27 nov 2018

DE LA CASTAÑA




El castaño, el árbol (Castanea sativa), según pruebas estratigráficas e investigaciones sobre pólenes ancestrales, puede datarse en el Paleolítico; pero de las castañas no tenemos referencias hasta que los griegos nos hablan de la nuez sardania. Seguro que el hombre paleolítico ya se alimentó de castañas, pero la DO (Denominación de Origen), o en su defecto una IGP (Indicación Geográfica Protegida), la sitúan los del CSI de esta película en la antigua ciudad de Sardes, capital del reino de Lidia, en la Anatolia turca.

Y desde aquél reino, en cuyas costas mediterráneas estaba -y está, aunque en ruinas- la Troya a la que Paris llevó a Helena de Esparta, seducida o raptada, llegó in illo tempore la nuez sardiana a estos confines del mundo que conforman la vieja piel de toro. 
Estas castañas mías -porque de prepararme unas castañas sale este post- llegaron desde más cerca y en avión; desde Santiago de Compostela que me las traje yo, harto ya de estar harto de que te vendan unas que no saben a nada y a saber de qué siglo serán. Estas están de narices; me estoy haciendo un magosto que no veas.

Escribo de la castaña, del fruto del castaño; en realidad de ese par de aquenios que comemos, al quitarles la cáscara y el tegumento, y que son de verdad la castaña. Sepan que el árbol produce unas cápsulas subglobosas y espinosas, llamadas zurrón o erizo (por sus duros pelillos), que encierra de un par de estos aquenios -tres, rara vez- que hoy son objeto de mi encendido elogio.

Jenofonte, discípulo de Sócrates, se me adelantó para hablar de ellas -¡vaya por Dios!-. en su Anábasis (digamos que entre pitos y flautas, en torno al 371 aC) las cita al contar el regreso de los mercenarios griegos que acompañaron a Ciro el Joven (aspirante al trono), desde la castañera Sardes, en su trote guerrero -la Anábasis es “la retirada de los 10.000”- contra su hermano Atajerjes II (rey de Persia). Sí, Jenofonte habla ya de la castaña y dice que los soldados del joven Ciro hervían y cocían como pan aquellas nueces lisas que tanto se daban en los campos de sardes. Y se preocupaba el ateniense porque era comer castañas y buscar hembra aquellos soldados.

El caso es que los griegos -y no precisamente por lo que acabo de referirles- fiaron mucho del castaño (por la castaña) y lo llevaron consigo a todas partes.

El gaditano Columela -Lucius Junius Moderatus-, tribuno en Siria, al dejar el Ejército se encargó de explicarnos la práctica de su cultivo en su De re rústica (42 dC) -¿o fue en De arborius?- pero me sorprende, con lo que ahora sé, que no se entretuvo nada a hablarnos de la castaña. Y eso que era el sustento de muchos. Bueno, el gastrónomo Marco Gavio Apicio, coetáneo de Columela, sí nos brindó la receta de las lentejas con castañas y algunas otras más de refinado arte culinario en contraste con la tradición que las asaba, hervía o molía.

Galeno de Pérgamo, el célebre griego que dio nombre a los médicos, desde el siglo II tenía bien definida a la castaña –“le da al cuerpo más nutrientes que ninguna otra fruta salvaje”-, aunque advertía de las consecuencias de su consumo: “engendran ventosidades, hinchan y dan estreñimiento y provocan al apetito venéreo”… que era la forma de decir entonces que animaban al ayuntamiento y al fornicio que dije que citaba Jenofonte un par de párrafos atrás… toda vez que por entonces no se había descubierto la pastillita azul. Ni falta que hacía.

Conforme pasaba el tiempo se sabía más de la castaña y así Quinto Gargilio Marcial, ya en el siglo III, nos advertía de sus bondades siempre que no se consumieran verdes; lo mejor, hervidas y asadas. Y elogiaba la harina de castañas que buenas gachas que hacía.

