7 dic 2019

DE LO DE MADRID Y LA CHICA ESTA




Hasta el Madrid ha jugado hoy de verde. Esto puede conmigo. Y no es el fútbol.

He leído, no comparto, que Alexander von Humboldt, el barón de Prusia que nació en el Berlín de Federico el Grande un 14 de septiembre de 1769, fue el primero en cuestionar, tercio final del XVIII, que esto del clima nos iba a llevar a mal traer. Joseph Fourier, el matemático francés que consiguió resolver la ecuación del calor, que había nacido sólo un año antes y había dado una explicación al efecto invernadero (1824), fue quien le puso sobre la pista.

Pero fue una mujer, la climatóloga estadounidense Eunice Newton Foote la primera en echar la culpa (1856) de lo que pasaba al CO2: “el mayor efecto lo he encontrado en el gas ácido carbónico”.

Pues nada, que han pasado 163 años y aún andamos con esto. Y no ponemos remedio. Y no tiene buena pinta.

A la señora Foote no se la creyeron ni en el mundillo académico ni en el industrial, incluso cuando John Tyndall (1859) demostró que estaba en los cierto. Eunice, la señora Foote, ha tenido que esperar a 2011 para ser redescubierta, y a 2016 para reconocerle su advertencia a la humanidad. Esto va así.

Que esto no es de hoy: cuarenta años después de Eunice, el sueco Svante Arrhenius (1896) expuso que “la reducción de un 40% de CO2 en la atmósfera podría reducir la temperatura en Europa unos 4-5 °C”. Arrhenius fue el primero en señalar lo que entonces se llamó “sensibilidad climática”. El sueco estimó que “las emisiones industriales de CO2 serían un factor relevante en los próximos miles de años”… y ha pasado poco más de un siglo.

Arrhenius murió (1927) con su teoría rebatida por su colega Knut Angström; entonces no lo llamaron negacionismo.

En 1931 el físico norteamericano  Edward Olson Hulburt rehízo los cálculos y rebatió, a su vez, a Angström, con más pena que gloria, hasta que ésta -la gloria- se la llevó el británico Guy Stewart Callendar en 1938 dando su nombre -Efecto Callendar- al aumento de temperatura que nos ocupa y que dicen es debido al CO2 antropogénico.

¿Qué pasa?, ¿Qué han estado jugando con nosotros todos estos años?



Pues parece ser que sí. Y en juego entran interese políticos y económicos junto a peculiares personajes recientes como sir Krispin Tickell, Nicholas Stern o Paul Krugman. Sus informes han generado ríos de tinta y océanos de palabras, con sus corrientes y todo. Ah, me quedo con William D. Nordhaus, que recibió en 2018 el Nobel de Economía -junto a Paul Romer- por desarrollar un modelo cuantitativo que reproduce la interacción entre el desarrollo económico y la evolución del clima a escala global… al que pocos dedicamos tiempo.

Resulta que tantos años de industrialización y emisiones de gases han interactuado en la composición química de la atmósfera. Edwar Teller, el padre de la Bomba H, un físico nacido en Hungría y que huyendo de la revolución comunista de Bela Kun pasó a Alemania, donde vio llegar a los nazis, terminando por exiliarse en los EEUU, aprovechó su posición (1955) para encontrar, incluso, un culpable: los combustibles fósiles. Pero, de nada sirvió.

Todos nos fijamos en los EEUU y poco -o nada- hablamos de los demás. Hay países mucho más “contaminantes”, pero los “apestados” son los yankees desde que Lindon B Jhonson se negara a aceptar el informe (1965) que le urgía tomar medidas… y así llegamos al particularísimo Donald J Trump. Claro, que también es allí donde se plantean las medidas: Alan Greenspan y Paul Volcker, junto a 27 premios Nobel y los últimos presidentes de la Reserva Federal -tanto demócratas como republicanos-, piden un impuesto al carbono para que su coste social (la externalidad en el clima) se tome en cuenta en las decisiones de los actores económicos.

El caso es que las alertas llevan ululando con la sostenibilidad la tira de años. ¡Que viene el lobo, que viene el lobo! ¿Debieron decir que venía Greta?

Ya en 1968, hace 51 años, los Informes del Club de Roma (21 informes, desde entonces) metieron el miedo en el cuerpo. Pero nada más. El último, de 2016 –“2052: Una proyección para los próximos 40 años”- apenas si ha sido comentado.

