25 abr 2022

DE UN 25 DE ABRIL... DE 18989

  

Hoy es 25 de abril; el 25 de abril de 1898 los Estados Unidos nos declararon la guerra por la explosión del Maine[1] (15.02.1898).

Esto me lo ha recordado el que el jueves pasado, 21 de abril de 2022, el historiador y bisnieto del almirante Cervera[2], Antonio Luís Cervera Fantoni, disertara en Benidorm sobre el Desastre del 98 uniendo la figura del ilustre asidonense con la del benidormer Francisco Zaragoza y Such, condestable de la Armada.

Hoy voy de guerras, antillana y filipina, sumando una derrota más en el devenir de aquel triste momento en el que fuimos de derrota en derrota hasta la debacle final y la pérdida de las colonias.

Tras lo del Maine, movilizadas las masas por Pulitzer[3] y Hearts[4], el ultimátum norteamericano se transmitió por los canales oficiales y diplomáticos el 20 de abril de 1898. El 21 de abril y sin previa declaración de guerra -recordemos, fue el día 25-, fueron atacados y capturados varios mercantes españoles, algunos de los cuales acababan de zarpar de puertos norteamericanos.

Ese 21 de abril Cuba ya estaba en guerra y las islas de Puerto Rico y Filipinas fueron puestas en Estado de Guerra.

El 1º de mayo de 1898 el comodoro Dewey y su escuadra mandaron a pique a la del contralmirante Patricio Montojo en la bahía de Manila[5]. A partir de ese momento, toda la atención se centró en las islas antillanas porque una serie de factores de política internacional que exceden de este post, así como la actitud británica de apoyar a los Estados Unidos y las consecuencias materiales y morales de la anterior insurrección tagala, jugaron un papel decisivo[6].

España estaba inmersas en sus guerras de ultramar: en Cuba, desde 1895; y en Filipinas, desde 1896.

Desde el 24 de febrero de 1895 se luchaba en Cuba; en agosto de 1896, los independentistas tagalos se sublevaron y hostigaron a las tropas españolas a través de una guerra de guerrillas. En diciembre de 1897 Primo de Rivera[7] y los rebeldes firmaron un pacto (17.12.1897) por el que debía concederse a Filipinas una autonomía política y administrativa similar a la que se otorgaría a Cuba y Puerto Rico. La paz, después de muchos esfuerzos, parecía asegurada. La verdad es que nos fuimos retrasando en ese nivel de autonomía y a partir del 25 de abril de 1898 entró en escena un actor imprevisto: los Estados Unidos. Y aquí, conflicto y muertos por medio[8], llegaríamos a la Batalla simulada de Manila[9], que esa es otra.

Y vamos al conflicto antillano que es el que nos interesa hoy por Cervera, sin perder de vista el filipino, porque algún dilecto espabilado, como el ministro Miguel Correa[10], ajeno a la realidad, creyó que Cervera y su Escuadra de Operaciones, podían resolver ambos conflictos. Realidad de poltrona.

Por lo que fuera, los yankis tenían la mosca detrás de la oreja con la Escuadra de Cervera y pusieron todo su empeño en el control de los accesos a Cuba. Y ahí estaba Puerto Rico, lugar ideal para carbonar a la Escuadra. Sin satélites como ahora pensaron que los barcos de Cervera estaban ya en San Juan y en esa convicción desarrollaron un primer ataque el 12 de mayo; la ciudad fue bombardeada sin previo aviso (5 muertos y 18 heridos, lo que provocó la protesta internacional); el objetivo eran los fuertes que protegían la bahía -19 baterías en los castillos y bastiones[11]- que en el bombardeo registraron 2 muertos y 39 heridos. Y ya puestos, desembarcaron[12] y se desarrollaron combates[13]. La misión inicial de la flota americana era interceptar la escuadra de Cervera y en Puerto Rico muchos disparos fueron defectuosos[14].

