12 oct 2025

12 DE OCTUBRE

 

 

Antes de salir de casa para acompañar a la Guardia Civil en su día grande, dejo unas líneas en su honor; el honor es su divisa. En su reglamento se destaca que “El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe conservarlo sin mancha. Una vez perdido, no se recupera jamás”. Esto último vale para todo ser nacido de mujer.

La frase, se la recuerdo a mi padre, hablando del suyo. Honor (conducta íntegra y recta), lealtad (fidelidad al deber y al servicio), sacrificio (entrega personal sin buscar recompensa) y disciplina y servicio público. Sí, fuerte disciplina, capacidad de sacrificio y espíritu benemérito: militar y servidor público de vocación.

Quizá hoy sea momento para plantearles aquí cómo surgió la necesidad del Benemérito Instituto que ha llegado hasta hoy; y seguirá.



Echo la vista atrás y les cuento que nada más comenzar el siglo XVIII España dejó de ser una gran potencia europea; la Guerra de Sucesión(1701–1714) tuvo la culpa. El conflicto despojó del trono a los Austrias y sentó a los Borbones (Felipe V); supuso -no olvidemos- la pérdida de Flandes, Nápoles y Sicilia. Ahí es ná.

Al rebufo francés -por lo de Borbones- se reorganizaron Ejército y Marina y nos metimos en guerras con Inglaterra y Portugal. Lo único bueno de aquello es que apoyamos a los EEUU en su guerra de la Independencia, lo que nos ha servido para que a ambos lados del Atlántico el noventa por ciento de los paisanos de ambas orillas no sepan ni quien fue Bernardo de Gálvez; gobernador de La Luisina y factor clave de la nueva república que nos lleva hasta Trump. País este, tú.

Mientras todo aquello pasaba, en la vieja piel de toro, la sociedad española estaba como cuando los visigodos: los tres estamentos de libro -nobleza, clero y pueblo llano; pero llano-llano de verdad, con campesinos, artesanos y pequeños burgueses-; no más. Con los Borbones llegaría el inicio de la modernización y el arranque de un largo camino plagado de reformas dando preponderancia a la razón y la ciencia -que llegaban tarde, pero bienvenidas que fueron- para lo que comenzó el larguísimo proceso de la retirada del poder a la Iglesia apoyando reformas educativas. Es que llegó la Ilustración y aunque sólo iluminó a las élites, dio paso a las academias y a entender que el pensamiento ilustrado debía campar por aquí. No obstante, ante el cúmulo de desigualdades sociales la tarea fue hercúlea. La agricultura, les cuento, estaba al nivel del milenio anterior; el comercio era colonial; y el desarrollo industrial, arcaico y limitado. Además, entre un clima meteorológicamente adverso y epidemias por doquier, el XVII fue como… “p’a habernos matao”.

Y eso ya lo hicimos en el siglo siguiente, el XIX, con guerra civiles, que llamamos carlistas, porque se amotinaron y perdieron los de ese bando. Además, fue un siglo que se las trajo. Comenzamos en guerra con los gabachos invasores y recuperando la guerrilla de Viriato que, por lo que sé, llevamos ya todos en el ADÑ, que el más español de los ADN.

Y si tengo que resumir el siglo, diría que pasamos a trompicones del Antiguo Régimen al Estado Liberal; comenzamos la transformación económica del país; surgió la clase trabajadora y avanzó la clase media, mientras nos dimos una ensalada de tiros en guerras y vimos como perdíamos definitivamente lo poco que quedaba del imperio.

Y si tengo que resumirles en una palabra el XIX les diré que fue un siglo “interesantísimo” que, como todos los de España, aún chorrea sangre.

Se produjo el paso de una sociedad estamental a una sociedad más burguesa y de clases en un país en el que las desigualdades seguían siendo del nivel de la Fosa de las Marianas. Llegaron las desamortizaciones -la incautación y venta de tierras de la Iglesia y de bienes comunales (civiles)- que con Mendizábal y Madoz -dos ministros ilustrados- no resolvieron el problema agrario, porque los nuevos tenedores de tierras fueron de la burguesía y la nobleza que eran los que tenían la pasta gansa para hacerse con ellas y. al mismo tiempo, muy pocas ganas de renovar el cotarro productivo.

