20 ago 2022

DE CONVIVIR CON EL BOSQUE; a propósito del incendio de la Vall d'Ebo y en recuerdo de Ramón

  

Sí, todo el verano -como cada año- con el problemón de los incendios montanos y la falta de prevención, asistiendo con asombro al triste espectáculo televisivo que genera la virulencia de las llamas que deviene en paisajes de devastación. El dragón de fuego campa a sus anchas mientras las brigadas forestales, bomberos y efectivos de la UME se la juegan por los parajes montañosos de España[1]. Pero ha sido llegar el fuego a la Vall d’Ebo[2] [3] y darme un pinzado el corazón; llegar a les Valls y… como que el fuego me ha tocado la fibra. El incendio comenzó en la Vall d’Ebo el sábado pasado (13/08), por la noche, y sus frentes saltaron las montañas hasta cruzar a la Vall d’Alcalà, la Vall de la Gallinera y la Vall de Laguart, que también se han visto afectados. Ahora leo, en esta mañana de sábado 20 de agosto, lo de “estabilizado”, incluso lo de “no controlado”[4], y me pongo sobre el teclado…

Esta zona de la Marina son paisajes únicos de la montaña alicantina[5]: La Vall d’Alcalà[6], la Vall de Gallinera[7], la Vall de Laguart [8]-con el Barranc de l’Infern y sus seis mil escalones de piedra- y, la muy afectada Vall d’Ebo, surcada por el río Ebo, que algunos llaman también Girona. Sólo quedó al margen de las llamas la Vall de Pop[9] -donde el Pla de Petracos[10] (que es donde de verdad acabó la Reconquista, con la expulsión de los moriscos en 1609) y el Cavall Verd, donde Ezme, la bruja… pero esa es otra historia novelada.


Con el fuego en la Vall d’Ebo y sus consecuencias, me ha venido a la memoria el conejito forestal de la Dirección General de Montes (1833-1971; que luego vino el ICONA y esa es otra historia) que en campañas -prensa, revistas, TV y cartelería- nos insistía en que “cuando el monte se quema, algo nuestro se quema”.


Y a fe que es verdad. No reparamos -ni entonces, ni ahora- en la trascendental importancia del bosque. Luego llegaría
el Perich[11] y añadiría aquello de “Sr. Conde”… que en lo de aquella España latifundista que llegó de plano a los años setenta tenía su aquel y hoy nos viene al pelo, porque ahora mismo resulta que el 72% de la superficie forestal en España tiene dueño particular[12], vamos, que se le quema a un paisano; a un Juan Español… llevando el pánico a muchos juanes.

Conforme a lo dispuesto en la Ley 43/2003, de 21 de noviembre, de Montes, modificada por la Ley 21/2015, de 20 de julio, los montes -en España-, por razón de su titularidad, pueden ser públicos (28%) o privados (72%). Y tirando de datos, la superficie forestal de España es de 28’8 millones de hectáreas (56,91% del territorio español[13]). Pero la realidad es que lo que abunda en el país es la piedra desnuda agreste y montaraz y sólo deberíamos contabilizar como “bosque” (+/-) 15 millones de hectáreas (más de 7.000 millones de árboles, según el Inventario Forestal Nacional[14]), lo que nos lleva a colegir que la cuarta parte de España, visto lo visto en los telediarios, está expuesta ser pasto de las llamas. Y es una cantidad importante: la masa forestal española es, tras la de Suecia, la más grande e importante de Europa, según el Perfil Ambiental[15] del Ministerio para la Transición Ecológica: somo una de las principales reservas forestales del continente.

El Plan Forestal[16] de 2002 denunciaba que el gran problema patrio forestal era el minifundismo, que he podido comprobar en la Siberia manchega[17] en mayo pasado ante un parcelario minúsculo y muy repartido, dividido de herencia en herencia, de monte abruptamente empinado, con caminos -por llamarlos de alguna forma- de infarto (por donde sacar la madera) y arbolado de porte que implica explotación maderera cada “x” años[18].

En el cole me contaron aquello de que cuando llegaron los romanos a la península una ardilla podía cruzarla de norte a sur, de árbol en árbol, sin bajar a tierra (por si se la comía la fauna que pisaba el sotobosque); pero en el siglo V la península estaba ya bastante desarbolada; hasta el extremo que, Chindasvinto[19], a mediados del siglo VII, planteaba la prohibición de talar o quemar bosques. Sí, quemar; porque de yesquero[20] veloz siempre se ha sido en la vieja piel de toro. Desde tiempo inmemorial nos iba lo de que quemar bosque.



