Se podría decir que hemos puesto en marcha la cuenta atrás
para la llegada del primer crucero al puerto de Benidorm. Esto, en sí, no es
cierto. Benidorm, tradicionalmente, ha recibido los barcos de una importante
naviera que se dejaba una pasta gansa en la ciudad, pero resulta que el color
de los buques, aunque no el de los billetes, producía urticaria en algunos. Me
refiero a la US Navy, sus barcos y
sus tripulaciones.
Estos que nos llegan en menos de 15 días son alemanes y ha abierto la espita de un
gas que ha entontecido a más de uno. Es cierto que el turismo de cruceros es, ahora mismo, el paradigma de la economía de escala pues, aseguran, involucra a casi
todos los subsectores de la industria turística y genera, entre pitos y
flautas, casi 19 billones, con “b”, de dólares, con “d”. Es tan fuerte el
atractivo de esa cifra que todos buscan incorporarse al mercado “de Cruceros”
como estrategia de diversificación de su oferta turística. Pero, hasta donde yo
llego, la literatura académica de investigación se centra en los Estados Unidos
y sólo hay puntuales apuntes de su incidencia en Europa. Esa manida frase de
que el barco tal o cual, de la naviera cual o tal, se ha dejada en la ciudad X
durante su escala la decente o indecente cantidad de euros que se quiera no
pasa de ser una quimera. Pero, ya que estamos en esta, sea cual sea: bienvenida
sea.
Ahora, los estudios recientes realizados en Barbados (estado insular de las
Antillas Menores) y Jamaica (estado
insular de las Grandes Antillas) son contundentes: las escalas de cruceros sólo suponen el 1’9% de su industria turística.
El avión derrotó al crucero; esas seis horas en Barbados -o en Jamaica- no
terminan de ser un punto de exotismo más en las rutas caribeñas.
Y esto me lleva a recordar que el turismo de cruceros, tal
como lo conocemos hoy, arranca en los años 60 a partir del hundimiento de los
barcos transoceánicos impactados en sus líneas de flotación por los primeros
vuelos sin escalas entre los Estados Unidos y Europa. Entre los 70 y los 90
vivieron años dorados; incluso hasta el atentado contra las Torres Gemelas. El
caso es que de ser un vector de viaje montado para gustar a las gentes de alto
poder adquisitivo ha terminado por ser un producto
turístico al alcance de un espectro muchísimo más amplio.
Los barcos han pasado de llamarse trasatlánticos a conocerse como hoteles flotantes y, más recientemente, resorts marinos: en ellos ya se encuentra de todo. Esta carrera aún
ha sido más vertiginosa. Si el Queen Mary
2 inició la carrera en 2004, buques como Liberty of the Seas o el más moderno Oasis of the Seas han triplicado la capacidad de pasajeros de aquél
y han quintuplicado las modalidades de ocio a bordo. Ahora se trabaja en una
nueva generación de buques capaces de transportar más de 10.000 pasajeros y de
albergar auténticos parques de ocio temático. ¿Qué no se puede hacer ahora en
uno de estos barcos?
Y, claro, que te llegue un bicho de estos, aunque sea por
seis horas, a tu casa es sumamente idiotizante: muchos piensan sólo en clientes
ansiosos por dejarse allí sus euros/dólares/yuanes o lo que sea.
Es que los beneficios económicos del turismo de cruceros
(acuérdense del turismo de cruceros, portaviones, destructores, fragatas y transportes
de ataque de hace unos años) en un puerto
de escala provienen del gasto que hacen los pasajeros en tierra y el que
puede hacer la naviera. De este último olvídense; los de gris sí que cargaban
alimentos y bebidas. Estos que viene
puede que compren excursiones (en el propio barco) a una empresa concertada
y los que se atrevan a bajar a tierra
(en los propios barcos auxiliares del crucero) sin la opción de excursiones puede que les dé por deambular por los
Paseos de Colón y de la Carretera en busca de algún cafelito matiner y posibles recuerdos (souvenirs que se les
llamaba antes). Tal vez se autoseduzcan con ropa, miren el alguna joyería,
compren algún cigarro, unas aspirinas y un periódico alemán (son alemanes). Tal vez se atrevan con las calles de las tapas… y de repente la sirena
de abordo llamará porque a la una (a las 13 h) siguen rumbo… para atracar a
tiro de piedra de Benidorm. Ah, recuerden que, independientemente de la edad, viajan en pareja, y ese es un dato a tener en cuenta.
La bahía tiene un montón de modernos estudios batimétricos
realizados por la US Navy… que son de ellos y que naturalmente no dispondrán
los que llegan; los que podamos encontrar en los cartas náuticas son, espero,
posteriores a los años 70… y a ver dónde anclan y cómo lo hacen.
Los alemanes hacen muchos cruceros; sería una forma de recuperarlos |
Desde luego que lo mejor de la llegada de este crucero es
que los cruceristas amanecerán frente a
Benidorm y podrán admirar, coincidiendo con la salida del Sol, el skyline de la
ciudad, algo que sólo está al alcance de quienes se pueden poner frente a
Benidorm, en el mar.
Nada, sólo resta darles la bienvenida y desear que Benidorm esté a la altura de poder
figurar como escala de cruceros por lo que eso supone en el Curriculum que
presente a partir de ahora, pero pónganse
las pilas -quien corresponda- que la
ciudad no puede estar dormida a las siete de la mañana, al menos ese día.
También debo decir que nerviosillo me puso Leire Bilbao
cuando dijo que se haría una recepción
especial por ser el primer crucero que hace escala en Benidorm. A saber el
alcance de la palabra “especial” de la recepción. Acordémonos de “Bienvenido
Mr. Marshall”… y es que como ciudadano
de Benidorm que soy, os debo una explicación; y como os la debo, os la voy a
pagar con esta Benidormería.
Hasta ahora lo único que tengo claro, después de leer a un buen número de investigadores del fenómeno del turismo
de cruceros, es que los impactos económicos como puerto de escala pueden llegar
a ser interesantes, pero sin lugar a dudas lo serán mucho más si el tiempo de
escala pasa de seis a diez horas (McKee, 1988; Henthorne, 2000; Dwyer,
2004; Seidl, 2006; Chase & Allon, 2012).
Esto es clave: hay
que ir a escalas de 10 horas.
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