18 mar 2020

DE LA VIDA DIMINUTA (i)




Louis Pasteur, en su Teoría Germinal de las Enfermedades, señalaba que todas, absolutamente todas, estaban causadas por un tipo de ‘vida diminuta’ que hacía enfermar los cuerpos. Un íntimo colaborador suyo, Charles Chamberland, inventó un ‘filtro higiénico’ para bacterias (1884; filtro poroso de porcelana) que posibilitó dar con el primer virus. Las bacterias eran entonces el enemigo a batir y los virus no estaban ni en la película, porque como no los veíamos, ni al microscopio de entonces, pues no existían. Vamos, la ‘vida diminuta’ de marras.


Pero el caso es que las evidencias clínicas proclamaban la existencia de algo, que no eran bacterias, más diminuto aún y tan dañino o más. Pero nadie conseguía dar con ‘el bicho’ hasta que en 1892 el ruso Dimitri Ivanoski, filtrando en busca de bacterias, consiguió detectar el primer virus: el del mosaico del tabaco (TMV) que afecta a todas las solanáceas. Los virus atacan la vida.


Por cierto, cuando estábamos en la escuela nos decían -y los que atendieron se enteraron- lo de los reinos animal, vegetal y mineral; y los reinos de la vida eran dos: el animal y el vegetal. Pues son más reinos los de la vida: animal, vegetal, hongo, protista (organismos eucariontes) y monera (células procariotas). Y los virus no tienen cabida en ningún porque no son seres vivos, pero atacan a todos los seres vivos. Los virus son casi ‘código genético puro’. Carecen por completo de la maquinaria necesaria para proveerse de energía o replicarse. La única manera de conseguir ambas cosas que tienen es introducirse en una célula (de animal, vegetal, hongo, protista o monera) y emplear todas sus estructuras en beneficio propio.


Por cierto: todavía existen unos ‘bichos más raros’ que los virus. Se trata de los priones. Tan raros, que ni siquiera tienen código genético. Son proteínas anormales con la propiedad de infectar células y multiplicarse a sí mismas. El prion más famoso es el que ocasiona la conocida ‘enfermedad de las vacas locas’ y su variante humana es la enfermedad de Creutzfeld-Jacob.


Bueno, que me vuelvo a despistar; volvamos a Ivanoski que es el que detectó al Petancas de los Trancas y Barrancas de los virus: al digamos ‘más gordo’ de todos los virus conocidos hasta hoy. Como digo, se quedó -por gordo- atrapado en el filtro de Chamberland pero hasta 1935 no consiguieron verlo y estudiarlo con detenimiento.


Para este post sólo nos interesan los virus que afectan al reino animal. Sabemos que llevan causándonos problemas, a la vista de las investigaciones, una rato lago: unos 300 millones de años (por lo menos; a tenor de una serie de estudios genéticos con avispas). En cuanto a los humanos, hoy estamos convencidos de que el faraón Ramsés V murió de viruela -enfermedad producida por un virus- hace tres mil años; a partir de estudios sobre su momia. Hoy tenemos ‘la foto’ de la secuelas de la poliomielitis (‘la polio’, producida por otros virus: parálisis infantil espinal) en las estelas egipcias (Dinastía XVIII; unos 1.650 años antes de Cristo) se representa a un sacerdote con sus típicas secuelas en extremidades inferiores.
También tenemos la primera descripción de la rabia (otra enfermedad zoonótica viral) de puño y letra del mismísimo Aristóteles (de Estagira; s. IV aC), aunque será Aulo Cornelio Celso (s, I), escribiendo sobre ella, el primero en meter el palabro virus en la ecuación, aunque de forma semántica: aconseja “drenar el virus” refiriéndose así a la sustancia viscosa (saliva) de la boca de cánido; no al patógeno.


En la antigüedad, como dije, las bacterias eran los malos de la película de la vida. Así, la Plaga de Justiniano (541-543: por la bacteria Yersenia pestis) habría acabado con la vida de entre 25 y 50 millones de personas (que son un montón y durante doscientos años que estuvo activa la epidemia en un ahora sí aparezco y lo hago por aquí y me desaparezco para aparecer al año siguiente por allí; hasta el año 750). Fue tan letal que persistió en la memoria de los pueblos y las culturas más allá de la Edad Media. Y es que un tal Procopio de Cesarea narró lo ocurrido en el 542 y puso en la picota al emperador Justiniano -de ahí el nombre de la plaga- que se empeñó en recaudar impuestos en plena epidemia (hasta los muertos debían pagar). Hoy sabemos que aquella pandemia se originó en Tanzania y fue subiendo por el África de las caravanas comerciales hasta Etiopía y Egipto, desde donde se expandió por lo costa mediterránea oriental -Gaza, Jerusalén, Antioquía- hasta Constantinopla, la principal ciudad del momento, donde morían más de cinco mil personas al día, generando episodios de histeria colectiva y apocalíptica, unidos a una grave crisis económica sumaria. Así son las pandemias.