La agricultura, la actividad económica dominante desde tiempos de los romanos, ni se enteró de las revoluciones agrarias de otros países europeos y mantuvo sus arcaicas técnicas tradicionales y su baja productividad. Por su parte, la industrialización -¡por fin!- llegó, pero concentrada en Cataluña (textil) y el País Vasco (siderurgia). El resto del país apenas albergó algún destello protoindustrial -muy concreto, como el de El Perchel en Málaga entre 1833 y 1860- ajeno a cualquier realidad de viabilidad. Todo esto nos introdujo, en bandeja de plata, la llamada 'cuestión social' porque muchos campesinos -jornaleros del campo- quedaron sin tierras en las que trabajar tras las desamortizaciones, abocados a la miseria o la emigración a los nuevos centros fabriles, lo que nos llevó a la irrupción del movimiento obrero en núcleos industrializados y a las ciudades donde se hacinaban para malvivir, cogiendo auge, en excelente caldo de cultivo, los movimientos socialista y anarquista, impulsados por las duras condiciones laborales y de vida en los centros de trabajo y las ciudades.

La burguesía y el comercio en el XIX ganaron peso económico y las profesiones liberales alumbraron a los nuevos dirigentes de la clase política que lo único bueno que hicieron fue programar avances el alfabetización y educación a paso de tortuga. Ah, llegó el ferrocarril, pero como nuestra economía era tan débil, exceptuando un par de industriales que se hicieron de oro, el parné lo puso el capital extranjero que dominó el panorama.

Total que, el XIX fue un siglo marcado por los conflictos internos y, muy especialmente, por las Guerras Carlistas (1833-1876), entre absolutistas (carlistas) y liberales (isabelinos) y donde los golpes militares de los llamados 'espadones' estuvieron a la orden del día. Los militares intervinieron con frecuencia en la política: generales como Espartero, Narváez, O'Donnell o Prim encabezaron pronunciamientos, una nueva aportación de España al mundo del golpismo que aquí siempre han realizado primeras figuras, no como en otros países que lo da un coronel cualquiera. No, hombre no; que esto es España.

El XIX terminaría en 1898 con la pérdida de Puerto Rico, Cuba, Guam y Filipinas. Bueno, si de pérdidas escribimos, anoten que por lo de Filipinas sacamos 20 millones de dólares de entonces… y 337 días después a los últimos de Filipinas, que embarcaron y se vinieron p’a España.

Aquello del 98 -el desastre del 98- supuso una gran crisis nacional. Mira que llegar la noticia de del desastre de la batalla de Cavite -un 2 de mayo, que en 1898 cayó en domingo- cuando Madrid se aprestaba para su corrida grande: toros de Murube y con Guerrita, Fuentes y Bombita, en el cartel. Leo en el ABC que la empresa quiso suspender el festejo, pero el gobierno de Sagasta -don Práxedes Mateo- lo impidió “para no deprimir el espíritu del público”. Pero ya en el quinto toro todos lo sabían y el público salió de la plaza más hundido que el Titanic.

Y tras toda esta introducción, centrémonos en el XIX y en cómo estaba el parque patrio después de expulsar al gabacho.

Como somos como somos, Fernando VII -el Deseado- fue repuesto en el trono (1814) y dejó a los liberales con varios palmos de narices al negarse a jurar la Constitución que tanto empeño había salido de las Cortes de Cádiz cuando el monarca estaba salido del país. Y, encima y va, por el Decreto de Valencia, restaura el absolutismo -llega el Manifiesto de los Persas y 69 diputados de las Cortes ‘liberales’ de Cádiz le piden volver a lo de antes- y comenzamos a dar tumbos: Sexenio absolutista (1814–1820) -persiguiendo liberales-, al que sigue el Trienio liberal (1820–1823), que arranca con el pronunciamiento de Rafael del Riego -un coronel que no pudo esperar a llegar a general- y termina con la entrada de los Cien mil Hijos de San Luis -que no sumaron ni 70.000; pero de matemáticas andábamos fatal- que nos envía la Santa Alianza (el Papa y las demás monarquías absolutas europeas; hasta el Zar de Rusia) que acaban con los liberales y nos abocaron a la llamada Década ominosa (1823–1833) que, como su nombre indica, resultó abominable.

Esto fue en la línea del tiempo, porque en el quehacer de cada día estaba que la guerra contra el franchute dejó ciudades arrasadas, campos abandonados y una débil economía colapsada. Las infraestructuras quedaron muy dañadas y la producción agrícola e industrial se redujo drásticamente. El Estado estaba endeudado hasta las cejas y sin recursos de ningún tipo porque, como éranos pocos en el camarote de los Marx, parió la abuela: comenzaron las guerras de independencia en América, que acabarían con la mayor parte del imperio colonial español.

Total, que se recurrió a empréstitos; palabro que significa préstamos a gran escala de bancas extrajeras que pasaron a dominar la situación económico-financiera de España.

Además, la guerra había movilizado, por activa o por pasiva, a gentes de toda clase y condición, muchos de los cuales, una vez concluida la guerra no tenían otra posibilidad de subsistencia que seguir en la partida dedicados al bandolerismo; si dejaban el trabuco y la sierra no encontraban sustento alguno.

