1 abr 2023

DE OTRO VERMÚ DE SÁBADO (1º de abril de 2023)

  

Como el que no quiere la cosa, los del contubernio del sábado hemos recordado hoy al gran Paco Sellés, que va a hacer tres años que en este mes de abril nos dejó. Mucho tiempo ha pasado desde que él, siempre impecable y todo un señor, en el bar del Hotel Don Pancho, nos explicara -a los plumillas de mediados los ochenta- aquello de que “la Semana Santa son tres días”. Y aún no han llegado, que estamos a sábado.

Uno, yo, con todo su golpe de entrar en el informativo de cadena nacional, por cercanía, sabiduría y campechanería, acudía a él, cual oráculo de Delfos, a reclamar, antes de que HOSBEC desarrollara la superestructura que tiene ahora, análisis y proyección por los datos, cifras y volúmenes grandilocuentes salidos de un despacho cualquiera a tenor de una información ministerial lejos de la realidad, del turismo que nos habían endilgado. Y él, siempre adusto y serio, te bajaba de la nube: “la Semana Santa son tres días”. Eso sí: tres días que actúan como termómetro del verano.

Nunca erró Sellés en una proyección de aquellas, coincidimos buena parte de los presentes que por aquellos días oficiábamos. El único que queda en activo soy yo: ellos, felices jubiletas.

Y, después de sestear, cuando escribo esta reseña, estamos, de verdad, a las mismísimas puertas de la Semana Santa, tras el viernes de Dolores, en este día sábado que no encuentra apellido, previo al Domingo de Ramos. No sé qué tendrán estos sábados pasionales -ni este, ni el próximo-, pero ni para el otro encuentro nombre: del Viernes Santo transitamos al Domingo de Resurrección pasando por el Día de la Soledad de María; “S” de Soledad en lugar de “S” de sábado. Seguro que dedicándole un ratillo daríamos con el quid de la cuestión[1]; pero ahora mismo, ya saben, wikipapá no está.

Y así, como el que no quiere la cosa, estuvimos hablando de vacaciones.

Siempre es el mismo, representando al ala izquierda del contubernio, el que cuando sale este tema me sacaban a pasear al belga Blum y la Ley del Contrato de Trabajo de 1931[2], obviando que -estos chalaos míos es que son así- desde el triunfo de la Revolución del 17, en Rusia, los obreros fabriles afiliados al Partido Comunista podían recibir el premio, del comité político de turno, de una semana de vacaciones, por su afección supina al régimen y una excelente productividad. Y eran siete días de asueto y lavado de cerebro (le añado yo, de mi cosecha, sin base argumental posible, que, enseguida, me vengo arriba.)

Pero es que además se me olvidan de Antonio Maura[3] y su decreto de septiembre de 1918 de “una vacación -singular- de quince días”, pagada, para funcionarios (empleados públicos, maestros y militares), siempre que las necesidades del servicio lo permitieran. La banca y el comercio se unieron al poco tiempo, con entre siete y quince días, alegando “costumbre profesional” y “acuerdos corporativos y concesiones unilaterales[4].



Y bien es cierto que la vacación aquella no llegó a la gran masa laboral obrera, pero estaba en marcha ya el tema de las vacaciones (pagadas) en España, aunque les reconozco que llegó a donde llegó y… Menuda era aquella España.

Es que este país se las trae. El Código de Trabajo[5] de 1926 (dictadura de Primo de Rivera), en 333 artículos de nada no encontró ni uno para dar cabida al tema de las vacaciones. Y eso que ya veníamos del Real Decreto de 3 de abril de 1919, que establecía la jornada máxima de ocho horas para todos los trabajos y que los debates sobre organización del tiempo los tuvimos en 1920. Que en este país antes fueron las vacaciones que la jornada de ocho horas.


Éramos, con todo lo que pasaba en la vieja piel de toro, unos teóricos adelantados. La ley de la República (1931) se adelantó, incluso, a la Sociedad de Naciones que esperó hasta 1936 para pedir “
un mínimo de seis días para los trabajadores de la industria y del comercio” y sólo se adhirieron a ello catorce países. Y, como ven, a los del sector primario (agricultura y ganadería, los que “nos dan de comer”, ni se les menciona).

Tras la contienda civil, el Fuero del Trabajo (promulgado en 1938; una de las ocho leyes fundamentales del franquismo -que nos decían-) dirigió el tema de las vacaciones, en la línea previa, reconociendo las vacaciones pagadas, aunque sin especificar días. En 1965 ya aparecen constatados en la legislación española “quince días”, que fueron tres semanas en 1976; que de eso ni nos acordamos. Y ya treinta días naturales, veintidós laborales, consagrados tras la Constitución de 1978.

Que las vacaciones ha costado mucho conseguirlas y que bien merecen que las disfrutemos cuando lleguen y cuando podamos. Y nueva ronda, con unos mejillones en escabeche y picantes nivel 9’9 en la escala de Richter: ¡de muerte!

