30 oct 2022

DE OTRA MÁS DEL CAMBIO DE LA HORA


Este panfleto que les reproduzco -y que es de hace 115 años; The Waste of Daylight[1]; aunque hay varias ediciones (con la portada en color ya en la de 1914)- tiene la culpa de todo.

Su autor, William Willett, un promotor urbanístico del XIX, veía que ‘en verano’ se desperdiciaban muchas buenas horas de sol mañanero sobre el colchón y orquestó su campaña. Le costó 9 años de machaque, pero en 1916 el Reino Unido lo convirtió en ley.

Allí, en la pérfida Albión, venían debatiendo esto del horario desde la década de 1840[2] cuando la Asociación de Cierre Temprano -Early Closing Association- había abogado por horarios de apertura restringidos de las tiendas como una forma de combatir el exceso de trabajo de los empleados. T. Thatcher, en ‘Health and high pressure in business’, proponía, como solución “madrugar más, para cerrar antes”.

Sabíamos -y sabemos- que a lo largo del año la declinación del Sol va variando, entre −23,44º y +23,44º, dando lugar a las estaciones climáticas y a una variación de la duración del día y la noche, que depende fuertemente de la latitud geográfica (φ) del lugar.

La propuesta de Willett para adecuarnos laboral y socialmente a la luz solar era hasta divertido: no pedía un cambio de una hora (60 minutos) lo que pedía eran 80 minutos de nada. Y el proceso era, digamos, cachondo. Willett sugería adelantar los relojes 20 minutos -a las 2 de la madrugada- cada uno de los domingos sucesivos de abril, y que fueran atrasados en la misma cantidad de minutos los domingos sucesivos de septiembre. Su constante desesperación fue (y es) que el sol brilla muchas horas mientras estamos dormimos o refocilándonos en la molicie.

Entre febrero de 1908 y agosto de 1909, se nombraron dos comités especiales de la Cámara de los Comunes para considerar la institución nacional de la propuesta de Willett y por cinco veces se debatió y por cinco veces Willett y los políticos que le apoyaban se la tuvieron que tragar doblada.

En el debate parlamentario se escucharon argumentos de peso: “las vacas no darán leche veinte minutos antes de lo que estaban acostumbradas cada semana de abril -ni a la inversa, cada domingo de septiembre-, con lo que se desorganizaría el comercio de la leche”. ¡La leche!; sólido argumento de unos semovientes sin ánimo colaboracionista.

La parte científica reaccionó sólo con testosterona: Nature fue muy crítica[3]: "La idea es impropia de la dignidad de una gran nación y haría de nosotros el hazmerreír de las gentes ilustradas del mundo", mantenía uno de sus editoriales sobre la materia por aquellos años de debate parlamentario.

Los argumentos de Willett eran de similar solidez (y están impresos; no como las palabras que se las lleva el viento, aunque algunas las recoja el diario de la Cámara): “No nos robaremos el sueño. Por el contrario, podemos dormir mejor, ya que 80 minutos más de luz en nuestras horas de vigilia dejarán 80 minutos más de oscuridad en nuestras horas de sueño”. O este otro de profundo calado social: “Todos, ricos y pobres por igual, verán reducidos considerablemente sus gastos ordinarios en luz eléctrica, gas, aceite y velas durante casi seis meses al año”. Y uno, genial, en el capítulo ‘la cuenta de la vieja’: “Al llegar a la edad de 28 años (sin contar nada por 6 años de infancia), un hombre habrá ganado un año entero de luz del día. A los 50 habrá ganado 2 años, a los 72, 3 años”.  Eres joven, guapo y con dinero, ¿Qué más quieres, Baldomero? ¡Filomatic! (que daban un gustirrinín que pa qué).

Entre dimes y diretes políticos, pues el panfleto entró en el Parlamento británico, se nos metió por en medio la IGM y, en eso que, los alemanes toman la delantera -si en esto se puede considerar eso- y se pusieron su hora ‘veraniega’ por su cuenta.

Entonces cobró protagonismo la propuesta de Willett con un triple objetivo: proporcionar más horas de luz después del trabajo para el entrenamiento del Ejército Territorial, reducir los accidentes ferroviarios y reducir los gastos de iluminación.

Willett no se enteró de su éxito (al final fue ley); murió de gripe a las primeras de cambio en 1915.