Esto contrasta con la certera puntería y eficacia demostrada en la batalla naval del 3 de julio que Ángel Luis Cervera Fantoni, en la noche del jueves 21 nos hizo amena en una documentadísima y precisa disección del momento y de los personajes protagonistas, la gesta -¿o no lo es salir a batirse con un enemigo muy superior en barcos y cañones sin sus piezas principales como hizo el ‘Colón’?-, la sociedad, el contexto y una España, aquella de finales del XIX, de políticos sin fuste ni talla, capaces de enviar al desastre a un grupo de marinos en un conflicto al que enviaron a más de 200.000 varones españoles en edad militar, de una población total que rondaba los 18 millones y que venía de diez años de guerra en Cuba (1868-1878; la Guerra de los Diez Años) que ya nos había costado 113.000 vidas[15], principalmente por enfermedades, y de la que Martínez Campos, que había conseguido el triunfo entonces, le había advertido al presidente del Gobierno de España en 1878 que -en su opinión “leal y sincera”- “antes de doce años tendremos otra guerra[16]; y a los siete años (1895) ya estábamos de nuevo en armas y enviando más paisanos a un territorio antillano en el que cuando estalló el nuevo conflicto teníamos acantonados unos 100.000 efectivos[17] y el 20% de ellos (unos 20.000) estaba postrados en camas por malaria, fiebre amarilla, tuberculosis, neumonía y disentería, entre otras enfermedades. ¡Mas madera! En el Diario Oficial del Ministerio de Guerra se especifica que en la Guerra cubana 1895-1898 “los muertos en lucha fueron 3.101, y por enfermedades, 41.288. Los primeros, el 6'98% del total, y los segundos, el 93'01%[18] [19]. ¡Con un par!

La Guerra en Cuba a la que enviaron a Cervera y su Escuadra se había iniciado el 24 de febrero de 1895 cuando se cumplió la orden dada por Martí[20] días antes, desde su hotel en Nueva York, para iniciar otra insurrección en 35 puntos del país. Se conoce el momento como “el grito de Baire” -un barrio hoy del municipio de Contramaestre, en la provincia de Santiago de Cuba-; pero fue un levantamiento simultáneo en otros 34 lugares más, iniciando la que el propio Martí llamó “Guerra Necesaria”, que se prolongó hasta la entrada en ella de los Estados Unidos (25.04.1998) terminando con la firma del Tratado de París (10.12.1898), tras el Desastre de 1898 (25.10.1898-10.12.1898). El caso es que los americanos terminaron ocupando Cuba hasta 1902 y el resto de la historia (más o menos y con sus consecuentes lagunas obligadas por la falta de interés y el programa educativo impuesto en este país) ya se la saben (mal).

En aquel febrero de 1895 al que me he ido gobernaba lo que quedaba de España Sagasta[21]. Conocido el levantamiento en Cuba, le dejó vía libre a Cánovas[22] para que organizara financiera y militarmente la nueva etapa bélica que se abría. Desde el Pacto de El Pardo (24.11.1885) los antagónicos Cánovas (conservador) y Sagasta (liberal; la extrema izquierda de la época conservadora[23]) practicaban el turnismo -ahora tú, ahora yo[24]-. Cánovas lidió el proceso hasta agosto de 1897, cuando fue asesinado; el general Azcárraga tomó el timón, pero manteniendo el espíritu del pacto cedió el poder a Sagasta en octubre de 1897, quien lo asumió hasta marzo de 1899, gobernando todo el marrón del Desastre.

En el caso que nos ocupa, el ministro Bermejo[25] decide enviar a Cervera para Cuba al mando de una Escuadra más ficticia que real y con instrucciones difusas: “salir para las Antillas, a Puerto Rico u otro puerto cualquiera, para llevar a cabo la de defensa marítima de aquellas costas” y con sólo 2.000 TM de carbón, “de no muy buena calidad,” en el carbonero San Francisco[26]. Le envía a él, a la Escuadra y a los marinos a una aventura de la que solo sabe Cervera, el 23 de abril por un telegrama, que la bandera americana “es enemiga[27]

Y para remarcar lo ridículo de aquella expedición -para la que le habían pedido reducir carbón y tiros en las prácticas realizadas en el Mediterráneo, frente a Santa Pola- desde Cabo Verde parten rumbo al desastre un 29 de abril de 1998. Tan mal estaba la cosa que -para reducir consumo de carbón- cada crucero de la flota de Cervera toma rumbo llevando un destructor a remolque; salvo el Vizcaya porque por sus fondos sin limpiar era el de menos andar.

