Ante lo que parece la victoria sobre el Ébola de la Sra.
Romero y la puesta en marcha de un compromiso internacional para luchar contra
el virus en el continente afectado me
creo que es que nunca hemos ponderado África como lo que en realidad es.
Es el tercer
continente más grande del planeta; 30’2 millones de km2 (20’2% del total
terrestre). Lo integran 54 países y
tiene una población de 1.111 millones de habitantes (15’4% del total).
Lo ideal sería ver África sin los enfoques deterministas de vieja
geografía y saber que viene a ser lo mismo que la suma de China, Estados
Unidos, India, Europa del Este, Italia, Alemania, Francia, España, Portugal,
Benelux, Suiza, Reino Unido y Japón… y quedan huecos al encajarlos.
También sería ideal que la viéramos con sus propias
posibilidades de desarrollo. África es lo suficientemente rica para ir adelante
por sí sola… olvidando años de explotación. Porque, la verdad sea dicha, es que
los del Norte, tradicionalmente, hemos esquilmado el Sur. ¿Se imaginan todo ese potencial junto en África?
Roma, su imperio, fue el primero en encontrar interés en
África. Llegó hasta el país de los Mauros (negros; hoy Mautitania). Después,
poco a poco, con el paso de los siglos África fue interesando más para su
explotación como mano de obra y alguna riqueza. Con los ojos de hoy, el colmo
llegó con la repartición colonial de África que iniciamos en el XVII y
culminamos en el XIX con la Conferencia
de Berlín (1885). El estallido
de la IGM significó el avance de los imperios coloniales por el continente y el
descubrimiento de su potencial económico. La IIGM determinó el futuro del
África que hoy conocemos.
Insisto, África tiene muchas posibilidades, pero hemos de
olvidarnos un poco de la tradicional mentalidad “norteña” y determinista.
De África aún pesa un
pasado colonial, propio del momento, donde los europeos explotamos lo más fácil
y provechoso (oro, marfil, madera). Les
abocamos, con las corrientes en boga,
a la emancipación y a la independencia, muchas veces arrojados en brazos de
ideologías revolucionarias de Izquierda que murieron de incompetencia, o
torpedeadas por la metrópoli de turno. La
guerra y violencia se consideró el antídoto de todo al acercarnos a los
nuevos productos a obtener del subsuelo: minería, diamantes y petróleo. Los señores de la guerra, que nunca han
desaparecido de allí, y la religión
sectaria tomó el relevo del desastre genérico y generacional en África.
En el XVII, los
europeos llegamos a África -a las costas occidentales- para dedicarnos a la trata de esclavos.
En dos siglos, se estima que, alrededor de 15
millones africanos fueron sacados a la fuerza del continente por europeos
para llevarlos a América. Pero se suele olvidar que por las costas orientales, los árabes hicieron lo propio y las
estimaciones de trata de esclavos (lo de ellos es bastante más antiguo en
África) duplican la de los occidentales.
Vale que, desde 1815
triunfaron las corrientes antiesclavistas y hacia la mitad del siglo XIX se
inician los retornos hacia dos colonias en Liberia
y Sierra Leona pero eso fue con mucha menor intensidad que la penetración
de los europeos en el corazón africano buscando sus recursos.
Porque África, en el primer mundo, la vemos con este perfil
que es tanto bueno para ellos como para nosotros.
En los “felices 20” los movimientos independentistas
pulularon por todo el continente. Se hablaba de descolonización. África, en la primera mitad del XX, vio nacer importantes
líderes que con el tiempo, algunos, radicalizaron sus postulados. Los
sudafricanos Verwoerd y Vorsted apoyaron a Hitler, pero son la excepción. Es el
tiempo de Peter Abrahams en
Sudáfrica, de Jomo Kenyatta en
Kenia, de Kwame Nkrumah en Costa de
Oro (hoy Ghana), de Leópold Sédar
Senghor en Malí y Senegal, de Hastings
Kamuzu Banda en Malawi, de Ahmed
Sékou Turé en Guinea, de Kenneth Kaunda en Zambia, de Patrice Lumumba en la
República Democrática del Congo, de Julius Nyerere en Tanganiza (luego Tanzania)
o de Félix Houphouët-Boigny en Costa
de Marfil. Ellos, llevaron a la independencia a sus países.
