20 oct 2014

DE BUENAS NOTICIAS Y REFLEXIONES SOBRE ÁFRICA


Ante lo que parece la victoria sobre el Ébola de la Sra. Romero y la puesta en marcha de un compromiso internacional para luchar contra el virus en el continente  afectado me creo que es que nunca hemos ponderado África como lo que en realidad es.

Es el tercer continente más grande del planeta; 30’2 millones de km2 (20’2% del total terrestre). Lo integran 54 países y tiene una población de 1.111 millones de habitantes (15’4% del total).

Lo ideal sería ver África sin los enfoques deterministas de vieja geografía y saber que viene a ser lo mismo que la suma de China, Estados Unidos, India, Europa del Este, Italia, Alemania, Francia, España, Portugal, Benelux, Suiza, Reino Unido y Japón… y quedan huecos al encajarlos.
También sería ideal que la viéramos con sus propias posibilidades de desarrollo. África es lo suficientemente rica para ir adelante por sí sola… olvidando años de explotación. Porque, la verdad sea dicha, es que los del Norte, tradicionalmente, hemos esquilmado el Sur. ¿Se imaginan todo ese potencial junto en África?

Roma, su imperio, fue el primero en encontrar interés en África. Llegó hasta el país de los Mauros (negros; hoy Mautitania). Después, poco a poco, con el paso de los siglos África fue interesando más para su explotación como mano de obra y alguna riqueza. Con los ojos de hoy, el colmo llegó con la repartición colonial de África que iniciamos en el XVII y culminamos en el XIX con la Conferencia de Berlín (1885). El estallido de la IGM significó el avance de los imperios coloniales por el continente y el descubrimiento de su potencial económico. La IIGM determinó el futuro del África que hoy conocemos.

Insisto, África tiene muchas posibilidades, pero hemos de olvidarnos un poco de la tradicional mentalidad “norteña” y determinista.

De África aún pesa un pasado colonial, propio del momento, donde los europeos explotamos lo más fácil y provechoso (oro, marfil, madera). Les abocamos, con las corrientes en boga, a la emancipación y a la independencia, muchas veces arrojados en brazos de ideologías revolucionarias de Izquierda que murieron de incompetencia, o torpedeadas por la metrópoli de turno. La guerra y violencia se consideró el antídoto de todo al acercarnos a los nuevos productos a obtener del subsuelo: minería, diamantes y petróleo. Los señores de la guerra, que nunca han desaparecido de allí, y la religión sectaria tomó el relevo del desastre genérico y generacional en África.

En el XVII, los europeos llegamos a África -a las costas occidentales- para dedicarnos a la trata de esclavos. En dos siglos, se estima que, alrededor de 15 millones africanos fueron sacados a la fuerza del continente por europeos para llevarlos a América. Pero se suele olvidar que por las costas orientales, los árabes hicieron lo propio y las estimaciones de trata de esclavos (lo de ellos es bastante más antiguo en África) duplican la de los occidentales.

Vale que, desde 1815 triunfaron las corrientes antiesclavistas y hacia la mitad del siglo XIX se inician los retornos hacia dos colonias en Liberia y Sierra Leona pero eso fue con mucha menor intensidad que la penetración de los europeos en el corazón africano buscando sus recursos.

Porque África, en el primer mundo, la vemos con este perfil que es tanto bueno para ellos como para nosotros.

En los “felices 20” los movimientos independentistas pulularon por todo el continente. Se hablaba de descolonización. África, en la primera mitad del XX, vio nacer importantes líderes que con el tiempo, algunos, radicalizaron sus postulados. Los sudafricanos Verwoerd y Vorsted apoyaron a Hitler, pero son la excepción. Es el tiempo de Peter Abrahams en Sudáfrica, de Jomo Kenyatta en Kenia, de Kwame Nkrumah en Costa de Oro (hoy Ghana), de Leópold Sédar Senghor en Malí y Senegal, de Hastings Kamuzu Banda en Malawi, de Ahmed Sékou Turé  en Guinea, de Kenneth Kaunda  en Zambia, de Patrice Lumumba  en la República Democrática del Congo,  de Julius Nyerere en Tanganiza (luego Tanzania) o de Félix Houphouët-Boigny en Costa de Marfil. Ellos, llevaron a la independencia a sus países.