Y fue ley el horario de verano porque ya metida Gran Bretaña en la Gran Guerra y con los alemanes ahorrando carbón con su medida del cambio de 60’, el Parlamento británico promulgó la Summer Time Act el 17 de mayo de 1916 señalando que los relojes se adelantarían una hora el domingo siguiente, 21 de mayo, dando comienzo al British Summer Time (BST) que enseguida saltó el canal y contagió a Bélgica, Dinamarca, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega, Portugal, Suecia y Turquía.

Como he indicado, se adelantaron los alemanes. El káiser Guillermo II firmó el decreto del Sommerzeit (horario de verano) el 6 de abril de 1916 señalando que el domingo 30 de abril de 1916 a las 11 de la noche sería las 12. Y punto castrense prusiano.

De inmediato, los aliados austrohúngaros cambiaron la hora y los países cercanos a Alemania, con fuertes vínculos comerciales, como Países Bajos, Dinamarca o Suecia, lo hicieron el domingo siguiente.

En el Reunió Unido y en toda Europa, terminada la contienda, se olvidó la medida hasta que, en 1925, en las islas, la reimplantaron y la consolidaron en 1972 con la British Summer Time Act y luego siguieron la norma europea una vez que en 1973 entraron en el Mercado Común Europeo.

Al otro lado del charco la cosa fue parecida[4]. Cosas de la IGM, la primera ley estadounidense sobre el horario de verano entró en vigor el 19 de marzo de 1918; allí fue la Cámara de Comercio el principal patrocinador de la política, y la cuestión fue de pelotas: se incrementó la venta de bolas de béisbol y de golf, además de su contribución al tema energético. Pero no contaron con la fuerza del lobby agrícola y de Hollywood, que quería oscuridad para que la gente entrara en las salas cinematográficas. Pasada la guerra, carpetazo al horario.

New York fue la única ciudad a favor del horario de verano (y continuado) porque tenía más vinculación con Europa. Era cruzar el Hudson y ya estabas en la América profunda del reloj tradicional. Pero fue llegar la IIGM y en 1942 se volvió a imponer, cogiéndole el gusto los yanquis. En 1966, Lyndon B. Johnson firmó la primera ley de horario de verano en tiempos de paz, The Uniform Time Act que resumimos en 6 meses de horario de verano y 6 meses de "horario de invierno". La referencia ‘uniform’ viene de que exigía a todo un estado respetar el tipo de horario. Arizona dijo que pasaban de aquella ley, como Hawái (por en medio del Pacífico) y Alaska (que, por latitud, ni le va ni le viene) . En 1973, cuando la crisis del petróleo lo engulle todo, se popularizó el tema del horario de verano con tal aceptación que en 1986 los EE. UU. comenzaron a disponer durante siete meses del mismo, un mes adicional en el que la industria del golf y los fabricantes de equipos para barbacoa afirmaron conseguir ventas adicionales de 200 y 400 millones de dólares respectivamente. Así que desde 2005 los EE. UU. vienen disfrutando de ocho meses de horario de verano al año.

España, que nos faltaba reseñar a España, fue una de las últimas naciones occidentales en sumarse al cambio de hora cuando la IGM; todo fuere porque no estaba inmersa. No obstante, un Real Decreto de fecha 3 de abril de 1918 (Gaceta de Madrid del día 4), implantó el adelanto horario para el día 15 de abril, cuando a las 23 horas serían las 24 horas, volviendo a recuperar esa hora el 6 de octubre. La razón, la escasez de carbón provocada por la IGM, que obligó a intensificar la producción y a reducir el consumo y, al mismo tiempo, armonizar el horario con el de los países vecinos.

La generalización del cambio de hora no volvió hasta estallar la IIGM. Hitler, por ejemplo, adelantó los relojes en 1940 y en la vieja piel de toro le seguimos; los franceses, por imposición germana, hicieron lo mismo. Los estadounidenses se esperaron a 1942 (entraron en guerra tras el bombardeo de Pearl Harbour, en diciembre del 41) y los británicos, cogido el tranquillo del cambio, se aplicaron una segunda taza de caldo: adelanto de 2 horas respeto al GMT entre 1941 y 1945; y recayeron en 1947 porque la cosa de su economía estaba pero que muy malita.

Salvo esa excepción, terminada la IIGM, ya lo hemos señalado, cada mochuelo a su olivo y si te he visto, horario de verano, ya no me acuerdo, salvo los british y el experimento de las dos horas.

