Por “Los Cafés del Meliá” pasó ayer Manuel Sánchez Luis, uno de esos
hombres emprendedores, constantes y profesionales que estuvieron en el momento
oportuno y en el lugar idóneo. De todo, menos jugar al fútbol: “Patángolas”
le llamaban… aunque un día fue decisivo para su equipo.
Ya era un personaje; Pero en nuestra tertulia “Los
Cafés del Meliá” descubrimos mucho más de él. Yo al menos; y eso que
creía que le conocía. Hace más de 25 años me lo presentó Manuel Ballestero y
Ballestero; compartían ascendencia charra y vida madrileña… hasta que
llegaron a Benidorm y cada uno fue a lo suyo, pero con entrañables lazos de
camaradería.
Manolo
Ballestero, “Manolito-vamos, no
me jodas”, me lo presentó como alguien del gremio, plumilla (había trabajado en el Arriba), ilustrador,
ganador del Premio Paleta Agromán (1961), diseñador e interiorista. Manolo Sánchez Luís, “Manolo”,
era, además divertido y encantador; sobre todo un bon vivant. Hacían una buena pareja Manolo y Manolito; pero Manolito, aún siendo la mejor pluma a esta orilla del Mississippi
(entre el Mississipi y el Racons -por lo menos-, océano Atlántico por medio) se
movía menos que macizo hespérico. Si había que trabajar… pues se hacía un
tremendo esfuerzo y se trabajaba; pero si no… Manolito se equivocó de siglo; él hubiera triunfado en la segunda
mitad del XIX… y nos dejó ya entrado el XXI. Manolo es todo lo
contrario, y sigue por aquí siéndolo. Eran los dos de aperitivo diario; yo me
unía en contadas ocasiones.
Y mira que se contaban cosas entre campari y vermut, pero
por fin hemos conocido a Manuel Sánchez
Luís. Algunos, mucho más íntimos que yo, le han descubierto también. Nunca
habíamos sabido tantas aventuras de él.
Nacido en La Alberca
(Salamanca), criado en Madrid y con
algún verano en San Sebastián. Su
padre, peluquero, hacía “Campaña de
Verano” en un hotel en la Bahía de la Concha. Con 8 años le pilló la
guerra, en Madrid. De aquellos días sólo recuerda el hambre y el frío en el
76 de Francisco Silvela… Bueno, más cosas: aprendió a nadar en “el canalillo” del Canal de Isabel II, aprendió
“asaltar” serrerías a por leña, aprendió a “pescar”
gallinas con un garbanzo y una cuerda, aprendió a “cazar” carpas del retiro con un anzuelo improvisado o una navaja, aprendió
a meter casquillos de bala en las vías del tranvía… y aprendió “afanar” sandías… -el hambre es el
hambre-… hasta que bombardearon Madrid con pan. Manolo lo recuerda alborozado:
“hubo pan en casa para seis días”. Y
al final de la guerra, al estallar la paz, vio la leche condensada, el queso y
el chocolate… y le devolvieron la barbería a su padre… y con 2 pesetas de
plata, las primeras que había ganado el padre como barbero y que estaban en una
pared que resistió a la guerra, tiraron los quince primeros días… y Manolo
fue a una academia de un cliente de la barbería, y terminó el Bachiller y llegó
a la Universidad, a Químicas… pero al final terminó en Bellas Artes, donde se licenció. Y tras conocer y darse a conocer al
cartelista de Régimen, Carlos Sáenz de
Tejada, y al arquitecto César
Manrique, con veintidós años, estaba ya trabajando en Dragados y Construcciones. Y montó su propio gabinete (Santa
Isabel, 9). Un extra eran las vistas del Puente
de San Isidro que en las tapas de las cajas de cartón de las botas Segarra hacía para un norteamericano
que muy bien se las pagaba. “Hay puentes
de San Isidro a 75 pesetas por todo el mundo”. Y comenzó a contar en el
Diario Arriba la vida social de
Madrid y consiguió su carné de Prensa; y cuando empezaba a colocar sus dibujos
y viñetas por todo Madrid, Enrique
Kronos, el caricaturista de Marca (diario deportivo), le invita
a trabajar con él, al tiempo que termina en la vieja Escuela de Periodismo… y Pedro Gómez Aparicio (Semanario Signo)
le tutela la etapa, junto a Manuel Calvo
Hernando que lo lleva a la divulgación científica, al tiempo que Antonio González Morales, editor de novelas,
le contrata para ilustrar portadas y le llegan los encargos de escaparatismo -Sederías
Carretas, Samaral, Giral Laporta-
y los locales de moda se le suman con Perico
Chicote o José Luis Ruiz de Salaguren.
