Terminé el sábado con los amigos de la Cofradía del Cocido con Pelotas
y su primer concurso internacional de “idem”.
¡Qué gran idea!
Además, tuve la oportunidad de probar la Olla Adafina, que -se presume- es la
precursora del cocido de hoy, con pelotas o no.
Y entre vaso y vaso de vino,
viendo como se compone el guiso, uno se va remontando hasta el caldo
espartano (incluso sopa espartana; caldo negro que era, por la sangre que se le añadía) que, dicen, es
el origen de la cosa. Porque si hay quien teoriza con que el cocido es territorio
del garbanzo, el caldo negro ya lo
llevaba. Tampoco le faltaba la cebolla y mucha especia del momento: jengibre,
pimienta,
mostaza
y mejorana
acompañaban aquél guiso negro propio de espartanos.
Cabe a los egipcios
el haber convertido al garbanzo en protagonista total del guiso. Tal vez por
eso Roma no gustó de esta comida y
el cocido se desvirtuó. Bueno, Roma es que no era partidaria de ninguna
verdura; se insultaba a la gente llamándolos comedor de garbanzos (Pultafagónides) o anclándoles un mote (Léntulo, por lentejas; incluso Fabio, por habas) que terminó
generalizándose en la onomástica romana.
Y encima, para mayor vilipendio del garbanzo en Roma,
resulta que el garbanzo era el plato nacional de los pueblos púnicos como Cartago. Roma venció a Cartago más que
por el comercio, porque los romanos aborrecían el garbanzo. Pero los
cartagineses lo habían introducido ya en Hispania
y aquí arraigó. Y fue de lo poco que arraigó en el espartal que éramos, pues
aquí no se era muy dado, por aquél entonces, a cultivar hortalizas; aquí la
cesta de la compra de aquellas tribus pre romanas se nutría de cereales, algún
ave, caza, pesca y vino, que era lo que daba el terreno. No había más: los
árabes no nos había traído aún el arroz, el trigo, la caña de azúcar, la
lechuga, la alcachofa, la berenjena, el espárrago, las naranjas y limones, el
cardo, las habas, la sandía, el melón, la granada, el azafrán, la canela, el
comino, el clavo de olor, el orégano y otras especias. Los romanos no se
prodigaron mucho en comer más de lo que había; lo refinaban, pero nada más.
Después, he indagado que por aquellos tiempos altomedievales
el garbanzo era fundamento patrio de gachas; lo que un fino llama hoy humus.
Los visigodos no acabaron con los garbanzos y los árabes los mantuvieron en sus
dietas; y de ahí pasó a la alimentación de todos los pueblos peninsulares.
Tanto, tanto, que el mismísimo Alfonso X
los elogia en sus Siete Partidas; habla de la garvança, que había pervivido entre los mozárabes (cristianos que
vivían en al-Andalus) como arbanço. Y
lo echaban a la olla.
Y en esos guisos reposados, de horas y horas junto al hogar
de la lumbre, empiezan a aparecer los garbanzos, sin machacar, y empiezan los
potajes y los cocidos que van engrandeciéndose al compás de la llegada de las
nuevas especias que traen los árabes. Y la verdad es que cocer en olla de barro
carnes, leguminosas, verduras y especias, a fuego lento era patrimonio de
infinidad de culturas y pueblos por todo el orbe. Pero nosotros, a lo nuestro.
El caso es la tradición de esa cocción -el cocido-
perduró a través de la cocina judío-sefardí con su olla adafina/adefina cuyo nombre deriva, por mucho vino que
trasegáramos ayer, del dafinah árabe
(que era casi lo mismo), y ha llegado hasta nosotros. El dafinah en al-Andalus seguía, en sus carnes, los preceptos
coránicos; y la adafina siguió los
preceptos kosher judíos. Expulsados los árabes y los judíos de la
península (que a todos les dimos puerta de una forma u otra), el salto,
digamos, cualitativo del manjar nos lo dieron los marranos; los judíos conversos al cristianismo que, naturalmente,
judaizaban, pero que de cara a la galería querían demostrar que abjuraban de
los suyo y fueron los que le añadieron cerdo
(tocino y chorizo) y recuperaron la sangre
(en morcilla y en las pelotas) para el guiso que así, con alguna variante, ha
llegado a nuestros días. Ellos “acreditaban” así su conversión; ¡qué menos que
ahora se lo agradezcamos! Seguro que la Inquisición disfrutó de tan buenos
cocidos que ni de soslayo se fijó en que judaizaban. La Cofradía torrevejense
en esto hace un gran papel; no soslaya nada.
El sábado día 1 hubo cuatro categorías en el concurso y
diecisiete equipos que realizaron cocidos andaluces, cántabros, madrileños,
castellano-manchegos, murcianos, de la Vega Baja e incluso uno argentino. Es
que eso del cocido lo llevamos también a América y el maíz (choclo), la
calabaza (zapallo), la batata, la patata y las acelgas ayudan mucho también… y
yo no le vi garbanzos; en mi escudilla no aparecieron.
El cocido de JV Ríos, a fuego de leña, cocido en barril de cerveza transformado a modo de olla, con su tapadera y todo. Una genialidad. |
Al final, los premios para el puchero argentino de Viviana
Hunter, al grupo “Bien avenidos” por su cocido regional, a José Vicente Ríos
por su cocido con pelotas, a fuego de leña, y a Ramón Bernabé por su cocido con
pelotas tradicional de Torrevieja. Un puntazo dominical.
Y un premio que faltó, me atrevo a señalarle. Sin lugar a
dudas para Mari Carmen; por haber
tenido la valentía de recuperar la adafina
con su huevo y sus “peloticas”, con sus especias de entonces (no faltó la canela ni
el clavo de olor), con su cebolla con piel (para dar tonalidad, que no color)…
aunque -digo yo, Maricarmen, y sin querer ofender a naide ni a nenguno- no
debió de ser tu olla adafina de tiempos sefardíes y sí de época de marranos porque llevaba su golpecito
de cerdo y su poca de sangre, ¡no?
¡Genial!; aún me relamo sólo de escribirlo.
PD.- Me contaron,
entre vaso de vino y lasca de jamón, de la existencia de cocido madrileño,
castellano,
lebaniego
(cántabro), maragato (leonés), andaluz, montañés
(astur-cántabro), con pelotas (de la Vega Baja del Segura y, ya que estamos,
Torrevieja), gallego, pote (asturiano), escudella
(“i carn d’olla”, catalana), extremeño,
rancho
(canario), puchero (argentino)… incluso es cocido el Pot-au-feu gabacho y el alemán
Steckrübeneintopf
de la Baja Sajonia, con sus klöbe (pelotas) y todo.
Fastuoso cocido, vive Dios.
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