Por volvamos a España en esta reseña destacando que, este proceso de cambio horario, como lo explica Pere Planesas en ‘La Hora Oficia de España y sus cambios’[5] -que considero es de obligada lectura- no lo va a encontrar en ningún otro sitio. Así, leyendo a Planesas, te enteras de que, en 1919, con la IGM terminada, tuvimos horario de verano porque “los ayuntamientos y los grandes intereses económicos nacionales” lo solicitaron al Ministerio de Abastecimientos.

Coincidiendo con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, la Sociedad de Naciones pidió un periodo común mundial y aquella España, durante los años 1924, 1926, 1927, 1928 y 1929, se unió al horario de verano. Horario que se volvió a aplicar en 1931 y en los años 1937 y 1938 con diferencia según el bando: la República lo operó entre el 16 de junio y el 2 de octubre, en 1937; y entre el 2 de abril y el 30 de octubre, en 1938. Por su parte, los sublevados lo aplicaron del 22 de mayo al 2 de octubre, en 1937; y del 26 de marzo al 1º de octubre, en 1938. En ese año, 1938, el gobierno de la República incluso llegó a adelantar el horario de invierno en una hora, la primera vez que ello se hacía en España.

Terminada la contienda, en España volvimos al horario de verano en 1939, pero no en 1941, 1947 y 1948. La cosa iba en función de la disponibilidad y alguna ocurrencia; en 1949 fue cosa de la pertinaz sequía que impedía producción hidroeléctrica.

El cambio de hora más importante en suelo patrio fue el de 1940 ya que supuso un cambio permanente de la hora oficial de España adoptando, sin decirlo y, posiblemente, sin planearlo, la del huso horario +1 para la península y las islas Baleares y la del huso horario 0 para las islas Canarias. Y ahí que nos quedamos.

La crisis del petróleo nos llevó a aplicar el horario de verano de 1974 a 1977; luego, como la experiencia había resultado satisfactoria, seguimos 1978 a 1980, año en que adoptamos la directiva del Consejo de la Comunidad Económica Europea, aunque no entraríamos hasta 1986 en la CEE. Y desde 1980 a 2001, según la pertinente directiva comunitaria, revalidada en 2007, 2010 y 2012.

La Unión Europea acordó suprimir definitivamente el cambio de hora para 2019, pero se prorrogó hasta 2021, una decisión que no se hizo efectiva por el desacuerdo de sus estados miembros sobre qué franja horaria adoptar en cada país.

Actualmente hay tres husos horarios en Europa, y la gran mayoría de los países utilizan la hora de Europa Central como estándar de 1940, aunque los hay que se iniciaron antes: Albania, Alemania (1893), Andorra, Austria, Bélgica, Bosnia y Herzegovina (1884), Croacia (1884), Dinamarca, Eslovaquia (1890), Italia (1893), Liechtenstein (1894), Luxemburgo, Macedonia del Norte (1884), Malta (1893), Mónaco, Montenegro (1884), Noruega (1895), Países Bajos, Polonia (1915), República Checa (1891), Eslovenia (1884), España (1940; excepto en Canarias), Francia, Hungría (1890), Italia (1893), Liechtenstein (1894), Luxemburgo (1904), Macedonia del Norte (1884), Malta (1893), Mónaco (1945), Montenegro (1884, Noruega (1895), Países Bajos, Polonia (1915), República Checa (1891), Serbia (1884), Suecia (1900) y Suiza (1894)

Otros diez países utilizan la hora de Europa Oriental (UTC+2; Bulgaria, Chipre, Estonia, Finlandia, Grecia, Letonia, Lituania, Moldavia, Rumanía y Ucrania) y 6 la de Europa Occidental (UTC+1; Islandia -todo el año-, Reino Unido, Islandia, Portugal, islas Canarias -España-, islas Feroe y noreste de Groenlandia, que son extensión de Dinamarca).

Los de Rusia es la hora Europea extraoriental: UTC+3… y aquí ya me niego a entrar por ultraoriental.

Como pildorita de final he de comentarles que, en los Estados Unidos, el Senado aprobó hace bien poco suprimir el cambio de hora y mantener definitivamente el horario de verano para tener “tardes más luminosas”, recuerdo haber leído. Si la medida es ratificada por la Cámara de Representantes y aprobada después por el presidente Biden, la medida entrará en vigor en noviembre de 2023.