A esta escuadra estaba asignado también, orgullo provinciano desde este blog, el vapor correo Alicante[28], de la compañía Trasatlántica, que estará en todos los grandes momentos de 1898 tanto en Cuba como en Filipinas y que será el transporte de los últimos de Filipinas hasta Barcelona.

El caso es la Escuadra de Operaciones de Cervera, burlando a los barcos norteamericanos llega a Curazao -Islas de Sotavento, al sur del Caribe- donde consigue 600 toneladas más de carbón que sabiamente administradas le hacen entrar en la bahía de Santiago de Cuba el 19 de mayo de 1898 sin haber sido detectada por el bloqueo yanki.

En Santiago, lo único que hacía la Escuadra de (supuestas) Operaciones de Cervera era complicar más la delicada situación de la población del puerto de recalada en media de la guerra que se vivía en Cuba. Con la escuadra americana bloqueando la entrada a Santiago, no se les ocurre otra cosa a los del Gobierno de Madrid que pedir que Cervera -sin carbón, mal artillado, bloqueado y con los barcos como los tenía- que saliera para Filipinas (¡!) con la indicación de que “resuelva allí la situación y regrese a Cuba[29]. No caben adjetivos para calificar tamaña imbecilidad de militar metido a político -Miguel Correa- que la ordenó.

El 3 de julio, con las calderas a tope, la Escuadra de Operaciones de Cervera se hace a la mar. El capitán de navío Robley D Evans, al mando del Iowa, describió la batalla naval de Santiago de Cuba en un documento disponible en el Departamento de Historia de la Universidad de Ohio[30]. Elogia la bravura en combate de navíos y tripulaciones españolas, destaca la superioridad norteamericana y cuenta del Vizcaya -donde servía el condestable Zaragoza- que en el momento final de la batalla “arrié todos mis botes y los envié de inmediato en ayuda de los desafortunados hombres, que se estaban ahogando por docenas o quemándose ​​en la cubierta”. Evans denuncia que “los cubanos insurgentes desde la orilla estaban fusilando a los hombres que estaban en el agua”. El comandante del Iowa consiguió que los cubanos dejaran de disparar -no especifica como- y con pesar narra que “no pude impedir la mutilación de muchos cuerpos por parte de los tiburones dentro del arrecife”.

Evans describe la llegada al Iowa del capitán de navío Antonio Eulate, comandante del Vizcaya: “El capitán Eulate se incorporó con aire distante en la silla, me saludó con grave dignidad, se desabrochó el cinto y, sosteniendo la empuñadura de su espada ante él, la besó con reverencia, con lágrimas en sus ojos, y luego me lo entregó. Por supuesto, me negué”, escribe; y me emociona. En el camarote de Evans un médico atendió sus heridas de Eulate. 30 oficiales del Vizcaya y 272 tripulantes fueron rescatados, recibidos con honores y atendidos en el acorazado que, a continuación, se dirigió hacia el cañonero Gloucester, que había recogido del mar al almirante Cervera pidiendo que este subiera a bordo. Al mismo tiempo, narra, pidió Evans al capitán de navío Cotton, del Harvard, que recogiera a las tripulaciones en el agua de los cruceros Infanta María Teresa y Almirante Oquendo.

Evans se centra entonces en Cervera y señala que “Por coraje y audacia, no hay paralelo en la historia a esta acción del almirante español”. Y describe: “Subí al almirante Cervera a bordo del Iowa desde el Gloucester y lo recibí con una guardia de almirante completa… Cervera subió con la cabeza descubierta. Sobre su camiseta llevaba un fino traje de franela que le prestó el teniente comandante Wainwright, del Gloucester. La tripulación vitoreaba a gritos. Cervera era un almirante de pies a cabeza, aunque no llevara gorra. Se sometió a la suerte de la guerra con una gracia que lo proclamaba un purasangre”. Cuando Evans recibió en la cubierta del Iowa al almirante Cervera le dijo: “Caballero, sois un héroe. Habéis realizado el acto más sublime que se recoge en la historia de la Marina”. En contraposición, a su regreso a España, tras su internamiento en Annapolis, el recibimiento del ministro Ramón Auñón[31] fue tan gélida como significativa: “Siento mucho lo sucedido, General. Supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio”. “Así es -respondió Cerera- todo menos el honor[32].