Y a vueltas con eso de que “los incendios se apagan en invierno” pues yo creo que, básicamente, no; que se ‘apagan’ en otoño, invierno, primavera y cuando surgen. La cuestión no es apagar; la cuestión es darle vida al bosque. Porque, aquí y ahora, el problema está en el monte vaciado y abandonado: ya nadie desbroza, ni trabaja el monte, y no queda ganado que haga de bombero forestal como antaño. Con euros por delante -sí, y bastantes-, gestionando el bosque, con el ganado haciendo su cometido y recogiendo lo del suelo para llevarlo, por ejemplo, a las plantas de biomasa[21], resulta que la foresta patria no sería pasto de las llamas con la frecuencia e intensidad con que lo son ahora mismo nos sobresalta; y tendría rentabilidad. Pero hay que echarle euros a la cosa para que el Sistema Europeo de Información de Incendios Forestales (EFFIS), de Copernicus[22], no vaya sacándonos los colores de continuo, ni tengamos al personal forestal exponiéndose ante semejante enemigo (el fuego) y a los vecinos en un sin vivir por cómo les puede afectar a su propiedad. Y no me refiero al titular del monte.

El problema está en el olvido de los usos tradicionales del monte.

Me contaba un venerable, hace unos pocos años, haciendo -¡pa habernos matao!- una ruta[23] que cruzaba el Molejón de Moropeche[24] (donde decidí abandonar la práctica del senderismo; debut y despedida[25]), por el Calar del Mundo[26], que “antes se convivía con los montes”. Y se explicaba Ramón: “se recogía leña, se hacían talas -que había que vender la leña-, se habilitaban tablas de cultivo donde se podía -que había también que poder comer-, y se dejaba que entraran el ganado”.

Sí, convivir con el monte; convivir con el bosque.

Llevábamos toda la vida conviviendo hasta que nos ha dado por ser urbanistas en grado superlativo y anti montano. Los árboles han sido los elementos más antiguos con los que el hombre se ha valido para su supervivencia: abundantes y con cientos de aplicaciones posibles. A saber: proporcionan sombra, en muchos casos alimento, posibilitaban la estructura de los primitivos cobijos (fuera de las cuevas) y se podía utilizar todo desde la raíz a la copa. Como colofón, ardían, generaban calor y servían para cocinar; incluso, el fuego, nos protegía de animales y alumbraba. ¡Que invento, oiga!

La madera de los árboles del bosque, recordemos, soportó las primeras construcciones (palafitos, hace 7.000 años -en las zonas pantanosas de los Alpes-) y constituyó las primeras murallas, que los romanos bordaron[27] y que en mi imaginario infantil popularizaron los fuertes del Far West (fuerte Comansi, juguete completo) y que llegaron hasta la guerra de Vietnam, aunque allí el afilado bambú hizo más estragos. Y, a lo que íbamos: la madera, trabajada, nos servía para cuencos y artilugios domésticos a porrillo. Lo dicho: ¡qué gran invento!

La madera, por lo general, es dura, menos densa que el agua (flota), resulta ser un buen aislante térmico y termina como el mejor combustible, dejando al final un residuo, la ceniza, con varios usos y poder fertilizante[28]. Tiene buena resistencia mecánica y es de una gran tenacidad (absorbe energía). Hace millón y medio de años -desde el Homo ergaster[29]- que estamos trabajándola y consiguiendo múltiples usos de ella: desde las primeras armas proyectadas -jabalinas (hace 500.000 años)- al arado (hace 6.000 años) y la rueda (maciza, hace 5.500 años; aunque serán los egipcios los que incorporen los radios)… Pero a mí me gusta señalar que el bosque proporcionó arcos (desde hace unos 17.000 años[30]) y flechas. En fin, que tiene multitud de posibilidades el árbol y su madera: hasta la de arrancarle notas musicales a través de instrumentos.

Pero a lo que íbamos: a los montes ardiendo… que no son cosa de hoy. En el libro “Presencia histórica del fuego en el territorio[31] hay una reseña de los fuegos forestales de los últimos 500 años.

De siempre ha estado ardiendo el monte por causas naturales (pocas) y puñeterías humanas (muchas). Pensemos que, con el paso de los siglos y el aumento demográfico llegaron las nuevas roturaciones (conseguidas casi siempre a base de pegarle fuego al terreno) y el desarrollo de las ciudades (que consumía bosque); y llegó, sobre todo, la construcción naval que siempre ha usado madera a porrillo[32]. Toda la actividad económica, hasta hace prácticamente nada, ha incidido sobre los bosques. El árbol quedó sujeto a la acción de la naturaleza y, principalmente, del hombre. El hombre lo talaba y quemaba a su antojo. Y aunque el primer incendio lo desencadenó la naturaleza, el hombre aprendió muy rápido a dominar el fuego y a valerse de ese dominio para bien y para mal.

La ecuación perfecta de este post la integran un combustible, un comburente y un agente de activación. El árbol y la vegetación seca y reseca (las hojas ofrecen una grandísima superficie de contacto y exposición) son el combustible perfecto; el aire (el oxígeno) constituye el comburente, auxiliado por las altas temperaturas, la sequedad (ausencia de humedad) y el viento (que es el aire en movimiento). Y, finalmente, la más mínima chispa puede ser suficiente para proporcionar la energía de activación necesaria para que se desate el caos ígneo.