Y si han llegado hasta aquí, vuelvo a William Willett y cierro el post contándoles que sir Henry Norman, uno de los primeros en apoyar a Willett en su apostolado por el horario de verano, en un alegato en la Cámara de los Comunes soltó lo de: "Quiero pensar que llegará un día en el que los trabajadores de este país, y en eterno agradecimiento, querrán erigir en honor de William Willett una estatua en alguna colina donde pueda ser bañada por el primer rayo de un amanecer de abril, una hora antes de la Hora Media de Greenwich"[6].

En 1927 le levantaron un piedrolo en una colinilla de Petts Wood, al sureste de Londres, con un pétreo reloj de sol y la leyenda  “Horas non numero sivi aestivas”: SOLO MARCO LAS HORAS DEL VERANO. ¡Albricias, que buen reloj!

 


 

9 oct 2022

DE OTRO 9 d'0CTUBRE; POR SAN DIONISIO

 

 

Dionisio, obispo de Lutecia (con el paso del tiempo, París), fue decapitado por los romanos en torno al año 272 -junto al sacerdote Rústico y al diácono Eleuterio- en el Monte de los Mártires parisino -que no es monte ni es nada; como mucho era y es colina y ya los druidas de la escuela de Panoramix hacían de las suyas por allí- y que los romanos consagraron a Marte (Mons Martis). Tras lo de Dionisio -el Apóstol de las Galias, el Santo sin cabeza[1]- y sus colegas -también con el paso del tiempo- llamaron a aquel lugar Mons Martyrum/Mont Martre, Montmartre.

El caso es que este Dionisio, santo, es patrón del barrio, del distrito y de París; el honor nacional lo reservan los franceses a otros del santoral: a Juana de Arco, a Teresa de Lisieux y a Martín de Tours, que fue quien pidió a Dionisio acudiera a evangelizar el lugar.

Montmartre está en París y en Montmartre, para geolocalizarnos, está la basílica del Sacré Coeur[2] -¿quién no se ha subido las empinadas escalinatas de la rue Foyatier, Paul Albert o Maurice Utrillo por no tomar el funicular hasta el Parvis, o coger el Montmatrebus?-; aunque la más antigua de las iglesias de la colina es la de Saint Pierre[3], de donde arrancará la compañía de Jesús en agosto de 1534 con San Ignacio de Loyola. Uf, que como siempre me salgo de órbita.

Y a lo que iba: hoy, 9 de octubre, se celebra san Dionisio, un santo pero que muy parisino. Sí, alguno me sacará lo del estadio y de cómo está ahora el entorno de Saint Denis, pero esa es otra historia.

San Dionisio, con el que vamos ahora, no tiene mayor relación con España que la de figurar en el Santoral que recoge la fecha del 9 de octubre como consagrada a él.

Aquí, en la vieja piel de toro, nueves de octubre sonados hay varios. Además del valenciano, notorio es el 9 de octubre barcelonés.

El 9 de octubre de 1705 acaba el Sitio de Barcelona, episodio de la Guerra de Sucesión Española. En junio de aquel año, representantes de la burguesía acomodada -vigatans[4]; austracistas partidarios del archiduque Carlos, contrarios al borbón Felipe V- firman el pacto de Génova con Inglaterra, se coaligan con media Europa y se sublevan en el principado esperando el desembarco de la flota anglo-neerlandesa que había salido desde Lisboa y que en su camino hacia Barcelona tuvo ocasión tanto de bombardear Alicante -un 3 de agosto- como para llegarse hasta Altea[5] donde el Archiduque, proclamado rey, consiguió que los maulets[6] se unieron a su causa.

El caso es que el 9 de octubre de 1705, con Barcelona sitiada, la revuelta definitiva se inicia en el barrio de la Ribera y es decisiva para la capitulación de la ciudad. Carlos III entró en Barcelona trece días después (22 de octubre).

Contada esta punzadita catalana, el 9 de octubre que nos trae aquí, San Dionisio, es ‘nuestro’ 9 de octubre que arranca como fecha a celebrar desde aquel 9 de octubre de 1238 en que el rey Jaime I entra en la ciudad de Valencia.