Mucho se ha hablado de que en el mundo antiguo había dos formas de alimentación: la greco-romana y la bárbara. Trigo, cebada y centeno, vid y olivo, horticultura y pesca junto con ganadería ovina y caprina para los clásicos que derivaban en pan, gachas, vino, aceite, verduras, frutas, queso, carne y pescado, por un  lado, dejando a los bárbaros seminómadas los recursos de caza y pesca, frutas silvestres y ganadería de bosque (porcina, vacuna y equina), teniendo por cereales la avena y la cebada para abundancia de cervezas y hasta sidra. Y todos se olvidan de citar a la castaña y era lo común a todos, aunque los mediterráneos las unían a higos y granadas.

Y la verdad es que a la castaña se le han rendido pocos honores; se habrá hablado en alimentación antigua todo lo que se quiera, pero la castaña fue, desde tiempos de los romanos a la irrupción de la patata en todo su esplendor (mediados del XVIII), la que quitó el hambre en el suelo patrio: castañas, crudas, cocidas, asadas, molidas. Alimento de supervivencia. Al patrio y al europeo, Eurasia de mis amores.

Ah,  resulta que más que la expansión de la patata, el maíz y las habas, fue “la tinta” -podredumbre radicular producida por hongo Ficomiceto Oomical- la que acabó con la mayor parte de los castaños españoles. Digo la mayor parte, porque algunos quedaron, como el castaño de Pumbariños que pasa por ser el más viejo de Galicia. El matusalén gallego tiene más mil años y está en el souto de Rozavales, en Manzaneda (Ourense), que me dijeron en el Mercado y anoté con gusto.

Y vuelvo la vista atrás. El Libro de Agricultura de Abu Zacaria Iahia (alias del sevillano Aben Mohamed Ben Ahmed Ebn El Awam) se recrea en las referencias a la castaña (y al castaño) a caballo entre los siglos XII y XIII, mientras el agrónomo andalusí Abén Hajáb lo identifica plenamente con sus variedades de por sus tierras de origen y la dulzura de los tipos de castañas.

En fin; que incluso en aquellos días del Renacimiento era tal la dependencia de la castaña que el Tratado de Agricultura General el bien ilustrado Gabriel Alonso de Herrera (1513) explica a las claras los pormenores de la siembra y los cuidados culturales del castaño para que produzca generosa cosecha de castañas. Y además, se adentra en la farmacopea que sigue a la castaña y todo el conjunto, que no es materia de este Post.

En fin, que aquí llegados -y me he quedado en el siglo XVI- la castaña merece mejor prensa, que la tendrían si no nos timaran tanto con ellas por aquí. Porque estas de por allí están de película.

Y el caso es que desde la Serranía de Ronda al Montseny catalán, desde la galaica Serra do Courel al Bierzo leonés; desde El Tiemblo abulense al asturiano Bosque de Moal, desde El Temblar extremeño al Señorío de Bértiz en Navarra hay en España castaña.

¿Y por qué siempre me tocaban a mí las malas?






18 nov 2018

DE LA QUINTA ESENCIA DE LOS MERCADOS: DEL DE SANTIAGO DE COMPOSTELA.




En cuestión de visitas culturales soy un irredento ‘descastao’: museos y zarandajas elitistas, los justos y las justas. Ni uno más. Pero mercados, todos. Distingo entre mercados y mercadillos; en cosa de mercadillos -que es otro nivel- es muy difícil que me encuentren; pero en cosa de Mercados de Abastos que es ver lo que se vende en el meollo de la vida cotidiana de una ciudad y que, por lo general, presiden elementos de arquitectura urbana sin paragón, siempre me encontrarán. Ver lo que comen (bueno, primero lo compran) los lugareños me hace entrar en sintonía con el lugar que visito. Y luego está que siempre encierran un atractivo gastronómico peculiar.