Ya está todo medido y estudiado: menos del 10% de los incendios de las masas forestales tienen origen natural (un rayo, por ejemplo); el 50% se corresponde con imprudencias humanas[33] y eventualidades relacionadas con la acción antrópica[34] (que ya de por sí es duro); y un poco más del 40% son intencionados… que es para hacérnoslo mirar.

Bueno, desde antiguo, intencionada era la acción de utilizar el fuego para la agricultura. El fuego ha sido -era y hasta es- un gran aliado. Se conseguían con él tierras de cultivo, arrebatándoselas al bosque y, tras la quema -siempre que no llegaran lluvias torrenciales que arrastraran la capa calcinada-, las tierras ganaban el beneficio fertilizante de la ceniza.

Tenemos en nuestra vieja y maravillosa lengua un verbo específico para esta acción: artigar.

Y artigar es “quemar un terreno para cultivar” y la artiga era una práctica habitual que bien podía ser de ciclo corto (de 4 a 20 años) o de ciclo largo (cada 50 o 60 años; incluso más). Y la gente apegada al terruño le pegaba fuego a lo que fuera y, en más de una ocasión, se desmandaba la cosa; con frecuencia, el fuego escapaba del presunto control de pastores y labriegos. Ahí están también las rozas, un sistema de cultivo en el que se produce la quema de la vegetación de una parcela -bosque, matorral o dehesa- para utilizarla después como parcela de cultivo, fertilizada con la ceniza. Todavía hoy en día una parte de la agricultura de subsistencia de los países tropicales se basa en las rozas, mientras que en Europa y en las regiones templadas del planeta este sistema de cultivo desapareció en el siglo XIX. E incluso las estivadas, un sistema de quema de broza para poner en cultivo un terreno. Ejemplos hay abundantes.

Tan aficionados éramos a esto de la artiga, la roza y la estivada -además del vandalismo pirómano- que ya en tiempo de los visigodos -desde Chindasvinto, como hemos apuntado ya- estaba legislado el tema contra los fuegos provocados. Más adelante, el Fuero Juzgo[35] contiene referencias a estas prácticas pirófitas de pastores y agricultores: conseguir mejores pastos[36] y tierras, pero dentro de un orden normativo. Siempre ha habido normas e infractores a este respecto a lo largo de los siglos y muy especialmente durante el siglo XVIII donde los cronicones reseñan en España varios millones de árboles talados para la construcción naval y otros tantos calcinados para conseguir tierras concejiles y comunales, o para la elaboración de carbón vegetal… con carboneras en pleno bosque que ocasionaban problemas de continuo desatando más incendios.

La gestión del bosque es tan antigua y estaba tan orquestada que algunas cosas se hicieron muy bien ya en el Medievo. Es el caso del monte Vallivana, de Morella (Castellón; en Els Ports) que cuenta con aprovechamiento mancomunado en virtud de una concesión de la reina doña Violante, desde 1241 -confirmada por el rey Jaime I en 1273- y el sistema de explotación ha llegado a nuestros días[37].

Echando la vista atrás, resulta que, Alfonso XI, en su “Libro de la Montería” describe el estado de los bosques de su reino y en las Partidas[38], también del siglo XIII, se señala bien a las claras que “los árboles, parvas y viñas deben ser bien guardados, pues los que los cortan o destruyen, facen maldad”, y se detalla el castigo a quien queme un bosque: ser arrojado a las llamas, lo que huele al talión[39]. Y la pena capital estuvo ligada a esta acción pirómana hasta el siglo XVII. La referencia más antigua a la que he accedido en este somero relato es de 1454[40] donde se referencia un incendio provocado por un pastor, en los montes de La Bureba[41] (Burgos), como reacción a las limitaciones que establecía el concejo al pastoreo.

Señalemos que a partir de 1492 el bosque adquiere una dimensión trascendental con la navegación y las grandes flotas. Lo de construir barcos requería madera y era un secreto militar la elección, selección y acopio de buenas maderas y la forma de construir todo tipo de embarcaciones. Los egipcios ya se ocuparon de los montes del Líbano[42] para sus barcos; y los fenicios, que los tenían más a mano, inauguraron una época en la navegación a gran escala. Grandes bosques, buenos árboles, pueblos navegando; aunque con tallos de totora y madera de balsa ya demostró Tor Heyerdahl que se podía navegar[43].

Hubo leyes de protección del patrimonio forestal porque se le necesitaba. Por Levante estaba la obligación de plantar, al menos, 3 moreras por vecino -a lo largo de su vida y reponer cada una que faltara[44]- porque la sericultura[45] era una base económica fundamental.

Y no te digo en cuanto a madera para los arsenales. En 1501 los Reyes Católicos prohibieron además la construcción de barcos para los nacionales de otros países. Es que se necesitaban miles de hectáreas de buenos árboles sólo para mantener operativa una flota militar y mercantil, además de las embarcaciones costeras para la pesca y el cabotaje. Cualquiera de aquellos barcos de madera[46] tenía una vida operativa máxima de 20 años, en el mejor de los casos (sin que apareciera el gusano de la broma[47]): con lo que imagínense la cantidad de árboles que se necesitaban al cabo de un siglo para mantener operativas varias flotas y Armadas cuando el Imperio español.