Independencias africanas
Es que la IIGM dio un vuelco a África. Si el XIX termina con un solo un país independiente en todo el continente (Liberia, 1847), en el XX culminará el proceso con un antes y un después puesto en el conflicto bélico internacional. Antes de aquél primero de septiembre de 1939, sólo habían alcanzado aquél estatus otros dos países (Sudáfrica, 1910, y Egipto, 1922). Con el caos italiano en el conflicto, Etiopía es el cuarto país en integrarse en el reducido grupo de países independientes (1941). Habrá que esperar toda una década para que otra colonia italiana, Libia, acceda a la independencia (1951).
1956 fue un año trascendente: Marruecos, Túnez y Sudán acceden a la independencia, pero un pequeño país, Ghana (1957), marcará una inflexión. Entre 1960 y 1968 la mitad del continente logra la independencia. 1960 fue el gran año: Benin, Burkina Fasso, Camerún, Chad, Congo-Brazaville, Congo-Kinsasa, Costa de Marfil, Gabón, Madagascar, Malí, Mauritania, Níger, Nigeria, República Centroafricana, Senegal, Somalia y Togo. El goteo será incesante hasta 2011, cuando accede a la independencia Sudán del Sur.

 Muchos países la conseguirán de forma pacífica, pero otros los harán a base de sangre en revoluciones temporales o conflictos de importancia contra la metrópoli (Argelia, Guerra de Argelia: 1954-62; Angola, Guerra de Angola: 1961-1975) donde la violencia fue protagonista. Y como siempre sus riquezas naturales, su control, fue el detonante.

Algunas de las peores manifestaciones de la violencia tuvieron lugar en Burundi y Ruanda (entre hutus y tutsis) con matanzas salvajes. Mozambique, Etiopía y Sudan también padecieron las suyas. El problema tribal ha sido de siempre uno de los más graves de África. El reparto colonial no respetó la división de tribus y naciones preexistente; los artificios de reparto europeos complicaron más el problema porque gentes con diferentes lenguas y credos se vieron obligadas a vivir bajo una misma e irreal identidad. El más duro de aquellos conflictos fue la Guerra de Biafra (Guerra Civil de Nigeria, 1967-70) hasta que Nigeria terminó por ser un país unificado. Menos ampuloso fue el conflicto de Katanga con la insurrección de Moise Thsombe, con la intervención de una importante compañía minera, la ONU y los soldados suecos que, finalmente, impusieron la voluntad internacional… y la reunificación del Congo.

Un problema añadido más fue el cariz de los gobiernos africanos de nuevo cuño que desembocaron en tiranías absolutas como la de Idi Amin en Uganda (1971-79) o la de Mobutu Sese-Seko en Zaire (1965-1997). Pero podemos contraponerles las del senegalés Shengor, presidente democrático durante 20 años) o la del tanzano Nyerere que fueron ejemplos de equidad y prosperidad. La devastación, no obstante, teñida de sangre, superó la bonanza.

Finalmente llegaron algunos ejemplos de democracia pluripartidista, después de pasar por dictaduras militares, y ahora se centran en la lucha contra la corrupción y recuperar las muchas décadas perdidas. En todos los países hay un exceso de centralidad, abundante legislación y nula práctica de las medidas, lo que, unido a la pobreza, no consigue enderezar el rumbo del país, pues siempre hay una tuerca que se afloja.

Pero el problema en África es siempre es el mismo: la carencia de buena tecnología e infraestructuras de comunicación. La falta de eficiencia lastra una adecuada explotación de sus materias primas y su agricultura… a pesar de que el 80% de las exportaciones africanas son materias primas; a pesar de que el 60% de la población está anclada en el medio rural con cultivos y ganadería de subsistencia.

A lo mejor, tras esto del Ébola, miramos con otros ojos a África, especialmente al África negra (del Sahara hacia abajo). Hasta ahora, sólo China -por intereses de todo tipo, incluso espúreos- ha mirado a África de otra manera; aunque con el brote vírico ha preferido retirarse un discreto segundo plano. Dicen que ahora comienza otra etapa para África. Veremos.




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