Pero con todo y con eso, en este debate que nos hemos montado esta mañana de sábado en torno a un duelo antológico de vermús jerezanos -entre un Lustau rojo, al que la tintilla de Rota da lo suyo, y un Atamán de Barbadillo que te convierte en cada sorbo en ‘padre de los jinetes’ como el nombre indica- huyendo del debate nacional de la reproducción subrogada de una famosa, hemos llegado, en la cháchara, hasta el franco-cubano Lafargue[6] y su Derecho a la pereza que saco a pasear por estas líneas.  Sí, ¿por qué no?

Para desintoxicar, porque salen legión de subrogadas y cualquiera opina, el tal Lafargue, Paul, defendía que “el trabajo es el resultado de la imposición del capitalismo” y sus males son palmarios: “En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica[7]. Y contrarrestaba el derecho al trabajo con el derecho a la pereza, que está mucho más en sintonía con los instintos humanos… y que ha sido muy aplaudido por el contubernio sabatino.

La pereza o acedía -¡Por Dios!, que este segundo nombre me gusta más para el sabroso pescado, que también llamaos platija- es el descuido de las cosas a las que estamos obligados, pecado capital para los cristianos.

La pereza tiene su aquel. Quirce, que se ha venido a pasar unos días, ha hecho un elogio de la pereza: baja los niveles de estrés y de ansiedad, relaja la mente y favorecer la creatividad, conlleva más eficacia en la reactivación y presupone un mayor coeficiente intelectual… lo que ha provocado una carcajada general. Esta perorata (de la que he tomado nota) y los elogios de los caldos jerezanos nos ha puesto la mosca detrás de oreja con el amigo del Alto Penedés. ¿estará perdiendo el oremus[8]? Él siempre defiende Reus como patria del mejunje y buenos ejemplares ha aportado a estas citas de sábado.

Y el bueno de Quirce me ha recordado a Russeau[9]: “la primera y más poderosa pasión del hombre es la de no hacer nada”; y al no hacer nada le llaman pereza.

Vamos, eso de no dar ni un palo al agua[10] y que me mantengan.

Pero Lafargue proponía un mínimo de actividad: “reducir las jornadas laborales a 3 horas, como máximo, y mejorar el poder adquisitivo de la clase trabajadora”. Sí, con un par.  Y eso que ahora hablamos de la semana laboral de cuatro días. No hemos avanzamos nada. Y nos estamos yendo de madre.

Y en eso que Carlangas ha tirado de Bertrand Russell[11] –del ‘Elogio de la ociosidad’ (1932)- y me ha hecho buscarlo. Ni idea tenía. Carlangas me ha sorprendido; Russel es capaz de decir cosas como “Creo que se ha trabajado demasiado en el mundo, que la creencia de que el trabajo es una virtud ha causado enormes daños y que lo que hay que predicar en los países industriales modernos es algo completamente distinto de lo que siempre se ha predicado”. Vamos, que telita marinera. Russell es tremendo y considera un aliado al sol mediterráneo, señalando que “en los países que no disfrutan del sol mediterráneo, la ociosidad es más difícil y para promoverla se requeriría una gran propaganda”. ¡Vénganse al sur y disfruten del sol! No, si la Carrá va a tener razón.

Total, que -chorrito va, chorrito viene; hilaíca[12] que diría un viajo amigo que nos dejó- la cosa se ha ido degenerando y Carlangas, nos ha vuelto a sorprender sacando otro as de la manga: la Carta del Ocio (1966), de la que no tenía ni repajolera idea, pero al saber que la parieron en Colmar, Francia, ya la he entronizado.

Colmar, en la Alsacia francesa, es uno de los poquísimos lugares de Francia a los que no me importaría volver y volver, una y otra vez. Y Francia es tan grande y mis sitios son tan pocos… tan pocos que Ana Bolena, según el bulo del apologista católico Nicholas Sander, los contaría con los dedos de su mano derecha: Colmar, Honfleur, Trouville-sur-Mer, Saint Cyprian, Bergerac y Reims. Ni uno más; país sobrevalorado ese que tenemos por encima de los Pirineos.

Bueno, pues en Colmar nació la Carta del Ocio, carta programática en la que definió el concepto, derechos y obligaciones del ocio y los ociosos. ¡Cuán no ociosos estarían!

El ocio es una necesidad vital; el ocio es “un elemento compensador de las condiciones del trabajo y de la vida moderna. El ocio permite, mediante la evasión y la distracción, reparar los desgastes psícofisiológicos que puede provocar una técnica insuficientemente humanizada”. Y va a más:El ocio es un tiempo libre que puede permitir al hombre mantener su valor humano y profesional”. Un cerrado aplaudo he querido escuchar cuando leída esto.

Y, de repente: “El obrero conquista el tiempo libre al vender su energía laboral[13]. Frase sin igual que varios autores entroncan con la felicidad, cuestión que ya trató Aristóteles[14].

