Esta mañana, mi sobrina-nieta (9 years old; y tan old. ¡Cuán
de mayores nos van haciendo!) me ha sorprendido con un “¡Mira, tío, qué bonito día de
Veroño!”. Es muy zalamera y puñetera esta niñita, Sairota von Henflincht; de los Von Henflincht de Benidorm de tota
la vida, que conste.
Y me ha explicado Sairota esto del Veroño mientras trasegaba toda una pinta de leche: una cosa, esta
cosa, entre verano y otoño que vivimos ahora mismo. Mi sensor ventanométrico
(está en la ventana) está ya en los 27º y sólo nos acercamos a las 12 de la
mañana. Veroño, ¡cómo se nota que esta niñita no sale a trotar cada mañana
antes de las siete y se tropieza con los 13º
de los últimos tres días! Veroño, ¡así va el país!
Luego me he enterado, tras pasear a “Putoperro”, que lo de Veroño lo ha leído en el WhastApp de su
madre… y me lo ha hecho llegar: “Veroño, época del año en la que puedes
tomarte un granizado de castañas, buscar níscalos en bañador, comerte unos
panellets -típicos del 1º de noviembre por estos lares, añado yo- en el
chiringuito de la playa donde hasta hace unos días comías sardinas, tomarte un
helado de boniato, matar mosquitos con la bufanda” y cosas por el
estilo ya con menos gracia… si es que lo de Veroño la tiene. A mí me ha gustado.
¿Gustar?, ¡me ha encantado eso de Veroño! Definió
perfectamente la situación a mediodía.
Y mucho más me ha encantado la facilidad con que se le
olvidan las cosas a Sairota. Ayer mañana, mismo, iba al cole con leotardos
gordos, gordos… porque bajar de Polop a la hora del cole de Benidorm se las
trae a esas horas matineras y de frescor de octubre. Pero hoy está feliz con su
Veroño y ya se ha montado su “oficina” en el salón no sin antes preguntar lo de
la hora para esta próxima madrugada.
Del cambio de hora
ya hemos hablado en este blog; y no sólo una vez, que es recurrente, con lo que
valga la del año pasado. Ahora bien, como le oí anoche a un colaborador de Alsina mientras paseaba a “Putoperro”
(mi vida, ahora, se reduce a sacar al semoviente de la unidad familiar a hacer
sus deposiciones… y daba cuenta de una rabaseta, que todo hay que decirlo), este país está para hacérselo ver. Sí, “un
país que cada 31 de diciembre hay que recordarle lo de las campanadas, los
cuartos y el trayecto de la bola, no es muy normal”. Y mucho menos si dos veces al año (último domingo de
octubre y último domingo de marzo) hay
que estar tratando y retratando lo del cambio de hora… porque hay una
Directiva Europea y un Decreto de Presidencia del Gobierno… y muchos años de tradición para haberlo
ya asumido como natural; como las tradicionales subidas de la gasolina y de la
bombona de butano.
Y me gusto más, si cabe, la explicación que ofreció otro
colaborador de Alsina, anoche, sobre la
duración de los días y la luz solar, que venía a colación con el tema. Puso
un ejemplo híper-mega-didáctico: un
pollo al ast.
Sí, el planeta Tierra
es el pollo ensartado en el espetón que se coloca en la máquina y gira y gira
hasta asarse… y el sol equivale al foco calefactor de la máquina que es una
placa cerámica.
¡Perfecto!, pero algo ajeno a la realidad. Eso sí,
didáctico; muy didáctico.
Sí, si el planta
Tierra estuviera “pinchado” (por su
eje) como el pollo del asunto -o el planeta Mercurio, cuyo eje es
prácticamente perfecto (a 0’1º)-, el día
y la noche tendrían la misma duración y no haría falta aplicar ese cambio de
hora.
Lo que pasa, y muy bien que lo explicó el colaborador de
Alsina, el pollo/planeta nuestro no está ensartado en la dirección
cabeza-culo (N-S, vamos) sino que está ensartado de la guisa que un taurino
describiría como “travesao”. El eje
del planeta tierra (eje polar) está desplazado del, digamos, eje
natural-oficial unos 23’5º. Si eso
mismo lo trasladáramos al pollo de la máquina sería como atravesarlo de muslo a
ala… y diríamos que está mal ensartado… para un resultado de cocinado
uniforme “al ast”
Es que, resulta que, un pollo al ast de tal guisa, que no gira “como debe”, pasaría a estar
más quemado en unos lugares que en otros: el
día y la noche serían ya distintos. Esto,
además, explica las estaciones: 4, primavera, verano, otoño, invierno…
incluso este Veroño este. El giro -así, “travesao”- ya no sería uniforme, y cambia
la cosa. ¡Menos mal que el planeta Tierra no es ese pollo, porque algún
alienígena vendría a comernos!; estaríamos riquísimos.
Si cambiamos el ejemplo -por exceso de calor; que nos
torramos- y lo pasamos sólo a iluminación, nos encontramos con que para
conseguir un mínimo ahorro cambiamos el
horario en que decimos que amanece (que no es poco) y nos ponemos en
funcionamiento; pero mantenemos al planeta ensartado del muslo al ala. Menos
mal.
E insisto: ¡Menos mal que el planeta Tierra no es ese pollo!
Aquí, en el baile del planeta sobre su eje, entran también en liza el plano de la elíptica y otros
movimientos -como nutación y precesión- que unir el de rotación.
A lo peor, un pollo al ast ensartado como el planeta Tierra
(línea de de polos; a 23’5º) con movimientos de nutación y precesión, no se nos
socarra tanto como imaginamos a priori… con lo que, a lo pedor, estoy dando una idea de nueva -y compleja- máquina de asar
pollos: no sólo con el giro de rotación sobre su eje, sino con los añadidos de
plano de la elíptica, nutación y precesión… pero me imagino que no hay
mecanismo terrestre que aguante semejante bamboleo… y, además, sabiendo que
cada 25.767 años hay que variar la
orientación del eje, que hay que estar atentos al calendario no sea que se nos pase.
Vanos, que en la madrugada del domingo cambiamos la hora (a
las 3 serán las 2… en la península) y seguimos en Veroño; lo de siempre.
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