Hoy sabemos que el Polo Norte se ubica en el Océano Glaciar
Ártico, sobre una costra helada. Pero hubo un tiempo en que se creía que allí
habría un trozo de tierra y hasta los remolinos que marcaban el fluir de las
corrientes marinas.
Se tardó en saber que había una costra helada; incluso que
se movía. Unas veces la superficie helada era mayor; otras menor. Hay gente muy
mosqueada con el grosor, superficie y calidad de esa costra helada. Ahora mismo,
no está muy mal la cosa del hielo ártico. Este año, mucha nieve sobre América
del Norte y algo menos por el Ártico. No obstante, la cosa no va a terminar
mal.
Se está acabando el invierno y aunque no ha sido este,
digamos, “un buen año”, la banquisa
se está comportando. Estamos mejor que en 2007, dentro del margen de
desviación, y la cosa parece que este año no dará mucho que hablar. No
obstante, de mayo a agosto (que es cuando se calienta el Ártico), puede cambiar
la cosa. No es predecible el comportamiento de la masa ártica porque las
condiciones meteorológicas, la circulación atmosférica y la deriva del hielo
marino tendrán la última palabra.
También hay que tener en cuenta que la masa de hielo del Ártico
se mueve; los vientos alentaron la Deriva Transpolar y por el Estrecho de
Fram salió hielo hacia el Atlántico Norte. Pero eso duró hasta poco antes de
Navidades en que el Giro de Beaufort
se impuso a la deriva y continuó la recirculación (y renovación) de la banquisa.
Es que lo del Ártico es una masa de hielo sobre el agua. No
hay tierras por allí.
Polo Norte, Mercator; 1595 |
Pero eso, en 1595,
Gerardo Mercator no lo sabía. Cuando
terminó su Septentrionalium Terrarum Drescriptio colocó en el centro la Rupes
Nigra (la roca negra) rodeada de un poderoso torbellino que movía la
circulación de las aguas oceánicas y las cuatro islas, con sus cuatro grandes
ríos, que conformaban la Septrentrionalium
Terrarum.
Nadie había llegado tan alto en el siglo XVI; nadie sabía lo
que allí había. Por aquél entonces los ingleses ya habían realizado sus primeras
circunnavegaciones -Francis Drake
(1577-1581) y Thomas Cavendish
(1586-1588)- pero no habían llegado tan alto. A los españoles, que fuimos los
primeros y les doblábamos en circunnavegaciones -Magallanes/Elcano (1519-1522),
García Jofré de Laoísa/Urdaneta (1525-1537; se tomó su tiempo)
y Martín Mallea, por dos veces
(1580-4 y 1585-9)- ni se nos había ocurrido navegar tan arriba. ¿Para qué?
El caso es que los ingleses querían llegar a China-Japón y
buscaba ya el “paso del noroeste”.
Mercator les hizo el mapa del Polo Norte de acuerdo con la información
disponible.
En 1595 se sabía, por el Itinerarium de Jacobo Cnoyen -que trata de la Inventio
Fortunata que narra los viajes de un monje de Oxford (Nicolás de Lynn) que en 1360 llegó más allá de la latitud 54º-
que lo que hoy llamamos Polo Norte bien pudiera ser así. Es que hasta Martin Behaim, un “alemán” del siglo XV,
al servicio del rey de Portugal, en su globo terráqueo (el más antiguo que se
conserva) ya coloca la Rupes Nigra en aquella posición
septentrional.
Poniendo ahí, en el Polo Norte, la Rupes Nigra (una gran
montaña imantada) ya justificábamos el campo magnético de la tierra y la
desviación de la brújula de navegar.
Ya en el mapa Ad Usum Navigatum (1569) el propio Mercator
marca tierras hasta por encima de Groenlandia; cuestión que no se había
atrevido a tocar en su primer Mapamundi de 1538.
En 1595 “lo más fiable” era el libro de Cnoyen que señala que los pigmeos
vivían en las islas que rodeaban la Rupes Nigra. El libro no ha llegado a
nuestros días pero fue muy reputado en su momento. Incluso el planisferio de Johannes Ruysch (1508) -que pone al día
los mapas de Ptolomeo- coloca las 4 islas del Septentrionalium Terrarum y
señala que aquellas aguas se corresponden con el Mare Sugenum, tal y como
lo nombró Nicolás de Lynn, el monje de Oxford.
Casi al mismo tiempo que el hijo de Mercator metía en imprenta
la obra póstuma de su padre, el holandés Willem
Barents descubría (1596) las Islas
Spitsbergen (78º 54’ N) del Archipiélago
Svalbard… que no estaban en el mapa. Incluso llegó a 79º 49’ N… agua en
verano y banquisa helada en invierno.
Thomas
Marmaduke, un cazador de focas inglés, alcanzó en 1612 los 82ºN. Ni
rastro de más tierras. Varias expediciones holandesas (1614 y 1624) alcanzaron
los 83ºN. Sólo en 1663 se descubrieron las 7 Islas Sjuoyane (80’41N), sólo un poco más al norte de las Savalbard…
y aún estaban a más de mil kilómetros de la Rupes Nigra. Las pusieron en los mapas y empezaron a olvidarse de
la gran piedra negra.
Habrá que esperar a 1827 para que William Parry confirmara su navegación hasta los 82º 45’ N… y ni
rastro de tierra… ni de agua líquida. Ya estaban convencidos de que la Rupes Nigra no existía y que para
llegar al Polo Norte (90º N) había
que ir a pie.
El 7 de abril de 1908 Robert
Peary aseguró haber estado en los 90ºN, como Frederick Cook el 22 de abril de 1908. No hay constancia; como
tampoco la hay de que Richard Byrd
volara sobre los 90ºN el 9 de mayo de 1926. Las anotaciones del sextante estaban
borradas. Umberto Novile, pilotando
el dirigible Norge sí voló sobre el Polo Norte el 12 de mayo de 1926; le
acompañaba Roald Amundsen, quien
había sido el primero en pisar el Polo Sur (14.12.1911), y 14 personas más.
Allí no había Rupes Nigra ni islas ni nada.
El SSN571 USS
Nautilus atravesó sumergido el Polo Norte (03.08.1958)… allí no había
tierra.
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