9 mar 2020

A PROPÓSITO DEL 8M (y II)

Como decíamos ayer, la IGM cambió el mundo. Llegaron los felices años 20 y mientras las mujeres de Europa y América (del Norte) ansiaban ser unas auténticas flappers [1] y llevar el corte de pelo bob cut -como las enfermeras de los hospitales militares de la época (por higiene)- en España las cosas llevaban otro ritmo. La fuerza laboral femenina de los países más representativos de la contienda representaba casi el 30% del total laboral y de ese porcentaje, más del 80% eran viudas o solteras; que todo hay que decirlo. Y los trabajos femeninos en oficinas y tiendas eran una minoría. En España, las cosas llevaban otro ritmo.

Lo que sí avanzó en España en los años veinte del siglo XX fue el tema educativo. Se crearon escuelas para niñas: no tantas como se hubiera deseado, pero las suficientes para provocar el primer descenso serio del analfabetismo femenino; pero la presencia de chicas en la enseñanza secundaria y en la Universidad, abierta a las mujeres desde 1910 -aunque es en 1888 cuando, tras la solicitud de tres mujeres, se permitió de nuevo [2] a las mujeres matricularse en la Universidad, en principio sólo para exámenes y posteriormente, a instancia de Matilde Padrós en la enseñanza oficial- siguió siendo testimonial hasta mediados los años cincuenta.

Pero sentemos el por qué. Tras los felices veinte, el Crac del 29 fue terrible para todo el mundo. Ojo, que la bolsa caía y caía y no tocó fondo hasta 1932; y las secuelas se arrastraron, IIGM por medio, hasta 1954. ¡Pues imagínense en España! Aquí comenzamos a ver los efectos del 29 en el 31, en 1931: un altísimo nivel de paro masculino (y no te digo el femenino), el consecuente endeudamiento familiar, el lógico cierre de empresas y el previsible y muy elevado déficit del Estado. Todo ello agravado con la falta de una lógica cobertura social que protegiese a los desempleados y una voluble inestabilidad política que vio cómo se pasábamos de una dictadura, a la República y la posterior guerra civil en menos de una década. La peseta se depreció más de un 50% y el gobierno republicano decidió aplicar un sucedáneo del New Deal de Roosevelt con obra pública a mansalva. Pero la caída de las exportaciones agrícolas por sobreproducción y las costosas importaciones de casi todo -con la pesetas por los suelos- provocaron un aumento del déficit que asfixió las arcas del Estado. Del superávit de 30 millones en 1930, las cuentas públicas acumularon una deuda de 595 millones de la época en el año 1935, y la casa sin barrer.

Aún con estos problemas, la II República se ocupó de reconocer derechos a la mujer; pero fueron más derechos formales que reales, pero que ahora son magnificados. No había con que sostener los derechos que se le reconocían a las mujeres.

En este periodo surgirá, también, Acción Católica con mucha fuerza. Sí, aunque fundada en 1926 será a partir de 1931 cuando supera los treinta mil militantes y lanza su propio periódico ‘Mujeres Españolas’ dando fuerza a sus talleres (para el adoctrinamiento) femeninos. La mujeres burguesas de derechas lanzaron los “Tés azules” con reuniones asociativas femeninas y en la CEDA encuentra arraigo Francisca Bohigas Gavilanes, la única política de derechas y católica en las Cortes republicanas de 1936 firme defensora de la Participación política de las mujeres y de su independencia económica, posteriormente integrada en la Sección Femenina.

Y luego estallará la Guerra civil y comenzará la postquerra franquista donde poco se cuenta de la actividad de las mujeres de derechas. Se mostraron muy activas y se implicaron en las campañas contra la secularización del Estado y la escuela. No podemos, ni debemos, olvidar a María Rosa Urraca Pastor, una dirigente carlista de Barcelona de la organización Las Margaritas. El personaje de cómic de ‘Doña Urraca’ fue una venganza en lápiz entre carlistas y falangistas por un dibujante republicano reinsertado en el franquismo donde malamente convivían dos ópticas diferenciadas a la hora de cómo organizar el orden moral y la actividad de las mujeres. Las mujeres del Régimen tuvieron que resolver el dilema de seguir las propuestas de Mercedes Sanz Bachiller, viuda de Onésimo Redondo, inspiradas en la Alemania nazi, o de Pilar Primo de Rivera y la Sección Femenina que se inclinarían por estar a bien con las doctrinas morales de la Iglesia católica. Y eso que, en un principio, Falange considerara imprescindible la separación Iglesia-Estado, porque la intención de Franco, refrendan los modernos investigadores, era conseguir una identidad nacional-católica más que fascista. Ganaron estas y la Iglesia dictará normas de moralidad regulando la vida privada, laboral y pública de las mujeres.