El cerco a Valencia, que la fruta no car del árbol hasta que está madura -y en ocasiones hay que cortar, comenzó, dicen los expertos, el día 5 del ramadán de la Hégira 635, jueves por más señas, que se corresponde con nuestro 22 de abril de 1238.

Y aquella Balansiya/Valencia cercada -tras alguna escaramuza, presa del hambre y tras arduas negociaciones- capitula el 28 de septiembre de 1238; en Ruzafa, se firmó el documento. Al cumplirse el undécimo día, el 9 de octubre, rey entró en la ciudad y se celebró una misa de acción de gracias y, este hecho dio consistencia a esta celebración.

Por cierto, la campaña militar de Jaime I para conquistar el Reino Musulmán de Valencia fue ofrecida por el rey conquistador como penitencia para que se le levanta la pena de excomunión por haber actuado contra el obispo Bernardo de Monteagudo, electo por el Cabildo de la Seo de Zaragoza para este menester. Jaime I lo mandó detener y encarcelar -a pesar de haber sido consejero regio y haber estado junto al rey en la toma de Burriana (verano de 1233)- porque quería aquella sede episcopal para un amigo suyo. El papa Gregorio IX contrariado al máximo pidió su inmediata liberación y dictó la regia excomunión al haber actuado el rey contra su autoridad. Excomulgado y con ganas de redimirse, ofreció Jaime I nuevas conquistas.

Falto de gente, para poder llevarla a cabo, envió Jaime I embajadores a Roma, en abril de 1237, en solicitud de Bula papal para entablar Cruzada que reportara privilegio y beneficios religiosos a los que acudieran a la conquista para el mundo cristiano de la ciudad de Valencia, en manos de los moros.

Los embajadores se emplearon a fondo, pero no lograron agilizar la tramitación de las Bulas papales de cruzada, con lo que Jaime I tuvo que levantar campamento frente a El Puig en junio de 1237. El papa quería que se notara su enfado. Y mientras tanto, Jaime excomulgado y procreando bastardos.

Al comienzo de 1238, por fin, llegaron las Bulas que declaraban Cruzada, como las de Tierra Santa, y comenzó Jaime a preparar la toma de Valencia iniciándola por los pueblos alrededor de la gran ciudad. Blasco de Alagón, capitán general, y Nuch de Follalquer, maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden hospitalaria; Orden de Malta), son decisivos para animar al rey en este proceso.

Pero cuando el rey se plantó ante Valencia de buenas a primeras, sólo diez docenas de almogávares (estos no se perdían ocasión de despertar ferro, unas pocas tropas de Blasco de Alagón, algunos caballeros del Hospital y muy pocos nobles con mesnadas estaban apoyándole. Bien entrado aquel verano, sí hubo un verdadero Ejército de aragoneses, navarros, catalanes, italianos, franceses, ingleses, alemanes y hasta húngaros que se aprestaron a conquistar la ciudad, conocidas las bulas de cruzada… y se quedaron con un palmo de narices -y a verlas venir en la rapiña- porque en las capitulaciones se acordó que quien quisiera pudiera abandonar la ciudad; ligerito, pero con pertenencias.

Una vez ganada Valencia, la conquista continuó hacia el sur llegando a sumar con los años al nuevo territorio cristiano lo que hoy es la provincia de Alicante. Pero aquí hay un galimatías de conquistar el uno por el otro (Castilla y Aragón) porque estaban vigentes varios tratados. Por el Tratado de Almizra (26 de marzo de 1244) las coronas de Aragón y de Castilla fijaron los límites del reino de Valencia. Jaime I de Aragón y el infante Alfonso de Castilla, que poco más tarde sería su yerno y llegaría a rey -Alfonso X el Sabio- acordaron que las tierras al sur de la línea Biar-Busot-Barranç de Aigües (Villajoyosa-El Campello) quedarían reservadas a Castilla -Jaime I había concedido a Castilla el territorio entre Biar y Orihuela, que formaba parte del sur del extinto emirato de Denia, como dote en la negociación matrimonial durante el año 1240 de su hija, la infanta Violante de Aragón y de Hungría, con el infante Alfonso-, si bien con el Tratado de Tudilén ya se había establecido en 1151 que la extensión de la Corona de Aragón llegaría hasta el emirato de Murcia; el acuerdo se revisó a su vez en el Tratado de Cazola (Soria, 1179) entre Alfonso VIII de Castilla y Alfonso II de Aragón.

