LA EVOLUCIÓN URBANA DE BENIDORM… A PATIR DE 1950
Del
veraneante nacional inicial, consolidados los núcleos emisores de Alcoy y
Madrid que ya venían en los años treinta, nuevas expectativas se fueron abriendo,
incluso en la órbita internacional.
A
los particulares pioneros siguieron los viajes organizados. El primer viaje turístico de este tipo que
llegó a Benidorm lo hizo en mayo de 1959 con una compañía de origen sueco que trajo a sus clientes (turistas)
en autocar desde el aeropuerto de
Manises (Valencia). Y ese mismo mes de mayo de 1959 llegarían los turistas británicos, vía aérea (BEA y Turoperador Wings), por el mismo itinerario (aeropuerto de Valencia
y autobús a Benidorm). Tres horas y veinticinco minutos de vuelo, y tres horas
y media de carretera, en autocar[1].
Cuando
en 1967 se abre al tráfico el
aeropuerto de El Altet se inicia un
periodo de intenso ritmo de actividad inmobiliaria. Como quiera que gran parte de la de la financiación de la actividad
procedía de los operadores turísticos británicos se pudieron acometer multitud
de proyectos hoteleros generándose, a partir de entonces (incluso años antes)
una oferta de alojamiento compleja y equilibrada entre las formas industriales
(altamente dinámicas) y las gestionadas de manera individual y no industrial
(mucho menos dinámicas) que han resultado muy interesantes, ambas, para la
fijación de la clientela recurrente[2].
El
indudable éxito de Benidorm se ha traducido en un cambio en su papel geoestratégico
comarcal y provincial lo que le ha llevado a ser, en estos momentos, el
verdadero epicentro de la actividad económica, laboral, funcional y de
servicios de la comarca de la Marina Baixa, desplazando a La Vila Joiosa en ese
menester. Benidorm es hoy en día el motor indiscutible de la comarca, lo que le
ha conferido ser el tercer municipio de la provincia en actividad comercial y
el primero en actividad y servicios turísticos.
“Una
ciudad funciona desde el punto de vista urbanístico cuando sirve a sus
objetivos... No existen ciudades urbanísticamente puras; ninguna ciudad puede
ser satisfactoria si no proporciona calidad de vida a sus habitantes, ni debe
hacer caso omiso de las necesidades de sus industrias o empresas salvo que le
sea indiferente el desarrollo. Tampoco puede renunciar a expandirse ni a
impedir su crecimiento demográfico salvo que quiera sacrificar su futuro. En
ningún caso podrá hacer nada a espaldas de las exigencias
medioambientales… Una ciudad funciona si se cumplen todos sus objetivos de la
forma más equilibrada posible. En este sentido, Benidorm funciona. Es una
ciudad que vive del turismo, una actividad que en todas sus manifestaciones
–alojamiento, comercio, restauración, ocio- representa para ella su monocultivo
económico. Y con indudable éxito a juzgar por la demanda. En Benidorm los
objetivos económicos de la ciudad se acomodan bastante bien con los objetivos
de calidad de vida demandados. Si acuden a Benidorm los turistas es porque se
sienten bien en ella… La población de Benidorm está íntimamente vinculada a la
prosperidad de la actividad turística y nunca pondría en peligro sus empresas y
sus puestos de trabajo apostando por un modelo de ciudad que en vez de ser un
aliciente para el turismo, lo disuadiera… Benidorm ha crecido en densidad,
no sólo sin perjudicar su atractivo, sino incrementándolo”[3].
“Se
está a favor o en contra de Benidorm”; “Es una ciudad indispensable
conocer porque a nadie deja indiferente”[4]. “Es indudable que la ciudad-ocio
marca un camino a arquitectos, urbanistas y constructores para lograr una
ciudad productiva económicamente, pero sugestiva.”[5]
La necesidad de ordenar
el territorio surgió cuando se rompió el equilibrio entre campo y ciudad. La ciudad desbordó sus
murallas y sobre el campo se adaptó a las necesidades del momento.
Planificar
un territorio pasa por buscar unos objetivos a la situación del momento
buscando alcanzar un futuro. Pero la realidad es mucho más sencilla; se busca
optar a más de la mejor forma posible, dotándola, además, de los mejores
servicios que se puedan alcanzar. La
planificación urbanística trasciende las actividades técnicas de los
arquitectos, de los urbanistas, de los sociólogos (apreciaciones más o menos
atrevidas), de los políticos y de los filósofos[6].
Es
clave en el proceso el Derecho
Urbanístico.
El
Derecho Urbanístico español bien puede arrancar de las Leyes de Indias, en concreto de las Leyes de Población y las Ciudades, así como de las normas aisladas
que se compilaron en la Novísima
Recopilación de las Ordenanzas de Madrid, Toledo y Sevilla (1663 y 1710),
pero, en realidad, todo es producto de la evolución de la llamada “Legislación
del Ensanche” de Madrid y Barcelona de finales del XIX: Ordenanzas
de la Policía Rural y Urbana de Madrid (1847) y, sobre todos, Ordenanzas
de la Policía Rural y Urbana de Barcelona (1859). Con ellas llega la
primera Ley del Ensanche (1864),
cuyo Reglamento (1867) exige ya
Planos, Memoria y Plan Económico. En 1876 llegará la Ley de Ensanche de Poblaciones que será aplicada con soltura en
Madrid y Barcelona (ambas en 1892) Cartagena (1895), Valencia (1900), La Coruña
(1906), Cádiz (1907) y Bilbao (1909).
