18 mar 2023

POR LOS IDUS DE MARZO… que se marchó Juanito el del cuartel

  

A7 arriba, A7 abajo, intento conformar el extracto, al menos, de lo que dije en la despedida a mi padre. Palabras que brotaron del alma; sólo recuerdo eso, que brotaron y salieron.

Antes de subir al presbiterio sólo iba a agradecer las muestras de afecto y condolencia; y la asistencia de todos los primos, familia y amigos. Pero una vez arriba, viendo a mi madre, Mercedes, absolutamente conmovida junto a mi hija, su nieta, todo cambió; se me rasgó la voz y me embargó la emoción. Ahora entiendo lo del hachazo invisible y homicida que sintió el poeta orcelitano.

Me habían referido que mi madre, en su alteración de memoria, había dicho que mi padre se nos había ido muy pronto; un ‘muy pronto” que se corresponde con casi siete décadas de convivencia de ambos, a punto de saltar la barrera de los 96. Sí, la verdad es que cuesta hacerse a la idea. Y por ahí empecé: si para ella había sido muy pronto, para nosotros, prontísimo.

Se nos ha ido el último de su estirpe, de una saga; un luchador. Lo comentaba con mi esposa Ana, cuya mirada me infundió el ánimo preciso para mantener la voz en San Gregorio[1], camino de la parroquia y recordamos que Jorge Fauró, para su libro pandémico[2], me pidió hablar con él y unir su experiencia.

Sí, era el último de hermanos, cuñados y cuñadas. Ahora sólo queda mi madre. Una semana antes de írsenos me dijo que ya no le quedaban amigos; se habían ido marchando en silencio antes que él. Él los había sobrevivido a todos: Mariano, Manuel, África, José, Leocadio, Rocío… No lo decía con pesar; constataba una realidad inexorable, pero lo lamentaba. Recordamos las muchas muestras de cariño y homenajes recibidos; el último fue en febrero de 2020, pocos días antes de confinarnos, por sus compañeros del IES ‘Gabriel Miró’.

Profundamente creyente, nos dejó el 15 de marzo de 2023 entre la Sexta y la Nona, horas canónicas[3] que muchas veces me repetía, rodeado de sus hijos: mis hermanas y yo, que hasta ese mismo instante sólo había sentido de lejos, muy de lejos, el corte de las tijeras de la moira[4] Átropos. Pero esta vez el corte del hilo de vida ha sido un crujido aterrador. Ahora mismo le preguntaría a él si las tres hilanderas -Cloto, Láquesis y Átropos- eran hijas de Zeus y de Temis, y hermanas de las Horas, o quizás ¿eran hijas de Nyx? Ya no está él aquí para darme respuesta. Me quedo con esa duda; duda que será permanente hasta el día que lo descubra personalmente.

Dije en San Gregorio, lo recuerdo y me lo recuerdan, que siempre nos quedaría su magisterio en las aulas, ante los tribunales, en la administración y en la vida. Y es que llevaba horas escuchan testimonios de personas a las que había dado clase -de griego, de latín y hasta de geografía-, atendido en un pleito -todos aquellos casos de viudas de la División Azul en la Vega Baja-, solucionado una gestión municipal -en su época de concejal-, una consulta de derecho -del Patronato San Francisco de Asís-, recordando a Pepe Hernández o al capitán Vargas- o aconsejando en la vida; acertando siempre. Aún hoy me cuentan de su ecuanimidad para valorar el trabajo de hombres y mujeres en el ayuntamiento y cosas, varias, de aquella pedanía que era Pilar de la Horada y a la que tanto tiempo dedicó en su etapa municipal y a la cuestión del agua y del Juzgado de Aguas.

Recuerdo a muchos antiguos alumnos que le profesaban admiración en vida; él recordaba nombres y apellidos de todos; ¡y calificaciones! Cuando llegué a Benidorm -camino voy ya de cuatro décadas- me encargó referencias de dos queridos alumnos suyos de cuando los Jesuitas[5], a los que de inmediato localicé; y Salvador ha seguido -de continuo- interesándose por el viejo profesor y dándome recuerdos para él.