Proteger el monte era (y es) fundamental. La Ordenanza de Montes de 1533, en Castilla, señala que para hacer fuego en el monte se requiere licencia, “so pena de 600 maravedíes”, y se advierte que de quemar rastrojos e ‘írsele de madre’[48] el fuego, el individuo estaba obligado a avisar –“dar cuenta del dicho fuego”-, pagar 600 maravedíes y reponer el daño que “que hiziese el dicho fuego[49]

Era tal la obsesión por el bosque y su cuidado que Felipe II adoptó las primeras medidas en materia de conservación de los montes y fomento de plantío para lo que ordenó incluir en sus Relaciones[50] un cuestionario con preguntas relativas al uso de la madera en cada municipio, lugar y aldea y una descripción del estado de los bosques. Y en 1558, para intentar evitar lo continuado de los incendios intencionados, mandó el rey Felipe que en los montes quemados “no pastasen los ganados sin orden del Concejo[51].

Otro rey, Fernando VI, dispuso que la Secretaría de Marina se hiciera cargo de los montes próximos al mar y a ríos navegables, sembrando y marcando los mejores árboles y pasando la labor de replantación a los vecinos del lugar. Su Real Ordenanza para el aumento y conservación de los montes y plantíos (1748) obligaba a cada vecino de esa demarcación a “plantar cinco árboles por año y a sembrar bellotas, castañas y piñones donde les fuera indicado por el corregidor local”, al tiempo que se castigaba expresamente a los pastores que quemaban el bosque: prisión y embargo de bienes.

En esta ordenanza apareció la figura del guardabosques, la prohibición de “llevar o encender fuego, así dentro del monte como en el espacio alrededor hasta doscientas varas de sus lindes...[52] y la “creación” de una nueva provincia, tierra adentro y de secano, alejada del mar, denominada Provincia Marítima de Segura de la Sierra[53] con el objetivo de proveer a la Armada de madera de roble y de pino. Esta interior provincia marítima sobrevivió oficialmente hasta 1833, cuando Javier de Burgos, Secretario de Estado de Fomento, dividió España en 49 provincias y 15 regiones (según el proyecto de 1822), con lo que los territorios de la provincia marítima de Segura de la Sierra pasaron a integrarse en las actuales provincias de Jaén, Albacete, Ciudad Real y Murcia.

Pero volvamos a lo que nos ocupa, que me disperso.

Planteo que la figura del incinerador forestal, el pirómano, como lo pudiéramos conocer hoy es un personaje -de necesidad, al principio y maldad y/o enfermedad después- surgido a raíz del siglo XVIII cuando a la gente le daba por protestar beligerantemente por el intervencionismo de la Administración en el ancestral aprovechamiento del monte, del que vivían sin ser dueños. La consignación de los llamados Montes de Marina y la creación de la Maestranza de Madera, así como la Real Orden de 5 de julio de 1726 de creación de tres Departamentos marítimos, a los que quedarán vinculadas enormes extensiones de montes y plantíos, levantó malestar y reacciones pirómanas.

Para que se hagan una idea de la importancia y necesidad de la madera del bosque, el constructor Cipriano Autrán[54] -del Arsenal de La Carraca- calculaba “una media aritmética de 2.574 árboles para un navío de 70 cañones y 3.516 ejemplares para uno armado con 80[55]. Y eso son muchos árboles -y madera- y los jueces de Montes y Plantíos -que existían- se extralimitaban para asegurar su puesto y asegurarse el abastecimiento de los arsenales, lo que motivaba protestas -yesquero en mano- que eran perseguidas y castigadas. Pero el monte ardía.

Y el XIX nos trajo una serie de cambios políticos y administrativos que incidieron en los modos de gestión del bosque. Entonces, propiedad de los montes y aprovechamiento de estos comenzaron a divergir; en concreto, a partir de la Constitución de 1812 y las leyes de montes y desamortizaciones siguiente. En 1833 se creó la Dirección General de Montes y, a partir de ahí, se suceden las acciones legislativas y medidas efectivas restringiendo el acceso a los montes y las prácticas en ellos: 1863, Ley de Montes y los Planes de Aprovechamiento; 1877, Ley de Repoblaciones; 1896, los Montes de Utilidad Pública, a partir de la Ley de Presupuestos; 1901, las Divisiones hidrológico-forestales; 1918, órdenes específicas para frenar la especulación maderera (a consecuencia de la IGM); 1924, regulación de la tala de arbolado; 1926, el Primer Plan de Repoblación Forestal; octubre de 1935, creación del Patrimonio Forestal del Estado… y, a partir de aquí, especialmente desde 1935, “el incendio del monte se convirtió entonces en una forma habitual de protesta 0 venganza frente a la usurpación, que en muchas ocasiones ha pervivido hasta nuestros días[56].