El
siguiente estadio legislativo de planificación urbanística llegará con la Ley Municipal (1935), que no se llegó a
aplicar, y el siguiente paso será la Ley
de Bases de Régimen Local de 1945 con la que se intentará conseguir un
equilibrio entre construcción y protección del paisaje, por estética.
-#-
Un
Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) es una herramienta legal elaborada por
técnicos y en la que se amparan los Ayuntamientos para disponer los elementos
del conjunto urbano, El objetivo no es otro que dar un marco de solución para
los diversos problemas que encierra una estructura urbana dispuesta a crecer;
suelo, viales, infraestructuras, servicios, dotaciones, etc. También interviene
en las disputas por el suelo entre los diferentes agentes.
El
PGOU deberá tener en cuenta cuestiones arquitectónica, industriales,
ambientales, sanitarias, jurídicas, agrarias, forestales, etc. Sólo de esta
combinación de todas ellas podrá surgir una adecuada política de ordenación
territorial que deberá encontrar, además, adecuación al planteamiento
sociológico, histórico y artístico del lugar. Es que la urbe, el objeto del
urbanismo, no es solamente un producto de conjunto surgido de disposiciones
legislativas; es la consecución de un equilibrio en los factores de la dinámica que emana de la polis. Y esos
factores son geográficos, sociológicos, políticos, económicos, ambientales,
mercantiles, culturales, etc.
Tengamos
muy presente que desde el Medievo hemos distinguido las funciones de las
ciudades: militar (Badajoz), política (Madrid), religiosa (Ávila), intelectual
(Salamanca), mercantil (Sevilla), etc. La moderno sociología urbanística va más
lejos: ciudades de negocios (Chicago), ciudades industriales (Pittsburg),
ciudades gubernativas (Washington), ciudades financieras (New York), ciudades
de ocio (Las Vegas, Atlantic City), ciudades de la Tercera Edad (Sant
Petersburg, Florida, USA). En todos los casos, tanto ayer como hoy, incluimos
el fin en los elementos de planificación urbanística.
El Plan General de Ordenación Urbana es la Constitución
urbanística de una ciudad; la Ley de Leyes del desarrollo urbano[7].
El
PGOU diseña los usos del suelo (residencial, comercial, industrial, dotacional,
deportivo, recreativo, de reserva, etc.), define la densidad de población y
señala los márgenes de calidad de vida que se pueden llegar a obtener. Es que
el PGOU establece la superficie de las parcelas edificables, el número de
viviendas, el número de plantas del inmueble y el tipo y cantidad de zonas
comunes para todo tipo de usos.
El
PGOU, también, establece delimitaciones e instrumentos de planeamiento
auxiliares como Planes Parciales (PP), Normas Complementarias (NC), Normas
Subsidiarias de Planeamiento (NSP), Unidades de Actuación (UA), planificaciones
especiales como los Planes Especiales de Reforma Interior (PERI) y Programas de
Actuación Urbanística (PAU) en función del aspecto a desarrollar y para los
supuestos de suelos urbanizables no programados.
En
España, el planeamiento urbanístico de los años sesenta y setenta se centró en
dos problemas que eran considerados entonces fundamentales. De una parte estaba
la denominada Ordenación Urbanística del
Territorio y de otra tanto la
fijación de los límites y el contenido como el alcance mínimo del planeamiento urbanístico[8] ligado siempre a una
legislación general que dependía de los desarrollos concretos de las líneas de
actuación de los planes específicos y concretos de los municipios que atendían
siempre a los casos concretos, provocando la creación de fenómenos de
desconcentración y descongestión de los núcleos urbanos por razones de índole
industrial (Polígonos Industriales), geográficos, sociológicos, ambientales,
arquitectónicos y culturales. Y todo ello ligado al Régimen Jurídico de la
Propiedad y al sistema jurídico previsto para el tráfico de los bienes
inmuebles, su protección y sus restricciones, así como los volúmenes de
edificabilidad del suelo, la regulación de zonas verdes, la divisibilidad de
los aprovechamientos y el dominio y la valoración del suelo y las
edificaciones.
Ya
en los años ochenta y noventa del pasado siglo se entrará más en la necesaria
ordenación de las áreas turísticas con criterios de calidad paisajística
basados en las preferencias de los ciudadanos. Se consolidará en esas dos
décadas la propiedad horizontal como
fórmula genérica para el mejor aprovechamiento del suelo de la urbe y se
regulará el régimen jurídico de los complejos inmobiliarios privados.
[1] Charles Wilson. Los turistas ingleses en Benidorm
[2]
Memoria del PGOU. 1990
[3] Editorial. Noticiario ECISA; nº 32. Julio de 2003
[4] De mis conversaciones con el sociólogo José Miguel
Iribas
[5] José Miguel Iribas en Radio Benidorm; entrevista
(31.07.1997)
[6] Antonio Román. Medio
Ambiente, Planificación Urbanística y Turismo. Ortega diferenciaba la
ciudad andaluza, incluso castellana, de la norteña, cántabra y vasca. Decía que
la andaluza era compacta y la cántabra era una urbe centrifugada donde cada
edificación había sido lanzada a los campos. La diferencia: el tiempo en que
cada ciudad fue guerrera y se refugió en las murallas.
[7] Vicente Pérez Devesa; intervención en pleno. 1987
[8] Antonio Román. Medio Ambiente, Planificación
Urbanística y Turismo
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