Hoy se cumplen 266
años (23.03.1748) del Terremoto de Montesa; del primer
terremoto; pues hubo más. El caso es que el castillo sucumbió definitivamente
con el terremoto del 1º de noviembre de 1755.
Ir a la villa de Montesa
(en La Costera) era en mi niñez una mágica aventura. Ver su castillo derruido
me atraía y dejaba volar mi fantasía sobre el Medioevo y los caballeros
templarios. Sobre todo porque allí estuvo la sede de la Orden de Montesa, que sustituía en el viejo Reino de Valencia a la Orden del Temple. Y a mí, por aquél
entonces, lo de los caballeros templarios me fascinaba por aquella mezcla, que
yo imaginaba, de aventura y misticismo.
Las Cruzadas me
maravillaban; pero para ello no tenía que irme a Tierra Santa. Hubo Cruzadas en España (las más
famosas Bulas de Cruzada en España fueron las de 1212 (Navas de Tolosa), contra los almohades, y 1482, para la Conquista de Granada. Y
esas eran las que más me gustaban. Es más, de siempre supe la verdad de tal Ricardo corazón
de minino (“Òc e non; sí o no”;
el Plantagenet, que de león sólo tuvo la melena) y perdí interés por los que
iban a Jerusalén a darle pal pelo a Saladino. De aquellas cruzadas, sólo la
historia de las rosas.
Eso sí, me atraían poderosamente las cuatro grandes Órdenes Militares
españolas: Alcántara (1154), Calatrava (1158), Santiago (1170) y Montesa
(1317). Pero no menos lo hacían las antiguas órdenes militares de la península:
Orden de la Jarra, la más antigua de
Europa (y del Mundo; 1040), creada
por el rey García Sánchez III de
Pamplona, la Cofradía de Belchite,
la Orden de Monte Gaudio, la Orden de Alcalá de la Sierra, la Orden de San Jorge de Alfama, la Orden de la Estrella, la Orden
de la Banda (dorada)… que aquí conseguíamos del Papa de turno la bula necesaria
para montar la orden para cada ocasión. A una idea contra los moros, y pasta
por delante, Bula de Cruzada al canto y Orden Militar en marcha. Ale, a
guerrear.
Las cuatro grandes -Alcántara, Calatrava, Santiago y Montesa-
son hoy instituciones honoríficas que perduran en el tiempo. Pero Montesa, la
Orden de Montesa, era la nuestra; la del viejo Reino de Valencia, y eso le
confería un puntito de interés superior.
El pueblo, Montesa,
pudo tener origen romano, pero su castillo arranca con los árabes. Fue base de al-Azraq en sus guerras con Jaime I, y fue sometido por Pedro I (de Valencia y III de Aragón;
Pedro el Grande) en un par de ocasiones; En la de 1277, ya como rey, lo tomó al asalto; le costaría lo suyo. Alfonso III (hijo de Pedro y nieto de
Jaime) le otorgó Carta Puebla (1289) y en 1317, Jaime II el Justo
(bisnieto de Jaime I) fundó allí la Orden
monástico-militar de Santa María de Montesa (manto blanco y cruz flordelisada
de sable -negro- ahuecada de gules -rojo-, con la de Sant Jordi; el Papa Juan
XXII la aprobó), enseñoreándola en Montesa. Con el tiempo (hechos de armas y
pagos) fue dueña de lo que hoy configura la comarca del Maestrazgo. La última batalla en España la libraron sus caballeros en la toma de Granada; con Alfonso V el Magnánimo, un poco antes,
se dejaron ver por Sicilia, Cerdeña, Córcega y Nápoles; es que el Maestre de Montesa era capitán de
galeras reales. Pero cuando el terremoto y destrucción del Castillo de Montesa
ya no quedaban hombres de armas en la Orden; sólo curas y burócratas, como
atestiguan los partes de bajas tras los terremotos. Ya no era lo mismo, pero mi
épica fluía a cada visita a Montesa; un par de veces a las ruinas de su
castillo.
Hoy Montesa cuenta con una rama militar: el Regimiento de Caballería Acorazado nº 3 “Montesa”
(con sede en Ceuta) que desde el año 2000 está hermanado con la Orden.
Esta es la realidad de hoy, pero a mí siempre me ha gustado
acercarme a lo que fue la inmensa mole del castillo. Creo recordar, de aquellos
paseos de entonces, que sus murallas debían sobrepasar los 30 metros de altura;
lo que queda aún en pie impresiona. Encima, por aquellos días de mi mocedad, era
visitable: sólo había que pedir las lleves en el Ayuntamiento. No creo que haya
cambiado mucho la cosa. Son unas ruinas impresionantes.
En aquél castillo, se decía, operaban en su patio de armas
hasta 2.000 soldados. Pero tanto lo que yo vi, como el informe de la relación
de daños -a los pocos días del primer terremoto-, se dice: “… un
cuartel capaz de alojar a los cien hombres de guarnición del castillo, una
pequeña plaza de armas y una prisión…”. Tal vez el monasterio, la
iglesia (“a lo antiguo”), el claustro, el prioral y las dependencias del Gran
Maestre de la Orden ocuparan buena parte del viejo recinto fortificado, pero yo
siempre lo vi muy justito para dos mil.
El terremoto aquél duró “según la más exacta observación
(siglo XVIII), cerca de dos credos…”. Buena medida: no había reloj a mano, y
el credo, recuerden (y recítenlo mentalmente… si lo recuerdan), es largo. Vamos,
que lo percibieron como muy, muy, largo.
Si bien el viejo castillo resistió el terremoto del 23 de
marzo de 1748, hubo sucesivas réplicas hasta una final -tan grave como la
primera- el 2 de abril de 1748. Lo poco que quedó del castillo sucumbió
definitivamente con el terremoto del 1º de noviembre de 1755. Siete años
después. Sus restos fueron declarados en 1926
Monumento arquitectónico-histórico.
La Orden
de Santa María de Montesa se trasladó en 1748 a la Iglesia del Temple, de
Valencia, donde sigue residiendo, creo.
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