Independencias africanas |
Es que la IIGM
dio un vuelco a África. Si el XIX termina con un solo un país independiente en
todo el continente (Liberia, 1847),
en el XX culminará el proceso con un antes y un después puesto en el conflicto
bélico internacional. Antes de aquél primero de septiembre de 1939, sólo habían
alcanzado aquél estatus otros dos países (Sudáfrica,
1910, y Egipto, 1922). Con el caos
italiano en el conflicto, Etiopía es
el cuarto país en integrarse en el reducido grupo de países independientes
(1941). Habrá que esperar toda una década para que otra colonia italiana, Libia, acceda a la independencia
(1951).
1956 fue un año trascendente: Marruecos, Túnez y Sudán acceden a la independencia, pero un
pequeño país, Ghana (1957), marcará
una inflexión. Entre 1960 y 1968 la
mitad del continente logra la independencia. 1960 fue el gran año: Benin,
Burkina Fasso, Camerún, Chad, Congo-Brazaville, Congo-Kinsasa, Costa de Marfil,
Gabón, Madagascar, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, República Centroafricana,
Senegal, Somalia y Togo. El goteo será incesante hasta 2011, cuando accede a la independencia Sudán del Sur.
Muchos países la conseguirán
de forma pacífica, pero otros los harán a base de sangre en revoluciones
temporales o conflictos de importancia contra la metrópoli (Argelia, Guerra
de Argelia: 1954-62; Angola, Guerra de Angola: 1961-1975) donde
la violencia fue protagonista. Y como siempre sus riquezas naturales, su
control, fue el detonante.
Algunas de las peores manifestaciones de la violencia
tuvieron lugar en Burundi y Ruanda (entre hutus y tutsis) con
matanzas salvajes. Mozambique, Etiopía y Sudan también padecieron las suyas. El problema tribal ha sido de siempre uno de los más graves de África.
El reparto colonial no respetó la división de tribus y naciones preexistente;
los artificios de reparto europeos complicaron más el problema porque gentes con diferentes lenguas y credos se
vieron obligadas a vivir bajo una misma e irreal identidad. El más duro de
aquellos conflictos fue la Guerra de Biafra (Guerra Civil de
Nigeria, 1967-70) hasta que Nigeria terminó por ser un país unificado. Menos
ampuloso fue el conflicto de Katanga con la insurrección de Moise Thsombe, con la intervención de
una importante compañía minera, la ONU y los soldados suecos que, finalmente, impusieron la voluntad internacional… y la
reunificación del Congo.
Un
problema añadido más fue el cariz de los
gobiernos africanos de nuevo cuño que desembocaron en tiranías absolutas
como la de Idi Amin en Uganda (1971-79)
o la de Mobutu Sese-Seko en Zaire
(1965-1997). Pero podemos contraponerles las del senegalés Shengor, presidente democrático durante 20 años) o la del tanzano Nyerere que fueron ejemplos de equidad
y prosperidad. La devastación, no obstante, teñida de sangre, superó la
bonanza.
Finalmente
llegaron algunos ejemplos de democracia pluripartidista, después de pasar por
dictaduras militares, y ahora se centran en la lucha contra la corrupción y
recuperar las muchas décadas perdidas. En
todos los países hay un exceso de centralidad, abundante legislación y nula
práctica de las medidas, lo que, unido a la pobreza, no consigue enderezar el
rumbo del país, pues siempre hay una tuerca que se afloja.
Pero el problema en África es siempre es el mismo: la carencia de buena tecnología e
infraestructuras de comunicación. La
falta de eficiencia lastra una adecuada explotación de sus materias primas y su
agricultura… a pesar de que el 80% de las exportaciones africanas son
materias primas; a pesar de que el 60% de la población está anclada en el medio
rural con cultivos y ganadería de subsistencia.
A
lo mejor, tras esto del Ébola, miramos con otros ojos a África, especialmente
al África negra (del Sahara hacia abajo). Hasta ahora, sólo China -por
intereses de todo tipo, incluso espúreos- ha mirado a África de otra manera;
aunque con el brote vírico ha preferido retirarse un discreto segundo plano.
Dicen que ahora comienza otra etapa para África. Veremos.
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