos de la época” no hablaban -¡vaya por Dior!- del Cambio Climático. Y va La
Felicísima y se nos marcha el verano de 1588 darle la vuelta a la isla
inglesa. El 18 de agosto hasta el mismísimo Drake muestra su alarma por los
temporales: “las condiciones son tan duras que resulta imposible distinguir una nave
de otra”.
Para Brian Fagan[5] -cuenta
Santiago Sánchez Rabat en su blog[6]-
en aquél verano de 1588 los barcos españoles se encontraron con vientos
sostenidos de 60 nudos (108 km/h) y
olas de hasta 15 metros como
consecuencia de “una depresión ciclónica anclada sobre las Azores quizás originada por
un huracán tropical” que
subió hasta aquellas latitudes. Estudiando los datos del navegante John Davis[7],
Fagan y otros han llegado a la conclusión de que “los vientos y las tormentas
coincidieron con un extenso gradiente térmico originado por una extensión
importante hacia el Sur de hielo polar al Este de Groenlandia e Islandia, al
Sur del Cabo Farewell”.
Vamos, que los de Felipe
II eligieron un mal día para salir a navegar. Entonces tiene sentido lo que
dijo: “Yo envié a mis naves a lucha contra los hombres, no contra los
elementos”… aunque él pensó que la cosa era voluntad de Dios. Aquello
de La
Felicísima nos salió mal.
Y… en cuanto a los
supervivientes. Pues… supervivientes
de los naufragios húbolos: fueron un buen montón, aunque la mayoría
terminaron asesinados en las mismas
playas por la milicia inglesa;
también por los lugareños, que aquellos tiempos eran difíciles. Y aún así hubo supervivientes que consiguieron
esquivar las milicias y buscar refugio entre los católicos irlandeses como Brian O’Rourke, lo que le costó la vida
(ahorcado en Londres por traición en 1590). Cuéllar lo define como “muy
buen cristiano, enemigo de los herejes, que tenía siempre guerra con ellos”;
se ocupó al menos de 60 españoles
supervivientes. También se destacó en esta labor Redmon O’Gallagher, obispo de Derry, y el potentado MacClancy
(decapitado en 1590, por traición). También un tal MacGlanaghie, líder de un clan y el magnate O’Caham. Incluso Christopher
Carlisle, un alto oficial inglés, salvó a un buen número de supervivientes
españoles que habían caído prisioneros enviándolos a Escocia. Pero en la
católica Escocia no todos consiguieron salir adelante. El propio Cuéllar
escribe que “El rey de Escocia no es nada, ni tiene autoridad ni talla de Rey, y no
se mueve un paso y come bocado que no sea por orden de Isabel”. Y es
que muchos supervivientes de los naufragios en Irlanda fueron entregados a
Inglaterra, y asesinados.
De los, digamos, 31.000 hombres que participaron en la Empresa de Inglaterra, murieron unos veinte mil: 1.500 a resultas de las pocas acciones
de combate, 8.500 en los naufragios
y unos 2.000 supervivientes fueron
asesinados en Irlanda y Escocia. Aún habrá que sumar unos 8.000 más que fallecieron a los pocos
días de llegar puerto víctimas de las enfermedades contraídas o heridas de
diversa consideración. Un desastre.
Lo mejor: que algunos
consiguieron volver a España. Pero el caso es que durante su periplo por Irlanda, aunque siempre huyendo y con
innumerables peripecias, les dio tiempo
para dejar allí sus semillitas: los black Irish y las patatas; que hasta entonces los irlandeses
no conocían el tubérculo que terminó por ser el cultivo nacional.
Por cierto: Carlos de
Amésquita, en julio de 1595, sí desembarcó en Inglaterra (Bahía de Mount, Cornualles), ganó una batalla a
los ingleses (Batalla de Cornualles),
saqueó varios pueblos y hasta se
permitió el lujo de ordenar celebrar una misa católica en suelo inglés. En julio de 1597 aún se enviará una flota
más importante que La Grande y Felicísima Armada a invadir Inglaterra.
Nuevamente unas fuertes tormentas lo evitaron. Pero aún así, el 17 de octubre de 1597, siete barcos
españoles llegaron a Falmouth y
desembarcaron a soldados del Tercio de
Lombardía que estuvo esperando 48 horas en suelo británico la orden de
atacar Londres. Como dicha orden no
llegaba, la flota se había dispersado por la tormenta, se replegaron y
volvieron a casa. Esta vez no hubo bajas ni naufragios… Y habíamos puesto una
pica en Inglaterra.
¡Qué tiempos, oiga; los de La Grande y Felicísima Armada!; ¡qué tiempos, oiga!, porque les
tocó vivir unos de los episodios climáticos más negativos de La Pequeña Edad de
Hielo. Y la última década del siglo, en la que desembarcamos en Inglaterra por
dos veces, la peor de las peores. Aquello, investigamos ahora, sí que fueron
tormentas.
[1]
Barcos vacíos, cargados de explosivos que se empujaban contra el enemigo tras
incendiarlos. Se apunta a la invención del italiano Federigo Giambelli que al
no encontrar “cariño” entre los españoles pasó su ingenio mortal a holandeses e
ingleses.
[2] Historiador
y ex director del Museo Marítimo del Cantábrico; todo un referente en la
Historia Naval española
[3] Thompson, I.A.; “Spanish Armada Guns”. Mariner, 1975
[4]
Buque ligero de 3 palos, similar a la fragata, de dos cubiertas y gran anchura;
unos 40 metros de largo. Factura holandesa y muy útil para la carga de
mercancías.
[5]
Brian M Fagan, profesor de Antropología de la Universidad de Santa Barbara
(California, USA): “La Pequeña Edad de Hielo. Cómo el clima afectó a la
Historia de Europa 1300-1850”. Gedisa, 2008. “En el siglo XVB se alcanzó el pico máximo de inestabilidad de la
Pequeña Edad de Hielo”.
[7]
Navegante explorador de las regiones polares durante el reinado de Isabel I. En
1589 llegó hasta los 72º 92’N
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