La susodicha higuera |
En el Paseo de Colón, a la altura de la Escuela de Vela del
Club Náutico de Benidorm, hay una higuera. Cada mañana, en esta nueva faceta de
mi vida, salgo a andar y, según el itinerario que siga, a la altura del kilómetro
4’300 (paso arriba, metro abajo) o del kilómetro 7’100 (metro arriba, paso
abajo) paso por debajo de ella y me inunda su particular aroma. Es una gozada,
reconforta e imprime fortaleza para llegar al destino: a la ducha.
Es una higuera y ya se ven los higos.
No sé si es refloreciente o brevera (o bacorera) -en junio
no hacía yo este periplo matiner- pero ansío enfilar, ahora, el Paseo de Colón
para pasar bajo ella; es ahora un poco mi higuera.
La higuera es una morácea fascinante; por lo general, en el
Mediterráneo, crece espontáneamente en muchos espacios. Y además de esa
característica de poder dar dos cosechas (brevas, para antes del verano -que en
realidad son flores tardías de otoño-, e higos para después del verano -que son
las flores del año-) tienen la particularidad de poder ser árboles dioicos
(árboles de flores bien masculinas o bien femeninas; a los de flores masculinas
se les conoce como cabrahígos -o higos de Capri-, y suelen ser silvestres) o
monoicos (flores masculinas y femeninas en el mismo árbol). Por lo general, las
de por aquí son monoicas, autofértiles. Y más cosas: el higo, en realidad, es
una infrutescencia, el fruto de un fruto: lo que nos comemos y parecen semillas
(destripen un higo y verán), en realidad, son los frutos de la higuera. Y más
cosas: tienen flores, muy pequeñas y de color amarillo, que son difíciles de
observar. Ah, se dice que el que ve (o la que ve) una flor de higuera la noche
de San Juan gozará por siempre de la felicidad.
La higuera fue uno de los primeros árboles que el hombre
cultivó y se encuentra bastante ligado a él. Tiene su origen en la Caria, esa
zona de Turquía a la que apunta la isla de Rodas, y por ello la clasifican como
Ficus carica. Es una planta arbustiva
genial; de esas de planta y olvida. No necesita cuidados, y da, cuando menos,
higos; y brevas e higos las reflorecientes.
Bueno, tiene alguna plaga la
higuera y un par de posibles enfermedades, pero nada del otro jueves.
higos en la higuera |
Adán y Eva, después del Pecado Original, se cobijan bajo una
higuera y cubren sus partes pudendas con hojas de higuera (pámpanos de higuera
le decían en Lo Reche); era, dicen,
uno de los árboles más abundantes en el Paraíso Terrenal. Los egipcios gustaban
de su cultivo, y adoraban los higos; después será uno de los árboles más
señalados en la Tierra Prometida y animará aquella huída.
La higuera es el árbol de Venus y la breva y el higo tiene
sus connotaciones sexuales. A Rómulo y Remo los amamanta Luperca, la loba, bajo
una higuera, y las ofrendas al dios Baco eran con higos. Tanta importancia
llegó a tener el higo en Roma que la Tercera Guerra Púnica se inició cuando Marco
Porcio Catón, el censor Catón el Viejo, presentó hermosos higos púnicos y dijo
dos cosas: “están a sólo 3 días de Roma”
(¡Ojo! que pueden acabar con nuestro mercado) y, luego, la célebre frase de “Cartago delenda est/Cartago debe ser
destruida”.
Ah, también tiene su lacra: resulta que Judas se ahorcó en
una higuera y, a pesar de la traición, se la maldijo. Bueno, es que Jesús ya la
había maldecido previamente, aunque hay quien dice que se trató de un cabrahígo
(higuera macho) y no de una higuera.
A mí, esta higuera del Náutico, me recuerda los veranos de Lo Reche; aquellos de traje de Adán,
sandalias y bicicleta. Frente a la Casa del Canal, mi abuelo José tenía sus
higueras de higos, de dos en dos, de “verdal”, “blanca” y “pellejo de toro”.
Una vez supe distinguirlos.
Cada tarde, al caer el sol, había ración de higos,
y unos bancales más allá se cogían los que se secaban en cañizos. Mi padre
contaba lo de Platón y los higos: durante mucho tiempo se dijo que eran “alimento
de filósofos”... no sé si por su poder nutritivo o porque el filósofo
no hallaba otro sustento. Eso sí, tanto Hipócrates como Galeno los
recomendaban.
El verano se acababa cuando mi abuela Mercedes y aquellas
gentes se ponían a preparar el
dulce de membrillo, el arrope y el calabazate.
Arrope de higos, negro dorado y dulce; calabazate con membrillo y melón… cosas
que no he vuelto a probar, cosas de Lo
Reche y de aquella niñez donde el Canal de Riegos de Levante, entre 2
partidores, era una auténtica piscina olímpica.
También en Lo Reche,
junto a la Casa de la Palmera, había
un grupo de higueras brevales de la variedad “colar”; por las mañanas, al principio del verano, acompañaba a mi
padre a coger unas docenas… y más de una breva madura terminó despanzurrada en
mis manos, o cayó desde ellas al suelo… con la consiguiente bronca; eran las
mejores. Y no se me ha olvidado el refrán: “después de comer brevas, agua no
bebas”… porque esa combinación es un laxante eficaz
La “leche” de la
higuera (el látex de la higuera) servía para muchas cosas. Recuerdo que Ramón
cuajaba leche muy azucarada con unas gotas de este látex, removiendo con el
rabo de una buena hoja de higuera; y estaba buena. Y una vez que me picó una avispa
me frotaron con “leche” de higuera… y
se pasó. Y decían que la gente fabricaba una buenísima lejía, muy
desinfectante, con la ceniza de las ramas de la higuera. Decían.
Pasar bajo la higuera del Náutico me trae muy buenos
recuerdos… que me impelen para poder culminar mi periplo matinal.
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