Este episodio fue por bacterias, pero también hay otros, en la antigüedad, causados por los virus; hoy sabemos que fueron por virus. Es el caso de la Peste Antonina, también llamada Plaga de Galeno (165-187), que pudo llevarse por delante a unos cinco millones de personas. Ahora sabemos que fue vírica: vamos que, o viruela o sarampión. Y a todo lo malo le llamaban ‘Peste’.


El caso es que entre virus y bacterias, a cual más mortal, fueron pasando los siglos -y la gente palmándola- mientras muchos, los más, pensaban que no eran ‘bichos’ los causantes, sino ¡la ira de Dios! La que causaba aquellos estragos. Y algunos, los menos, pusieron la percepción científica por delante; pero a su modo. Es el caso del veronés Girolano Fracastoro (a principios del s. XVI) que le puso letra poética a la primitiva música científica de Aristóteles y aportó, imagino que sin saberlo, alguna información adicional a la cuestión del ‘virus’, pero sin dar con ‘el bicho’. Este Fracastoro, un típico hombre del Renacimiento, fue el que describió la sífilis, ¡en un poema! -también era poeta- sobre el pastor Siphilo y los rebaños del rey Alcihtous: cosas de la época. La gente se aprendió la poesía y se enteró de lo que pasaba: didáctica en verso. Pero eso es, como siempre que me voy por las ramas digo, otra historia.


Y vuelvo al virus, que me pierdo en cualquier recodo de la espiral del ADN.


En el siglo XVIII Thomas Fuller (1730) nos habla ya de los “corpúsculos virosos” culpables del desarrollo de las enfermedades. Los llama ‘corpúsculos’ porque los imaginaba tan pequeños que no daban la talla para llamarlos cuerpos, y los califica de ‘virosos’ -de venenosos- porque terminaban muy malamente los infestados. Angelo Gatti (1764), cuando explica la viruela, da un paso más allá y habla del “virus variloso” sin darle aún carga de concepto a la palabra ‘virus’.


Es que, al principio, se creía que los virus eran las toxinas excretadas por las bacterias, que -insisto- eran el enemigo a batir de la época, pero desde 1899 el mundo científico tiene ya la percepción de que son un ‘nuevo agente infeccioso’ al que el holandés Martinus Beijerinck llamó “germen viviente soluble/contagium vivum fluidum” porque eran tan pequeños que no los detectaban y creía que tenían forma líquida. El no ver al enemigo tiene estas cosas que lo imaginas y lo temes más. Desde hace casi cien años sabemos que un virus en un conjunto de unos pocos genes encapsulados por proteínas; primitivos, enrevesados y mortales. Sabemos de la existencia de unos tres mil y planteamos que en realidad hay mil veces más que aún no hemos detectado. Enfermedades como la viruela, la polio, la rabia, la hepatitis o el sarampión son consecuencia de los virus y están, con nosotros, ‘de toda la vida’. Pero hay más: otros virus que están saltando a la palestra últimamente, a su vez, ‘han saltado’ de animales a humanos por mordedura o contacto con sus vísceras en los últimos cincuenta años.


Virus por doquiera que voy me voy encontrando. En la bibliografía médica del siglo XIX el término ‘virus’ ya estaba escrito sin tener muy claro a qué se refería. En aquellos años englobaba un buen número de agentes infecciosos. En el XIX al virus se le dice “criatura de la razón”; no conseguíamos verlos, pero la razón dictaba su existencia. Ya en los inicios del siglo XX, en 1909, Karl Landsteiner y Erwin Popper señalan la existencia “de un agente filtrable” como causa de la ancestral poliomielitis: una vida diminuta causante que no eran capaces de detectar. Un descubrimiento clave en esta historia vírica fue el del británico Frederic W. Twort. En 1914 dio con lo que llamó ‘agente bacteriolítico’, una suerte de “substancia fundamental” que era capaz de aniquilar bacterias. Hoy son los llamados virus bacteriófagos: virus que aniquilan bacterias. Unos aliados. Pero no es esa la historia que les quería contar. Mañana, más.








