España,
hasta 1907, no había entrado en la Política de Bloques. Los
sucedidos de los años 1911 y 12 nos fueron bien ya integrados en el grupo
“Atlántico”, pero en 1913 los franceses ya nos habían vuelto a poner alguna
piedra en las ruedas del carro patrio con lo que desde Alfonso XIII al último ujier de la Cámara (entonces no había
Comisión de Exteriores) ya se habían propuesto, por si se liaba la cosa, una posición de mediador: neutralidad.
Vamos, neutrales
porque no podíamos entrar en el lío.
En realidad aquella propuesta no era más que confirmar una
posición de impotencia: no teníamos flota -ni dinero para
construirla- ni ejército. Eso sí, los planes militares se hacían como
rosquillas (1906, 1908, 1912…) pero seguíamos sin disponer, año tras año, de
los fondos necesarios. Por este motivo no
interesábamos a ninguno de los dos bandos. El 7 de mayo de 1914 se aprobaba
en las Cortes el último plan de construcción naval… que no hizo navegables y
operativas las principales unidades hasta 1923. Es que conforme se desarrollaba
el conflicto se iban viendo las cualidades de los navíos que habían pensado
como idóneos -y no resultaron serlo-, la importancia del arma submarina, de la
moderna artillería y de los novedosos carros de combate, y por aquí se iban
cambiando los planes.
A eso hay que unirle una economía atrasada, dependientemente
agrícola, y un sistema político que dejaba mucho que desear. La deuda había
llegado al 160% del PIB (1902) y –renqueante- se venía recuperando. Nuestro
Ejército, con Marruecos como escaparate, era considerado internacionalmente
como absolutamente inoperante
(Desastre del Barranco del Lobo, 1909, en la Guerra de Melilla) y eso
condicionaba nuestra entrada en el lío.
El Ejército
no sólo estaba mal organizado, sino que mantenía una mala relación con la
sociedad. Sólo los que no podían hacer frente económicamente a la Redención en metálico y/o a la Sustitución (gratuita, si en lugar de
uno iba un hermano o un familiar, y onerosa, si había que pagar a un
propio) servían en ellos. Vamos, sólo los pobres terminaban en el frente.
Existían hasta entidades crediticias ¡¡oficiales!! que libraban el dinero
necesario a los quintados para evitar que fueran a filas; les cobraban intereses
de usura que entrampaban a las familias de por vida. Había grupos de fulleros
expertos en ofrecerse como sustitutos a cambio de un estipendio y que
desertaban de filas a la primera ocasión. Y esto por no citar a los jóvenes que
se automutilaban (con lesiones que les invalidaban para siempre y en vez de
fuerza laboral pasaban a tullidos improductivos) para evitarse ir a filas, que
era ir a la guerra de turno. Hasta 1912
estuvo imperante la Redención en Metálico y hasta 1924 la Sustitución. Aún
se inventará la figura del Soldado de
Cuota -que se mantuvo hasta 1936- para evitarse, los pudientes, ir,
incluso, a los cuarteles. Y aquella “mili” de principios del XX duraba 8 años:
cuatro de servicio activo y cuatro en la Reserva. El soldado de cuota elegía el
destino y el regimiento y se pagaba el uniforme y el equipo. La cuota oscilaba
entre las 1.500 y las 5.000 pesetas que poquísimos podían pagar.
Y el colmo militar español del momento era el armamento. El
eficaz había que adquirirlo en el extranjero, con lo que no se fomentaba la
industria nacional ni se evitaba pagarlo a precios elevados.
Con todo, la mitad de nuestros soldados en 1914 tenían que
estar sobre el terreno en Marruecos (unos 70.000) y el resto permanecía en
cuarteles peninsulares (algunos en las Islas) que aún eran del siglo XVIII.
Europa se había centrado nada más iniciarse el siglo XX en
una carrera armamentística y España no sabía aún de qué iba la cosa. Con un
Ejército así, ¿qué político iba a hacernos entrar en una guerra?
