Una “Barbie” que
tenemos a bordo ha llegado hoy hablándonos del “hambre hedonista” (¿¿??);
venía de hacer un reportaje y se las daba. Vamos, a mí me ha dejado atónito. En
mi vida había unido ambos conceptos (“hambre” y “hedonismo”) y,
naturalmente, no tenía ni repajolera idea de qué c… se refería la “Barbie”. No me supone ninguna mácula, en
mi negro estandarte, confesarlo.
El
hedonismo es la simbiosis entre búsqueda del placer y la huída del dolor; y el
hambre, digo yo, es la
necesidad de comer.
Por más que lo intento, sigo sin casar ambos conceptos… Pero
la “Barbie” nos lo ha explicado: el “hambre hedonista” es un estado que se
manifiesta ante alimentos apetitosos: “seguir
comiendo a pesar de estar saciado”… y eso se manifiesta, especialmente, en
estas fechas navideñas que acabamos de dejar de lado.
“Seguir comiendo a
pesar de estar saciado”; “hambre
hedonista”…
No, si hasta tiene base científica: la conjunción de la ghrelina (una hormona ligada a la
hormona del crecimiento) y el 2.araquidonilglicerol
(un derivado de lípidos promovido por el Sistema Nervioso Central que es clave
en los modernos tratamientos de la obesidad). La conjunción de ambas sustancias genera un impulso a seguir comiendo
de la comida más apetitosa a pesar de estar ya saciados. ¡Cáspita!
Hay por ahí un médico, el doctor Palmiero Monteleone (de una universidad italiana), nos ha
documentado la “Barbie”, que
distingue entre el hambre homeostática
(incluso fisiológica, la de comer para sobrevivir) y el hambre hedonista (comer por diversión). Si no fuera porque odio
filosofar, aquí podríamos largar una perorata de órdago porque el “hambre” (a secas) es una situación: la
de “escasez de alimentos básicos”,
lo que nos lleva situaciones de “miseria
generalizada” y ya en un sin sentido entrar en disquisiciones sobre el
hambre y su apellido. En fin, que hay gente p’a
tó.
El “hambre” es
una necesidad fisiológica que en el mundo
desarrollado llamamos “apetito”. Y no sé si es por camuflar el concepto o
por ganas de empreñar (causar
molestias, que no fecundar) el que llevemos la cosa a ese extremo. Es que,
dicen lo que saben, que el “hambre”/”apetito”
activa la ingesta de alimentos, lo que nos lleva a calmar el “hambre”/”apetito”,
la satisfacción física del acto, y a un
nuevo estado, el de “saciedad”: la percepción que tenemos de no necesitar la
ingesta de más alimentos.
Y resulta que hay una “saciedad
mecánica” (en función del volumen), y una “saciedad química” (en función de los nutrientes), y una “saciedad cognitiva” (que es cultural,
dicen) y, horror, una “¡saciedad
hedónica!” vinculada al placer de
comer. Sí, porque comer es un placer.
Y ese placer, el de comer, es el que nos lleva a engordar de
2 a 4 kilos cada Navidad… cuentan hoy los teletipos, hemos contado los medios
instantáneos y contarán mañana los periódicos.
Ahora, que lo de llamar a esto “hambre hedonista”… es que son ganas de filosofar.
Y es que, como decía la amiga Fuensanta, que es la antítesis
de la “Barbie” esta que nos llegó hoy con el reportaje, a mediados de los
setenta en la granja-escuela de la Escuela de Ingenieros del Campus -dicen ahora-
de Desamparados: “dejar de decir tontería que no tengo el coño p’a ruidos”. Sonará
hoy a ordinariez, pero Fuen no desentonaba nada con sus
expresiones en aquella granja donde le tirábamos grapas -con gomas- a los
inmensos atributos de un verraco descomunal que presidía la estabulación de agropecuarios
cada vez que regresábamos de un itinerario de Topografía. Aquello, lo de putear
al verraco, sí que no era nada hedonista.
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