Y la vuelta del absolutismo generó desilusión y conflictos sociales. Las ideas de la Constitución de Cádiz (libertad, igualdad jurídica, soberanía nacional) no desaparecieron, y comenzaron a formar una oposición liberal al absolutismo.

Pero este país era un desastre: más del ochenta por ciento de la población vivía en el campo y del campo; la economía se basaba en la agricultura de subsistencia y el ganado. La mayoría campesina era pobre y analfabeta, dominada por los caciques, con duras condiciones de vida y trabajo. La Iglesia, para más inri -que bien viene en este caso- tenía un enorme peso en la vida cotidiana: en la educación, en el calendario, en la moral y en el control social del pueblo llano-llano. La mayoría de las autoridades locales, puestas a dedo, eran débiles o cómplices de los terratenientes. Un panorama negro, pero negro-negro; negro zaíno.

Este clima tan de peli mala de Curro Jiménez, de robos, de contrabando y -también- de asesinatos, el gobierno de Narváez -del general Narváez- crea la Guardia Civil en 1844, como un cuerpo militarizado para garantizar el orden público en el campo.

Ramón María Narváez fue presidente del Gobierno de aquella España hasta en siete veces a lo largo de veinticuatro años; me río yo de los peces de colores.

En su primer y más efectivo mandato, de tan solo dos años, funda la Guardia Civil para poner paz en el campo.

Los campesinos habían perdido el control sobre las tierras comunales con la desamortización de Madoz; y las tierras comunales constituían su principal medio de subsistencia. Comenzaron las protestas y hubo alguna rebelión. En 1840 ya se hablaba en España del reparto de la tierra y se producen las primeras ocupaciones de fincas en Andalucía por parte de los jornaleros. Marinaleda tiene sus antecedentes.

Isabel II era la reina, pero veníamos de la regencia de su madre, María Cristina (de Borbón) y acababa de asumir el poder el general Espartero (Joaquín Baldomero Fernández-Espartero y Álvarez de Toro, virrey de Navarra, príncipe de Vergara, duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y vizconde de Banderas) que fue decisivo en las guerras Carlistas.

Era un producto típico de aquella España: hijo de un carretero de Granátula de Calatrava, Ciudad Real, y su meteórica carrera militar estuvo granada de acciones en combates aquí y en América, de donde volvió ya Brigadier tras ser jefe del Alto Estado Mayor de Perú. De él, de Espartero, les sonará lo de los atributos de su caballo: “más cojones que el caballo de Espartero”, ¿no? Bien, pues solo hay que irse a la calle de Alcalá -en Madrid- y a la altura del número 97 tienen una estatua ecuestre para comprobarlo. Tras leer a buena altura lo de “A Espartero/El Pacificador/1839/La Nación Agradecida”, se gira usted un poco -a derecha o izquierda-, mira hacia arriba y antes de llegar al cielo de Madrid, ahí los tiene: los cojones del caballo Espartero.

Poco hay más que hablar. Sólo me viene a la memoria un caso algo parecido: el de Bartolomeo Colleoni, un condotiero (mercenario del siglo XV, con estatua en Venecia) cuyo escudo heráldico es de los del género parlante; de los que representan gráficamente el apellido y poco más hay que explicar.

En el caso del caballo de Espartero, el escultor Pablo Gisbert Roig quiso plasmar el ‘carácter’ del jinete que está subido en su caballo y sobre un pedestal de tres metros de altura. Entonces, donde únicamente pudo poner los atributos del militar fue en el caballo. Y los puso; tanto en la escultura de Madrid como en la Logroño.

Espartero -autoritario y centralista- era, a fin de cuentas, un liberal con fidelidad absoluta a Isabel II. Su lema fue “cúmplase la voluntad popular”; y estaba muy por la imagen de la monarquía británica (de entonces). Su regencia se caracterizó por el malestar de los moderados, de los progresistas y de las ciudades: Madrid y Barcelona, sobre todo, que con sus revueltas del año 43 le obligaron a exiliarse en Londres (faltaría más) y en noviembre de ese año las Cortes decidieron que Isabel II, con trece años era ya mayor de edad y podía reinar. Los moderados asumieron el poder durante toda una década (la Década Moderada 1844-1854) .

Y vuelvo a la triste realidad que les relato: la primera guerra carlista (1833-39) dejó al país exhausto. Las tierras que Mendizábal puso en venta, como señalé, las compraron nobles y terratenientes impidiendo -como se veía a la legua- que unos campesinos empobrecidos pudieran comprarlas y generar lo que hoy llamamos autónomos (agrarios). Total: acabada la guerra, a muchos les salía a cuanta y mejor seguir en partidas bandolereando por doquiera que cabalgaran y haciendo de las suyas, que doblando el lomo en el campo español.