Esta cita creo que ya es consecuencia del añadido etílico de la comida; pero ya que he llegado hasta aquí y estoy a punto de rematar…

El estagirita[15] decía que “la felicidad llega hasta donde alcanza la contemplación; y sólo el hombre contemplativo, el hombre ocioso, puede ser feliz[16]. ¡Con un par!

Pues seamos ociosos: disfrutemos. Hemos concluido, mirando el reloj. ¡Cómo de rápido pasa el tiempo…!

Ya, viendo que había que ir dando de mano, resumíamos que para esto del ocio es fundamental disponer ; disponer de tiempo libre -gracias a la disminución de las horas de trabajo-, disponer de peculio[17] y disponer de capacidad de desplazamiento. Y de ahí, hemos llegamos al turismo: relación entre personas y movilidad.

Y en eso estábamos -ya muy creciditos y viéndole el culo a la segunda botella…- cuando nos han chafado el güito (el sombrero) y nos llamado a la mesa. Y ya saben: “a la taula i al llit, al primer crit”. Las que mandan, mandan.

 


 


[1]El quid de la cuestión’ es una expresión habitual utilizada para señalar el punto clave o más importante de una situación o problema. La palabra quid, préstamo del latín quid, que significa ‘que’, indica también por sí sola el aspecto primordial de algo, aunque lo más corriente es añadirle la coletilla ‘de la cuestión’.

[2] El Gobierno de la Segunda República presidido por Manuel Azaña, con Francisco Largo Caballero como ministro de Trabajo, extendió este derecho -siete días de trabajo remunerado al año- a todos los empleados. BOE del 22 de noviembre de 1931

[3] Antonio Maura y Montaner (1853-1925); político español, ministro de Ultramar (1892), Gracia y Justicia (1894) y Gobernación (1902), presidente del Consejo de Ministros en cinco ocasiones (entre 1903y 1922). Pasó del Partido Liberal al Partido Conservador (ingresa en 1902) y en su etapa de presidente del Consejo de Ministros propugnó una “revolución desde arriba” que trató de regenerar las instituciones y combatir la oligarquía y el caciquismo. Cayó en descrédito tras la Semana Trágica de 1909. En 1913 abandonó el liderazgo del Partido Conservador, aunque volvió a la presidencia del consejo de ministros en los años previos a la dictadura de Primo de Rivera como cabeza de tres efímeros gobiernos de concentración. Fue miembro de la Real Academia Española desde 1903 y dirigió la institución desde 1913 hasta su fallecimiento en 1925.

[4] Antonio Martín Valverde, catedrático de Derecho del Trabajo, 'Las líneas de evolución del derecho a vacaciones' (1963). https://www.cepc.gob.es/sites/default/files/2021-12/30345rps083065.pdf

[5] Real Decreto Ley de 23 de agosto.

[6] Paul Lafargue (1842-1911); Periodista, médico, teórico político y revolucionario franco-cubano. Françoise de Lafargue, su padre, era un acomodado propietario de plantaciones de café en Cuba, lo que permitió a Paul comenzar sus estudios en Santiago de Cuba (por aquel entonces una provincia española) y proseguirlos en Francia, en 1851, cuando la familia Lafargue se mudó a Burdeos, ciudad de la cual era oriundo el padre. Estudió Medicina en París. Fue yerno de Karl Marx; se casó (1868) con su segunda hija, Laura. Tras el episodio revolucionario de la Comuna de París de 1871, la represión política obligó a Lafargue a emigrar a España. Se estableció en Madrid, donde contactó con algunos miembros locales de la Internacional, como Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE y la UGT, sobre los que su influencia acabaría siendo muy importante.

[7] Capítulo 1 -Un dogma desastroso-, párrafo 5.

[8] Llámase oremus a las cintas del misal donde el sacerdote encuentra las distintas lecturas de la liturgia. Perder una de ellas era dar al traste con la celebración.

[9] Jean-Jacques Rousseau (1712-1778); polímata suiza. Con 'El contrato social', hizo surgir una nueva política basada en la voluntad general y el pueblo como depositario de la soberanía. 

[10] Expresión que en realidad indica falta de eficacia pero que se endiente como no hacer nada. Se originó en tiempo de las galeras y aludía al remero que no ayudaba a impulsar la embarcación por diferentes motivos.

[11] Bertrand Arthur William Russell (1872-1970): Filósofo, matemático, lógico y escritor británico, ganador del Premio Nobel de Literatura. Tercer conde de Russell, pertenecía a una de las familias aristocráticas más prominentes del Reino Unido: hijo del vizconde de Amberley, John Russell, y ahijado del filósofo utilitarista John Stuart Mill.

[12] Dominio del arte de escanciar (desde altura) vinos y alcoholes para servir un chorrillo mínimo, del grosor de un hilo

[13] Juan Ortíz de Mendívil. Ocio y Turismo.

[14] Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.); Filósofo, polímata y científico griego nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia. Es considerado junto a Platón, el padre de la filosofía occidental. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.

[15] Había nacido en Estagira, hoy Stavró

[17] Cantidad de dinero o conjunto de bienes que posee una persona

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