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Benidorm, 1973 (del libro de Pack) |
Punto y final. Completamos hoy el análisis de la
industria de los forasteros. ¡Última entrega!
A principios de los 70, nueva década, supuesto cambio de estrategia:
se consideró que “el turismo debe devolver a la industria y al campo lo que de ellos
recibió” y se cuestionó todo; desde la política estatal de
redistribución de los ingresos por turismo a los sistemas de promoción. Lo que
más daño hacía era que se atendía con los beneficios de las regiones más
afortunadas a las regiones menos prósperas. Esto no se entendía bien (como
ahora). En Baleares estallaron cuando se publicó que “su dinero” promovía hoteles en Almería. ¡Qué ignominia, pardiez!;
desde el desierto almeriense les iban a hacer la competencia.
Los CIT de toda España, por h o por b, aprovecharon el
malestar social creado por la noticia y criticaron el “dirigismo estatal” al tiempo que denunciaban la “jungla de autoridades” con las que debía
de lidiar. Vamos, su tradicional caballo de batalla ahora espoleado por un
sentimiento de mosqueo y malicia.
El caso es que estalló la guerra de la descentralización. El
Gobierno no estaba por la labor aunque uno de sus organismos más activos, el
Instituto de Estudios de Administración Local (IEAL) -analizando lo ocurrido
con el Turismo nacional- apostaba por la descentralización
administrativa: el IEAL destacó los fallos del desarrollo turístico en las
costas y abogó “por un mayor control
local”. Sorprendentemente, para la España franquista de aquellos días, el
sociólogo (nada afín al Régimen) Mario Gaviria pasó a dirigir el instituto y
con la Fundación Juan March como patrocinador, desarrollo varios estudios al
respecto tocando todos los palos (como el elogioso y clarificador “Benidorm,
ciudad nueva”).
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Iconos de España |
En esos años, como desde tiempos de Viriato, muchos
comenzaron a cuestionarse en España lo del Turismo: “no compensaba los desequilibrios
sociales y económicos a los que daba pie” clamaban por doquiera que
fueran. También hay que señalar que muchos de estos estudios inspiradores se
centraron en las provincias andaluzas donde la brecha fue más amplia y
generaron titulares demoledores y no siempre ciertos. En “España en venta” (de Francisco Jurdao; Ed. Ayuso, 1990) queda
diáfano: por el turismo, el campo se quedó sin mano de obra a precio asequible
y los jornaleros se fueron a trabajar a la costa donde les pagaban más y su
trabajo requería menos esfuerzo. Los agricultores no estaban en condiciones de
mecanizar sus producciones y ante la situación de desidia económico-productiva terminaron
vendiendo sus terrenos a promotores inmobiliarios que eran capaces de montar
una urbanización (esquivando permisos y licencias) en puntos en los que se veía
el mar… sólo a través de fotografías. Era tal el desmadre que hasta la propia
ENTURSA (Empresa Nacional de Turismo) compraba baldíos agrícolas intentando
hacer la competencia a la iniciativa privada. Sólo cuando el Ministerio de
Agricultura clamó contra ello pararon. Casi un sin Dios y Franco y el Régimen
en sus últimos días.
Y para complicar la situación socialmente resulta que los
salarios que se conseguía en las zonas turísticas -más que interesantes- fueron
perdiendo valor ante los altos precios que pululaban por los destinos turísticos,
donde la cuestión se agravaba ante la falta de vivienda que no fuera turística,
ya que esta resultaba muy cara para los trabajadores del sector. Pero no
echemos toda la culpa al turismo y a la vorágine de acontecimientos que generó.
La condición humana hizo de las suyas.
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Spain is different |
Una novedad que me ha descubierto el libro de Sasha D. Pack
es que en medio de todo esto, el Régimen se planteó “crear ‘corporaciones municipales
turísticas’, a las que se pudieran asignar créditos estatales, más
privilegios y un alcalde especialmente designado”[1].