9 mar 2020

A PROPÓSITO DEL 8M (y II)

Como decíamos ayer, la IGM cambió el mundo. Llegaron los felices años 20 y mientras las mujeres de Europa y América (del Norte) ansiaban ser unas auténticas flappers [1] y llevar el corte de pelo bob cut -como las enfermeras de los hospitales militares de la época (por higiene)- en España las cosas llevaban otro ritmo. La fuerza laboral femenina de los países más representativos de la contienda representaba casi el 30% del total laboral y de ese porcentaje, más del 80% eran viudas o solteras; que todo hay que decirlo. Y los trabajos femeninos en oficinas y tiendas eran una minoría. En España, las cosas llevaban otro ritmo.

Lo que sí avanzó en España en los años veinte del siglo XX fue el tema educativo. Se crearon escuelas para niñas: no tantas como se hubiera deseado, pero las suficientes para provocar el primer descenso serio del analfabetismo femenino; pero la presencia de chicas en la enseñanza secundaria y en la Universidad, abierta a las mujeres desde 1910 -aunque es en 1888 cuando, tras la solicitud de tres mujeres, se permitió de nuevo [2] a las mujeres matricularse en la Universidad, en principio sólo para exámenes y posteriormente, a instancia de Matilde Padrós en la enseñanza oficial- siguió siendo testimonial hasta mediados los años cincuenta.

Pero sentemos el por qué. Tras los felices veinte, el Crac del 29 fue terrible para todo el mundo. Ojo, que la bolsa caía y caía y no tocó fondo hasta 1932; y las secuelas se arrastraron, IIGM por medio, hasta 1954. ¡Pues imagínense en España! Aquí comenzamos a ver los efectos del 29 en el 31, en 1931: un altísimo nivel de paro masculino (y no te digo el femenino), el consecuente endeudamiento familiar, el lógico cierre de empresas y el previsible y muy elevado déficit del Estado. Todo ello agravado con la falta de una lógica cobertura social que protegiese a los desempleados y una voluble inestabilidad política que vio cómo se pasábamos de una dictadura, a la República y la posterior guerra civil en menos de una década. La peseta se depreció más de un 50% y el gobierno republicano decidió aplicar un sucedáneo del New Deal de Roosevelt con obra pública a mansalva. Pero la caída de las exportaciones agrícolas por sobreproducción y las costosas importaciones de casi todo -con la pesetas por los suelos- provocaron un aumento del déficit que asfixió las arcas del Estado. Del superávit de 30 millones en 1930, las cuentas públicas acumularon una deuda de 595 millones de la época en el año 1935, y la casa sin barrer.

Aún con estos problemas, la II República se ocupó de reconocer derechos a la mujer; pero fueron más derechos formales que reales, pero que ahora son magnificados. No había con que sostener los derechos que se le reconocían a las mujeres.

En este periodo surgirá, también, Acción Católica con mucha fuerza. Sí, aunque fundada en 1926 será a partir de 1931 cuando supera los treinta mil militantes y lanza su propio periódico ‘Mujeres Españolas’ dando fuerza a sus talleres (para el adoctrinamiento) femeninos. La mujeres burguesas de derechas lanzaron los “Tés azules” con reuniones asociativas femeninas y en la CEDA encuentra arraigo Francisca Bohigas Gavilanes, la única política de derechas y católica en las Cortes republicanas de 1936 firme defensora de la Participación política de las mujeres y de su independencia económica, posteriormente integrada en la Sección Femenina.

Y luego estallará la Guerra civil y comenzará la postquerra franquista donde poco se cuenta de la actividad de las mujeres de derechas. Se mostraron muy activas y se implicaron en las campañas contra la secularización del Estado y la escuela. No podemos, ni debemos, olvidar a María Rosa Urraca Pastor, una dirigente carlista de Barcelona de la organización Las Margaritas. El personaje de cómic de ‘Doña Urraca’ fue una venganza en lápiz entre carlistas y falangistas por un dibujante republicano reinsertado en el franquismo donde malamente convivían dos ópticas diferenciadas a la hora de cómo organizar el orden moral y la actividad de las mujeres. Las mujeres del Régimen tuvieron que resolver el dilema de seguir las propuestas de Mercedes Sanz Bachiller, viuda de Onésimo Redondo, inspiradas en la Alemania nazi, o de Pilar Primo de Rivera y la Sección Femenina que se inclinarían por estar a bien con las doctrinas morales de la Iglesia católica. Y eso que, en un principio, Falange considerara imprescindible la separación Iglesia-Estado, porque la intención de Franco, refrendan los modernos investigadores, era conseguir una identidad nacional-católica más que fascista. Ganaron estas y la Iglesia dictará normas de moralidad regulando la vida privada, laboral y pública de las mujeres.

