He estado prácticamente tres meses fuera de juego en el Blog.
Una nueva aventura profesional me han tenido ocupado todo ese tiempo y en buena
parte de él me mordí la lengua, hasta envenenarme, por no tener tiempo material
de salir al ruedo. Uno de esos instantes fue cuando el Brexit. De buena gana hubiera dejado la profundidad metafísica que
me tenía ocupado para poner luz, mi luz, sobre el tema. A vuelapluma pergeñé
unas fechas clave en el siglo XX al respecto del Brexit que consideré decisivas y que ahora incluiré aún cuando me
pregunto su habrá Briturn.
Históricamente, el Canal de la Manga -(a) Canal de La Mancha- ha sido ahondado y
ampliado con hechos, por los propios británicos, para separarse aún más del
continente. El caso es que los hijos de la Gran Bretaña nunca han estado muy a
favor de lo que se cuece en esta inmensa península de Asia que, en realidad, es
Europa.
Que conste: no me molesta en absoluto. Los entiendo. Son
felices en su identidad… y yo con su cerveza, con su güisqui, con su ginebra y
con muchísimas cosas más. Y con que vengan de vacaciones. Lo único negativo que
les encuentro a los ingleses es que cada día me cuesta más hacerme con su
idioma. En menos de un mes vuelvo a la EOI para una parte de Certification.
Tiemblo.
A lo que iba. Gabriel Tortella publicaba en El Mundo
(01.08.2016) su análisis sobre esa falta de comunión continental y la comenzaba
en el año 410 cuando el consejo tribal de la isla pacto con el emperador
Honorio el Brexit del Imperio romano.
El historiador y economista lo fundamenta en que Roma era incapaz de defender
la frontera norte y las costas. El caso es que nunca se han sentido muy a gusto
con el marchamo continental. Del siglo I sólo quedó un cordón que les unía al
continente: el religioso (el rito romano católico). Bueno, la verdad es que siempre
lo aderezaron a su forma, con lo que ya a finales del XIV los lolardos (de John Wyclif) comenzaron a
distanciarse (herejía Wyclif; desde 1414) y ese distanciamiento lo culminó
Enrique VIII en 1534.
Ya nada les unió al continente.
Yo, en mis notas (más prosaicas; cómo no), me iba a la
construcción de la Unión Europea. Tortella lo cuenta mejor, aunque no le da el
protagonismo que le daba yo (y le doy) a
Winston Churchill y su discurso de septiembre de 1946 en la Universidad de
Zurich: “debemos volver a crear la
familia europea con una estructura regional llamada, quizás, los Estados Unidos
de Europa”, donde algunos queremos ver el embrión de la UE. Sí, vale, todo
comenzará después con el Congreso de La Haya (1948), pero Churchill dijo eso y
cuál rábano por las hojas… lo cojo yo.
La historia de Inglaterra con el continente es
contradictoria. Mientras dominaron un trozo de Francia la cosa fue bien, pero
después se quedaron en su isla. Vale que más modernamente Inglaterra había
jurado defender siempre a Bélgica (país que nació sin Ejército) y que para eso
el Canal de la Manga no les parecía más grande que un regato, pero cuando Bélgica
y Luxemburgo decidieron unirse en la Unión Económica belga-luxemburguesa (1923),
los del Reino Unido de la Gran Bretaña pensaron que eso era una simpleza de los
Felices Años 20. Belgas y luxemburgueses venían de haber permanecido en el
Reino Unido de los Países Bajos, del que se segregaron en 1830 y 1890, con lo
que no fue difícil la unión económica. Luego, tras la IIGM, se unió al invento
Holanda (1948) y ya teníamos formado el BENELUX y de ahí a la CEE, una década.