Por cierto, desde 1243, por el Tratado de Alcaraz, el reino musulmán de Murcia se puso bajo protectorado del rey castellano con la ciudad de Murcia y todos sus castillos “desde Alicante fasta Lorca y fasta Chinchilla”. Laqant (Alicante) se rendió el 4 de diciembre de 1248 al rey Fernando III de Castilla. La soberanía castellana cesó en 1296.

Jaime II de Aragón firmó un tratado de paz con Sancho IV de Castilla (1291) sellándose con un enlace matrimonial entre Jaime II y la princesa Isabel, de tan solo 8 años de edad. Para asegurar el pacto se dispusieron diez castillos en rehén y garantía del contrario. Alicante fue uno de ellos. Como quiera que Jaime supo de la alianza secreta de Sancho con el rey francés Felipe IV, dio por roto el pacto en 1293 consiguiendo del papa la invalidez del matrimonio. Y aprovechando la crisis sucesoria en Castilla y la Concordia de Monteagudo (Soria), Jaime II reclama a Castilla varios castillos -entre ellos Alicante y Orihuela- que terminará tomando por las armas: Alicante, un 22 de abril de 1296. A principios de enero de 1301 Jaime II incorporaba a la Corona de Aragón el Reino de Murcia. Por la Sentencia Arbitral de Torrellas-Tarazona (agosto de 1304) se creó la Procuración General de Orihuela y todo su conjunto aquel pasó a ser Reino de Valencia ultra Sexonan.

Todo aquel territorio tenía desde en el año 1261 Fueros propios al jurar los Fueros de Valencia -Alicante los juró el 25 de junio de 1308- por lo que se convertía esta terreta en Reino de Valencia, un reino diferenciado frente a la corona de Aragón.

Y volviendo al 9 de octubre, cien años después de la conquista de la ciudad, el 9 de octubre de 1338, se conmemoraría por primera vez la entrada triunfal del rey Jaume I en Valencia, ciudad que a mí me pilla siempre muy lejos, esté donde esté.

Y esta es la fiesta que hoy celebramos.

Por cierto: el esbozo de estandarte real que ondeó un 28 de septiembre de 1238 en señal de rendición de la ciudad en la torre de Ali Bufat (hoy del Temple, junto a la puerta de Bab Ibn Sakhar de la muralla de Balansiya/Valencia), se conserva en el Archivo Histórico Municipal del Ayuntamiento de Valencia. Se trata de una pieza hecha con tres tiras cosidas de trapo tosco, de color blanco, que presentan una forma recortada en forma de uve abierta, sobre el que se pintaron cuatro barras rojas. Actualmente las franjas blancas están amarillentas y ajadas por el paso del tiempo. Considerada como reliquia se dice que Jaime I pudo ordenar que se conservara en la iglesia del hospital de San Vicente, antiguo lugar de culto cristiano dedicado al patrón de la ciudad, donde quedó hasta el siglo XIX. El cronista Pere Antoni Beuter, en el segundo centenario de la conquista de la ciudad (1538) señaló que penó se conservaba en la bóveda de la iglesia de San Vicente y defendió su autenticidad.

En Daroca (Zaragoza), por su parte, se conservan dos estandartes reales que cuenta la tradición que fue el propio rey Jaime I quien concedió a la mesnada darocense -como reconocimiento a su osadía y valor- que se sumó, como milicia concejil, a la cruzada por conquistar Valencia, al final de aquel verano de 1238, por su acción en la puerta de Serranos -otros que bajo la torre de Alí Bufat- tras perder a capitanes y estandarte en una acción de asalto. Cuatro barras rojas sobre fondo amarillo en sendos estandartes que procesionan con el Corpus y que figuran como unas de las banderas antiguas de España, sólo superadas por las banderas de San Juan de Plan, Jaca, Huesca y Tauste, que entraron en Zaragoza con Alfonso el Batallador en 1118.

El caso es que, al ser el estandarte del rey, en 1238 aquella bandera no lo era de la ciudad ni de los territorios conquistados, pues aún no habían sido conformados como Reino de Valencia.

La Senyera valenciana fue creada hacia 1365, en agradecimiento del rey Pedro IV (el Ceremonioso) por los esfuerzos desempeñados por los valencianos en rechazar a las tropas de Pedro I de Castilla (el cruel/el justiciero, según el bando castellano) durante la Guerra de los Dos Pedros (1356-1365). A la bandera de la ciudad le otorga el derecho a utilizar sus armas -las barras o bastones-, su simbología en la cimera del asta -el casco del dragón alado- y una corona, símbolo del Reino, sobre las mismas y sobre color azul que ya había institucionalizado tras la concesión a Burriana de la banda azul en 1348.