El comportamiento de la escuadra y sus marinos en la muy desigual batalla y el inicial incidente del Merrimac[33] le granjearon a Cervera una tremenda popularidad en los Estados Unidos.

Después del desastre de la batalla naval del 3 de julio, la rendición de Santiago de Cuba se produjo el 12 de julio; y la de Manila un mes después (14 de agosto). El 10 de diciembre, España firma el Tratado de París, liquidando el imperio ultramarino. En este Tratado España perdió Cuba, Puerto Rico, Filipinas (por 20 millones de dólares): Guam pasó a manos de los EE.UU. A principios de 1899 vendimos, contemplado en el acuerdo, las Islas Marianas, Palaos y Carolinas, a Alemania. Liquidamos la insularidad imperial.

La agencia francesa de noticas Havas dio a conocer el desenlace de la batalla naval de Santiago de Cuba; se cuenta que hubo disturbios en las grandes ciudades de la vieja España, pero al salir de los toros. Que no sé yo cómo de rápido llegó a tiempo la noticia de complicarse con una mala tarde de Enrique Vargas “Minuto” en un duelo con José García Rodríguez “El Algabeño”, las dos figuras de la tauromaquia en aquel verano de 1898; los toros son a las cinco de la tarde, con sol y moscas

La jornada del 3 de julio ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto”, dejó escrito en el parte de Guerra el Almirante Cervera; “La patria ha sido defendida con honor. La satisfacción del deber cumplido deja nuestras conciencias tranquilas, con solo la amargura de lamentar la pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de la patria”; a fuer que sí.

Los prisioneros rescatados del mar por los norteamericanos de la Escuadra de Operaciones de Cervera fueron desembarcados en tres lugares: los heridos más graves y enfermos ingresaron en el Hospital Naval de Norfolk; la marinería y los heridos y enfermos menos graves, junto con algunos oficiales, en Camp Long, en la Isla de Seavey en Portsmouth; y el resto de los oficiales y algunos reposteros fueron llevados a Annapolis, junto a la Academia Naval. Cervera, por su rango, estuvo en Annapolis, y desde su llegada comenzó a recibir muestras de simpatía del pueblo Americano especialmente por el trato dispensado al teniente Hobson y sus hombres con motivo del hundimiento del Merrimac. Recibió muchas cartas e innumerables obsequios; incluso una oferta de dar conferencias, que se negó.

Declinó Cervera el ofrecimiento de libertad a cambio de una declaración de no hacer armas contra los Estados Unidos el 20 de agosto de 1898; el 31 de agosto se concedió la libertad incondicional a todos los retenidos. El 19 de septiembre de 1898 entraba en el puerto de Santander el buque Cyty of Rome llevando a bordo al almirante Cervera y a los demás supervivientes del combate de Santiago de Cuba. El Gobierno de Sagasta temía una explosión de solidaridad hacia el almirante como había sucedido en Estados Unidos y que esta se convirtiera en una dura crítica a la gestión de la crisis y guerra con Estados Unidos. A medida que transcurría el tiempo y se conocían detalles del conflicto, la opinión pública tenía más argumentos para ellos.

Si el Desastre de 1898 se inició con la distorsión de la realidad por Pulitzer y Hearst, el final en suelo patrio tuvo los mismos tintes. Aquí también se buscaron culpables y se sometió a consejo de guerra a aquellos que no hicieron más que cumplir con honor y lealtad su deber. El clamor popular y las voces que se pronunciaron a su favor desde el exterior, dieron como resultado el sobreseimiento de la causa y la restitución del honor del Almirante. La publicación de su “Colección de Documentos de la Escuadra de Operaciones de las Antillas[34], que tan previsoramente había puesto en manos del Arzobispo de Santiago antes de la salida para el combate, puso las cosas en su sitio.

No sé si lo del “clavel del Almirante” -amarillo, con los bordes de los pétalos rojos- que se vendía en las floristerías de Nueva York aquel verano de 1898 es verdad, pero sí lo es que Arthur Bird, editor de Sidney Record, gestionó un Memorial en los Estados Unidos para el almirante Cervera[35].