He de reconocer que huyo de estos inventos modernos que recuperan la estructura de siempre y la colocan como referente gastronómico y, la verdad, resulta que no he tenido ni una sola experiencia agradable. A estos últimos, los obvio; paso de ellos.

Y escribo este post porque me he encontrado esta mañana con la agradable noticia de que una cadena hotelera -Mercure- ha anunciado que en la recepción de sus hoteles en España y Portugal los clientes podrán consultar en una pizarra el nombre de los mercados locales más importantes del momento para ser visitados. Aplaudo la iniciativa; soy muy de mercados.

Yo recomendaba antes ir al Mercado Central de Florencia y en al bar del marcado (al único bar del Mercado) para comerse “un panino con Il Lampredotto”, que es lo mismo que un bocadillo “de Trippa”; una especia de callos hechos con el cuarto estómago de la vaca. Delicioso. Pero ahora me han convertido el viejo mercado en un resort gastronómico a imagen del madrileño de San Miguel (por ejemplo) y… ya no es lo mismo; ni por asomo. Hay tantos sitios gastronómicos que aburre. Le falta esencia. Borramos Florencia.

Pero sumamos a la lista, a pesar de que se han apuntado a las tendencias actuales, el Mercado de Abastos de Santiago de Compostela. El edificio engancha: arquitectura de piedra -sillería de granito-, en sintonía con el agua que soporta. Una readaptación de 1941 sobre el antiguo mercado de 1870. Además de los 177 puestos con lo mejor de la tierra y del mar gallegos, acuden 250 paisanas productoras con sus pequeñas mercaderías primorosas de huerta y lácteos. Una gozada.
Mercado de Abastos de Santiago. Paisanas en el exterior e interior de una de las naves
Y está detrás de la Facultad de Geografía, un singular edificio de finales del XVIII. 
Primero, mientras esperaba la hora de deponer, visité la Biblioteca (¡qué gran tipo del decano!) y entre aquellos anaqueles me sentí casi coetáneo a Cornide de Saavedra –¡que grandes mapas los suyos!- y aluciné en el Paraninfo, entre los frescos de Fenollera y González. Total, que conferenciar sobre el municipio turístico -que es lo mismo que hablar de Benidorm- da mucha hambre y me plantearon una rápida descubierta sobre las posibilidades del Mercado. Se veía triste la cita gastronómica con los colegas y decliné… y allá que me fui, al mercado: unos 250 metros de la Facultad.

Todos te recomiendan visitar la nave 5, pero como uno no hace caso más que a su instinto, me apalanqué en Aviñoteca -que está en el centro geográfico del Mercado- y ante un primer mencía atendí a las sabias explicaciones de quien sabe de qué va la cosa. En resumen: tu vas de puesto en puesto mercando lo que quieres -marisco, chacina y quesos, en mi caso- para luego ir al puesto 350 -que, además, son expertos en bacalao- donde te los preparan y con primorosa y acertada parsimonia, de cronómetro, van trayéndote las viandas al mismo compás con que vacías las copas. Una sinfonía perfectamente ejecutada sin un von Karajan que la dirija, porque falta no hace.

Por la otra banda y en su momento llegó el resto; incluso el pan, que lo compras por cachos. Un pan gallego riquísimo.

Y al néctar de la mencía siguió el de la brancellao; y a esta, el de la caiño y el de la merenzao de la Ribeira Sacra. Siempre caldos tintos de pequeños productores y nuevas bodegas gallegas. Yo ya estaba en otra dimensión.

Para rematar, me quedé con las ganas de probar las “burbujas del Atlántico” en un brut nature, Eidosela de nombre, porque era ya botella entera y no era cosa de complicar la jornada (aunque en lo académico ya había terminado) después de probar unas gotitas de una selección de orujos caseros -pimientos, café blanco, castañas, chocolate con cerezas y un blanco que quitaba el sentido- de elaboración propia de una paisana llamada Carmina.

