Don Luis Sancho
sigue impertérrito en Santander mirando
al mar y, como yo, no sale de su asombro cuando en las teles cuentan lo de la altura de las olas estos días de temporal. A
don Luis casi todos le conocen como Jorge, Jorge Sepúlveda; y lo suyo es
onírico e inmortal ya. Lo mío, pasajero.
Casi donde don Luis pierde el horizonte, a 22 millas de
aquella costa, sí hay una boya que mide la altura de las olas, pero que las
olas lleguen con fuerza al litoral y choquen contra escolleras y paseos
levantando su espuma a la altura de alguna edificación no indica, en realidad, “la altura de las olas” que aparecen en
las noticias. La boya que sí mide esa altura se pierde en la distancia que otea
don Luis y tiene nombre propio: Augusto González de Linares (43’84 N
y 3,77 W; más o menos, pues se mueve en su entorno -está anclada a 2.850 m de profundidad-).
Pertenece al IEO (Instituto Español
de Oceanografía) y tiene en su haber el haber medido olas de 26’13 metros de altura (24.01.2009; la
altura de un edificio de 7 u 8 plantas), pero lo máximo que midió el día 2 de
febrero de 2014 fueron 10’31 m (que
ya son) a las 3 de la madrugada (que es el último registro que puedo consultar).
Las boyas de la red VIGIA entre 4 y 7 millas de la costa, como la de la Virgen
del Mar o la de Berria (Santoña), ya se quedaron en 4’62 m (que también son metros) a las 5’28
horas.
La espectacularidad de una ola batiendo la isla de Mouro (Santander) |
Lo que hay que hacer es decir, en la información, en qué
punto se midió la altura de la ola. Luego está lo de ver romper las olas, por
ejemplo, en la isla de Mouro, frente a la Magdalena, desde la bocana de puerto
santanderino -que ya impresiona la cosa- y da lo mismo que sean ocho que
ochenta. Bueno, pues parece que aquellas olas no alcanzaban ni los 2 metros;
pero rompiendo ya son harina de otro costal.
Y luego está lo de siempre: el tipo mayor que sale y dice lo
que “yo, en toda mi vida, no recuerdo una
cosa igual”. Pues… flaca memoria. Así, a bote pronto y por toda la costera
cantábrica… enero 1930, febrero de 1965, febrero 1978… y más fuertes que esta.
El mar es el mar y las olas son las olas. Por cierto, recordemos
que las olas son ondulaciones de la superficie marina por acción del viento. En
cuanto los vientos superan los 3 km/h se generan olas. La ola, en sí, es sólo
un movimiento oscilatorio pero cuando la onda llega a la orilla… revienta. Lo “bonito” es observar, en la mayoría de
los casos, la rompiente de la ola.
Aquí ya entraríamos en cuestiones de
dinámica y todo eso que excede del cometido del Post entrando en estabilidad e
inestabilidad y poniendo las cosas en su sitio respecto a cresta, seno, altura,
longitud y velocidad. También la cuestión del roce y la pérdida de fuerza
conforme llega a la línea de costa y el posible strand existente.
Por cierto, las boyas gallegas frente a los cabos Silleiro
(Bayona) y Vilán (Camarilla) también han tenido registros importantes,
pero no han “batido récords” en 2014 como lo hiciera en 2010 con olas de más de
20 metros. También la boya “Donostia”, a 5 millas del Pasaia ha
hecho “buenos” registros. La boya “Bilbao-Vizcaya” a 20 millas del
puerto de Bilbao ha llegado a medir alturas de 10’3 metros y la que hay a 12
millas de Hondarribia midió más 8 metros. Pero al llegar a la costa la altura
no es tal; aunque la fuerza sea descomunal y la rompiente espectacular. Si a
eso unimos la marea de tormenta, el lío es importante.
Sensacional viñeta de Dávila, hoy en El Faro de Vigo |
Pero a lo que nos trae. Con las mareas vivas de estas
fechas, con los periodos de retorno de cada uno de estos episodios de 50/60
años, con mar de fondo, con fenómenos ciclogenésicos como Nadja y todo eso, pues lo
de estos días tiene, sin duda, un papel protagonista en los Medios. Desde el
año 828 para acá, por los días finales de diciembre y hasta primeros de
febrero, con mareas sicigias, hay infinidad de episodios de mareas de tormenta (storm surges) asolando las costas
atlánticas europeas desde Finisterre hasta Pomerania en el Báltico.
Esto no ha acabado y en las próximas horas se espera un
nuevo episodio. Como esto es cíclico y “ya
toca” (dicen, por periodos de retorno de 50/60 años), en media Europa
esperan lo peor. En los Países Bajos se recuerda, aún con temor, “De
Watersnood” (La Inundación), en la noche del 31 de enero al 1º de
febrero de 1953. Los diques en Zelanda no aguantaron la combinación marea viva
+ la marea de tormenta. Francia, Bélgica, Gran Bretaña y Alemania también la
sufrieron. De hecho, en este diciembre último, coincidiendo con la tormenta Xaver
se desataron todas las alarmas: ¡tocaba episodio descomunal! En Holanda,
en esto, podemos retrotraernos a estos episodios desde el Grote Mandrenke (enero de
1632; “gran ahogamiento de hombres”) donde las crónicas describen perfectamente
la marea de tormenta que se desencadenó.
Hamburgo, en
Alemania, aún vive angustiada por la “Sturmflut” de 1962 (17 de febrero).
Rompió los diques que retienen el mar por donde va a desembocar el Elba. Están
en tiempo de que otro de estos vuelva a ocurrir.
Lo que sí hemos visto son los destrozos causados por la
fuerza machacona del oleaje. Y es que a veces se nos olvida que estas olas, de
2 a 4 metros me están llegando a rompeolas y batientes de la costa, ya pueden
descargar impactos de más de 10 (incluso 12) toneladas por metro cuadrado. Y claro,
esa potencia de 10 ó 12 TM/m2 (en estas olas litorales que
nos ocupan; que mar adentro pueden llegar a engrosar hasta 100 TM/m2 las olas
de 30 metros, que las hay) contra un espigón es normal que lo desmantelen y
metan las piedras de menor tamaño tierra adentro llevándose muros y muretes;
incluso que socaven cimientos en paseos marítimos.
La fuerza del mar es descomunal. No hay que subestimarla y
sí hay tenerle el respeto que merece. Si en ello hubiéramos reparado no
estaríamos hablando de 5 muertos en estos días.
PD. El diario EL PAÍS ha publicado, el día 4 de febrero, un interesante artículo al respecto: http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/02/04/actualidad/1391531931_466850.htm
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