Que esa es otra: no la de doblar el lomo y sí la de cabalgar. En España, de siempre, ha ido más gente a caballo, sin ser caballero, que en el resto del mundo mundial conocido.

Y a lo que voy.

En resumidas cuentas: En aquella España de la quinta década del XIX había una gran inseguridad en los caminos y zonas rurales porque abundaban las partidas de bandoleros; el contrabando era una forma de vida y subsistencia y muchos delincuentes comunes dejaban las ciudades -donde la Guardia Nacional, la milicia urbana liberal, actuaba en cuestiones de orden público- y se iban al campo a hacer de las suyas que es, además, donde vivía la mayoría de la población y que carecía de protección efectiva.

Para restablecer el orden público en el medio rural, evitar los asaltos en caminos, los robos y los motines campesinos -que eran frecuentes- el campo español necesitaba seguridad para poder producir y comerciar lo poco que producía. Recordemos que la economía del país necesitaba seguridad en el medio rural para poder comerciar y producir. Además, era una imperiosa necesidad afirmar la Autoridad del Estado en toda la península evitando el control de determinadas facciones o caciques y, por supuesto, evitando nuevos levantamientos y disturbios, especialmente en zonas que habían sido focos carlistas o donde existía agitación social. El gobierno quería una fuerza que mantuviera la estabilidad, evitara revueltas campesinas y consolidara un Estado liberal centralizado y autoritario.

Y aquel Estado Liberal de 1844 nos trajo la Guardia Civil para el Orden Público en el medio rural (en más del 70% de España entonces), una nueva Constitución (1845), la Ley Moyano (1857) que será la base del sistema educativo español y la consolidación fiscal y el control del déficit que tanta falta nos hacía.

Y a lo que voy hoy: desde su creación, organización y despliegue, la Guardia Civil redujo notablemente el bandolerismo y los delitos en los caminos rurales, se convirtió en símbolo de autoridad estatal en zonas donde antes apenas llegaba el poder del gobierno y en muy pocos años, la seguridad rural mejoró y se facilitó el comercio interior. La Guardia Civil se ganó fama de disciplina, eficacia y honradez, valores muy apreciados por las autoridades liberales -¡coño, soy liberal decimonónico!-.

En resumen: la Guardia Civil fue una herramienta clave para centralizar el poder del Estado y controlar el territorio nacional. Su lealtad al gobierno de Madrid permitió imponer la autoridad del Estado liberal frente a rebeliones, motines o focos carlistas y garantizó la estabilidad de los gobiernos moderados.

La Guardia Civil se consolidó como una de las instituciones más estables y duraderas de la España contemporánea; su estructura y valores (disciplina, austeridad, lealtad) le dieron prestigio y una reputación de eficacia incluso más allá del siglo XIX. Durante los siglos XIX y XX, fue esencial en el control del territorio, especialmente en zonas rurales.

Y un detalle final. Como el Ejército o la Milicia Nacional vestían de azul o de rojo. El duque de Ahumada quiso distinguir a la Guardia Civil de otras fuerzas del Estado y eligió un color verde oscuro -pero oscuro, oscuro- con ribete negros. Buscaba una identidad propia, neutral y sobria, en consonancia con el lema del cuerpo: El honor es mi divisa. Además, me cuentan que, el color verde oscuro -pero oscuro, oscuro- evocaba por aquellos años disciplina, austeridad y servicio; valores fundamentales del cuerpo.

El verde oscuro -pero oscuro, oscuro-, me insisten, se mimetizaba con el verde sombrío de aquella España gris; era menos visible en el campo y en los montes, lo que resultaba útil para las patrullas rurales. Además, en pura lógica –“más sufrido” que dice mi madre: aquel verde oscuro -ya saben- era más resistente a la suciedad y al desgaste que otros colores de los vistosos uniformes de aquellos años.

Y resultaba barato de comprar y mantener; y adecuado para la vida en el medio rural, donde se desarrollaban la mayoría de sus misiones.

La Guardia Civil, desde su fundación en 1844, ha formado parte de la vida del país en muchísimos ámbitos: seguridad, rescates, tráfico, montaña, mar, protección del medio ambiente, etc. Y desde el año 1989 la Unidad Central Operativa, la UCO es una unidad fija en el telediario y en las portadas de los Medios porque combate a las partidas de bandoleros del siglo XXI; es la élite de la Guardia Civil dedicada a la investigación criminal. Depende de la Dirección Adjunta Operativa (DAO) y, dentro de ella, del Servicio de Policía Judicial. Un gran invento.

Feliz día de la Fiesta Nacional de España; Feliz día del Pilar (de la Virgen del Pilar; Feliz día de la Guardia Civil.

 

 




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