Primera noticia; habrá que saber más.
A Fraga le sucedió Alfredo Sánchez-Bella, enemigo de la
descentralización y con menos capacidad de enfrentarse a quienes querían
controlar la industria de los forasteros que ya por aquél entonces era -casi
tanto- de los aborígenes peninsulares. No obstante, la primera e interesante medida
fue dividir el país en 9 regiones turísticas[2]
que si bien no significó nada en la realidad administrativa sí que sirvió para
sectorializar los estudios en regiones más o menos similares y afinar en los
planteamientos. Pero “los pilares centrales de la política
turística no se movieron”… y así siguió la cosa hasta la España de las
Autonomías.
A partir de esos estudios de los comités regionales se
comenzó a implantar la idea de “valor por
unidad de turista”: mejorar la calidad. “Cuantos más turistas, mejor” debería dejar de ser la máxima…
debería, porque eso no lo hemos solucionado aún.
Pero la verdad es que con sus más y sus muchos menos, España
se había colocado al materializarse la década de los setenta, gracia a la
industria de los forasteros, en un destino puntero con una posición excelente
para relanzarse a la competitividad turística tras la muerte de Franco y las
crisis subsiguientes. A pesar de los defectos, la planta hotelera era moderna y
la voluntad empresarial apostaba por superar siempre las adversidades. Desde la
Administración se filosofaba en consonancia con la corriente empresarial: el
turismo debe aportar a la comunidad “el
mayor volumen de divisas con el menor coste social y económico posible”
proponiendo para ello “crear y
desarrollar aquellas modalidades que supongan un gasto más elevado”. Lo de
siempre.
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Así nos veían... |
Con la llegada de la Democracia comenzaron los cambios
administrativos en el País. Se desmanteló el Ministerio de Información y
Turismo (1977) y la regulación y promoción del Turismo pasó a las Comunidades
Autónomas. El último ministro, León Herrera Esteban (un hombre de Fraga),
apostó por mejorar la calidad y organizó la 1ª Asamblea de la Organización
Mundial del Turismo (en Madrid)… pero las crisis del petróleo (1973 y 1975, que
nos llegaron con cierto retraso) y las propias del país golpearon la industria
del turismo con la merma de forasteros, porque también azotaron a Europa.
Esto nos enseñó que el
turismo por sí solo NO ES la panacea para el desarrollo regional y que sólo los que hacen los deberes
(apoyados por la madre naturaleza y el clima que disfrutamos) son capaces de pervivir en el complicado y
mudable mundo del Turismo al que le afecta el aleteo de cualquier mariposa
en el Planeta. “El turismo español ha sobrevivido a su etapa útil”, concluye
Pack. Y eso es un elogio.
El turismo nos hizo (y nos hace) mucho bien. La apuesta de
los forasteros por las playas de España hizo crecer esta industria en la que se
implicaron todos los españoles y nos ha situado en esta posición de liderazgo…
pero unos más que otros en función de cómo se trabajan las cosas.
PD.: En esta serie de Post ha seguido el libro de Pack y he
aportado mis pildorillas. Me ha gustado; me lo he pasado bien. He descubierto
algún detalle, muchas referencias útiles de trabajos que desconocía y… no he
encontrado lo del origen soviético del Spain
is different. Me regalaron el libro porque les dijeron a mis chicas que entre sus páginas estaba.
Tendré que releer.
[1]
Juan Fuster Lareu, “El municipio turístico español”, en Información Comercial
Española, nº 421. 1974
[2]
I (costa Brava y Costa Dorada; Cataluña); II (Costa del Azahar y Costa Blanca;
Castellón, Valencia, Alicante y Murcia), III (Costa del Sol y Costa de la Luz;
Andalucía de pé a pá); IV (Cornisa
Cantábrica y Rías Gallegas; todo el septentrión y las rías); V (Pirineos); VI
(Baleares), VII (Canarias), VIII (Madrid y Castilla) y IX (Extremadura)