El informe de 1972, que lo realizó el MIT, fue impactante: “Los límites del crecimiento”. ¿Recuerdan? Lo realizaron tres investigadores con el modelo computacional global World3. Ahora todos destacan la autoría principal de la doctora Donella Meadows. Sus doce puntos de influencia son aún básicos en investigación sobre este tema.

Sin entrar en el clima, simularon el crecimiento planetario y llegaron a la conclusión que de seguir así el planeta no era sostenible. En 1992 se actualizó el informe -Más allá de los límites del crecimiento- y ya habíamos superado los límites de carga del planeta de 1972. En 2002 se reactualizó -Los límites del crecimiento 30 años después- y se mantenía la pesimista conclusión de 1972. Que no sigan, que es peor,

Pura cuestión de sostenibilidad, más que emergencia climática en sí misma. 



Los Informes del Club de Roma, al menos, despertaron tenue concienciación. Así llegaron la 1ª Conferencia Mundial MaB (Estocolmo, 1972) sobre un programa MaB (Man & Biosphere) que había nacido en París, en 1968, de la mano de la UNESCO. La “Conferencia de Estocolmo” (1972; ahora llamada 1ª Cumbre de la Tierra) generó el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y sentó las bases para la primera Conferencia Mundial del Clima -que toda va ligado-, que se celebró en Ginebra, en 1979… y entre gin-tonics ha ido penando el tiempo.

Convocada por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), en Ginebra se trató el tema del calentamiento global y de cómo este podría afectar a la actividad humana, reconociendo hace 40 años el tema como un problema grave para el planeta. La Conferencia emitió una declaración convocando a los gobiernos del mundo a controlar y prever cambios potenciales en el clima, provocados por el ser humano, que pudieran resultar adversos para el bienestar de la humanidad. En aquella cita ginebrina del 79 se estableció el Programa Mundial sobre el Clima (PMC), bajo la responsabilidad conjunta de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y el Consejo Internacional para la Ciencia… ¿Y? Pues eso.

¿Se me acuerdan del Informe Bruntland de 1984? “Nuestro futuro en común”, llevaba por título; y nos dejó el concepto “desarrollo sostenible”, que ahí está.

Y por estar, ahí están las Conferencias de las Partes (COP), que -con esta de Chile/Madrid- suman ya 25. Y todas las cumbres que nos hado por montar: que si la Cumbre de Río (1992) con su Convenio Biodiversidad, el Programa 21, el Convenio sobre el Cambio Climático, el Documento sobre los Bosques y la Carta de la Tierra (muy bonita, ¡Oiga!), que si la Cumbre de Nueva York (1992; Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), que si la Cumbre de Kyoto (1977) con su protocolo y todo; que ni nuevamente en NY la Cumbre del Milenio (2000); que si la Cumbre del Cambio Climático (Bonn; 2001), que si la Cumbre Mundial Desarrollo Sostenible (Johanesburgo; 2002). Haciendo tanta cumbre hemos dejado a Juanito Oyarzábal y sus ochomiles a nivel de un senderista aficionado.

Y, lo peor: que volvemos de ellas con el petate lleno de papeles y vacío de contenido.

Y este post viene porque me sale, con lo de Madrid, la niña Greta hasta en la sopa. Y no la aguanto: no me entra por los ojos. Entiendo lo suyo; pero a ella no.

Dicen que es un símbolo: “mujer, joven, decidida, con Asperger”; que eso último, no sé yo la importancia de destacarlo. Gabriela Warkentin -la mejicana- en su Parada de Postas contaba el otro día (25 de septiembre) en El País que “la fuerza del símbolo no está en la literalidad de su discurso sino en la potencia de la convocatoria”.

Bueno, pues la tiene. No me gusta Greta; pero tiene convocatoria. ¿Es lo que estábamos esperando?

Y me reconforta leerle a Gabriela que “Greta no es la solución; pero ojalá sea un llamado de atención”. Llamado, como se dice por allí; llamada, como decimos por aquí. Ojalá que sea eso; ¡¡somos tan banderizos!!

Es que, en mi pueblo, sin pretensión, tengo mala reputación. Y en el mundo, pues, no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado. Todos, todos me miran mal; salvo los ciegos, es natural. Y no es cuestión de propia fe.

Y a ver si de esta nos ponemos las pilas…. ¡Cielos, no; que contaminan!