Bajo la influencia de la Iglesia se deroga la ley sobre el matrimonio civil, y de manera retroactiva el divorcio. El código penal marca como delitos el aborto, el adulterio y el concubinato, mientras se regula la prostitución. El nuevo Código civil llevará a los 25 años la mayoría de edad para las mujeres y a los 23 para los hombres. El cardenal Isidro Gomá abogará por suprimir la educación mixta (1938) como fórmula para liberar a la mujer del taller y del trabajo… Y entonces va Pilar Primo de Rivera y proclama que “la única misión que la Patria asigna a la mujer es el hogar”. Si el final de la guerra Civil fue el comienzo de lo que muchos llaman la larga noche del franquismo; para el tema que nos ocupa, para muchas, la noche fue más fría, y algo más oscura. En el franquismo la mujer era esposa, madre y reserva de los valores espirituales. Se protegió a la familia como núcleo vital del nuevo Estado. Se estimuló la procreación y se premió a las familias numerosas por mera cuestión de repoblación. La legislación española, inspirada en el Código de Napoleón, comparó a la mujer casada con menores de edad. El ideal femenino era el del sacrificio, de la obediencia y el de la subordinación. Es que el Fuero del Trabajo había establecido que el Estado se encargaría de liberar a la mujer casada del taller y la fábrica. Pero la crisis de finales de los cincuenta, obligó a una serie de revisiones de la política económica del régimen. La expansión industrial necesitaba incrementar la población laboral, y especialmente la más barata, y se recurrió a la mano de obra femenina.
1 1 1 1
Y, entonces, desde los cincuenta, mal que les pese a muchos que quiere obviarlo, poco a poco, los signos de cambio fueron haciéndose más visibles: se empezaron a publicar revistas y algunos libros sobre la cuestión de la mujer donde se analizó con dureza la problemática femenina en la sociedad española, y las grandes teóricas del feminismo internacional fueron traducidas a finales de los sesenta. Por otra parte, surgieron varias asociaciones legales de mujeres (universitarias y juristas principalmente), y también organizaciones clandestinas vinculadas a partidos políticos de la oposición. La radio se convertirá en los años cuarenta, cincuenta y sesenta en uno de los instrumentos principales de socialización de las mujeres por los mensajes transmitidos.

Y aquí llegados quiero destacar una figura del franquismo. Mercedes Formica-Corsi Hezode, una jurista gaditana, novelista y ensayista especializada en la lucha por los derechos de la mujer en España. Sus denuncias lograron en 1958 la reforma de 66 artículos del Código Civil. Sin embargo sus logros apenas tuvieron el reconocimiento público en el posfranquismo, a causa, según ella misma de su pasado falangista. Y ahora, le han retirado su busto en Cádiz los progresistas de candilejas. Mercedes Formica se hizo cargo en 1944 de la dirección del semanario ‘Medina’ (Sección Femenina) y fue colaboradora de ABC y Blanco y Negro. El 7 de diciembre de 1953 la revista Time le dedica una página entera, porque persiguiendo una reforma legal del Código Civil a favor de la mujer pronunció conferencias y escribió artículos y fue recibida por Franco. Cinco años después de la publicación de “El domicilio conyugal” se logró una modificación del Código Civil.