Recuerdo a Santiago Estecha y a Pepe Beviá en momentos difíciles de la Transición sabiendo que Juan Antonio era un baluarte inexpugnable. Y esto que señalo sólo ellos lo entenderían; tal vez ni siquiera sus sucesores.

Ahora, intentando recordar lo que dije, le recuerdo cosas que podría haber dicho de cuando él corregía exámenes en casa, hasta las tantas, de aquellos alumnos que ejercitaban la traducción libre de los textos clásicos de Jenofonte o los de la Guerra de las Galias, haciéndonos partícipes de aciertos y errores. “Este Felipe llegará lejos”; y llegó. Hasta de Pepe Bono, el político manchego. De las más célebres traducciones que comentaba aún recuerdo aquella, tantas veces repetida, de “los caballos de César levantaban una gran porsaguera[6]”, palabra que había que ser muy de terruño de la Vega Baja para entenderlo.

Yo crecí de la mano de Telémaco y las aventuras de Odiseo, ¡que resultó ser Ulises! (y me brota una sonrisa). Encontré el vellocino de oro, la zalea de Crisómalo, el carnero alado, con Jasón y los Argonautas en la Cólquida georgiana; y viví con pasión las historias de Rampsinito -Heródoto puro- en aquel libraco verde que -hubo un tiempo que- cada noche nos leía a mi hermana y a mí: el tesoro del rey Rampsinito y algo de un arquitecto…

Y luego los tiempos en que mi padre preparaba oposiciones a catedrático de Instituto y por allí desfilaban Pericles, Polignoto, Sócrates, Protágoras, Demócrito, Platón y Aristóteles, Eurípides no me sofoques que te esquilo (Eurípides, Sófocles y Esquilo), Píndaro, Tucídides, Demóstenes o Cosmas Indicopleutes.

Yo era un moco y repetía como un papagayo aquello de “Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi”, que aún repito. Y cuando le acompañaba a pescar en verano me gustaba oírle: “érgete, érgete, iccies, jinajalote” (más o menos, que de griego sólo se lo de alfa, beta, gamma, delta… kapa, lambda, mu… ómicron, pi, ro… sigma… psi y omega); ¡pescábamos!, y más que nadie. Eran palabras mágicas que sus compañeros de caña le pedían. Yo reía con lo del Derecho Romano “que al esclavo manumite y la esclava mite manu”, sin alcanzar a comprender del todo. Y le hacía reír con la charlotada de “Caesar commotus in Galiam fuit et cabreatus dixit: cagadala hemus, gasolina non habemus”.

Nunca me faltó un TBO, con el profesor Franz de Copenhague y sus inventos; ni un Pulgarcito o Mortadelo y Filemón, Agencia de Información; ni don Pantuflo, doña Urraca, Rompetechos o Carpanta (Hambre violenta) y el orondo Protasio.  Recuerdos y añoranzas, sonrisas y congoja.

El caso es que se me ha ido mi padre. Y lo ha hecho por los idus de Marzo -él me contaba lo de Plutarco, el mayor de los sacerdotes de Apolo en el oráculo de Delfos, en Vidas Paralelas-; y eso que decían -por ahí que lo he leído- que los 15 de marzo, mayo, julio y octubre era días de buenos augurios[7]. Él me lo contaba, cosas de la clásica greco-romana que eran sus dominios. Nadie nos dijo aquello de “¡Guárdate de los idus de marzo!”. Y el viejo profesor no se guardó. Tal vez lo oyó; pero no nos lo dijo, desde enero comenzaron a pesarle los años como losas.

