Hora es de volver a tomar la Waterman y dejar Washable
Royal Blue sobre blanco algo. Estas fechas son propicias para abrazar cosas
buenas y dejar las malas.
Entre las primeras, algunos mensajitos navideños. El
espíritu se expande y fluyen ríos de tinta (incluso tinta perla) y las plumas
se disparan escribiendo desde textos que merecerían prisión incomunicada a
destierro en bañador en la Tierra de Francisco Fernando.
Este año ha habido una formidable: felicidades al autor. Se
trata de un mensajito donde se te acoseja el uso del transporte urbano en estos
días de excesos gastronómicos y alcohólicos. Dice tal que así: … Pasadas las formalidades, deseo compartir contigo una
experiencia relativa al beber y conducir. Hace un par de días, estando de copas
con unos amigos después de nuestra comida de Navidad habitual y al darme cuenta
que se me había ido la mano con las copas, y no estando en condiciones de
conducir, hice algo que nunca antes había hecho: dejé mi coche y opté por coger un autobús e irme a casa. Llegar
sano y salvo fue una agradable sorpresa sobre todo considerando que en mi puta vida había conducido un autobús y que no sé
donde cojones lo conseguí. Lo tengo aparcado en frente de casa. Cielos, qué
desazón. ¿Qué hago con él?
Y tras esa genialidad, lo de las cosas malas de la Navidad:
la peor maldad es el “amigo invisible”. Estoy harto ya de
estar harto del “amigo invisible” que siempre aparece por estas fechas. Así
pues, reemprendo la cosa despotricando contra ello.
Sólo lo hice una vez… y me dejó fuera de juego y con un
trauma que ha cumplido sus bodas de plata. Desde entonces (1987) arremeto sin
piedad contra quienes lo practican. Y no, no participo nunca; jamás… de los
jamases. Es deplorable. Y… aún sin participar, lo sufro. Los amigos lo cuentan,
y me uno a su pesadumbre. No hay ni una chispa de inteligencia a lo hora de
practicarlo.
Y es que sólo de pensar que el “invento” viene de una
costumbre de ¡¡damas venezolanas de
finales del XIX!! (Wikipedia
dixit) me desasosiega más la cosa. Coño, vale que el “compadre de papelito” por
las cosas de la moral decimonónica tuviera su aquél… en el XIX y principios del
XX, pero que a estas alturas del XXI se siga practicando es demencial.
Especialmente por la falta de
imaginación y… por la existencia de las tiendas de los chinos (toda a 100, a 1€ o similar).
Aun aceptando “pulpo” como animal de compañía, y a
sabiendas de que la cartera cada día tirita más por mor de la situación
económica, reclamo que, si se ha de hacer, tenga unas mínimas dosis de ingenio. Hagamos que la única neurona que parece
que poseemos se mueva en su cavidad craneal.
Yo, en aquél entonces de 1987 no sabía qué coño era lo del “amigo invisible”. Qué maravillosa es la
inocencia… Aún me pesa y me trae las peores pesadillas. En la emisora de radio
donde trabajaba se empeñaron en hacerlo… y lo hicieron. Me tocó… quien me
tocara. Se merecía una lavativa con
timbre; y se la hice. Imaginación al poder: lavativa (adquirida en la
farmacia), pilas, zumbador, pulsador, luces… hasta un voltímetro. Esmero y
pulcritud; para haber sido enmarcada. Me superó, como no podía ser de otra
forma, el mayor experto mundial: Peter
Hubertus Dieckman, el “holandés de
los cojones”: una tarta de pasta
dentífrica: ¡pero qué bien hecha estaba!: color, forma, cenefas, olor. La
foto lo ha tenido deambulando por el despacho desde entonces, y ahora que la
necesito no la encuentro. Aquellos dos sí fueron regalos de “amigo
invisible”; el de Peter, superior.
Ahora la gente se me va a un tenducho de chinos y te mercan
la gilipollez más soberbia que puedan encuentran (que las hay a raudales)… y te
la endiñan. Y se ríen creyendo, en su tremenda estulticia, que han sido
originales. Yo nunca participo, y me sigo cabreando igual de ver lo que veo; no
soy ajeno al mundo que me rodea. Y eso que hay webs con ideas al respecto, pero es que ni por ir a joder al amigo
se estrujan la sesera.
En fin, un cordial saludo en estos días de fiestas Navideñas
mientras esperamos que 2012 nos deje.
Y dicho esto, sepan que lo que más ansío, créame, es que el “amigo
invisible” (mal rayo no le parta) que le haya tocado este año no merezca
pena de garrote vil; que con cien mil latigazos sea suficiente.
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