La economía de muchas personas dependía de un monte más allá del pastoreo, la recogida de leña o el cultivo de una parcela en tiempos de crisis para poder comer. Y, desde entonces, prenderle fuego al monte pasó a ser una práctica habitual, aunque ahora mismo corre una suerte de negligencias y malsana intencionalidad que asusta. Porque, en general, hemos abandonado el bosque; no convivimos con él.

Pero arder, más que nos pese, lleva ardiendo desde siempre… aunque ahora la cuestión sea no olvidar el monte; convivir con el bosque.

 


 


[1] Grado de montañosidad de España: 21,6%. España dispone de un 21,6% de territorio montañoso, un valor similar al de Italia, 22,2%, o Grecia, 21,8%; pero muy por encima del de Francia, 10,5%, o Portugal, 5,8%.

[2] Surcado por el rio Evo/Girona en sus 32’4 km2 a mitad de un escarpado valle se localiza el municipio de Vall d’Evo, de 204 habitantes. Es la única alquería que sobrevivió a la expulsión de los moriscos que se agrupaban en tornos a un grupo de valles montanos de singular y agreste belleza.

[5] Índice de Altitud; 0’78; el octavo de España (0’59 de media), al mismo nivel que Santa Cruz de Tenerife y por debajo de Melilla (0’79), Huelva (0’80), Sevilla (0’91),Las Palmas (1’04), Girona (1’07), Baleares (1’12) y Cádiz (1’15). Por encima de Granada (0’41), Huesca (0’68), Oviedo (0’70) o Santander (0’75) https://www.fbbva.es/wp-content/uploads/2017/05/dat/dt10_2010.pdf

[6] La Vall d’Alcalà cuenta con dos poblaciones: Alcalá de la Jovada y Beniaia. Tiempo atrás estuvo formado por 5 poblaciones más: Benialí (que ahora se integra en la Vall de Gallinera) y los despoblados de Criola, Benijarco, La Roca y La Adsubia. En la actualidad sólo dos pertenecen al valle como entidad local. Tuvo importancia porque era dominio del caudillo árabe Al-Azraq, el de los ojos azules, que combatió durante años a Jaime I de Aragón, quien acabó desterrándolo. La inaccesibilidad del terreno hizo posible esta lucha desproporcionada.

[7] Por donde discurre el río Gallinera, entre las sierras del Almirante, de la Albureca y la Foradada. 8 núcleos urbanos: Benirrama, Benialí, Benisiva, Benitalla, La Carroja, Alpatró, Llombai y Benisili. Después de la expulsión de los moriscos (1609), la Vall de Gallinera quedó tan despoblada, que el Duque de Gandía, al que pertenecía este territorio, trajo de Mallorca 150 familias para repoblar el valle

[8] Surcado por el río Girona -hasta llegar al embalse de Isbert- discurre entre las sierras de la Carrasca o de Ebo, del Migdia y del Cavall Verd o Sierra del Penyó, con multitud de fuentes y manantiales (Font del Camusot, dels Dornajos, del Hielo, d’Isber, del Penyó, del Reinós, de Fontilles y muchas más). Las poblaciones de la vall son Benimaurell (Poble de Dalt), Campell (Poble de Baix), Fleix (Poble d'Enmig) —donde se sitúa el ayuntamiento— y Fontilles. Todos estos pueblos constituyen un solo municipio.

[9] Históricamente está formado por Benichembla, Murla, Alcalalí y Parcent, en 1991 se unieron Jalón, Senija, Llíber y Castell de Castells para formar la mancomunidad de la Vall de Pop. El nombre de este valle proviene de la montaña del Caballo Verde, también conocida como Montaña de Pop. El curso del río Jalón-Gorgos discurre entre las sierras del Peñasco y el Carrascal de Parcent.

[10] En el Pla de Petracos tuvo lugar una de las batallas más importantes entre moriscos y cristianos, después del decreto de expulsión del año 1609. En este paraje, además, se pueden contemplar unas pinturas rupestres con unos 8.000 años de antigüedad representativas del arte macroesquemático levantino, declaradas Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco en el año 1998

[11] Jaume Perich Escala, El Perich (1941-1995); Escritor, dibujante y humorista español. Traductor de comics francesas como Astérix el Galo, El Teniente Blueberry y Aquiles Talón, entre otros. Autor de más de una docena de libros de humor, donde destacamos Autopista (Cuando un bosque se quema algo suyo se quema... señor Conde)

[13] La superficie de España es de 50’6 millones de hectáreas

[17] En entorno y cortijos de Yeste, entre los ríos Tus y Segura, con el calar del Mundo -y el de la Sima, donde se localizan el Cerrico La Mentiras (1896 msnm) y el Pico Banderas (1898 msnm)- con las sierras del Ardal y de Góndar, como El Arguellite y Los Praos (que bien se localizan en un Topcom 500). Yo es que soy muy sensible al frío -y esas pistas forestales- y acepto, sin más, ese apelativo cariñoso de “Siberia manchega” más que el de la Suiza manchega que comprende de Ayna a Letur, pasando por Bogarra, Liétor, Riópar, Nerpio o Yeste. Montaña y pistas; algunas conservas vestigios de lo que debió ser asfalto en el siglo pasado.

