Lo dejamos ayer sobre la mesa: “el nuevo turismo socialista”
británico.
Así le definía el consejero económico y comercial de la
Embajada española en Londres porque se trataba de “viajeros de gastos limitados a cifras tan modestas” (hasta 50
libras, recordemos) según una norma del gobierno laborista (socialista)
británico. Para los expertos, era (y es), sencilla y llanamente, “turismo
fordista”. Se llamara como se llamara, Jaime Alba y Delibes alertó de
la emergente tendencia en 1949 y del papel que podía jugar España en ello.
Para atender la demanda, Alba y otros economistas señalaron
que, España necesitaba urgentemente “hoteles modestos repletos de comodidades”. De inmediato, desde ese mismo 1949, aquí
nos pusimos manos a la obra: infraestructuras de transportes y de alojamiento y
restauración en condiciones. El Sindicato
Hotelero, mano derecha de la DGT, se ocupó de la formación del personal y
de recordar a los camareros “su
importante misión para el país”. Pero no daba abasto. Varias firmas
británicas comenzaron a operar libremente y se abrían más instalaciones que
personal cualificado salía de los dos centros existentes.
El turismo de playa salió reforzado; las agencias españolas
preferían los itinerarios por la monumentalidad de las ciudades, y las
británicas apostaron, siguiendo la tendencia Fielding, por el ocio y la
diversión; por la playa a fin de cuentas.
En la década de los años 50 Mallorca y la Costa Brava
capitanearon la iniciativa hotelera: “las
empresas turísticas británicas establecieron relaciones directas con hoteles
catalanes y mallorquines”. Necesitaban una celeridad que la burocracia española
ralentizaba.
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Wladimir Raitz |
Uno de los pioneros fue, en 1950, Wladimir Raitz (de familia
de rusos blancos emigrados en 1928 al Reino Unido). Fundó Horizon Hollidays y empezó a vender vacaciones a Córcega y, al
poco, a la soleada España por menos de 40 libras. Algunos precios aún se ponían
en guineas. Sky Tours, Thomas Cook o Henry Dunn se movilizaron, espoleados por Raitz, contratando vacaciones
con hoteles modestos y, sobre todos, “facilitando
préstamos a emprendedores españoles que querían construir, a cambio de que se
les garantizaran las reservas de habitaciones durante toda la temporada a
precios fijos”. Este fue el modelo operativo estándar.
Así, entre 1945 y 1951 se construyeron en España 168 hoteles;
el 75% (124 hoteles) se materializó con la fórmula de financiación reseñada:
dinero inglés que era muy bien acogido porque eran divisas. A nadie le
importaba que fuera para “el nuevo
turismo socialista”. El Crédito Hotelero se aplicó a un total de 44
instalaciones en ese periodo.
Una vez disponible el alojamiento, se requería el
desplazamiento. Ante la demanda de vuelos a España, BEA (British European Airways)
se metió en el negocio con nuevas líneas y pronto sumó conexiones a Valencia
(para la Costa Blanca) y Málaga (para la Costa del Sol).
En plena vorágines del turismo, en julio de 1951, contra
pronóstico (dicen los politólogos), se creó el Ministerio de Información y Turismo. El turismo alcanzaba rango
ministerial. Pack (y otros muchos) dicen que al primer titular del nuevo
departamento, Gabriel Arias-Salgado, “le
avergonzaba la segunda parte del nombre de su cargo”: lo del turismo. Es
más, dicen los estudiosos que con tal nombre -Ministerio de Información y
Turismo- sólo pretendía el Régimen suavizar el nombre de un ministerio censor;
un contrapeso a la censura en prensa, radio, teatro, etc.
Sea como fuere, el caso es que ya en 1951 el turismo era
protagonista en España; era un fenómeno social y económico. Luis Bolín, dejó
entonces la DGT (Dirección General de Turismo; que ejercía desde 1938) y le tomó
el relevo Mariano de Urzáiz, Conde
del Puerto, quien se propuso internacionalizar España y para ello apostó por el
Año
Santo Jacobeo de 1954. Complacía el ideal católico del Régimen y se
abría internacionalmente España. Jugada maestra pues resultó ser el primer
evento de dimensión internacional que protagonizaba España en aquellos días de
ostracismo y, además, inauguró la etapa de máximo interés por la ruta
compostelana -por el Camino- que desde entonces nos ha situado en plano
mundial.
Ya para entonces, primeros años 50, España realizaba
estudios sobre viabilidad económica del turismo. Los economistas Forns (1952) y Prieto (1954) comenzaban a ser tenidos en cuenta porque no sólo
advertían de las posibilidades de mitigar el crónico déficit comercial de
España, sino porque el tiempo les daba la razón. Ya con esta base, especialmente
con el dictamen de Forns, el Ministerio encargó el primer estudio sobre la realidad socioeconómica del turismo en
España que desembocó en el Plan Nacional
de Turismo (ley 17.07.1952); un plan que encontró inmediato eco en varias
publicaciones internacionales del momento por su idoneidad manifestada en las
ideas de “sol, playas y fiestas populares”,
lo que más llamaban la atención porque estas cuestiones eran tildadas de
“exóticas”.
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Publicidad en prensa: vacaciones 1965 |
Pero esas características de exotismo ya habían comenzado a
utilizarse en materia de promoción, como hemos visto en Post anteriores, desde
mediados de los años 20. El concepto “diferente” se plasmó en papel en 1948
y se popularizó en 1957. Y mientras el slogan se proponía, se acometían planes
de adecuación de la red viaria para atender a las demandas del país y concretar
los flujos de turistas. El Plan de 1950 atendía a las conexiones con los
incipientes núcleos turísticos “radicados
en la Costa Brava, en Mallorca y en el litoral granadino” (¿?). El nuevo sector
pedía mejorar las infraestructuras de las Rutas
de Interés Turístico pero el Ministerio, demostrando mayor visión, optó por
atender el cordón litoral a pesar de que en 1953 ya no disponía de presupuesto.
El caso es que España se vendía sola pero no teníamos aún,
en 1952, la capacidad de distribuir los flujos por unas carreteras medianamente
decentes y muchos menos la capacidad alojativa, que se montaba con excesiva
celeridad y dejando mucho a la improvisación. Además estaba la cuestión de los
precios. Las tarifas se habían fijado en 1948 y para 1952 el IPC se había
disparado un 83% con lo que los hoteleros añadían extras por doquier u omitían
servicios para poder compensar su cuenta de resultados.
Así no íbamos bien.
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