1 jun 2017

DE RECUERDOS DEL NÁUTICO DE ALTEA




Esta mañana leía que el Náutico de Altea peligra. El 19 de junio, 40 años después de haber comenzado su singladura, podría desaparecer al no serle renovada la concesión.

No entro en detalles; no me corresponde.

Pero sí quiero recordar aquella prueba tan singular como fue “200 millas a 2”, regata de invierno por excelencia, donde el amigo Berto Orozco -“el mejor reportero que conozco”- me sumaba al equipo que la retransmitía y vivíamos momentos de calma -recuerdo un “lectura de corredera: cero, cero, cero”-, momentos de tensión -“el paso de Els Freus, en noche cerrada”, en algún episodio levantisco-, o momentos de tensa espera e incertidumbre esperando detectar el horizonte el barco triunfador.

Por lo general, los partes meteorológicos de finales de febrero y todo marzo son lo suficientemente complejos para aventurar la dificultad de la singladura de esta regata, y la costa norte ibicenca se las trae.

Yo recuerdo, aún tengo grabadas en mi mente, episodios de la regata de 1989 en la que se fueron sumando los abandonos, por el temporal, y sólo un barco, el sólido Arión, regresó a puerto y ganó la regata. Recuerdo la emoción de la pareja de tripulantes -Rafael Beltrán y Juan Rodríguez- al entrar en puerto y la de cubalitros que circularon por allí. Luego, a uno de aquellos tripulantes, político en activo, lo encontré en Valencia -diputado a Corts-, donde recordábamos aquella experiencia, los pormenores de la batalla por regresar a tierra, la satisfacción de ganar aquellos lingotes y el reconocimiento a la singularidad de haber sido los únicos y haber puesto la regata en la actualidad nacional.

Recuerdo que me permití jugar en la crónica con el Arión mitológico, las cosas del dios del Mar -Poseidón-, y el significado del nombre: “el más valeroso”. Y lo compliqué aún más con la historieta de Arión de Methymna y su épico viaje de regreso a Corinto, como este “Arión” a Altea en aquella noche de finales de febrero, el canto a Apolo y el delfín que éste le envía y que lo llevó sano y salvo, en su lomo, a tierra. Seguro que un delfín los trajo a puerto seguro. Me quedó “niquelada” la crónica, pero no la encuentro ahora, y sé que la tengo en casa, pero aún conservo tanto disquette imposible de volcar para recuperar trocitos de historietas literarias de aquellos años. En fin.

Recuerdo también que en esa regata, la del 89, el barco de la CAM, una especie de Fórmula 1 del mar -decían las crónicas del momento; decíamos en ellas- volcó y resultó “laminado” por la fuerza del temporal; y rescatada la tripulación. Tengo en la imagen a un Cocúa Ripoll aún con traje de agua contándonos el infortunio y radiándolo en cadena al tiempo que expertos y “enteraos” polemizaban sobre la fabricación en fibra frente a la clásica solidez de las maderas náuticas tradicionales del “Arión” vencedor. Es que otros rompieron palos y un buen número de embarcaciones se dieron la vuelta nada más dejar atrás la isla de Benidorm. Tan sólo 11 embarcaciones cruzaron Els Freus.  
Pero sobre todo, de aquella regata del 89, tengo aún muy presente la angustia que vivimos aquella noche y muchas horas de la siguiente. “Se nos perdió un participante” en medio de la tormenta y de la noche. Espero que no me traicione la memoria pero es que el nombre no he conseguido olvidarlo: algo así como “Enguiribiscuáquero”.

No respondía a la radio, ningún otro barco reportaba haberlo visto en los momentos clave de la travesía; había pasado algunos puntos de referencia controlados, pero al alcanzar la costa norte de la isla, al comenzar el regreso a casa, el “Enguiribiscuáquero” (insisto, que creo que así se llamaba) ya no aparecía por ningún lado. Estábamos preocupados. Nada más amanecer la Guardia Civil se sumó a la búsqueda por la abrupta costa norte ibicenca mientras el temporal arreciaba. Y ni flores.
Al final, ellos mismos dieron reporte: se habían refugiado en una cala y estaban bien. ¡Pero qué nochecitas pasamos! Alguno de nosotros juró en arameo; pero pese al mal tiempo, nos inundaba la satisfacción: todas las tripulaciones estaban bien.

Luego, a la semana siguiente, en la fiesta de entrega de trofeos sólo quedaban las sonrisas y las anécdotas, pero Ambrosio Sevilla, Marino Gil, Berto y yo habíamos llevado por dentro la incertidumbre y los sinsabores de aquellas horas. Ellos, más.

Hice tres regatas de esta guisa y disfruté de las gentes del Náutico de Altea. He vuelto muchas veces a comer. Allí pasé mis primeras noches de 1987 cuando llegué a esta tierra -en un Dehler 36- antes de anclarme en un apartamento de la Avenida del Mediterráneo. Tengo buenos recuerdos del Náutico alteano que ahora está a 20 días de ser o no ser.

Ahora siento una mezcla de rabia y pena porque se llegue a esta situación, pero tengo el arcón lleno de recuerdos, bonitos recuerdos, y espero que la botavara no golpe a nadie en esta situación.

El “Enguiribiscuáquero”, al final… se salvó.




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