[18] Que no me acuerdo del dato y no lo localizo; pero más de una década… creo recordar.

[19] Rey de los visigodos entre los años 642 y 653; padre de Recesvinto. En su reinado el Estado fue saneado, se eliminaron corrupciones, se sofocaron revueltas y se impulsaron nuevas leyes, tanto referidas a aspectos políticos del reino, como relativas a la vida económica y social. Con la colaboración del clérigo Braulio de Zaragoza, inició la elaboración de un código legislativo único para godos e hispanorromanos, Liber ludiciorum, que sería terminado y promulgado por su hijo Recesvinto.

[20] Encendedor que consta de una yesca o mecha, una piedra o pedernal y una rueda o eslabón para hacer saltar la chispa de la piedra.

[21] Instalación industrial diseñada para generar energía eléctrica a partir de recursos biológicos.

[23] Subir hasta la Atalaya ya me pareció suficiente; y aún había que ascender hasta el Puntal y hacerse la llanada y bajar al puerto y a la Tinada de los Melojares… Lo dicho, el monte -muy bonito- no es para mí.

[24] Moropeche es una pedanía del municipio de Yeste, Albacete, cercana al Balneario de Tus

[25] Esto del monte no es para mí, existiendo los chiringuitos a nivel del mar. ¡Para qué complicarnos la vida!

[26] Parque Natural de Los Calares del Mundo y de la Sima,  a caballo entre las sierras de Alcaraz y del Segura, en el suroeste de la provincia de Albacete, abarcando parte de los municipios de Yeste, Riópar, MolinIcos, Villaverde de Guadalimar, Vianos y Cotillas. Lo conforman fundamentalmente las Sierras del Calar del Mundo, Calar de la Sima y Sierra del Cujón; y los valles del río Mundo, el río Tus, el arroyo Frío, el río de La Vega, el arroyo de la Puerta, y el arroyo Madera. El relieve amesetado de sus sierras de naturaleza caliza permite el desarrollo intenso de procesos de disolución kárstica. Estas sierras han desarrollado una flora muy variada y rica en endemismos. Sus principales valores son, por lo tanto, el paisaje, su altísima riqueza en flora endémica y la existencia de un karst muy desarrollado con los Chorros del río Mundo y el Poljé de la Cañada de los Mojones.

[27] con la fossa, el agger (terraplén protegido con troncos para sustentar la tierra extraída de la fossa) y el vallum (empalizada de madera)

[28] La ceniza de madera está cargada de minerales y tiene muchas propiedades. Se puede elaborar jabón de ceniza, es útil para limpiar cristales, es un desengrasante natural, evita pulgas y parásitos, neutraliza olores, ahuyenta plagas (hormigas, caracoles, babosas y algunos tipos de oruga) y tiene acción fungicida, al tiempo que cura herida de plantas y árboles; y al contener magnesio, fósforo, calcio y otros nutrientes, como abono, tiene propiedades que cambian la acidez y el pH del suelo.

[29] Homo ergaster es un homínido extinto, propio de África. Se estima que vivió entre 1,9 y 1,4 millones de años, en el Calabriense (Pleistoceno medio). Sus primeros restos fueron encontrados en 1975 en Koobi Fora (Kenia) y en 1984 cerca del lago Turkana (Kenia). Se cree que el Homo ergaster pudo ser el primer homínido con capacidad para el lenguaje articulado. Se considera que pueden haber sido los primeros homínidos en establecer relaciones sociales complejas.

[30] Arco de Mannheim-Vogelstang (Alemania); las flechas más antiguas se han localizado en Stellmoor, cerca de Hamburgo, con una antigüedad de 12.000 años. 

[31] Ministerio de Agricultura, 2013 Coordinadora: Cristina Montiel Molina. ISBN: 978-84-491-1289-8 Depósito Legal: M-28226-2013

[32] Locución adverbial que significa ‘en gran abundancia o cantidad’.

[33] Una colilla sin apagar, una barbacoa que se complica o una quema de rastrojo que se descontrola

[34] Accidentes en líneas de Alta Tensión, en transformadores eléctricos, en escapes de coches y otros tipos de vehículos