Fue tan grande y positiva la experiencia que a pesar de que en la noche me acerqué al tradicional Gato Negro, en la concurrida y turística Rúa Raiña, al día siguiente volví a sentir la experiencia del Mercado santiagués.

Y fui al Gato Negro buscando la vieja esencia santiaguiña y para darle al pote gallego y a la empanada; la de congrio nunca la he podido pasar, pero estaba la de sardinas y unos chicharrones gallegos. Destaco lo de “gallegos” -y allí les llaman roxóns- porque en Andalucía son otra cosa. Alguien, en una mesa cercana -¡y tan cercana!; estábamos como las sardinas en lata-, los comparó con el pull pork de los british… y buenos que estaban.

Y sin dejar de la noche, un lamento: ya no quedan en Santiago más que tres de las viejas tabernas de siempre (que yo conociera). Menos mal que este oscuro Gato Negro, de toda la vida, aún funciona. Nada que ver con la modernidad que inunda las calles tradicionales. Sigue el Trafalgar, bar, con sus mejillones tigres que pican de lo lindo y el Orense, tasca, con sus tazas de Ribeiro. Esta vez ya no estaba el Negreira, en la Rúa del Villar; o yo ya no lo vi. Y ciego no iba; tal vez la cortina de agua que caía.

En fin, que en esto de los sitios de siempre, auténticos, Santiago ha cambiado tanto que… Que nada, que hay que dejar sitio a todo. Que si Petiscos do Cardenal, Taberna do Bispo, Papatorio, Avellá, Maríacastaña, Orella… Siempre Santiago.

Y, para cerrar, vuelta al Mercado. En la modernidad -como su mismo nombre adelanta- se enclava en la taberna Abastos 2.0 donde hasta la Guía Michelin se rinde a su “producto excepcional y elaboraciones de gran nivel”; navajas, tataki de listado (variedad de atún) y fabes con jabalí bien regadas con un godello antológico y albarino a tutiplén, con una previa a base de un vermú gallego que no recuerdo si era Nordesía.

Es que los mercados se han puesto ahora con un nivel que quita el sentido -como ya he dicho- (y no el sentío, porque con la que se está liando con Rosalía y que si se apropia de unas raíces ‘que no son suyas’, ya no sabe uno como hablar). Pero el caso es que alucinas con los mercados de hoy en día. Sobre todo si no se suben a la parra.

Y vi la Casa de la Parra en la Praza Quintana de vivos…






17 nov 2018

DE DISEÑO Y DISCURSO, LAS CLAVES DEL MARQ. DE MANUEL OLCINA, SU DIRECTOR





Desde que pasó a tomar café con nosotros por el Meliá Benidorm la doctora Feliciana Sala teníamos un acervado interés arqueológico, a pesar de que con las fiestas Patronales de Benidorm se nos olvida todo. Y eso que un trago de hiel nos heló el corazón.

Entre aquella charla y esta, de la que voy a hacer referencia, hemos encontrado una ciudad griega “perdida” -el cano de Tenea-, tenemos un nuevo rostro para Jesús, contamos con un nuevo fragmento de laPartida V del cuerpo normativa de la Castilla del siglo XIII, hemos encontrado un trocito más del mecanismo de Anticitera y hasta hemos dado con el dibujofigurativo más antiguo (40.000 años ha) que ha aparecido por Borneo… que está por Indonesia y poco tiene que ver con la rancia expresión de ‘darse un borneo’, que viene del verbo bornear que, además de torcer y ladear, significar llegar hasta el límite (territorial).

Bueno, pues resulta que pasó a tomar café con nosotros el director del MARQ (Museo Arqueológico de Alicante; de la Diputación de Alicante), Manuel Olcina Doménech, acompañado de la doctora Sala.