Y los  años cincuenta terminan con una mujer que ha pasado por escuelas, colegios e institutos que llega a la Universidad y empieza a conocer una realidad económica y social distinta, a la que tendrá que adaptarse. Las necesidades reales superarán los márgenes que el franquismo se empeñaba en mantener. En los sesenta las mujeres ya se dejan sentir en la universidad y evolucionan desde el modelo tradicional, vinculado al estilo católico y al conservadurismo falangista, a uno modernizado que ha sufrido transformaciones debido a las necesidades de la economía y la sociedad -Ley de Derechos Políticos Profesionales y Laborales de la Mujer (1960)- gracias a los Medios de Comunicación. Y es en los años sesenta cuando la situación de la mujer comenzó a cambiar al compás de la modernización social, el turismo y la industrialización.
Y en los años 70, con una incorporación ya fuerte y progresiva se suceden los mazazos económicos de las crisis petroleras y la muerte de Franco. Antes de un mes del 20N, se celebraron en Madrid las Primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer… Y un no parar desde entonces…




[1] Flapper es un anglicismo que se utilizaba en los años veinte para referirse a un nuevo estilo de vida de mujeres jóvenes que usaban faldas cortas, no llevaban corsé, lucían un corte de cabello especial y escuchaban música no convencional para esa época, que también bailaban
[2] El 2 de septiembre de 1871, cuando Mª Elena Masseras consigue un permiso especial del Rey Amadeo de Saboya para realizar estudios de segunda enseñanza y poder continuar en la Universidad después. Mª Dolores Aleu Riera es la primera mujer que realiza el examen de grado para obtener una Licenciatura, en Medicina, el 20-4-1882, seguida en el mismo año por Martina Castells Ballespi y Mª Elena Masseras Ribera, todas por la Universidad de Barcelona. En 1886 obtiene la Licenciatura en dicha Universidad Dolores Llorent Casanovas (26-VI-86) y dos días después la quinta mujer licenciada en Medicina, Mª Luisa Domingo García natural de Palencia, la obtiene en la Universidad de Valladolid.

A PROPÓSITO DEL 8M (I)

Y dicen que todo esto de hoy comenzó aquí a partir de la Revolución de 1868, aquella de septiembre que llamaron ‘La Gloriosa’ cuando Concepción Arenal Ponte, Emilia Pardo Bazán y Rosalía de Castro (sin más apellidos, por ser hija de cura) se pusieron manos a la obra a defender cambios jurídicos y educativos que encajaron con el krausismo (del alemán Karl Christian Friedrich Krause) que alcanzó en España su máximo esplendor con Julián Sanz del Río y la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos: defendían la necesidad de mejorar el nivel educativo de las mujeres al considerar que serían las protagonistas del progreso social y por ende del país. Así, Fernando de Castro crea (1871) la Asociación para la Enseñanza de la Mujer; enseñanza que es también protagonista principal de esta historia.

La educación de la mujer, para su realización, será clave.

Y esta aventura por la educación comenzó bastante antes. El Reglamento de Instrucción Pública de 1821 -emanado de la Constitución de 1812 y del Informe Quintana-dice ya que “las escuelas de niñas tengan el mismo plan, sistema y orden que el de las escuelas de niños”. La Pepa ya decía que “La Educación debía ser pública, universal y gratuita”. Pero, como siempre, el texto legal y el reglamento que lo desarrolla y lo dota de fondos llevan en España caminos distintos y no siempre coincidentes.
Los derechos de la mujer eran -y son- una cuenta pendiente; pero había otras. En el XIX se consiguieron algunos logros sociales: la ley que prohibía el trabajo de los menores de diez años (1873) y la ley que prohibía a los niños menores de quince años los trabajos insalubres y peligrosos (1878), como son los de torero, domador de fieras, buzo y unos pocos más de ese calibre. No creo que fuera más allá de un sentimiento de misericordia hacia el débil, pero no entraba en el concepto social de hoy en día y hacia la mujer.

Y, además, resulta que no todos en aquellos días finales del XIX estaban por la labor; los había que rompía moldes y esquemas la atención preferente a la mujer. Aparecieron libros como “La educación moral de la mujer” (1877) del militar y novelista Ubaldo Romero Quiñones o las recomendaciones de leer (a las que sabían, claro) determinados clásicos, como “De la instrucción de la mujer cristiana”, de Juan Luis Vives, escrito en 1523 y en el que Vives defendía ya la educación para todas las mujeres, independientemente de su clase social y capacidad -y que elogiaron tanto Erasmo como Tomás Moro-, pero que a finales del XIX chirriaba porque estaba en latín, o “La perfecta casada”, de Fray Luis de León, escrita en 1584 con proverbios del mismísimo Rey Salomón. Vamos que, la tendencia no era muy avanzada que digamos.

