El riesgo es la probabilidad de algo ocurra, por lo general,
con incidencia negativa. Todo en esta vida tiene riesgo; tiene probabilidad de
que una amenaza potencial se haga realidad y se convierta en un desastre. En
todo hay riesgo; no existe el riesgo
cero.
Las personas ansían (ansiamos) la ausencia de riesgo, el
riesgo cero; es una cuestión de seguridad,
ansiamos vivir en un estado de seguridad permanente: no tener problemas… riesgo
cero.
En esto del riesgo, como geógrafo, he trabajado en cuestiones
de riesgos naturales. Un riesgo natural es la probabilidad de que un espacio
geográfico -y la sociedad que lo habita- se vean afectados por episodios
naturales (na-tu-ra-les) cuando alcanzan un rango exagerado y extraordinario.
Así, el riesgo natural se debe a la concatenación de tres factores decisivos
que multiplican efectos: peligrosidad,
vulnerabilidad y exposición. Esta filosofía es aplicable
a toda cuestión expuesta a riesgos; a todo.
Sobre lo que yo voy trabajando -riesgos naturales- siempre
tenemos en cuenta la acción de viento (huracanes, tornados, rachas violentas,
etc.), del agua (por exceso y por defecto: inundaciones y/o sequías en todas
sus variantes… que son muchas), la temperatura (olas de frío y calor), la
muchas veces olvidada dinámica de laderas (las formas de las vertientes, movimientos
en masa, deslizamientos, etc.), los volcanes, los tsunamis y los terremotos. Aquí
es la Naturaleza la que actúa y la acción de hombre, por lo general, la que
agrava los acontecimientos; pocas veces los disminuye. Ni ante la Naturaleza
existe el riesgo cero. Por cierto, en cuanto a terremotos y con base en la escala
de Richter, el grado 10 (máximo) aún no lo hemos visto aparecer; debe ser
dantesco, en grado superlativo.
En todo hay riesgo.
Y todo esto viene por lo del accidente del Alvia, camino de
El Ferrol, antes de llegar a Santiago de Compostela. Parecía como que en esto
de los viajes colectivos el tren era lo más seguro… Eso, lo más seguro, pero
sólo lo más. La seguridad total no
existe; el riesgo cero es una entelequia.
Por la red deambulan una serie de datos que no he podido
contrastar fehacientemente; no ha fuerza de repetirlos consiguen ser verdad,
pero son los que he podido encontrar, y tienen un viso de poder ser trasladados
a este Post: 1 de cada 237 personas morirá en accidente de coche, 1 de cada 625
lo hará en un accidente peatonal, 1 de cada 1.020 en uno de moto, 1 de cada
4.910 en uno de bicicleta, de cada 104.113 en uno de autobús, 1 de cada 156.169
lo hará en un accidente de tren y 1 de cada millón de pasajeros en uno aéreo.
Con esto, en proporción (por el número de viajeros) el tren
sería lo más seguro… aunque, en bruto, el avión es lo más; pero no existe el
riesgo cero. Y estas cifras hay que tomarlas con precaución y aplicarles el
factor del número de viajeros y el tipo de líneas (desde vuelos domésticos a
transoceánicos, desde carreteras a autopistas, desde cercanías a largas
distancias y alta velocidad) para ver la
posibilidad real de entrar en riesgo.
Pero hay un factor que debemos ponderar aparte: el hombre.
Cuando entra en liza el factor humano el riesgo cero empieza
a temblar, por exceso o por defecto.
Para colmar este Post sobre riesgo cero, la ERA (European Railway Agency) acaba de
publicar (17.07.2013) un informe sobre riesgos donde pretende unificar
criterios para evaluar la seguridad ferroviaria en la UE… y con lo que ha
pasado, y el factor humano, ahora peligra que nos concedan la Alta Velocidad en
Brasil; los competidores atacarán por donde más nos duele ahora… por donde el
factor humano entra en pugna con las balizas y la seguridad; por donde el
riesgo cero pierde su honesto norte.
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