26 jun 2017

DE GRAN BENIDORM (II)


Juli Capella es, además de arquitecto y diseñador, una referencia en las páginas de El  País (desde 1985; en el suplemento cultural  Babelia)  y  de  El  País  Semanal; una década después  comenzó a colaborar  en  la  revista  Barcelona  Metròpolis  Mediterrània (hasta el 98); también ha colaborado en  el  diario  Avui (1994-99)  sobre  temas  de  diseño  y  arquitectura; y  desde  septiembre  de  2000  lo hace con periodicidad mensual para El Periódico de Catalunya.

Con motivo de Gran Benidorm vino a hablarnos  de “las virtudes de un urbanismo como el de Benidorm” del que, como joven estudiante de arquitectura a finales de los ochenta, denostaba; odiaba, en realidad. Ahora ofrece conferencias señalando “las virtudes de un urbanismo como el de Benidorm”. Nos confesó: “Mario Gaviria me abrió los ojos con Benidorm”.

Capella sintetizó las virtudes quasi teologales: “los bloques generan espacios abiertos, hay un ejercicio de ordenación del espacio donde la playa es acercada a todos y de una calle a otra pasas de la nada al todo”. 

Personalmente me gustó cuando pontificó aquello de “la ciudad difusa es un engañabobos; la ciudad debe ser apta para ser vivida con intensidad”. Y llegó a la comparación: “la alternativa a Benidorm es la antítesis”… y para ello utilizó varias imágenes urbanas de destinos turísticos de las que a los presentes la que más nos sonó, por cercanía, fue Torrevieja; pero hubo un desfile de aglomeraciones que no han sabido captar los principios urbanísticos que en Benidorm son ley. Sobre todas esas otras realidades turísticas Capella fue demoledor: “creamos autismo social, no ciudad”. Y fue a más: “de cerca, es más patético: no tienen ni aspecto ni contenido de ciudad”. Es que la ciudad es vida y actividad en las ya célebres ‘plantas bajas’. 

Incidiendo en ello, el arquitecto lanzó una pregunta a la concurrencia: “¿Hay algo mejor que un edificio en altura?”. Silencio expectante por respuesta. Él mismo ofreció la respuesta: “un edifico en altura que disponga de una bandeja comercial que de vida a la calle”. Hablamos de Benidorm. Y entonces, el terratrèmol de la mascletà: “lo básico de una ciudad no es la unidad de vivienda; lo fundamental es la vida comercial, la actividad a pié de calle”. Y a partir de ahí formuló la conclusión: “el gran imán de Benidorm , lo que atrae a la gente, es la vida en la calle que convoca a gentes de todas las edades. Detrás de la calle está el edificio; está el relax”.

Ilustró su exposición con ejemplos que, muchos, no nos habíamos cuestionada con tal crudeza de realidad. Se había parado usted a pensar que en la ciudad dispersa el 75% del tiempo de funcionamiento del alumbrado público es inútil y que cada farola puede llegar a ‘atender’ hasta a 3 personas mientras que en la ciudad compacta esa inutilidad no alcanza ni el 25% y cada farola ‘da servicio’ a un mínimo de 20 personas.

Luego se explayó: “la ciudad dispersa supone más contaminación, más gasto energético, más coches, más atascos, mayor consumo de recursos, más gasto en servicios…”, más, más; “la ciudad extensiva tiende a ser negativa”. La clave para evitar todo esto es “hacer ciudad para las personas”.
Finalmente animó a hacer un viaje con Google Earth por la costa española y constatar cómo está todo: “te puede dar un patatús, hasta que llegar a sobrevolar Benidorm”.

Le tomó el relevo otro arquitecto de tronío, de los amigos de Oscar Tusquets, Jordi Garcés, con un currículo de nivel imperial -catedrático de Proyectos en la Politécnica de Cataluña y un sinfín de premios y galardones para sus obras y realizaciones- que nos ofreció una “aproximación personal” al modelo Benidorm: “Benidorm es un ejemplo de resultados positivos en urbanismo y arquitectura” donde todo salió bien: “bien dibujado, fue densificado por los agentes; pero su adulteración estaba condicionada por unas normas tan simples no pudieron ser esquivadas”. Simplificó Garcés: “lo que se dibuja, siempre que esté bien, se acaba construyendo”.

Y también sacó a pasear ejemplos: “Platja d’Aro es un modelo parecido, pero no exitoso; se quedó a medias. Intentó contemporizar y falló. Sitges, una actuación indiscriminada sobre el territorio adulteró todo el tejido urbano. Cadaqués tampoco supo asumir el modelo ‘verdad’… Y fue bajando por la costa y hasta saltó a las Baleares ilustrando su exposición… Y llegó hasta más allá de las Columnas de Hércules… y volvió su vista a la Terreta; y dentro de ella a Benidorm: “En Benidorm los arquitectos del Movimiento Moderno han triunfado; la composición arquitectónica es total. No hay impostación alguna. Aquí se va de cara al hecho funcional. Hay naturalidad urbanística y arquitectónica”.

Terminó Jordi Garcés sacando a pasear la cuestión de la turismofobia como un síntoma de cuando las ciudades no son conformes al giro en su función económica. Benidorm se diseñó para el ocio, el descanso, la felicidad de las personas en su actividad hacia el turismo, con el añadido del factor del alojamiento hotelero. El modelo no está cuestionado porque, explicó Garcés, “el monocultivo turístico incide en lo festivo y aporta un plus a la ciudad”. Y, posteriormente, puntualizó: “y la gente lo sabe”. Por eso no es de extrañar ese recuadro en El País (28 de mayo de 2017): ¿Por qué en Benidorm no hay malestar”. La respuesta está en el modelo… y en sus gentes.



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