Resulta que este contestano (Cocentaina, 1960) también bebió de las esencias de la Contestania íbera y la dio por la Arqueología. De familia ontiñentina, fue recorriendo el eje zapatero con estancias de niñez y juventud en Elda y Elche hasta que llegó la hora de la Universidad de Alicante con final en la de Valencia para especializarse en Arqueología, lo que le permitió acercarse a las excavaciones. Su tesis versó sobre la topografía de la Saguntum romana, lo que nos dio pie para hablar de la barbaridad acometida por el tándem Grasssi-Portaceli en el Teatro Romano de Sagunto que vacunó a los más innovadores arquitectos para evitar similares tropelías por otros lugares de la vieja piel de toro, como Moneo en Cartagena.

Contó Olcina peripecias del Servicio Militar para seguir en los trabajos de arqueología, becas de investigación y, finalmente, plaza de conservador en el entonces Muso Arqueológico cuando estaba en los bajos del Palacio Provincial (Diputación de Alicante).
Tertulianos en tertulia (estas dos primeras fotos son de Mario Ayús)
Habló con tal pasión del Tossal de Manises que por unos instantes deambulamos por las calles del viejo Lucentum en el barrio alicantino de la Albufereta, “una de las pocas ciudades romanas conocidas con profundidad: 5 Has. de Parque Arqueológico y e2 de ciudad romana, en el núcleo urbano de Alicante”. Vivimos todo el proceso desde 1961 a hoy de esta “fundación púnica, bárkida, que termina como municipio romano… que fue abandonado en el siglo III dC “por razones económicas internas y dinámica regional”.
Lucentum, hoy; en la Albufereta
Aquél éxito en Lucentum animó a la Diputación a sacar todo lo que atesoraba y exponerlo y trabajarlo. Al final, la opción fue recuperar el viejo Hospital Provincial, en el Plà del Bon Repós, y pasar de 200 m2 a 9.000 m2 con salas de exposición, talleres de restauración, archivos documentales y grades dosis de querer hacer muy bien las cosas: “conservación, investigación y difusión como ejes del funcionamiento del museo”.

Recordaba Olcina en ‘Los cafés del Melià’ la “batalla feroz” con el equipo de Boris Micka sobre el criterio museístico y que “aquella idea arriesgadísima funcionara: si no tienes piezas maestras tienes que hacer atractivo el conjunto y explicar muy bien el discurso museográfico”. Muchos consideraron al MARQ “un ejemplo de herejía al mezclar objetos y vídeos de explicación”, pero el MARQ ha servido de modelo a otros muchos museos y sigue cosechando premios de todo tipo.

Recordó la apuesta por las grandes exposiciones que les han valido un muy merecido reconocimiento internacional. Especial mención para “El señor de Sipán”, que en 2006 abrió el ciclo para conmemorar el 75ª Aniversario de la creación del Museo Arqueológico Provincial de Alicante del que el MARQ era la plasmación.

Y en ese aire de grandes acontecimientos, los contactos con el British Museum. Interesados por la exposición sobre el arte Asirio allí que se fueron. “Y, ¿Dónde está Alicante?, que les preguntaron. ‘Al Sur de Benidorm’, que respondieron; y comenzaron a trabajar”. Ya en la primera visita “vieron que éramos un museo y que sabíamos lo que queríamos”. Luego vendrían de Scotland Yard a certificarles que podían almacenar y exhibir obras cedidas por el BM. Y finalmente que las propuestas del MARQ fueran las que sirvieran para las futuras exhibiciones de la muestra en Boston, por ejemplo. Y con el BM se han hecho más exposiciones en un idilio que se mantiene con el Conservador principal como ‘Grecia, la belleza del cuerpo’. 
Y luego con el Museo del Hermitage para las piezas escitas en un momento de tensión Rusia-Ucrania y la devolución de la visita con la pieza más exclusiva del MARQ: una mano con empuñadura de espada en cuyo pomo hay dos cabezas de águila (águila bicéfala), un modelo iconográfico único en el mundo romano, localizada en 2005 durante la campaña de excavación de la cabecera del foro romano de la antigua ciudad romana de Lucentum.