Madrid se rinde a Manolo. Y le llegan los encargos del Teatro de La Zarzuela… y
lo llama Antonio Mingote para Publicidad Alfil… y llega al cine
comercial con los Hermanos Moro (Movierecord)…
Manolo y yo, en la tertulia. (Foto: Mario Ayús) |
En esas, con José
García Palazón monta Paisajes
Españoles y comienzan a volar España fotografiando cada pueblo y cada
rincón… y le llaman del Instituto Ibis
(¿quién no recuerda su raticida?; pues la rata aquella era de Manolo)…
y don José María Pemán para
ilustrarle obras… y don Gregorio Marañón
para ilustrar un libro de anatomía fisiológica (más de 200 operaciones y
disecciones en su haber, con recuerdos del olor a quirófano)… Manolo
dice a todo que sí; se multiplica; a nada dice que no… ni al matrimonio.
Y llega al mundo de la construcción de la mano de Bierma
(Juan Giral Laporta) y la cerámica industrial para la construcción… y a Agromán,
donde termina colaborando en la revista y publicando sus viñetas y ganando
premios. Entonces entra en el accionariado con SUCO (Suministros para la
construcción) y traen a España todas las novedades existentes en materiales
de construcción. Pone de moda los mosaicos;
y mosaicos suyos hay por todo el mundo. Y en medio del éxito, una úlcera de
estómago, que él llama “terrible”, le
aparta del circuito comercial y casi de la vida
Tras la operación le mandan a recuperarse a esta tierras;
primero a Calpe. Y por aquí empieza
una nueva andadura en la Sociedad de Construcción y Decoración
que le lleva a las casas de los principales industriales de Jijona, Alcoy, Alicante, Valencia… y Benidorm, donde la británica Miguelina
Roberts le hace los primeros encargos para Apartamentos “El Ancla”. Y le llaman para stands de la
Feria del Juguete de Valencia. Allí,
Antonio Pérez Sánchez le contrata
para Geyper (Juegos
Reunidos, Geyperman, Cadako...), la empresa valenciana que
llenó de juguetes el mundo y comenzará precisamente ahí, en Valencia -en Geyper-
y en 1961, una fructífera relación.
Tertulianos (alopécicos) admirando originales de su obra (Foto: Mario Ayús) |
Volvió a Benidorm a trabajar para Mildred Frey… y comenzó la aventura urbanística de la ciudad con
Antonio Pérez Sánchez como principal accionista de las iniciativas.
Nos contó la aventura de la Torre Coblanca, la
primera iniciativa de Constructora Costa
Blanca. El conseguir los terrenos, adaptar el volumen de edificación al
terreno y al nuevo PGOU de Pedro Zaragoza, el querer hacer
construcción en altura. Estamos en 1963
y tropieza con los grandes arquitectos innovadores del momento, tanto Fisac como Baselgas, no están por levantar más de 12 alturas en una zona sísmica y cárstica como Benidorm. Consigue a
Juan García de la Hoya… y levantan
la Torre
Coblanca, 29 pisos (94
metros de altura) entre 1963 y 1966… el edificio más alto de Benidorm hasta
1985… 128 pilares penetran 22 metros
en el subsuelo y mantienen una caja de cimentación sobre la que se asienta la
torre, flotando sobre ese lecho a 85 metros de la línea de agua… lo que le
permite oscilar algunos centímetros. Un hito arquitectónico. Y le siguieron
infinidad de otras emblemáticas torres Coblanca (y van por la 41…)
Manolo se
jubiló cuando cumplió los 65… y aquí sigue, pletórico, vivaz, feliz… al margen
de aquellos días de brega, centrado en sus aperitivos, su familia y sus cosas…
y enseñando sus dibujos y recordando sus realizaciones a los amigos. Ahora
preside la Peña de Mus e insiste en
que hay que recrear Benidorm.
En eso estamos contigo, Manolo.
PD. Amigo lector: si tiene más de cincuenta años, lo más
seguro es que en casa tenga algo ilustrado por Manuel Sánchez Luís. Recréese y
disfrútelo. Es un tipo encantador… y un buen amigo.
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