En las últimas semanas he sabido muchas pequeñas cosas de él. Yo las llamaría “las aventuras de Juanito el del cuartel”. Su padre, mi abuelo, estaba destinado en el Puesto de Jacarilla; y allí Juanito hizo de las suyas dominando el tirachinas contra las pocas farolas que había en un pueblo que siempre había sido la finca de los Togores y los Sandoval, pero que en 1915 pasó a ser del Marqués de Cubas y Fontalba; y el marqués se construyó una casona-palacio[8] con iglesuela y espléndido jardín, al que adosó una casa-cuartel[9]; que no estaban los tiempos aquellos como para no contar con seguridad mientras se mantenía una estructura medieval sobre el territorio y los aparceros[10]. Aquella casa-cuartel, desde 1916, permanece ocupada. Y mi padre fue un morador de esta; y hasta me señalaba “su ventana”. Con frecuencia, durante muchos años, mi padre visitaba Jacarilla, donde se seguía sintiendo Juanito el del cuartel -sin cátedra, ni toga con puñetas-, y se acercaba a ver aquella construcción y a sus amigos de entonces.

Veneraba a su padre, Juan; y a su madre, Carmen. Yo aún vi el viejo sable, un revolver y una pistola del guardia Juan Díaz Giménez que, envueltos en un paño azul, un día entregó en el cuartel de Orihuela cuando una revisión de armas. Yo era muy de curiosear en su despacho y había descubierto el hatillo. Solamente conservó unas hebillas y su maquinilla de afeitar, que hoy está en mi despacho: una Gilette, Made in England, enroscable, en cajita metálica tipo camuflaje. El recuperar la acción y la medalla que se le concedió por la intervención de mi abuelo en un rescate de menores en una riada, le emocionó. Ahí estuvo certero mi primo Juan.

Me enseñó a hacer nudos de corbata, a afeitarme (y me dejé la barba) y a ser cortés y educado (lo intento a diario; pero hay cosas…). Me inculcó lo de prestar atención a todo y, especialmente, a leer; a tener pasión por saber y a conocer la historia para evitar que se repitan los desastres. Libros imposibles sobre la Guerra Civil están en casa para comprobar documentalmente todos los detalles. Y todos los fascículos de aquel “ABC, doble diario de la Guerra Civil” con anotaciones y subrayados; porque lo mejor de él sigue estando en las anotaciones que ha dejado de todo y en todas las páginas: niños que al nacer le imponían el nombre de Lenin o cambios de nombres de pueblos y lugares: San Fulgencio por Ucrania del Segura o Jesús Pobre por Mongolia (quizás por su cercanía con el Montgó, quiero bien pensar). Fuimos así[11]. Ahora, en casa, montañas de libros, toneladas de sabiduría y bonhomía a raudales en el sancta sanctorum de su despacho: la viejas Olivetti, una con tipos de griego clásico, el antiquísimo ordenador de torre, carpetas, documentos, fotos, el Aranzadi y Colección de Estudios Clásicos…

Llegó el final: “Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; así que, cuando morimos, descansamos”. Que si endecha[12], que si planto[13]; aún recuerdo al profesor de literatura con aquello de las coplas de Manrique; elegía funeraria medieval.

Vivía en un mundo de profesores y docentes, al que tibia y fugazmente me acerqué -justamente en Jerez de la Frontera, su primer destino como catedrático y el mío como profesor-; en él fundamentó su vida profesional, más que el Derecho.

Me había dicho mi padre, en aquel deambular de institutos -que entonces era INEM y hoy son IES- hasta recabar en su Orihuela natal, que nunca le diera un disgusto por notas y comportamiento. Intentarlo, lo intenté; y hasta me echaron de uno, que pieza siempre he sido. Y se me ha ido por los Idus de Marzo Juanito el del cuartel, considero que, sin agradecerle todo lo que ha hecho, sin demostrarle todo lo que lo quería y sin pedirle el suficiente perdón.

Siempre me quedará esa imagen de la mano de mi padre entrelazada con la de mi madre hasta el final.

 


 

[1] La parroquia se llama San Vicente Ferrer; pero yo siempre le he llamado San Gregorio. Es que en la barrera de Hurchillo, en el callejón del Arrabal de San Agustín, desde el 28 de septiembre de 1608 hubo iglesia y convento con tal nombre. San Gregorio Taumaturgo. Riadas y desamortizaciones dejaron en soledad el pequeño templo que en el 77 fue derribado para construir en él la nueva parroquia que ya fue dedicada a San Vicente Ferrer, santo valenciano. Pero a mí me despertaban a deshoras cada domingo las campanas de San Gregorio y aquel orondo sacerdote era objeto de mis iras.