[35] El Fuero Juzgo fue el cuerpo de leyes que rigió en la península ibérica durante la dominación visigoda y supuso el establecimiento de una norma de justicia común para visigodos e hispanorromanos, sometiendo por igual. El Fuero Juzgo que ha llegado a nosotros es la traducción romance del Liber Iudiciorum o Lex gothica, código legal visigodo promulgado primero por Recesvinto en el año 654 y posteriormente, en una versión completada, por Ervigio (681). Esta versión romance se ha atribuido tradicionalmente al rey Fernando III y se da como fecha de realización el año 1241, sin embargo, no hay pruebas de ello salvo lo que dice un documento fechado el 3 de marzo de 1241. El Fuero Juzgo consta de unas 500 leyes, divididas en doce libros y cada uno de ellos subdividido en varios títulos. Destacan, entre otras disposiciones, los supuestos en que se autorizaba el divorcio, el deber cívico de acudir "a la hueste", los diferentes tipos de contratos y el procedimiento en los juicios (para más detalles véase el artículo sobre el Liber Iudiciorum). Las fuentes del Fuero Juzgo son códigos visigodos anteriores, derecho romano e intervenciones de personajes eclesiásticos importantes –la llamada influencia canónica– que influyeron en el texto revisándolo o haciendo sugerencias –como por ejemplo el obispo San Braulio de Zaragoza–.

[36] Los pastores quemaban el monte a comienzos de la primavera para eliminar plantas leñosas. Tras el incendio, las gramíneas cubrían, de cara al verano, los montes y constituían un excelente pasto para el ganado.

[37] Violante de Hungría (1215 -) Segunda esposa de Jaime I; fue reina de Aragón al casarse en 1235. Era medio hermana por parte de padre de Santa Isabel de Hungría. Impulsó de forma decisiva la conquista del reino de Valencia en 1238 y participó activamente en la política real.  Conquistada Morella, al ceder Jaime I el señorío a Blasco de Alagón, se reservó la dehesa de Vallivana para doña Violante, pero como se había concedido carta puebla a los morellanos y había aumentado admirablemente el vecindario, la reina quiso manifestar el aprecio que les tenía, renunciando en su favor la grande dehesa de Vallivana y Salvasoria, para que sirviese de baldío para los de Morella y aldeas de su jurisdicción.     13436_13.pdf (mapa.gob.es)  

[38] Su nombre original era Libro de las Leyes y compendiaba el cuerpo normativo redactado en Castilla durante el reinado de Alfonso X (1221-1284) con el objetivo de conseguir una cierta uniformidad jurídica del reino. Hacia el siglo XIV recibió su actual denominación -Las Siete Partidas, o simplemente Partidas- por las secciones en que se encontraba dividida.

[39] La ley del talión​ (lex talionis) es la denominación tradicional de un principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido, obteniéndose la reciprocidad. El término talión deriva de la palabra latina tallos/tale, que significa idéntico o semejante (de donde deriva la palabra castellana tal), de modo que no se refiere a una pena equivalente sino a una pena idéntica. La expresión más conocida de la ley del talión es el pasaje bíblico de Ojo por ojo, diente por diente, pan por pan

[41] La depresión burebana, encajonada entre sierras y montes, el desfiladero de Pancorbo ha sido la puerta de la meseta ibérica en lo que se ha dado en llamar Corredor de La Bureba, paso obligado para todo aquel que, procedente del noreste de la Península o de Europa, quiere llegar a la Meseta Central. Muy cerca, la Sierra de Atapuerca.

[42] Los cedros del Líbano, además de estar en la bandera del país, están por todo Oriente Medio, Grecia y el Peloponeso; desde el Templo de Jerusalén a las traviesas de los ferrocarriles otomanos por Turquía. Han dado mucho de sí.

[43] En 1947, con una balsa de troncos y totora -Kon Tiki- navegó entre Perú y Tuamotu, por el Pacífico. En 1969 lo intentó con la Ra-I, de tallos de totora y construida en Egipto, trasladada a Safi (Marruecos), de donde partió rumbo a Barbados, pero abandonó cerca de su meta. En 1970 lo volvió a intentar con la ayuda de expertos en construcción de balsas de totora del lago Titicaca (Perú-Bolivia) y navegó entre Safi y Barbados, por el Atlántico. En 1978 quiso intentarlo por el Índico con la Tigris, pero le incendiaron la embarcación a punto de iniciar la singladura.

[44] Normativa del Gremio de Velluters; en La Nucía, miradas centenarias. VVAA (entre otros, yo)

[45] Proceso de la cría del gusano de seda (Bombyx mori) a través de un conjunto de técnicas para producir capullos y, con ellos, la seda misma como producto textil final.

[46] Cocas, urcas, carabelas, carracas, galeras, fustas, jebeques, tartanas, carabelas, galeones y navíos (por ejemplo)

[47] Teredo navalis; especie de almeja de agua salada con cuerpo alargado como el de un gusano. Se trata de un molusco bivalvo marino en la familia Teredinidae. En el extremo anterior tiene una pequeña concha con dos valvas con la que perfora la madera excavando túneles y destrozando el elemento. Ningún tratamiento de la madera para prevenir el ataque de Teredo navalis ha tenido un éxito total.

[48] Quedar fuera de control. El término ‘madre’ no se refiere a la figura materna de la progenitora sino al cauce por donde discurre un río. Así salirse de madre/irse de madre hace alusión al desbordamiento que puede producirse tras la crecida de un río y que este se salga de su cauce natural produciendo desastres.