Vamos, que un 25 de abril de 1898 los Estados Unidos nos declararon la guerra…

 

 

 Almirante Pascual Cervera

 

 

 



[1] La comisión española dictamina valiéndose de los informes de submarinistas, de ingenieros de la artillería naval y de declaraciones de varios expertos internacionales, que la explosión fue interna, por tanto, accidental. La comisión norteamericana concluyó valiéndose también del informe de los submarinistas, que la explosión había sido externa, sin consultar a expertos neutrales. Los pescadores y submarinistas afirmaron que, al ser externa, la explosión debería haber existido una gran cantidad de peces muertos, a lo que EE.UU. argumentó (1899) que en el puerto de la Habana apenas existían peces. EE.UU. omite la opinión del ingeniero jefe de la armada estadounidense Melville, que sostenía que la causa de la explosión fue un estallido fortuito de los pañoles de munición. EE.UU. omite la opinión del experto en municiones de la armada estadounidense Philip Alger quien afirman que la explosión pudo ser producida por un incendio causal en los pañoles de carbón y cuya combustión provocó la deflagración de los pañoles de munición. Se constituye una comisión prescindiendo de técnicos externos, llegando a la misma conclusión. En diciembre de este mismo año, los EE.UU. hunden el Maine en alta mar. En 1971, el Almirante estadounidense Rickover, ordena una investigación sobre fotografías, planos y documentación del buque, señalando que la causa de la explosión fue una combustión espontánea en una carbonera que provocó el estallido del polvorín. En 1995 Rickover afianzó su teoría de que la explosión no se debió a una mina, afirmación que sostuvo sobre un estudio realizado sobre los daños que sufrieron los buques de la 2ª Guerra Mundial. El análisis de la AME que fue publicado en el número de febrero de 1998 de National Geographic examinó las teorías de la mina y de la combustión del carbón: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/explosion-acorazado-maine-atentado-o-accidente_12386

[3] Joseph Pulitzer (1847–1911) Editor estadounidense de origen judío húngaro, conocido por su competencia con William Randolph Hearst, quien originó la llamada prensa amarilla, y por los premios periodísticos que llevan su nombre, los Premios Pulitzer. En 1892, Pulitzer ofreció al presidente de la Universidad de Columbia, Seth Low, financiar la primera escuela de periodismo del mundo. La Universidad rechazó inicialmente el dinero, evidentemente influida por la polémica figura de Pulitzer. En 1902, el nuevo presidente de la Universidad, Nicholas Murray Butler, fue más receptivo hacia el plan de la escuela y de instaurar unos premios, pero no sería hasta la muerte de Pulitzer que este sueño se haría realidad (primer premio en 1917). Pulitzer dejó a la Universidad 2 millones de dólares en su testamento, lo que permitió la creación en 1912 de la Columbia University Graduate School of Journalism (la escuela de periodismo), que sería una de las más prestigiosas del mundo, aunque ya no fuese la primera, por haberse creado antes la de la Universidad de Misuri.

[4] William Randolph Hearst (1863-1951) Periodista, editor, publicista, empresario, inversionista, político y magnate de la prensa y los medios estadounidenses, que emergió como uno de los más poderosos personajes de la escena política y empresarial de dicho país. Consolidó uno de los más grandes imperios empresariales de la historia, llegando a poseer en su epítome un total de 28 periódicos de circulación nacional, además de la posesión de empresas editoriales, compañías y emisoras de radio, así como revistas. Ampliamente conocido por usar los medios como auténticos instrumentos políticos, además de ser el más afamado de los promotores de la prensa amarilla, se valió de generar escándalos y de la manipulación mediática para lograr que sus intereses comerciales y políticos se viesen beneficiados; siendo los casos más reseñables su intervención para que la Guerra hispano-estadounidense aconteciera y sus periódicos fuesen los que obtuvieran las primicias, así como la campaña que realizó en contra de la Revolución Mexicana. Conocido como el gran manipulador sobre la crisis del Maine de 1898 y del Holodomor de 1932-33 en Ucrania.

[5] La batalla de Cavite fue el enfrentamiento entre fuerzas navales estadounidenses y españolas ocurrido el 1 de mayo de 1898 en la bahía de Manila en el contexto de la guerra hispano-estadounidense.