El águila bicéfala llega con los hititas y el siglo XV identifica a los Habsburgo y por esos destinos de matrimonio llega también al Zar de todas las Rusias, Ivan III… y era -y es- esta empuñadura de espada pieza muy codiciada que expuso el MARQ.

Y el MARQ ha trabajado también con el Museo del Louvre (Arte egipcio), con Pompeya (excavación de la casa de Ariadna y la primera restauración ajena a Italia) y con muchas más exposiciones que suman hitos que van jalonando la trayectoria de este museo que tenemos a tiro de TRAM y que debiéramos visitar más.

Olcina se sometió luego a las preguntas de los tertulianos y hablamos de casi todo. Apostó por visitas itinerantes de la Dama a Elche y porque Benidorm desarrolle su Museo de la ciudad; de cómo está la cuestión de la arqueología y de los aspectos más insospechados del MARQ que es, a pesar de que no nos prodigamos en sus visitas, el segundo museo arqueológico más visitado de España donde “se explica la Historia a partir de los objetos que se exponen” debiendo ser conscientes de que “no se puede conservar todo, pero sí todo puede ser documentado” al hilo de que en nuestras ciudades, muchas veces, hay piezas en el subsuelo de gran valor, pero “no podemos coartar el urbanismo”, porque la vida sigue… y seguimos y seguimos y hubiéramos seguido hablando del MARQ y lo que atesora aún más tiempo pero… nos dieron las tantas y con tanto café no íbamos a poder dormir…   






5 nov 2018

DE UNA ARQUEÓLOGA QUE SURGIÓ DE “MISIÓN RESCATE”; DE FELICIANA SALA.




Y en eso que pasó a tomar café con nosotros, en el Hotel Meliá Benidorm (Los cafés del Meliá), la catedrática de Arqueología de la UA, Feliciana Sala Sellés.

Llevamos un verano de hallazgos arqueológicos ‘que pa qué’ y queríamos que nos contara cosas suyas y de nuestra joya arqueológica del Tossal de la Cala… y mira por donde El País, a la mañana siguiente, nos sacó negro sobre blanco, algunasde las cosas que la doctora Salas nos contó en primera persona.

No sé: en octubre, que si Pompeya ardió dos meses después de lo que nos habían contado (en octubre y no en agosto), refrescando lo de la moneda y dejando en supuesto mal lugar a un joven Plinio el Joven; que si mese antes del verano los hallazgos en Libisosa, de la mano de José Morán; luego que si la invasión de los yamnayas y el final de los hombres de esta Tierra de Damanes… Uf, ¡qué verano! Y finalmente llega la gota fría a Castellón y nos saca una carretera ibero-romana como unos meses antes un temporal sacó en la gaditana playa de la Cortadura, un acueducto y una calzada. Hasta hemos sabido cómo sacaban los egipcios los bloques de piedra para sus pirámides. ¡Qué gran cosecha arqueológica la de este 2018).

El caso es que esta alicantina, criada en El Fornet de Altea, siempre quiso saber el por qué del acueducto de Altea (de lo que queda). Feliciana es una aquella niña a la que el programa de TVE Misión Rescate forjó.

Misión Rescate fue un programa que en los años sesenta y setenta pusieron en marcha TVE y RNE al alimón (donde no llegaba una llegaba la otra) con el objetivo de recuperar parte del patrimonio arqueológico español tomando como soporte a la propia población local al tiempo que intentaba inculcar en los escolares el amor por la arqueología. Con Feliciana lo logró.

Nada, de cabeza a la Universidad -recién estrenada Universidad de Alicante en el 81-, y se propuso desde el primer día hablar con el profesor de Arqueología de turno y comenzar a excavar como una Indiana Jones/Tadeo Jones (para los más jóvenes). Y realizó campañas por media España e Italia, recordando a sus primeros mentores, en especial al catedrático Lorenzo Abad.