[2] Confinados. Los diarios del Virus. Independently published. ISBN 9798680511688   https://www.informacion.es/cultura/2020/10/30/confinados-diarios-virus-cuarentena-escrita-22068246.html

[3] Maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas; de oírselas a él. Sus estancias en los seminarios de Orihuela y Comillas impregnaron su vida. Dominaba la Teología, gustaba del gregoriano y tenía contactos en la Curia. Y hasta llevó casos ante los tribunales Diocesano y de la Rota.

[4] Moiras: personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas, las Laimas en la mitología báltica y las Nornas en la nórdica. Vestidas con túnicas blancas y de semblante imperturbable, su número terminó fijándose en tres. La palabra griega moira significa indistintamente ‘destino', ‘parte', ‘lote' o ‘porción', en referencia a su función de repartir a cada mortal la parte de existencia y de obras que le corresponden en el devenir del cosmos. Controlaban el metafórico hilo de la vida de cada ser humano desde el nacimiento hasta la muerte, y aún después en el Hades. Moiras/Parcas eran Cloto/Nona, que hilaban la hebra de la vida; Láquesis/Décima, que medían la longitud del hilo de la vida; y Átropos/Morta las que cortaban el hilo de la vida con sus tijeras. Lo de la guadaña, es de Ankou, el obrero de la muerte celta.

[5] Colegio de la Inmaculada, Alicante; PPJJ, 1956: traslado del colegio de Santo Domingo de Orihuela al nuevo colegio de la Inmaculada en Alicante. El antiguo colegio de Santo Domingo es en la actualidad un colegio diocesano. Los jesuitas dejaron Orihuela y mi padre acompañó al nuevo colegio en su claustro de profesores; el Sr. Díaz.

[6] Reducción al panocho murciano de la polsaguera, polvareda o polvisca: dícese cuando se levanta mucho polvo.

[7] En los demás meses del año, los idus eran los días 13

[8] Durante la Guerra Civil, el Palacio pasó a ser el Hogar Infantil del Miliciano, dependiente del S.R.I (Socorro Rojo Internacional) comarcal de Orihuela. En 1940 el palacio y los jardines volvieron a propiedad del II marqués de Fontalba quien en el año 1946 inició la venta de la propiedad de la tierra circundante a los aparceros y colonos. Se reservó, aparte del cuartel de la Guardia Civil y de la Iglesia, unos 65.000 m2 (la casa principal, cuadras, almacenes y dependencias, jardines, pinada y huerto). A su muerte (12.01.1974) su hija, Dolores de Cubas Escauvieza, IV Marquesa de Fontalba, pasó a ser la titular. El Palacio y los jardines se vendieron en el año 1980 al promotor Ricardo Vaillo y posteriormente los adquirió el promotor Justo Quesada y éste, por convenio urbanístico, donó los jardines, excluido el Palacio, al Ayuntamiento de Jacarilla el 21 de diciembre de 1993. El último propietario del Palacio, Antonio Pedrera, lo adquirió el 18 de mayo del año 2000 y lo cedió al pueblo de Jacarilla en el año 2009.

[9] Cedida al Ministerio de la Gobernación por tiempo indefinido para que instalara allí una representación del Benemérito Instituto. El contratado de 21 de diciembre de 1916 y un cabo y 4 guardias, con sus familias, lo ocuparon. Sucesivas reformas, ampliaciones y dotaciones nos llevan hasta el 10 de diciembre de 1981 en que fue vendido al Estado.

[10] En 1947, el heredero del Marqués de Fontalba parceló y vendió proporcionalmente a 240 vecinos de Jacarilla las tierras que ellos trabajaban, igual que habían hecho siempre sus antepasados. Tras pagar siete millones y medio de pesetas desapareció un vestigio de dependencia cuasi feudal de raíces medievales en el corazón de la Vega Baja.

[12] Canción triste y de lamento.

[13] Composición literaria en la que se lamenta la muerte de una persona o la desgracia de una colectividad.

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