[7] Fernando Primo de Rivera y Sobremonte (1831-1921) Militar y político español que, además de gobernador en dos ocasiones de la Capitanía General de Filipinas, ejerció entre 1907 y 1909 y en 1917 de ministro de la Guerra en sendos gobiernos conservadores presididos por Antonio Maura y Eduardo Dato. Ostentó los títulos nobiliarios de i marqués de Estella y i conde de San Fernando de la Unión. Firmó en 1897 el Pacto de Biak-na-Bato, por el que el insurgente filipino se comprometía a exiliarse en Hong Kong.

[8] Los listados de las muertes en Filipinas se publicaron en el DOMG desde el 31 de junio de 1897 hasta

el 16 de septiembre de 1900. Las relaciones ofrecen datos muy confusos. De Filipinas (DOMG 12-IV-1896/20-IV-1898,23 listados), regresaron enfermos 2.748 combatientes.

[9] Los generales españoles y estadounidenses, que todavía estaban legalmente en guerra, planearon en secreto transferir el control del centro de la ciudad -de los españoles a los norteamericanos- mientras mantenían al Ejército Revolucionario Filipino de Emilio Aguinaldo, fuera del centro de la ciudad, creando las condiciones para el comienzo de la guerra filipino-estadounidense

[10] Miguel Correa y García (1832-1900) Militar y político español. Ministro de la Guerra entre el 4 de octubre de 1897 y el 4 de marzo de 1899

[11] Castillos de San Cristóbal y San Felipe del Morro y los bastiones de San Sebastián, Santo Tomás, Ánimas, Santa Teresa, Santa Rosa, San António, San Fernando, Santa Elena y San Agustín

[12] El 25 de julio desembarcaron los norteamericanos en Guánica; el 13 de agosto finalizaban los combates. El cañonero Glocuester, que luego será protagonista en la batalla de Santiago de Cuba del 3 de julio, fue la avanzadilla que entró en Guánica y posibilitó el desembarco de 3.000 soldados que se enfrentaron a los 550 hombres dispuestos en el Caney, los 500 que se dispuso de la Escuadra de Cervera y los 900 en las Lomas de San Juan. Las unidades metropolitanas que defendían el territorio y que como todas llevaban sin paga desde hacía más de 10 meses, víctimas de enfermedades y alimentados con arroz cocido, café y aguardiente. ¡Olé!

[13] Las bajas en Puerto Rico a partir del 12 de mayo, según tres únicos listados (3-VII/3-XI-1898), fueron: 1 muerto por la fiebre

amarilla, 3 por enfermedades y 1 en campo de batalla. A su regreso a España, el DOMG 12-IV-1896/7-IV-1898 recoge 15 listados con 70 combatientes con enfermedades.

[15] En los diez años de guerra fueron enviados 180.000 hombres a Cuba entre septiembre de 1868 hasta marzo de 1878: 80.000 reclutados específicamente para esta guerra, y 100.000 de otras unidades peninsulares. Las bajas totales fueron 113.000 hombres

[17] El Diario Oficial del Ministerio de Guerra publicó el 13 de junio de 1888 las cifras “en papel” del Ejército: el permanente de la Península sumaba 95.266 hombres; en Cuba estaban 19.571 hombres; en Filipinas, 8.753 hombres; y en Puerto Rico, 3.155 hombres. Nada comparado con la realidad. Estas cifras se correspondían a los cupos y no contemplaban redimidos, excluidos y otras bajas. No contemplan Guardia Civil, Orden Público ni voluntarios pagados con cargo a la sección Guerra de los presupuestos de las islas. El Anuario Militar Español de 1897 señala más de 100.000 efectivos en Cuba. https://ebuah.uah.es/xmlui/bitstream/handle/10017/5950/Combatientes%2C%20Muertos%20y%20Pr%C3%B3fugos%20del%20Ej%C3%A9rcito%20Espa%C3%B1ol%20en%20la%20Guerra%20de%20la%20Independencia%20de%20Cuba%20%281895-1898%29.pdf?sequence=1&isAllowed=