También apunto yo en defensa de los guiris que cuando se creó la Unión Europea Occidental (UEO; 1948,
cosas de defensa) el Reino Unido estuvo europeo desde el primer momento, pero
en lo económico nunca le fue el tema continental. Y como el Tratado de Lisboa
(2010) dio carpetazo a la UEO, pues… un vínculo menos. También estuvieron en la
fundación de la Organización Europea para la Cooperación Económica (1948; gran
año) pero aquello fue para repartirse las ayudas del Plan Marshall y dejó el
testigo (1960) a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo económicos
que también incluye a Chile, Australia, Japón… que no son Europa…
Ahora que, efectivamente, cuando Europa (los seis
continentales que manejaban el fregao)
se ponen de acuerdo en Roma (1957; Tratado de Roma) en lo del Carbón y del
Acero -y en lo de la energía atómica- para dar paso al Mercado Común Europeo,
los British ya no estaban por europeizarse.
Pero como vieron que aquello funcionaba, y funcionaba bien, dijeron que querían
participar en lo mollar (1961). Pero ahí estaba el larguirucho de De Gaulle que
les dijo que a mesa puesta, nada de nada.
Entonces enarbolaron sus lazos económicos y políticos con la
Commonwealth y el principio de supranacionalidad y se montaron, a su medida, la
European Free Trade Area (EFTA; 1959)
con los pardillos del momento: Suiza y Austria, que iban de neutrales; con los
países de más al Norte, que se las pelaban de frío (Suecia, Noruega, Islandia y
Dinamarca; incluso Finlandia como asociado mirón) y con Portugal, que penaba
(como España) por estar en algún sarao económico. No fueron competencia para la
CEE y en el verano de 1961 ya estaba Londres tocando a la puerta de Bruselas…
pero ahí estaba de nuevo De Gaulle. ¡No!
Y hasta que el mayo de 1968 no enseñó el camino de salida al
general galo (que se fue en abril de 1969) el Reino Unido no rascaba bola en lo
de ser europeo de la CEE. Fue darle el carpetazo a De Gaulle y llegar los
British a tocar con insistencia a las puertas de Europa, que les dejó entrar el
1º de enero de 1973, junto a Dinamarca e Irlanda (que había hecho la guerra por
su cuenta). Y al resto de los de la EFTA… que les dieran; pero la UE los fue
admitiendo poco a poco.
Nada más entrar (1973) ya plantearon los British el primer Brexit (1975):
ganó el remain. Y luego siguieron a
lo suyo: no a la unión política, no a la unión monetaria (la libra es la libra),
no al intervencionismo de Bruselas; No, no, no. Consiguieron rebajar su cuota
(1984) y siempre buscaron la consideración de “especiales”. En 1984 eran los
más pobres de la CEE y la PAC era el 75% y como ellos tenían poca agricultura,
lo consiguieron. Pero ahora la PAC es sólo el 42% y ellos siguen con el “cheque
británico”.
Siempre han sido muy especiales. En 1818 comenzaron a debatir
en su Parlamento si abandonaban el Sistema Métrico Imperial y adoptaban el
Sistema Métrico Internacional (MKS)… y hasta 1965 no optaron por la metrificación / metrication (que así se llamó) del país. A mí me encanta tomar la
cerveza en el tamaño “pinta” (0’568
litros), pero recordemos que nunca han cumplido las directivas de la UE al
respeto de pesos y medidas. Hasta crearon un grupo llamado “Mártires del Sistema Métrico” que
consiguió (y, ¡ojo!, que aún no se han ido; ni siquiera aún han invocado el
Artículo 50 del Tratado de la Unión) que la Comisión Europea les autorizara a
seguir usando su Sistema Imperial… con lo que podré seguir tomándome mis buenas
pintas durante muuuuuucho tiempo. Un estudio de Open Europe presagia toda una
década de negocación. Vamos, que irse, lo que se dice irse… sólo lo han
insinuado (y votado).
Y, ahora, con “Cirisa”
May a la cabeza, ya hay quien recuerda el “pragmatismo
británico” -el profesor Ortega Carcelen, en El País- y otras alternativas.
Ya se habla del Briturn (British return) sin haberse ido. Hay quien recuerda
que Dinamarca e Irlanda realizaron un segundo plebiscito cuando la cosa no
salió como se esperaba. ¿A qué esperan?
Por lo demás… seguirán viniendo. Odian ser del común y son de
lo más común. Me encanta; me encantan.
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