7 sept 2019

DE LOS VIENTOS… EN EL MEDITERRÁNEO




Estos días como que he vuelto al tiempo de las aulas para hablar de nombres de vientos. A las aulas de la infancia cuando a la pregunta ¿qué produce el viento?, respondíamos todos a coro “las orejas de -del pringando de turno- en movimiento”; y a las aulas de la Academia -confirmando el nombres de los vientos- donde “viento” es un concepto elemental de Meteorología.

Y en Meteorología se suelen denominar los vientos según la dirección desde la que soplan. Y para lo de las direcciones tenemos al Sol que, con su salida y su puesta, ya nos señala dos puntos -el Este y el Oeste- y a mediodía, sabiendo los otros dos, el Norte y el Sur. Y podemos rizar el rizo con la procedencia.
Rosa de los vientos


Para eso, nada mejor que trazar una “Rosa de los Vientos” y meternos en faena. La Rosa de los Vientos está ligada a los cuatro puntos cardinales de antes y, cosas de la geometría, determina hasta treinta y dos rumbos posibles. Bueno, la podemos complicar hasta ese punto. Con cuatro o con ocho lo tenemos bien resuelto.

Si hacemos caso a Homero, esto de los vientos nos complicó mucho la tripulación de Ulises (también conocido como Odiseo… y de ahí, “La Odisea”). Un buen día -¿o era por la noche?; no recuerdo- Eolo -dios del viento- le dio a Ulises un viento bueno y seguro para llegar a Ítaca. Y también un odre lleno de vientos -el Odre de los Vientos- con la condición de que no lo destapara. Pero su tripulación, curiosa, quiso saber qué contenía aquel envase hecho de piel de cabra, cosido y pegado por todos lados menos por el cuello del animal que le había dado Eolo. Total que lo abrieron un poquito, sólo un poquito, y… salieron todos los vientos en desbandada a ulular por ahí. Se armó una, que bien recoge Homero en su narración, que no veas… porque salieron del odre el montonazo de vientos que tenemos.

Ulises llegó a Ítaca, a pesar del lío de los vientos. Tardó veinte años -diez en Troya, de guerra, y otros diez buscando la isla (sin GPS, claro)- y ahora, con todos los vientos desparramados, quiero entender que aquel acto de negligencia de la tripulación, abrir el Odre de los Vientos, fue una secuela de cuando quedaron convertidos en piara en cerdos -cosas de Circe que remedió Hermes con unas hierbas-… pero quedaron secuelas, seguro. Y por eso abrieron lo prohibido.

Y ya con -casi- todos los vientos desparramados por la imprudencia de la tripulación aquella nos pusimos a ponerles nombre; nombre propio, a sabiendas de que tienen su propia personalidad.

Así, llamamos Levante es el viento del Este, que es por donde se levanta cada mañana el Sol. Este, el viento del Este, es fácil; tan fácil como lo de orientarse… que era buscar el Este… que siempre está a Oriente. Lo de llamar Levante a este viento del Este sirve para todo lugar y todo tipo de Rosa de los Vientos que, por cierto, tal como la vemos en ahora, es un “invento” de Ramón Llull (s. XIII), con clara inspiración en Plinio el Viejo (s. I).

Hay otros vientos cuyos nombres cuesta más tenerlos claros. Es el caso del  Lebeche, un viento del Sur-Oeste… que sopla desde Libia. Sí, Libia… que aquí la tenemos ahí abajo, en Sur-Sureste. ¿Pero quién le ha puesto este nombre? Como el Gregal, un viento del Noreste que por mucho que tenga su origen en Grecia -Gregal, viento que llega de Grecia-, por estos lares Grecia no queda por el Noreste.

Hubo quien, en tiempos pretéritos ya compiló estas cosas. Cogió los “cuatro vientos principales” -Greco, Siroco, Libio y Maestral, vientos que llegaban desde Grecia, Siria, Libia y Roma (Magistral Pentium) y buscó la ¡¡Cuna de los Vientos!!… y la encontró donde se cortan el meridiano 20 (E) con el paralelo 36 (N), un punto a medio camino entre las islas de Malta y Creta.

Lejos del mundo Clásico, de raíces helenísticas y latinas, los vientos tienen sus nombres y son muy suyos. Y en todos lados hacen sus Rosas de los Vientos; los grandes navegantes lo tuvieron siempre claro, muy claro.
Rosa de los Vientos en un tratado turco de Geografía (Tiene al Norte la flor de Lis ¿?)


Hay nombres de vientos preciosos: el adriático Bora (que dio nombre a un coche), el Chinook (que da nombre a un helicóptero), el Cierzo (por el Valle del Ebro), el gélido Crivetz rumano (que da nombre a una cerveza), la Galerna (del Cantábrico), el Kwat chino (sin cerveza), el Meltemí del Egeo, el Poriaz del Mar Negro que sopla en Bulgaria, el tórrido Santa Ana del Sur del california…

Lo de los vientos lo tuvieron claro los griegos. Andrónico de Cirro construyó el Horologion (la Linterna de Demóstenes). En realidad era una estación meteorológica (en el siglo I a.C,) anexa a la Biblioteca de Adriano. La torre octogonal, de unos ocho metros de diámetro y casi catorce de altura, tenía -y tiene; que se conserva- en cada una de las ocho caras un anemoi (dios del viento). Y les llamaron Bóreas (N), Cecias (NE), Euro (E), Apeliotes (SE), Noto (S), Libis (SW), Céfiro (W) y Escirón (NW). Los representaron con sus atributos (frío, granizo, lluvia, etc.). Debajo de cada anemoi había (queda hoy) un reloj de sol que se complementaba con el anterior y posterior. En el interior del horologion había una clepsidra (reloj de agua) alimentado por el caudal del manantial de la Cueva de Pan (el semidios de los pastores y rebaños, el fauno de los romanos; el generador del miedo… de ahí viene pánico).
Fotografía de C. G. Wheelhouse del Horologion en 1850. El Observatorio Radcliffe de la Universidad de Oxford  o el Observatorio Daniel S. Schanck de la Universidad Rutgers (New Jersey) siguen el modelo constructivo del Horologion, en homenaje.


Según contaba Vitruvio, en la parte superior del horologion había una veleta de bronce, hoy desaparecida, con la forma de Tritón que marcaba la dirección. Además de la clepsidra había un reloj anafórico, un aparato inventado por Hiparco, similar al astrolabio. Total, que el visitante del horologion, de una tacada, se enteraba de la hora, de lo del viento y de lo de los planetas y las constelaciones con lo que se podía saber -¡cosas de griegos!- el horóscopo… sin echar mano de la última página de periódico.

Los vientos, entonces, tenían su épica y su misterio. Hoy tienen poco: térmicos o de gradiente. Y hasta los tenemos escalados (cosas de Beaufort). Así que hay vientos regulares, irregulares, planetarios, orográficos, solanos, anabáticos, catabáticos… Les ponemos nombre (para complicarme la existencia) pero sólo son aire en movimiento… provocado por las batir de las orejas de aquel compañero de clase al que nunca llamamos Dumbo; nunca fuimos tan malvados.








No hay comentarios:

Publicar un comentario