[19] También el DOMG publicó 10 relaciones (26-X-1898/12-IV-1899) con los nombres y una serie de circunstancias y filiación de los que regresaban de Cuba y murieron, al poco de ser ingresados en una treintena de hospitales civiles y militares dispuestos para acoger a estos combatientes, y en algún caso en el mismo barco en que regresaban. Fueron 827 los muertos. Parece una cantidad baja, si se tiene en cuenta el estado en que volvían. Los fallecimientos publicados por el DOMG se produjeron entre el 7 de agosto de 1898 y el 1 de marzo de 1899. Es imposible saber el número de los heridos y enfermos que pudieron regresar a España y fallecieron en sus casas o en diversos lugares. El DOMG publicó (12-IV-1896/1 -V-1898) listados con los componentes de las unidades de Ultramar que regresaban enfermos de Cuba. En total fueron 16.415 combatientes. Los que mu-rieron en España a consecuencia de la enfermedad contraída en Cuba debieron ser muchos, si se tiene en cuenta las bajas absolutas ofrecidas anteriormente y las condiciones en que vivían los soldados, mal alimentados y sin anticuerpos y defensas naturales físicas para hacer frente a las enfermedades tropicales.

[20] José Martí Pérez (1853-1895) Poeta y político cubano, republicano democrático, ensayista, periodista y filósofo, fundador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra de Independencia de Cuba. Se le ha considerado el iniciador del modernismo literario en Hispanoamérica. El 29 de enero de 1895, junto con los coroneles Mayía Rodríguez (en representación de Máximo Gómez) y Enrique Collazo (en representación de los patriotas de la isla), firmó la orden de alzamiento y la envió a Juan Gualberto Gómez para su ejecución. Partió de inmediato de Nueva York a Montecristi, en República Dominicana, donde lo esperaba Máximo Gómez, con quien firmó el 25 de marzo de 1895 un documento conocido como Manifiesto de Montecristi, programa de la nueva guerra. Ambos líderes llegan a Cuba el 11 de abril de 1895, por Playitas de Cajobabo, Baracoa, al sureste de la antigua provincia de Oriente.

[21] Práxedes Mariano Mateo Sagasta y Escolar (1825-1903) Ingeniero civil, masón y político español, miembro sucesivamente de los partidos Progresista, Constitucional y Liberal-Fusionista; varias veces presidente del Consejo de Ministros en el período comprendido entre 1870 y 1902,

[22] Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) Político e historiador, figura capital de la política española de la segunda mitad del XIX. Redactó el Manifiesto de Manzanares publicado al inicio del Bienio progresista. Fue un prominente miembro dentro de la Unión Liberal, principal valedor de Alfonso XII y el mayor artífice del sistema político de la Restauración, durante el cual fue el máximo dirigente del Partido Conservador, que él mismo creó. Ejerció el cargo de presidente del Consejo de Ministros en seis ocasiones, alternando el poder, principalmente, con su rival político Práxedes Mateo Sagasta.

[23] Había participado de la sublevación del Cuartel de San Gil, aplastada por Serrano y O’Donnell, un motín que tenía por finalidad destronar a Isabel II; y por ello había sido juzgado y condenado a muerte, aunque había conseguido exiliarse en Francia. Tras la caída de la Reina en 1868, Sagasta regresó a España y fue ministro de Gobernación del mismo general Serrano que le había perseguido, y presidente del Consejo de Ministros con Amadeo de Saboya. Volvió a ocupar ese cargo en los últimos tiempos de la Primera República, en 1874, en los meses previos a la Restauración borbónica. Sagasta fundó el Partido Liberal en 1880.

[24] La alternancia turnista en el poder a partir del Pacto de El Pardo se cumplió rigurosamente hasta el asesinato de Cánovas por el anarquista italiano Michele Angiolillo en 1897.