Así, a nadie le puede extrañar que el 7 de agosto de 1914 (la guerra había empezado el 28 de julio) el
Gobierno publicara aquello de “Ordenar la más estricta neutralidad a los
súbditos españoles con arreglo a las leyes vigentes y los Principios del
Derecho Público Internacional”. Pero es que no podíamos meternos en
aquél lío, aunque el Conde de Romanones
advirtió de que hay “neutralidades que matan”… y tuvo
razón.
Pese a todo, como todos conocían la realidad española, fue una neutralidad que ambos bandos vieron
con buenos ojos y nadie la protestó. Éramos una rémora para cualquier bando.
Para complicarlo todo más, no olvidemos la efervescencia social de aquella España de
inicios del siglo XX. Los conflictos sociales estaban a la Orden del Día.
La clase obrera estaba ya totalmente concienciada de su importancia y de su
olvido por los políticos de turno que, por turnos, se colocaban en la
presidencia para regir los destinos de un país que tenía en el Rey su máxima
representación. Los partidos de
izquierda y los sindicatos proliferaban. Estaba tan caliente la cosa que
una simple orden de reclutamiento para
reservistas (padres de familia, única fuente de ingresos de muchas familias
por entonces) en 1909 desembocó en la
Semana Trágica de Barcelona (26.07-02.08). Ni la pensión de 50 céntimos
diarios a las familias de los movilizados fue capaz de paralizar la
movilización ciudadana. PSOE y UGT anuncian una huelga, se detiene a Pablo
Iglesias (al del PSOE, que estamos en 1908; no vayan a pensar en coletas)…
Barcelona ardió por los cuatro costados (112 edificios, 80 eran propiedad de la
Iglesia). Se registran 78 muertos y medio millar de heridos.
Para qué contarles. 1911
fue, además, un año tenso y conflictivo. La
minería estaba casi en armas. En 1910 se había creado el SOMA y Asturias
era ya un polvorín. En medio de aquél lío unos pocos marineros se amotinan en la fragata Numancia
(02.08.1911), proclaman la República y
amenazan con abandonar el puerto de Tánger y bombardear Málaga. El
cabecilla es fusilado en aguas de Cádiz una vez recuperado el control del
barco. En tierra firme, el juez de Sueca es asesinado en Cullera (Sucesos de Cullera) en medio de la
huelga general de septiembre. 1912
no fue un año más tranquilo; en medio de excesiva confrontación social cae asesinado el presidente del Gobierno, José Canalejas, en plena Puerta del
Sol. Y para “limar” asperezas el sultán de Marruecos le cede la soberanía de su
territorio a Francia, lo que será el despertar de Abd El-Krim y sus kábilas rifeñas contra las compañías minera y
ferroviaria del Riff y Melilla, que eran españolas. 1913 comenzó mejor: tomamos Tetuán sin usar las armas, pero en el
mes de abril se produce un nuevo atentado contra el Rey Alfonso XIII
(13.04) durante una jura de Bandera con motivo de la nueva Ley de
Reclutamiento. El anarquista le considera responsable de la Guerra de
Marruecos. “Alarún”, el caballo del
rey recibió uno de los tres disparos; el anarquista, Rafael Sancho, fue
detenido. 1914 fue el mejor año de
aquél periodo: una tensa tranquilidad hasta las elecciones legislativas (08.03)
y en momento álgido del verano estalla la guerra. ¿En qué otra guerra nos
íbamos a meter los españoles? No tuvimos más narices que ser neutrales.
Bueno, pues pese a todo hubo
españoles luchando en la IGM como voluntarios, tanto en la Legión Extranjera
francesa como en las fuerzas expedicionarias norteamericanas del general John
J. Pershing… pero esa, como la de la gripeespañola -que coincidió con la fase final de la guerra- fueron nuestra
contribución y son otras historias.
Lo nuestro fue una neutralidad
inducida. Y las neutralidades, como dijo Romanones, también matan. Pero, ¿a dónde íbamos a ir con aquella España?
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