Bajo la influencia de la Iglesia se deroga la ley sobre el matrimonio civil, y de manera retroactiva el divorcio. El código penal marca como delitos el aborto, el adulterio y el concubinato, mientras se regula la prostitución. El nuevo Código civil llevará a los 25 años la mayoría de edad para las mujeres y a los 23 para los hombres. El cardenal Isidro Gomá abogará por suprimir la educación mixta (1938) como fórmula para liberar a la mujer del taller y del trabajo… Y entonces va Pilar Primo de Rivera y proclama que “la única misión que la Patria asigna a la mujer es el hogar”. Si el final de la guerra Civil fue el comienzo de lo que muchos llaman la larga noche del franquismo; para el tema que nos ocupa, para muchas, la noche fue más fría, y algo más oscura. En el franquismo la mujer era esposa, madre y reserva de los valores espirituales. Se protegió a la familia como núcleo vital del nuevo Estado. Se estimuló la procreación y se premió a las familias numerosas por mera cuestión de repoblación. La legislación española, inspirada en el Código de Napoleón, comparó a la mujer casada con menores de edad. El ideal femenino era el del sacrificio, de la obediencia y el de la subordinación. Es que el Fuero del Trabajo había establecido que el Estado se encargaría de liberar a la mujer casada del taller y la fábrica. Pero la crisis de finales de los cincuenta, obligó a una serie de revisiones de la política económica del régimen. La expansión industrial necesitaba incrementar la población laboral, y especialmente la más barata, y se recurrió a la mano de obra femenina.
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Y, entonces, desde los cincuenta, mal que les pese a muchos que quiere obviarlo, poco a poco, los signos de cambio fueron haciéndose más visibles: se empezaron a publicar revistas y algunos libros sobre la cuestión de la mujer donde se analizó con dureza la problemática femenina en la sociedad española, y las grandes teóricas del feminismo internacional fueron traducidas a finales de los sesenta. Por otra parte, surgieron varias asociaciones legales de mujeres (universitarias y juristas principalmente), y también organizaciones clandestinas vinculadas a partidos políticos de la oposición. La radio se convertirá en los años cuarenta, cincuenta y sesenta en uno de los instrumentos principales de socialización de las mujeres por los mensajes transmitidos.

Y aquí llegados quiero destacar una figura del franquismo. Mercedes Formica-Corsi Hezode, una jurista gaditana, novelista y ensayista especializada en la lucha por los derechos de la mujer en España. Sus denuncias lograron en 1958 la reforma de 66 artículos del Código Civil. Sin embargo sus logros apenas tuvieron el reconocimiento público en el posfranquismo, a causa, según ella misma de su pasado falangista. Y ahora, le han retirado su busto en Cádiz los progresistas de candilejas. Mercedes Formica se hizo cargo en 1944 de la dirección del semanario ‘Medina’ (Sección Femenina) y fue colaboradora de ABC y Blanco y Negro. El 7 de diciembre de 1953 la revista Time le dedica una página entera, porque persiguiendo una reforma legal del Código Civil a favor de la mujer pronunció conferencias y escribió artículos y fue recibida por Franco. Cinco años después de la publicación de “El domicilio conyugal” se logró una modificación del Código Civil.

Y los  años cincuenta terminan con una mujer que ha pasado por escuelas, colegios e institutos que llega a la Universidad y empieza a conocer una realidad económica y social distinta, a la que tendrá que adaptarse. Las necesidades reales superarán los márgenes que el franquismo se empeñaba en mantener. En los sesenta las mujeres ya se dejan sentir en la universidad y evolucionan desde el modelo tradicional, vinculado al estilo católico y al conservadurismo falangista, a uno modernizado que ha sufrido transformaciones debido a las necesidades de la economía y la sociedad -Ley de Derechos Políticos Profesionales y Laborales de la Mujer (1960)- gracias a los Medios de Comunicación. Y es en los años sesenta cuando la situación de la mujer comenzó a cambiar al compás de la modernización social, el turismo y la industrialización.
Y en los años 70, con una incorporación ya fuerte y progresiva se suceden los mazazos económicos de las crisis petroleras y la muerte de Franco. Antes de un mes del 20N, se celebraron en Madrid las Primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer… Y un no parar desde entonces…




[1] Flapper es un anglicismo que se utilizaba en los años veinte para referirse a un nuevo estilo de vida de mujeres jóvenes que usaban faldas cortas, no llevaban corsé, lucían un corte de cabello especial y escuchaban música no convencional para esa época, que también bailaban
[2] El 2 de septiembre de 1871, cuando Mª Elena Masseras consigue un permiso especial del Rey Amadeo de Saboya para realizar estudios de segunda enseñanza y poder continuar en la Universidad después. Mª Dolores Aleu Riera es la primera mujer que realiza el examen de grado para obtener una Licenciatura, en Medicina, el 20-4-1882, seguida en el mismo año por Martina Castells Ballespi y Mª Elena Masseras Ribera, todas por la Universidad de Barcelona. En 1886 obtiene la Licenciatura en dicha Universidad Dolores Llorent Casanovas (26-VI-86) y dos días después la quinta mujer licenciada en Medicina, Mª Luisa Domingo García natural de Palencia, la obtiene en la Universidad de Valladolid.

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