Se dice, “ofisialmente”,
que un 13 de febrero (pero de 1541;
hace pues 473 años) dos españoles (Gonzalo
Pizarro y Francisco de Orellana),
al frente de una ya muy diezmada expedición, “descubrieron” el río Amazonas. Gonzalo era hermanastro del
gran Francisco Pizarro, Marqués de
la Conquista y de los Atavillos, y los tres eran primos y extremeños; todo
quedaba en casa. La verdad es que aquello de “descubrir” el río Amazonas
debió de ocurrir entre el 4 de febrero y el 26 de agosto de 1541 (más bien en
febrero que en los meses sucesivos), pues un tanto vago es el relato, pero si
el cronista dice que fue el día 13, pues el 13.
El caso es que en busca del País de la Canela Gonzalo Pizarro y Francisco de Orellana se
metieron en el berenjenal este del que tenemos referencias por las crónicas de Gaspar de Carvajal, un dominico que
oficiaba de cronista de las andanzas de Orellana (porque le pagaba) y que le escribió,
a mayor gloria de éste, la “Relación del nuevo descubrimiento del
famosos río Grande que descubrió por muy gran ventura el capitán Francisco de
Orellana” y que Gonzalo
Fernández de Oviedo incluyó en su “Historia General y natural de las Indias”
(escrita en 1542, de primera mano, aunque publicada en 1855). En la peli “Aguirre, la cólera de Dios”,
me hacen aparecer a este dominico que sí acompañó a Orellana, pero no a ese
Aguirre.
Hoy, alguno podría decir que menudo lío montaron por lo de
la canela. Pero habría que recordar
que la canela y la pimienta eran las especias más
apreciadas de entonces, y alguien, al que la chicha se le había subido a la cabeza, les había dicho que por allí
(por la Amazonía de hoy) había “bosques de canela”. Y aunque hoy sólo
le añadamos canela al arroz con leche -y al flan, en rama-, por aquél entonces
la canela iba con casi todo, porque si bien no ayudaba a conservar los
alimentos si que les “mataba” el mal sabor -y el mal olor- a lo que se metían entre
pecho y espalda aquellos especímenes de la raza humana que vivían por Europa.
En ocasiones tenían las especias, y la canela en especial, consideración
de medicinas por sus propiedades antisépticas. Y es que el Cinnamomum verum (la canela), entonces, sólo se daba en Ceylan (Sri Lanka hoy, pero durante algunos siglos conocida como “la
isla de los mil nombres”, porque nadie se ponía de acuerdo en el
oficial). Encontrar el arbolito de la canela en aquellas tierras americanas
hubiera sido un puntazo económico mundial para el descubridor y para España.
La canela ha sido
usada, hasta hace bien poco, incluso en la España rural, como el mágico relajante que inducía sueño a los niños…
y permitía a las madres ir al campo a trabajar. Además, cuentan, retrasa la
menstruación, cauteriza abrasiones en la lengua, es beneficiosa contra la
diabetes (reduce el azúcar en sangre) y el colesterol. Funciona contra los
resfriados, la gripe y la bronquitis; combate náuseas, vómitos y diarreas;
estimula el sistema digestivo y, aún hay quien asegura, tiene algo de
estimulante del deseo sexual. Vamos, que si había un bosque de canela por allí,
había que ir a por él. Y fueron. Y, lógicamente, canela no encontraron. Pero se
dieron con un conjunto fluvial inmenso.
Al río en cuestión, Grande que dejó escrito Carvajal, le
llamaron enseguida Amazonas porque
contaba el cronista que en repetidas ocasiones fueron atacados por “feroces
mujeres guerreras” que le recordaron, erudito que era el dominico, a las
amazonas de la literatura griega. El
listo de turno -y no uno, que han sido varios- rebate a Carvajal diciendo que,
todo lo más, les atacaron hombres de cabellos largos… pero liderados por
mujeres. Vaya Ud. a saberlo ahora. El caso es que Amazonas lo llamamos, y la Amazonía
es su zona de influencia.
Y lo que no descubrieron los extremeños del siglo XVI -y sí
los científicos del siglo XXI- es un río
subterráneo, por debajo del Amazonas, a unos 4.000 metros de profundidad,
que sigue su mismo trazado. Se trata del río
subterráneo más grande del mundo. En realidad no es un río en el sentido y
la forma con que conocemos a los ríos terrestres del planeta, pero se trata de
una inmensa masa de agua que se mueve a través de rocas porosas, a mínima
velocidad, y que dicen que es salada. Estamos en el Amazonas sobre una
corriente subterránea de 3.900 metros cúbicos por segundo (unos 133.000 m3/seg
tiene la corriente superficial del Amazonas) a la que han bautizado como río Hamza, en honor al geólogo Valiya
Mannathal Hamza que lleva cuarenta años estudiando el subsuelo del gran río.
El río Amazonas, en superficie; el río Hamza, en profundidad |
Petrobras, la
petrolera brasileña, hizo un sinfín de prospecciones en la Amazonía buscado
petróleo (y gas natural) durante los años 70 y 80, y no reparó en que estaban
sobre el Hamza y no sobre petróleo.
Sólo conseguían agua salmaya en cantidad y los 241 pozos abiertos se
abandonaron en lo que consideraron un sonoro fracaso. Pero los datos obtenidos
entonces -volcados en 2010 para un estudio de la zona- evidenció la existencia
de “un inmenso ‘río’ subterráneo” y,
aunque hoy en día se discute el que le llamamos “río”, nadie pone en duda la
existencia de esa inmensa masa de agua subterránea en lento discurrir. Si el
cauce del Amazonas varía entre 1’6 y
95 km a lo largo de su recorrido, el del Hamza
oscila entre 200 y 400 kilómetros.
La verdad es que nadie “ha bajado” a 4.000 metros de
profundidad a comprobar que este río existe de verdad; ahora mismo sólo existe
-aunque está ya totalmente aceptada su existencia- en los folios de la tesis de
la doctora Elizabeth Tavares Pimentel
(Universidad Federal do Amazonas), quien lo dio a conocer en 2011 a la SociedadBrasileña de Geofísica. Pero la comunidad científica está convencida de que
está, y ahora ya discuten el que pueda desembocar en el Atlántico, también a
4.000 metros de profundidad, porque en la zona donde hipotéticamente
desembocaría (a unos 150 km de la costa brasileira y esa profundidad) se
localiza una zona de baja salinidad (¿por presencia de afloramientos de agua
dulce?) que modifica el ecosistema existente y que permite que localicemos por
allí especies tolerantes al agua dulce… lo que es un lío porque el agua del Hamza se presume salada.
En fin, que seguimos sin saber que tenemos bajo los pies…
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