[49] Ordenanza sobre montes de 1533, Comunidad de Pastos entre las Villas de Gata, Santibañez, la Torre de San Miguel y Villasbuenas. Archivo Histórico Provincial de Cáceres. Sección de Hacienda

[50] En 1569, 1570/1571 y 1573 para las indias; y con el cuestionario de Páez de Castro y la encuesta de 1574, para España, así como en las posteriores redacciones de 1578 y 1584

[52] Bauer, E. 1980 “Los montes de España en la historia” Ministerio de Agricultura

[53] Provincia Marítima de Segura de la Sierra: Demarcación político-administrativa nacida tras la promulgación por parte de Fernando VI (1746-1759) de su Ordenanza de Montes (1748) estableciendo que quedaran bajo jurisdicción de la secretaría de Estado de Marina todos aquellos territorios con bosques útiles para la armada situados desde la costa hasta veinticinco leguas al interior, así como los montes insulares y aquellos localizados en el interior peninsular, donde existieran ríos navegables. Y habida cuenta de que los ríos Guadalimar, Guadiana Menor, Trujala y Madera, afluentes del río Guadalquivir, así como los ríos Tus y Mundo, afluentes, a su vez, del río Segura habían demostrado dicha capacidad de navegabilidad en cuanto a la flotación de madera se refiere, al realizarse por ellos anualmente conducciones, promovidas tanto por el denominado Real Negociado de Maderas -entidad dependiente de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla-, como por los arsenales de La Carraca y Cartagena, hizo que una amplia área, con epicentro en Segura de la Sierra y que en su mayor esplendor llegó a comprender 9.000 km2, quedase bajo dicha adscripción. La provincia marítima, con capitalidad en la villa de Segura de la Sierra y con un tribunal de Marina, quedó integrado en 1748, por veintiséis núcleos: Segura de la Sierra, Orcera, La Puerta, Hornos, Santiago de la Espada, Nerpio, Socovos, Letur, Ayna, Elche de la Sierra, Yeste, Siles, Villarrodrigo, Villaverde, Cotillas, Bienservida, Villapalacios, Terrinches, Albadalejo, Puebla del Príncipe, Villamanrique, Beas de Segura, Génova, Torres, Benatae y Bujaraiza. A este territorio inicial se incorporaron, entre 1751 y 1752, otras veinticinco localidades, que quedaron a su vez, estructuradas bajo cuatro demarcaciones, denominadas subdelegaciones, con sedes principales en Alcaraz, Cazorla, Villanueva del Arzobispo y Santisteban del Puerto. Se trataba de territorios con regímenes jurisdiccionales muy diferentes, desde aquellos de realengo, a señoríos laicos y eclesiásticos, caso de términos dependientes del denominado adelantamiento de Cazorla y de forma preeminente, sobre todo, de la provincia de Castilla de la orden de Santiago. En la etapa de máxima expansión de esta demarcación, que quedó delimitada al Norte por La Mancha, al Sur por el reino de Granada, al Este por el de Murcia y al Oeste por el reino de Jaén. En 1790, los límites de la provincia marítima se vieron significativamente reducidos. La provincia marítima de Segura de la Sierra representa un caso singular en la península ibérica, ya que es la única de estas entidades que dependió de dos departamentos marítimos y no de uno solo como sucedió con el resto de las provincias. El interés por la explotación maderera de su entorno –principalmente por la abundancia de pino laricio –también conocido como pino salgareño- y en segundo lugar, de pino rodeno- por parte de los dos arsenales del Sur peninsular –La Carraca y Cartagena- conllevó que se decidiera dividir la dependencia de la provincia marítima, a su vez, en dos: los montes con vertiente hacia el Atlántico quedarían adscritos al departamento marítimo de Cádiz, y por tanto, su explotación tendría como destino el arsenal de La Carraca, y aquellos con vertiente mediterránea dependerían del departamento marítimo de Cartagena. Los bosques con vertiente atlántica compartirían, además, explotación maderera con el Real Negociado de Maderas, que desde 1733 extraía materia prima de ellos también, con destino principal a la construcción de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla y en menor medida, a la venta a terceros. La provincia marítima mantuvo plena actividad hasta la Guerra de la Independencia, cuando comenzó su ocaso, primero por la suspensión de las talas y cortas y posteriormente por un breve período de supresión de estas demarcaciones en 1812, superado con su reinstauración, tras el regreso al poder de Fernando VII en 1814. Con cambios en su régimen de organización interna en 1817, la provincia marítima sobrevivió oficialmente hasta 1833, cuando la instauración del actual régimen provincial hizo que su territorio pasase a quedar absorbido por las actuales provincias de Jaén, Albacete, Ciudad Real y Murcia. A pesar de ello, la provincia languideció aún unos años hasta que en 1836 quedó definitivamente abolida.

[54] Cipriano De Autrán y Oliver (1697- 1773​), caballero de la Orden de San Luis y comandante general del Cuerpo de Ingenieros de Marina hasta 1769.