Leo por ahí que Pedro IV el Ceremonioso adjudicó el origen de los bastones/barras a los Condes de Barcelona porque abundaban en sus sepulcros; y a los Reyes de Aragón les creó el escudo conocido como de Sobrarbe: azul, con una cruz blanca en el ángulo superior izquierdo. El color azul sería, por tanto, el esmalte de los antiguos Reyes de Aragón, y símbolo de la realeza. El azul de la Senyera representa a la estirpe real; la corona, al Reino y a la ciudad de Valencia; y las barras, el favor y el amor del monarca hacia un pueblo, al que concede sus armas.

Aquella bandera se convirtió en la Senyera que era la bandera principal de la “host”, el brazo militar que acudía a la llamada del rey y de las Cortes para defender el reino. Una bandera que no se inclina ante nadie, porque tiene rango real.

 

En el capítulo de detalles, al respecto de este Post, lo de Jaime I con la Iglesia es de armas tomar. Excomulgado por dos veces; pero readmitido en el seno de la Iglesia. Lo suyo con los obispos era de cuidado. En una de estas hechas fue excomulgado por haber cortado la lengua al dominico Berenguer de Castellbisbal, obispo de Gerona, que se chivó de un secreto de confesión[7] -sigilo sacramental[8] infringido- ante el papa Inocencio IV. El caso es que, en 1245, cuatro años después de los hechos, el papa revocó la excomunión de Jaime I.

 

Y en detalle final, por ser san Dioniso, a mí, de los Dionisios del mundo -a parte de la canción que Sabina dedica al Dioni, que no por otra cosa-, el que mejor me cae de todos ellos es Dionisio el Exiguo. Y más allá de por ser el creador del Anno Domini[9] (para el cálculo de la fecha -cambiante- de la Pascua) es por la polémica sobre su tamaño: que si era enano (exiguo, pequeño: un mote para la eternidad) o, por el contrario, por su tremenda humildad. Es que todo esto viene de su carta al Papa Juan I en la que recalca su insignificancia frente a la grandeza del Sumo Pontífice; aunque se le consideraba el abad más erudito de Roma. Yo apunto a la humildad monacal más que a la talla lo del mote. Ya el colmo de su humildad es que cuando envió al que sería papa Bonifacio II (entonces canciller del papa Juan I) sus tablas no pretendían que sus cálculos[10] se convirtieran en la nueva base cronológica; pero así fue. Luego le achacan que se equivocó y así no se pueden precisar las fechas más señaladas, pero estamos ante un margen de error de unos cinco años que para la cosa de los milenios está muy bien. Y lo hay más malvados que dicen que se olvidó del número 0, que es el primero. Vale: cuando Dionisio plantificó sus tablas resulta que el número cero (0) no había llegado a Europa (lo hizo en 1202 cuando Leonardo Bigollo, más conocido como Fibonacci, publicó su Liber Abaci dándole entrada en la computación: de viajar por el norte de África lo aprendió de los árabes que basaban su cálculo matemático en diez números, del 0 al 9); pero no podemos considerar un error. No hay año cero de 365 días. La Era Cristina comienza en el año 1 y hasta que no termina no entramos en el año 2… el 0 -número, que no año- estaría en el paso del año -1 al +1: los días antes al punto 0 pertenecen al año -1 y los días siguientes son ya del +1. Por eso, el año 0 no tiene extensión alguna, es sólo un instante entre los años -1 y +1. La Era Cristiana arranca en el año 754 AUC (Ab Urbe Condita; desde la fundación de la ciudad… de Roma); no hay lugar para el año cero.

 

 


 



[1] Según las Vidas de San Dionisio, escritas en la época carolingia, tras ser decapitado, Dionisio caminó con su cabeza bajo el brazo, atravesando Montmartre, por el camino que, más tarde, sería conocido como calle de los Mártires. Al término de su trayecto, entregó su cabeza a una piadosa mujer descendiente de la nobleza romana, llamada Casulla, y después se desplomó. En ese punto exacto se edificó la célebre basílica de Saint-Denis en su honor.