[25] Segismundo Bermejo y Merelo (1833-) Marino militar y político español, ministro de Marina entre 1897 y 1898, durante la guerra hispano-estadounidense. Bajo su mandato se produjo el desastre naval de Cavite, tras lo cual fue sustituido por Ramón Auñón y Villalón, en mayo de 1898.​ Cesó como ministro el 18 de mayo de 1898, siendo sustituido por Ramón Auñón y Villalón

Se consideró que tuvo una perspectiva demasiado optimista o poco realista respecto de las posibilidades de España en un enfrentamiento contra los Estados Unidos en el conflicto del 98

[27] “Oída Junta de generales de Marina, opina ésta que los cuatro cruceros y los tres destructores salgan urgentemente para las Antillas. La derrota, recalada, casos y circunstancias en que V. E. debe empeñar o evitar combate quedan a su más completa libertad de acción. Los torpederos deben regresar a Canarias con los buques auxiliares. La bandera norteamericana es enemiga”. La misión imposible del Almirante Cervera; de José Cervera Pery (pág. 75)

[28] El vapor correo Alicante fue construido por los astilleros escoceses de William Denny & Bros. en Dumbarton, siendo botado el 4 de febrero de 1889. Bajo su primer nombre, Pegu, navegó con el pabellón de la naviera British & Burmese Steam Navigation Co. Ltd. Desplazaba 7.910 toneladas con una eslora de 113,44 metros, 13,74 metros de manga y 7,62 metros de calado. Era propulsado por una máquina de cuádruple expansión a un eje con una potencia de 3.000 hp. y una velocidad máxima de 12,5 nudos. Dotación, 60 tripulantes. En 1896 el Pegu fue comprado por la Compañía Trasatlántica española con sede en Barcelona, rebautizado como Alicante fue utilizado para las líneas comerciales con Cuba al estallar la guerra de 1898 fue convertido como transporte de tropas incorporándose a la escuadra de Cervera y al finalizar la misma fue transformado nuevamente a buque hospital. Realizó repatriaciones de personal militar herido hacia España desde Cuba y Filipinas. Durante la Guerra del Rif de 1911 a 1927, el vapor Alicante volvió a ser requerido para ejercer de transporte de tropas desembarcando soldados en los puertos de Ceuta y Melilla, y para el Desastre de Anual fue utilizado nuevamente como buque hospital.

[29] La misión imposible del Almirante Cervera; de José Cervera Pery (pág. 77)

[31] Ramón Auñón y Villalón (1844-1925)​ Militar y político español, ministro de Marina durante la Guerra hispano-estadounidense en Cuba y gobernador civil de Barcelona en un breve periodo entre 1917 y 1918, además de varias veces diputado durante la regencia de María Cristina de Habsburgo y el reinado de Alfonso XIII

[33] El USS Merrimac (a veces llamado erróneamente USS Merrimack) fue un buque de vapor de la armada de los Estados Unidos que se hundió en la Guerra hispano-estadounidense de 1898. Fue el único buque estadounidense que hundió España en ese conflicto. El contraalmirante William T. Sampson ordenó que fuera hundido en la entrada del puerto de Santiago de Cuba para bloquear la salida de la flota española allí estacionada, mandada por el Almirante Cervera. En la noche del 2 al 3 de junio, ocho voluntarios intentaron ejecutar esta misión, pero las baterías terrestres del puerto le dañaron seriamente el barco y le dejaron desgobernado alejándose del puerto. Posteriormente fue hundido por los disparos y los torpedos del crucero protegido Vizcaya, el crucero Reina Mercedes, y el destructor Plutón. No pudo lograr su objetivo de obstruir la entrada del puerto de Santiago de Cuba. Sus tripulantes fueron rescatados por los españoles y hechos prisioneros de guerra, siendo bien tratados y reconociéndolo posteriormente. Al mando de la operación estuvo el teniente Richmond P. Hobson. El Merrimac tenía colocados explosivos en sus amuras para hundirse más fácilmente con la explosión. La misión fue un fracaso y el canal permaneció abierto. Hobson y la tripulación lograron salir del barco a salvo con solo heridas leves, pero fueron capturados por la tripulación de la lancha de vapor del propio Almirante Cervera. Los ocho integrantes del comando fueron premiados con la Medalla de Honor por su participación en la fracasada misión. Hobson se convirtió en un héroe de la prensa estadounidense. Su retrato apareció en cientos de periódicos con historias adornadas de su valentía al ofrecerse como voluntario para lo que se percibió como una misión suicida. Se recaudó un fondo para ayudar a sus padres a evitar la ejecución hipotecaria. Hobson fue liberado el 6 de julio de 1898, fue recibido por el presidente William McKinley y viajó por todo el país, convirtiéndose en un símbolo sexual de la época victoriana.

[34] ISBN: 978-84-7823-611-4

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