El Mundo Ibérico, sus contactos con el Púnico, las becas de investigación, sus etapas italiana y tunecina, el paso por el MARQ, las recomendaciones de Manuel Olcina y de Enrique Llobregat, sus acciones de ‘mercenaria’ (así las llamó) para prospectar de urgencia en Cap Negret o realizar el Catálogo de Yacimientos de la Comunitat Valenciana con una colega, o las excavaciones en la Vega Baja (San Fulgencio, por ejemplo)… hasta llegar a las primeras campañas para el yacimiento del Tossal de la Cala y poder afirmar con rotundidad, después de tanto trecho recorrido, que “los íberos eran los primos pobres del Mediterráneo”. Pero lo que tenemos es nuestro y maravilloso: “nada trascendente, pero sí importante”.
Tertulianos en Tertulia... y como el tema de la doctora Sala era muy antiguo (el Tossal de la Cala es del siglo I aC, el amigo Ayús, Mario Ayús, fotógrafo oficial de la Tertulia, ha tenido a bien ofrecer las imagen en b/n para denotar antigüedad; pero la foto es del viernes 2 de noviembre de 2018)


Ha pasado Feliciana por todos los escalones del sistema docente universitario hasta la titularidad en 2001 y como el profesor Abad dejó de liderar proyectos en 2009 ella tomó el relevo y así llegó, con el Ayuntamiento de Benidorm (Eva Mayor y Antonio Couto; 2013), a excavar en el Tossal de la Cala; y así han seguido con el Ayuntamiento de Benidorm (Ana Pellicer y Antonio Couto) con nuevas campañas y la musealización del conjunto en breve.

Siempre se dijo “ibérico” el Tossal de la Cala, pero las evidencias, el peso de las evidencias, le llevaron ya en anteriores campaña a contarnos que era un “castellum romano de la época de las Guerras Sertorianas” (82 a 72 aC). La clave: “el gran número de piezas de metal, una plomada, una llave y armamento romano, a pesar de la cerámica íbera”.

Reconoció ‘un golpe de suerte’: “Ana Ronda encontró los diarios de Alejandro Ramos (‘el abuelo Ramos’) y dos carretes de fotografías”. El padre Belda, Schulten, el cura Duart y otros varios arqueólogos habían trabajado en el yacimiento pero hasta los 80 no había gráficos ni fotos. La carretera, construida en 1956, había destrozado parcialmente el yacimiento pero había referencias “de las 27 habitaciones que excavó Belda” y con lo trabajado hasta hoy, la doctora Sala anunció que “todos los colegas citarán el castella de Benidorm” por su estado de preservación; “sólo hay dos: el de Cáceres viejo y éste”.

El control de la navegación entre Denia y Cartagena dio protagonismo a estas construcciones que al final terminaron derruidas a sangre y fuego como atestiguan las capas de cenizas que hacen aflorar los arqueólogos.

Relató Feliciana Sala un día de excavaciones, en julio, con el calor. El tener la seguridad de lo que buscas y que al final aparezca y que, encima, puedas datarlo. Y refirió la anécdota: fue el tertuliano y profesor de Historia Paco Amillo el que detectó la pieza de cerámica, en el cimiento de la muralla, que pudo datar la obra en el siglo I aC. Y ya estamos en la autoría y en el momento histórico.

Y hablamos de mucho más: del yacimiento de Les Bastides de Finestrat, de fortines cartagineses de los siglos IV y III aC, de la II Guerra Púnica, de la torre de la Tellerola, en la desembocadura del torres, del acueducto de la Partida Les Arcs (¡cómo no!), de factorías, de la pesca del atún, de la Estela de Altea, de la Villa Romana de El Albir, de santuarios en Villajoyosa como La Malladeta, o no…

Y dejamos para dentro de quince días el continuar la prospección arqueológica desde el Museo Arqueológico de Alicante, el MARQ, de la mano de Manuel Olcina, su compañero de viaje en la vida y la Arqueología… que está de moda.