Por ello, no es de extrañar que el Código Civil de 1889 -Napoleónico aún- lo deja todo como antaño estaba: que si “el marido debe proteger a la mujer, y ésta obedecer al marido” (Art. 57), que si “la mujer está obligada a seguir a su marido dondequiera que fije su residencia” (Art. 58), que si el marido era el administrador de los bienes del matrimonio (Art. 59) o que si el marido era también el representante de la mujer y ésta no podía, sin su presencia, comparecer a juicio (Art. 60). Así las cosas, si la mujer poseía algún derecho de soltera, este desaparecía cuando se casaba. Y, a todo esto, acabando el XIX, la mayoría de las mujeres españolas no estaban nada convencidas de que su futuro fuera a estar en el mundo laboral; era una España agraria, con destellos puntuales de industria manufacturera, donde el analfabetismo en la mujer era superior al 88%, aunque un estudio realizado en Madrid y Barcelona -en 1885- lo deja en el 71’4% (¿?).

Con aquellos mimbres, al compás de la fecha del nuevo Código Civil, en Barcelona, se funda la primera organización feminista de España: la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona (1889). Venía con trayectoria de atrás, pero hasta ese momento no estaba el triunvirato femenino que la popularizó. Fueron la espiritista Amàlia Domingo Soler, la anarquista Teresa Claramunt Creus –“la virgen roja barcelonesa”, fundadora de ‘El Productor’- y la republicana Ángeles López de Ayala las que le dieron carta de naturaleza. En cuanto flaqueó en intensidad de esta Sociedad Autónoma, López de Ayala tomó el relevo (1898) con su Sociedad Progresiva Femenina que disponía de sendas escuelas laicas (de mañana y de tarde), un grupo teatral y un coro que actuaba en los círculos obreros de Barcelona, arropados por el radicalismo de Lerroux. Y hasta tuvieron revistas de masculinos nombres: ‘El Gladiador’, ‘El Libertador’, ‘El Gladiador del Librepensamiento’… y organizaron la primera manifestación de mujeres se produjo en Barcelona, el 10 de julio de 1910.
Y hubo más mujeres en aquellas primeras décadas del siglo XX, también en Barcelona: Dolors Monserdà i Vidal, desde las páginas de ‘Or i Grana’ (1906), Carmen Karr i Alfonsetti, desde ‘Feminal’ (de 1907 a1917) o Francesca Bonnemaison Farriols, creadora de la Biblioteca Popular per la Dona (1910) y de un instituto de Cultura.

El Estado también aportó su granito de arena. En el año 1900, se aprobó la Ley de Accidentes de Trabajo a la que siguieron la Ley de Descanso Dominical (1903) y la conocida vulgarmente como la Ley de la silla (1912) -por cierto, ¡no derogada aún!- que pedía tantas sillas como trabajadoras. No era una concesión caballeresca o galante; era la consecuencia de una solicitud de varios colectivos médicos ante la cantidad de abortos y partos distróficos advertidos en las trabajadoras que habían de pasar muchas horas sin poder sentarse; vamos, por cuestiones de supervivencia de la raza, el asegurar la descendencia ligada al embarazo, parto y lactancia. Por cierto: esta ley lo único que hizo fue marcar aún más la discriminación entre hombre y mujeres. Admitía la debilidad del sexo femenino y discriminaba al hombre. Tuvieron que pasar seis años para que el Real Decreto de 16 de octubre de 1918, estableciera en su artículo 15 que “con sujeción a lo determinado en el artículo 18 de la Ley todo dependiente varón gozará el derecho al asiento en los mismos términos que para las mujeres empleadas establece la Ley de 27 de febrero de 1912”. Y la ley de 1912 sigue sin derogarse. Y veo pocas sillas…

Y poco más. Europa se sumergió en la Gran Guerra y casi al final de ella, aquí, en el año 1918, nació la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, que defendía reformas en el Código Civil, la represión de la prostitución legalizada, la promoción educativa y el derecho de la mujer a ejercer profesiones liberales.
Everybody Works But Father
Hay un detalle que explica el retraso de la emancipación de la mujer en la mayoría de los países de la contienda y no en España. Allí, la mujer tuvo que ocupar el puesto laboral del hombre llamado a filas para la IGM; en España, cuya neutralidad se debió -principalmente- a que nadie quería el lastre de nuestra Flota y Ejército no recuperados ni la una ni el otro de los desastres de 1898 y 1911, no. Aquí, en la vieja piel de toro, la mujer seguía siendo mayoritariamente, como la sociedad: agraria.