[2] Basílica del Sagrado Corazón de Montmartre. Su construcción fue decidida por la Asamblea Nacional en 1873, como un edificio religioso a perpetuidad en homenaje a la memoria de los numerosos ciudadanos franceses que habían perdido la vida durante la Guerra franco-prusiana y para expiar los pecados de la Comuna de París. El concurso para su diseño y construcción lo ganó el arquitecto Paul Abadie. La primera piedra se colocó en 1875, y aunque se completó en 1914, no se consagró hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, en 1919. La iglesia fue construida con fondos procedentes exclusivamente de una suscripción popular, en la actualidad es uno de los monumentos más visitados de París.

[3] Según la tradición, fundada por San Dionisio en el siglo III, la iglesia quedó en ruina durante la Revolución francesa, y en su lugar se construyó una torre para el telégrafo óptico. Fue reconstruida en el siglo XIX

[4] Gentilicio de los naturales de la Plana de Vic, de donde provenían los propietarios y nobles que firmaron el Pacte dels Vigatans (17 de mayo de 1705), a partir del que se formó la Companyia d'Osona, una unidad paramilitar, y del que nació el Pacto de Génova que selló la alianza entre el reino de Inglaterra y los vigatans en nombre del Principado de Cataluña, y que dio el impulso definitivo a la rebelión austracista de Cataluña que culminó con la entrada del archiduque Carlos en Barcelona en octubre de 1705.

[5] Uno de los hechos históricos más importantes y trascendentales en el Reino de Valencia durante el siglo XVIII y que marcaría la historia de esta centuria fue la Guerra de Sucesión (1705) y en este proceso Altea jugaría un papel muy importante. La importancia de Altea en este proceso se debe en primer lugar a la calidad de las aguas del río Algar, que sirvieron como punto de aguada de las embarcaciones austracistas en varias ocasiones. Es por esto por lo que la escuadra angloholandesa fondeara en la bahía de Altea donde contaba con un contingente de población a su favor encabezado por dos sacerdotes: el doctor Martí Morales, párroco desde 1695 y su vicario, Jaume Ripoll, que habían preparado que el inicio de la toma de poder comenzara desde Altea.

[6] Partidarios del archiduque Carlos de Austria —proclamado rey como Carlos III—, generalmente campesinos, así como el bajo clero, los gremios urbanos y una parte de la pequeña nobleza decantados a favor del candidato austriaco. Maulet, es diminutivo de la voz árabe maula, que significa esclavo o persona de baja clase social que se encuentra subordinada, ya sea en forma de dependencia o de clientela.

[7] Lo de la promesa de matrimonio que realizó a, la noble navarra de origen valenciano, Teresa Gil de Vidaure, y que incumplió para desposarse con Violante de Hungria en 1235 tiene sus detractores porque Teresita tendría por aquel entonces 5 años, aunque tampoco eso puede considerarse un impedimento para la época…

[8] En el Código de Derecho Canónico se estipula el sigilo sacramental es inviolable, siendo castigado dicha violación sacramental con la excomunión y posterior expulsión de la comunidad religiosa a la que el confesor perteneciera.

[9] A.D. es un indicador de calendario que señala que la cifra antecedente está contada a partir del año del nacimiento de Jesús de Nazaret (el año 1) considerado el inicio de la era cristiana. La formulación latina original anno Domini nostri Iesu Christi fue simplificada posteriormente como anno Domini, siendo tal año determinado en el 525 por Dionisio el Exiguo en su Tabla de Pascuas, adoptándose por la Europa occidental durante el siglo VIII y en Oriente en el siglo XVI. Dionisio estableció el nacimiento de Jesús de Nazaret en el año 753 AUC, aunque este cálculo fue errado por ser posterior a la muerte de Herodes I el Grande

Tanto Mateo como Lucas asocian el nacimiento de Jesús con la época de Herodes el Grande, durante el censo de Quirino/Cirenio,  en algún momento entre 6 y 7 d. C. Dado que Herodes murió varios años antes de este censo, la mayoría de los eruditos descartan el censo y generalmente aceptan una fecha de nacimiento entre 6 y 4 a. C., el año en el que murió Herodes.

[10] Lo suyo fue calcular el periodo de tiempo en el que un número determinado de meses sinódicos de aproximadamente 29,5 días coinciden con un cierto número de años solares de unos 365,25 días.